Compartir


Datos principales


Desarrollo


En el esquema historiográfico de Suetonio, habría que hablar de dos Calígulas: el primero, recién llegado al gobierno, que se presenta como un restaurador de la libertad y estrecho colaborador del Senado, al que reconocía la máxima autoridad sobre cuestiones políticas. Ese primer Calígula se presenta como contraste de la imagen del gobierno de los últimos años de Tiberio y, por lo mismo, como el emperador universalmente aceptado por ser el restaurador de la libertad. Como prueba de esa imagen, Suetonio menciona actos de Calígula, como la liberación de presos o el retorno de exiliados que habían sido condenados en aplicación de la ley de lesa majestad, la vuelta a la libertad de expresión y el silencio a que fueron sometidos los denunciadores. Poco tiempo después de tomar el poder, Calígula sufrió una grave enfermedad; restablecido de la misma, comenzó a desvelar la imagen del perverso tirano. Ha habido muchos autores modernos que se han manifestado seguidores de la visión de Suetonio y han buscado síntomas para definir el carácter de la enfermedad de Calígula (¿envenenamiento con algún producto tóxico y posterior lesión cerebral manifestada como epilepsia?) así como para explicar su posterior comportamiento político como la obra de un demente. En las últimas décadas, se comprende mejor el artificio literario de Suetonio (repetido en sus líneas generales en la biografía de Tiberio y en la de Nerón) y, con el apoyo de otros documentos y de métodos críticos, se intenta comprender el grado de racionalidad o coherencia que pudo haber en el comportamiento político de Calígula.

Algunos, como Levi, ofrecen reconstrucciones del programa de gobierno de Calígula que se corresponderían bien con el de un emperador políticamente maduro y rodeado de un buen equipo de consejeros; así, la obra de Calígula sólo tendría el defecto de haber intentado seguir un modelo político poco apropiado para su tiempo. Otros prefieren relacionar sus intervenciones originales en política como consecuencia de sus recuerdos y relaciones familiares: habría tomado retazos del programa de M. Antonio para Oriente así como otros de su padre, Germánico, en la política respecto a la frontera renana y, en todo caso, se presentaría sojuzgado por los modelos orientales. Cualquiera de estas dos últimas vías explicativas tiene visos de responder parcialmente a la realidad, pero tampoco se pueden olvidar hechos como los de su juventud y falta de experiencia administrativa y, tal vez también, lo de tratarse de un personaje que poseía una cierta dosis de inmadurez y/o desequilibrio psicológico. Bajo Calígula se rompió el equilibrio de las relaciones entre el emperador y el Senado. La ley de lesa majestad que servía para proteger al Estado de conjuras o sediciones fue aplicada caprichosa e indiscriminadamente; los condenados perdían sus bienes, que iban a parar al Fisco. Así, llegó a resultar peligroso el disponer de una fortuna desahogada, por los riesgos de caer en desgracia ante el emperador. Los senadores eran tratados como miembros de una corte oriental y fueron obligados a presentarse con humildad, respeto y distancia ante su emperador.

A raíz de la conjura fracasada del 39 d.C., ese distanciamiento se profundizó aún más. De un emperador que inició su mandato invitando a comer al palacio a senadores y caballeros y regalándoles vestidos preciosos, se pasó a otra cara del mismo que concedía un trato marcado por el odio y persecución, especialmente seguros ante senadores distinguidos. La adulación y el soportar humillaciones se convirtieron en los mejores medios de autodefensa. La caída en desgracia podía acarrear tanto la muerte o el exilio como la privación de las distinciones o símbolos de prestigio familiares. En la línea de Augusto y en la de su padre, Germánico, Calígula prestó una gran atención a la búsqueda de popularidad ante la plebe de Roma. Además del mantenimiento de las distribuciones habituales de alimentos gratuitos, realizó diversos repartos extraordinarios de dinero, así como manifestó su prodigalidad costeando juegos y espectáculos. Naturalmente, esos despilfarros eran posibles contando con los fondos de las arcas del Fisco, saneadas por Tiberio, así como con los fondos de las fortunas obtenidas de los senadores y caballeros condenados. Y cuando esos fondos se iban terminando, se sirvió de diversas artimañas para ampliar las fuentes de ingresos: los funcionarios del Fisco podían declarar nulos los testamentos de los miembros de los órdenes que no dejaban un legado para el emperador; vendió los dominios que sus hermanas poseían en las Galias; dio banquetes a invitados por los que éstos debían pagar; aplicó impuestos por juicios, por los juegos de dados y hasta llegó a permitir la instalación de un prostíbulo en el Palatino, cuyos regentes debían pagar impuestos (Suet., Calig., XXXVIII-XL). Mantuvo igualmente una política de liberalidades con el ejército, lo que ayuda a entender las dificultades encontradas por los senadores que deseaban terminar con ese régimen; los pretorianos recibían también más paga que en época anterior.

Obras relacionadas


Contenidos relacionados