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Los planteamientos de Francisco Madero, recogidos en su Plan de San Luis Potosí, que señalaba el inicio de la insurrección general para el 20 de noviembre de 1910, dieron comienzo a la Revolución Mexicana, un poderoso y violento estallido social que no sólo acabaría con el porfiriato sino también propiciaría la integración a la vida política nacional de vastos grupos sociales, hasta entonces marginados por el implacable proceso de centralización impulsado por Porfirio Díaz. Desde una perspectiva histórica se podría señalar que el triunfo revolucionario no fue total, lo que llevó a que la revolución no pudiera recoger las aspiraciones de todos los grupos que la apoyaron, como los campesinos sin tierras. Las explicaciones que se han dado sobre las causas de la revolución son muy variadas, y así se la presenta como un movimiento político que intentó romper la situación de bloqueo a la que había conducido el porfiriato; o como un movimiento social, que intentó dar respuesta a las reclamaciones de los campesinos sin tierras; o como un movimiento regional, que intentó equilibrar el papel de las nuevas zonas en ascenso beneficiadas por la expansión económica, como la frontera norte, en detrimento de la Ciudad de México. De todas formas, buena parte de estas explicaciones se mueven en el plano de la especulación, dada la falta de trabajos cuantitativos sobre la economía del porfiriato y, especialmente, sobre los diversos comportamientos regionales.

En los inicios de la revolución, el principal foco insurgente se encontraba en el norte del país, la región mexicana que había conocido el mayor crecimiento de toda la nación y que en su momento se había opuesto a las maniobras reeleccionistas del porfiriato, que cerraban el camino al poder a las élites norteñas. Eran numerosos los agravios comparativos que tenían en su haber, dado el maltrato del gobierno central, lo que terminó impulsándolos a la insurrección. Para impulsar el movimiento, Madero y sus seguidores no se limitaron a enumerar las reivindicaciones de mayor participación política propias de la élite norteña, sino que supieron incorporar ciertas reclamaciones del campesinado. Por ello fue que Pascual Orozco y Pancho Villa, convertidos en importantes caudillos de las masas campesinas del norte del país, muy pronto se sumaron a las fuerzas maderistas. Al levantar las banderas campesinas, los alzados del Norte convergieron con el potente movimiento agrarista del Sur, especialmente con los rebeldes del estado de Morelos, liderados por Emiliano Zapata. En esa región, de ricas explotaciones azucareras, la ofensiva de los hacendados sobre las tierras de las comunidades indígenas había sido contundente. El crecimiento demográfico que había conocido el país, notable en las regiones del centro y del sur, habían aumentado la presión de los campesinos sobre la tierra, que el proceso de formación de grandes latifundios tendía a neutralizar y sólo servía para aumentar el malestar entre las masas rurales.

La victoria de los maderistas fue rápida. En poco tiempo conquistaron Chihuahua, Baja California y Veracruz y en marzo de 1911 tomaron Ciudad Juárez. El 21 de mayo los maderistas llegaron a un acuerdo con los representantes de Díaz para acabar con el conflicto. A los pocos días renunció el dictador, que partió hacia Francia, y el gobierno provisional convocó elecciones generales. La descomposición del régimen porfirista fue fulminante, lo que permitió el acceso de Madero a la presidencia. Sin embargo, el rápido derrumbe del régimen y la salida negociada permitieron dejar intactas algunas de las bases de poder del porfirismo, como la administración o el ejército federal. La constitución del primer gobierno revolucionario supuso la posibilidad para todos los grupos postergados de presentar su particular lista de agravios. La imposibilidad de atender satisfactoriamente tantas, y tan contradictorias, demandas condujo al inicio de las disenciones entre los distintos grupos revolucionarios. Los enfrentamientos entre las distintas fracciones serían constantes a lo largo de todo el proceso y se mantendrían hasta la primera institucionalización de la revolución bajo el "maximato", aportando una gran dosis de inestabilidad y de ingobernabilidad a México. Uno de los máximos conflictos se produjo con Zapata, que se negó a desarmar a los campesinos alistados en sus filas. Madero, con su vocación constitucionalista, era contrario a la violencia y a la profundización de la revolución a través de medidas expropiatorias.

Las contradicciones aumentaron en el plano político cuando el presidente, falto de cuadros con los que hacer funcionar la Administración incorporó a porfiristas y liberales a su gabinete, en el que había sólo dos revolucionarios. Para colmo, tras disolver el Partido Antirreeleccionista que le permitió acabar con el porfiriato, creó el Partido Constitucional Progresista, de planteamientos más moderados. La revolución comenzó a verse de muy diversas maneras según cual fuera el punto de referencia regional desde donde se interpretaba la marcha de la misma. Junto con aquellos que nos hablan de una revolución agraria o de una revolución social, están los que prefieren presentar los sucesos revolucionarios como una revolución indígena, una revolución obrera o incluso una revolución burguesa. Las cosas no quedan demasiado claras cuando se habla de revolución agraria, ya que las reivindicaciones de los trabajadores de las grandes haciendas norteñas no eran similares a las de los campesinos del centro y del sur del país, caracterizados por una mayor densidad de población y una mayor presión sobre las tierras cultivables. Las diferencias regionales que han permitido hablar de muchos "Méxicos" son las que también permiten hablar de varias revoluciones a la vez. Y quien habla de varias revoluciones habla de distintos proyectos revolucionarios, cuya sola existencia explica la virulencia y la larga duración de los enfrentamientos armados que siguieron al triunfo de la revolución, así como de las grandes contradicciones que opusieron entre sí a los principales líderes y caudillos revolucionarios y sus seguidores.

Madero tuvo que hacer frente a una creciente conflictividad. Ante la timidez de las medidas adoptadas por el gobierno en materia agraria, Zapata se enfrentó al presidente y posteriormente la situación se agravó con el alzamiento de Orozco en Chihuahua. Se llegaba así al conflicto armado. El 28 de noviembre de 1911 Zapata lanzó el Plan de Ayala, que reconocía las reivindicaciones de los campesinos y preveía la expropiación, previa indemnización, de la tercera parte de los grandes latifundios. Simultáneamente Zapata reconoció a Orozco como jefe de la revolución, ante lo cual Madero decidió reprimir a los rebeldes, destacando para tal fin a un ejército al mando del general Victoriano Huerta, un militar proveniente del ejército porfirista. Cumplido su cometido, Huerta fue enviado a la Ciudad de México a someter un alzamiento de Félix Díaz, un sobrino del ex dictador. Tras un enfrentamiento algo teatral en el centro de México, Huerta y Díaz, con la bendición del representante norteamericano, se pusieron de acuerdo para derrocar a Madero. El presidente fue "hecho prisionero" y luego fue rápidamente asesinado. El atentado contra Madero mostró de una manera descarnada las ambiciones presidencialistas de un Huerta caracterizado como traidor o usurpador y conocido por el ejercicio tiránico del gobierno. El terrible magnicidio abrió las puertas para la profundización de la revolución, aunque antes sería necesario remover algunos obstáculos considerables que se interponían en el camino.

El nuevo presidente tuvo que hacer frente a importantes disenciones, como la oposición de Pancho Villa, que tenía su base de actuación en el estado de Chihuahua y la de Venustiano Carranza, un rico hacendado que había sido senador porfirista y gobernador maderista del estado de Coahuila. Este último lanzó el plan de Guadalupe, donde planteaba la Revolución Constitucionalista contra el usurpador Huerta, al que terminaría desplazando de la dirección del movimiento revolucionario. El presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, no reconoció al gobierno de Huerta, pese a que el apoyo del representante diplomático norteamericano, Henry Lane Wilson, fue lo que le permitió llegar a la presidencia. El presidente Wilson intentó infructuosamente apoyar a los constitucionalistas, y con el pretexto de un incidente armado entre fuerzas huertistas y otras norteamericanas que vigilaban la zona petrolera de Tampico, ordenó la ocupación norteamericana del puerto de Veracruz, consumada el 21 de abril de 1914, privando a Huerta de las vitales rentas aduaneras. Pese a las numerosas interpretaciones que insisten en la importancia del petróleo y de las presiones de los Estados Unidos sobre la marcha de los sucesos revolucionarios, la principal explicación de las caídas de Huerta y de Madero debe buscarse en la evolución de los sucesos internos y en la correlación de fuerzas entre los grupos participantes en el conflicto. Mientras Pancho Villa y su División del Norte incrementaban sus acciones armadas, el agrarismo de Zapata seguía vivo en Morelos, al no haber sido doblegado por la represión organizada por el poder central.

La acción convergente de ambas fuerzas arrinconó al gobierno de Huerta, quien terminó huyendo el 14 de julio de 1914. El 20 de agosto los constitucionalistas ocupaban la Ciudad de México y abrían una nueva etapa en el proceso revolucionario. La derrota de Huerta y la disolución del gobierno central supuso un duro golpe a la gobernabilidad del estado revolucionario mexicano. La fragmentación amenazó al país y los principales caudillos rurales (que carecían de experiencia política) y sus bandas armadas se hicieron con el poder en las regiones y comenzaron a tomar decisiones políticas de cierta relevancia. Con el objetivo de acabar con la anarquía, ampliar el consenso social y facilitar la gobernabilidad del país los principales líderes constitucionalistas comenzaron a esgrimir con mayor determinación las promesas de reforma agraria. Se trataba de pacificar a los campesinos y de ganarse su favor. Dadas las enormes contradicciones existentes entre los distintos grupos y el personalismo y las ambiciones personales de los líderes más destacados, las alianzas que se pactaban eran sumamente débiles. Esto fue lo que también ocurrió con la unión forjada en la oposición a Huerta, que tras la ocupación de la capital, tuvo serios problemas para mantenerse. Carranza intentó hacerse con la Jefatura Suprema, pero tanto Villa como Zapata se opusieron a sus propósitos y en noviembre lo expulsaron de la capital, recomenzando con los enfrentamientos armados. Carranza se refugió en Veracruz, desde donde controlaba la principal fuente de recursos fiscales del país: las rentas aduaneras.

Con el apoyo de Alvaro Obregón, líder de los revolucionarios de Sonora, y de los Estados Unidos, Carranza reconquistó el poder, tras acabar con los agraristas, cada vez más divididos. Obregón se mostró como el verdadero hombre fuerte del régimen y aumentó su influencia en el entorno de Carranza, cuyo gobierno fue reconocido por los Estados Unidos en octubre de 1916. Uno de sus principales objetivos era la progresiva institucionalización y consolidación de la revolución. Estando en Veracruz incluyó entre los objetivos constitucionalistas la reforma agraria, la sindicalización de los obreros y el derecho de huelga. Su actuación posterior sobre varios flancos sería decisiva en la pacificación del país. Si por un lado derrotó en 1915 a Pancho Villa, en Celaya, lo que permitió que la conflictividad impulsada por Villa y Zapata comenzara a remitir, por el otro disolvió al ejército federal y eliminó una de las escasas bases de poder que le quedaban a la oligarquía porfirista.

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