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Como los emperadores posteriores, Tiberio fue el máximo responsable de la supervisión de la religión romana desde el cargo de Pontífice Máximo, Pontifex Maximus, quien garantizaba la cohesión entre la religión y el poder político. Uno de los rasgos particulares de la política religiosa de Tiberio se constata en su falta de permisividad ante la práctica de cultos extranjeros en la ciudad de Roma. No sólo persiguió a magos y adivinos sino que prohibió el culto a Isis, que contaba con muchos seguidores, y expulsó a los judíos de la ciudad. Nos consta que destinó escasos fondos para la restauración de templos o construcción de otros nuevos -éstos fueron el de Castor y Pollux y el de Concordia-, pero ello se justifica bien teniendo presente la gran obra de construcciones religiosas realizada por Augusto así como las dificultades del Tesoro. Por ello, creemos que la afirmación de Suetonio (Tib., 69) de que Tiberio fue indiferente ante los dioses no responde a la realidad de su política; como máximo, refleja el grado de sentimiento interior de lo religioso, cuestión que sólo afecta al ámbito de lo privado. Por otra parte, las noticias de Tácito (Ann., III,58 ss.) sobre la revisión hecha por Tiberio de los derechos de asilo y de otros privilegios concedidos a templos de Oriente son igualmente indicativas de su doble preocupación por la administración y por el respeto a las tradiciones religiosas de otros pueblos. Pues ante el amparo del derecho de asilo escapaban de la justicia algunos malhechores y los privilegios de algunos templos así como la vinculación de los mismos a una u otra ciudad eran una fuente irregular de ingresos que el Estado pretendió regular.

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