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El panorama político latinoamericano de la época estuvo dominado mayoritariamente por la presencia de liberales y conservadores. La participación política estaba restringida a un grupo limitado de los habitantes del país, que eran los que tomaban las principales decisiones. Los partidos políticos, como agrupaciones organizadas y burocratizadas prácticamente no existían, y con el tiempo las organizaciones políticas tendían a convertirse en maquinarias destinadas únicamente a ganar las elecciones. De modo, que se activaban en las cercanías de los comicios y luego pasaban por un período de aletargamiento. Por ello la actividad política solía realizarse en los salones sociales, en los clubes y en las tertulias donde coincidían los miembros de la oligarquía. Las relaciones personales y familiares eran fundamentales, al igual que los lazos regionales y las redes informales, y solían estar por encima de las diferencias ideológicas. Las características de unos y otros también variaban de país a país, dependiendo en gran medida de su composición social: importancia de las comunidades indígenas, existencia de grupos de artesanos urbanos, peso de los campesinos, etc. Al ser muy tenues las diferencias entre liberales y conservadores, era más importante la adscripción partidaria, basada en lealtades personales, que la ideológica. Esto no significa que no exista una línea de pensamiento liberal y otra conservador desde el principio de la vida republicana, pero éstas no siempre se reflejaban de un modo homogéneo en la actividad política y partidaria.

Entre 1820 y 1845 buena parte de los políticos latinoamericanos seguían en materia económica al liberalismo manchesteriano. De ellos saldrían posteriormente los liberales y los conservadores. Estas diferencias se observan en Chile, donde se enfrentaban los pelucones o estanqueros (conservadores) con los pipiolos (liberales y federalistas). La coherencia ideológica era difícil de encontrar en unos y otros, no sólo en temas estrictamente políticos, sino también en materia doctrinaria. Muchos de los liberales económicos no tuvieron reparos en levantar banderas proteccionistas cuando la situación del comercio exterior así lo requirió, caso de Lucas Alamán en México, o de Alejandro Osorio en Colombia. Desde mediados del siglo en adelante los liberales latinoamericanos renovaron su fe librecambista ante el incremento de las exportaciones, con algunas excepciones, como el proteccionismo mexicano.Hasta los años cuarenta, el conservadurismo actuó sin una doctrina demasiado elaborada y al, basar su práctica política en el ejercicio del poder tampoco la necesitaban demasiado. Este hecho dificulta definir a los distintos regímenes como conservadores, ya que las opciones que se presentan son muy amplias. De este modo, podrían señalarse como conservadores a regímenes tan diversos como el de Diego Portales, en Chile; el de Páez, en Venezuela o el de Rosas en el Río de la Plata.

En ciertos casos, y desde mediados de siglo, los liberales comenzaron a contar con el respaldo del emergente grupo de los artesanos urbanos, de importancia considerable en Colombia, y en menor medida en México, Chile y Perú. En Venezuela, la protesta liberal, difundida en Caracas por los periodistas Tomás Lander y Antonio Leocadio Guzmán, antiguo colaborador de Páez, aumentó de tono en 1846 y, a diferencia de otros países, no se limitó a las ciudades, dados los apuros de los campesinos por la evolución de los precios del café y el encarecimiento del crédito. Un tema conflictivo era el destino de los ingresos fiscales, dedicados al pago de la deuda externa, mientras la oposición liberal reclamaba más inversiones en obras públicas. La conflictividad aumentó y en 1848 el general José Tadeo Monagas, presidente con el apoyo de Páez desde el año anterior, se volvió contra su protector para acabar con la república conservadora e iniciar el período de la oligarquía liberal.En 1858, ante el aumento de la corrupción, el desorden y la conflictividad de la época de los Monagas, la alianza de liberales y conservadores desplazó al clan gobernante y puso fin a la oligarquía liberal. Se volvió a plantear la carrera por el poder entre azules (conservadores) y amarillos (liberales), que acabó en una nueva guerra civil, la Guerra Federal, entre 1859 y 1863. En 1861 Páez retornó a la vida política para encabezar la resistencia azul, pero pese a su gobierno dictatorial no logró imponer sus puntos de vista.

La falta de acuerdo entre las facciones oligárquicas propició la revolución amarilla, liderada por Antonio Leocadio Guzmán, que supo canalizar el descontento popular. El régimen liberal promulgó en 1864 una nueva Constitución. Se trataba de un corpus democrático y federalista, que instauraba el sufragio universal masculino. Se emprendieron numerosas reformas, como la modernización de los transportes, la codificación y reforma del derecho privado, la introducción del matrimonio y los cementerios civiles, la supresión de las órdenes religiosas y la potenciación de la enseñanza primaria.A partir de mediados de siglo los conservadores también comenzaron a tener una mayor coherencia doctrinaria. En este sentido es muy interesante rastrear la evolución del mexicano Alamán que comenzó a elaborar en los años cuarenta, bajo el influjo de Edmund Burke, un discurso mucho más trabajado desde el punto de vista doctrinario, en el que la autoridad y la defensa de la tradición pasaron a ocupar un lugar central. Hubo otros autores, como el cura peruano Bartolomé Herrera, que basaron su discurso en el tradicionalismo y el escolasticismo español y como, según él, la soberanía provenía de la razón divina, la Iglesia y su defensa se convirtieron en pilares del sistema. Después de las revoluciones europeas de 1848 muchos liberales moderados evolucionaron hacia el conservadurismo, como reacción a los planteamientos radicales que los revolucionarios habían esgrimido y ante el temor a que esas ideas se trasplantaran a América.

Pese a las coincidencias políticas de las elites, la principal línea de fractura pasaba por las posiciones a asumir frente a la Iglesia católica. Desde mediados de siglo la cuestión religiosa se convirtió en un problema político importante en países como México, Colombia, Chile o Perú, donde los sectores más liberales comenzaron a abogar por la separación entre la Iglesia y el Estado. Por el contrario, los conservadores veían en la iglesia católica la principal baza para defender el orden social. Sin embargo, las medidas desamortizadoras adoptadas en numerosos países respondían básicamente a motivaciones fiscales, ante los apuros que pasaba la Hacienda pública, más que a los enfrentamientos en torno a la religión.Uno de los líderes conservadores que adoptó en el gobierno una postura más militante en defensa del catolicismo fue el ecuatoriano Gabriel García Moreno, que gobernó autoritariamente entre 1860 y 1875. Consagró el país al Sagrado Corazón, permitió el retorno de los jesuitas y en 1863 firmó un concordato con el Vaticano, muy favorable para la Iglesia. Su obsesión por la religión no le impidió pacificar el país, ni impulsar la educación primaria, ni introducir el sufragio universal en 1861, lo que le granjeó cierta impopularidad entre el clero pese a su posicionamiento ideológico. En 1865 finalizó su mandato, pero las inequívocas muestras de ineficiencia de sus sucesores facilitaron su retorno en 1869, cuando se hizo proclamar Jefe Supremo.

Sus arbitrariedades aumentaron el tono de las protestas populares y en 1875 murió asesinado.En Colombia, el conservador Ospina fue elegido presidente en 1857. Ospina veía a la religión como una fuerza de movilización política y una de sus primeras medidas fue permitir el retorno de los jesuitas al país (los conservadores ya lo habían hecho en 1844, pero los liberales los expulsaron nuevamente en 1850). El convencimiento de los liberales de que los conservadores no respetaban el federalismo condujo a una guerra civil, ganada por los primeros, que en 1861 llevaron al poder a Tomás Cipriano de Mosquera, antiguo líder conservador convertido al liberalismo. Una de las primeras medidas del nuevo gobierno fue la nueva expulsión de los jesuitas junto con las restantes órdenes religiosas, la supresión de conventos y monasterios y la desamortización de todas sus propiedades.

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