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Rango

Edad Moderna

Desarrollo


La escasez de testimonios documentales sobre la mujer en los oficios artísticos es patente, a pesar de que la mayoría de estos trabajos se realizaban en talleres familiares, con lo que parece obvio que debía colaborar activamente la mujer. (117) Esta ausencia es justificable porque en la legislación existente, la mujer era sólo mayor de edad a los 25 años en los reinos de España y para cualquier proceso necesitaba, por ser menor de edad, una persona que le representase, un curador. Cuando la mujer era casada, no podía por ley dar o hacer ningún documento legal sin la autorización del marido. Las fórmulas de los inicios de un contrato evidencian esa realidad: "Con licencia, autoridad poder e facultad complida y expreso consentimiento que pido e demando a vos..." Pero también era cierto, que ese sometimiento no pasaba, a veces, de ser pura fórmula. También resulta curioso y favorecedor a la mujer constatar que ningún hombre casado solía hacer un contrato de compra o venta sin citar y comprometer a la mujer. Cuando la mujer enviudaba siendo mayor de edad -porque en caso contrario necesitaba seguir teniendo un curador-, su papel era ya preponderante y de plena libertad ante la ley. En el modelo de sociedad existente entre los siglos XVI al XVIII, la viudez parece que fue el estado ideal para que la mujer ejerciera las funciones profesionales relacionadas con el arte, al menos con plena libertad. Un caso similar se dio ante la emigración masculina a América.

Cuando el marido se marchaba lejos, dejaba plenos poderes a la mujer y así ésta funcionaba como una viuda, sin serlo. Ni en los gremios ni en las cartas de aprendizaje aparecen nombres de mujeres. Donde sí aparecen con frecuencia es en calidad de curadoras de sus hijos a quienes "ponen" a servir en un oficio para que aprendan dicho oficio. También aparecen como fiadoras en importantes empresas de trabajo de sus maridos. También es frecuente encontrar mujeres en oficios no estrictamente artísticos. Existen cartas de obligación o contratos de moza de soldada, es decir, chica de servicio para las tareas domésticas, sorprendiendo las edades tan tempranas en que comenzaban a servir, aún en la infancia, entre 10 y 12 años. Quizá era la manera de tenerlas alimentadas y asegurarles el ajuar de su boda, como aparece especificado en casi todos los contratos. Pocas veces eran personas mayores las que se hacían cargo de las tareas de lavar y servir. También aparecen contratos de trabajo con pasteleros. Fuera de estos casos, la documentación apenas refleja la actuación profesional de las mujeres, ni siquiera en profesiones que parecerían propias de la mujer, como es la enseñanza. En la documentación aparece un caso en el siglo XVI de una mujer que se compromete a que enseñará "a coser e labar y leer y cantar" (118) La enseñanza de leer y escribir con las reglas para las cuentas correspondía generalmente a maestros. (119) La documentación refleja que era frecuente encontrar mujeres en oficios no estrictamente artísticos.

Así aparecen cartas de obligación o contratos de mozas de soldada, chicas de servicio para las tareas domésticas, de las cuales sorprende las edades tan tempranas en que las ponen, entre 10 a 12 años, pues era la manera posiblemente también de tenerlas alimentadas y asegurarles el ajuar de su boda, como aparece especificado en casi todos los contratos. Otras veces eran personas ya mayores las que se hacían cargo de las tareas de lavar y servir, pero no eran frecuentes estos casos. Y es que seguramente, estas mujeres además de servir en la casa, trataran también de alguna manera de ayudar en el taller, como ocurrió con María de Robos, viuda de Alonso de Altejos, que se puso a trabajar en 1531 con Melchor de Nájera, entallador, por un espacio de dos años. Gráfico La presencia de la mujer, aunque menor, también se dio en los oficios artísticos. En la documentación, primero se citaba a la mujer para hacer referencia después al marido y su profesión. Esto era especialmente frecuente en los censos de las casas en que se daban los lindes con las casas contiguas señalando a veces el nombre de la mujer como propietaria con el nombre y ofcio del marido, por ejemplo: "casas de la muger de Diego platero que tiene ad vitam e refacionem... e de la otra parte casas de la mujer de Diego Barroso platero" E igual ocurría muchas veces en ventas y censos, así "vendemos a María Hernández, muger de Martín de Pernías, bordador, vecino desta villa de Valladolid.

.." El panorama de trabajo de la mujer variaba cuando ésta enviudaba. En la nueva situación, la mujer se hacía cargo del taller del marido, y no como propietaria de la tienda, que generalmente el ejercicio del oficio llevaba consigo, sino como una auténtica dueña y, por lo tanto, también maestra de taller. Sólo en contadas ocasiones, la mujer recurría a algún oficial del marido, lo que manifestaba que sabía el oficio y que habitualmente había ayudado en dicho oficio y taller. Los trabajos artísticos eran siempre trabajo de oficio aprendido en la práctica de taller, aunque en la carta de aprendizaje aparezca la palabra "Arte", como por ejemplo, "el Arte de la pintura". Siempre el arte requería una técnica y ésta un aprendizaje, y ese aprendizaje había que hacerlo en un taller reconocido. El adiestramiento se iniciaba generalmente al final de la infancia o, a lo más tardar, en los inicios de la adolescencia. El maestro enseñaba el oficio para que el joven pudiera, previo examen de dos veedores de dicho oficio, ejercerlo. Aunque había una serie de ocupaciones que requerían más años de aprendizaje y otros menos, el promedio era de tres años y medio. El muchacho en el siglo XVI y XVII se quedaba a vivir con el maestro y éste se comprometía a darle cama, comida, vestido y calzado, a cambio el muchacho le debía servir en su oficio, y al final del aprendizaje recibía, y en esto había gran variedad, las herramientas de trabajo y generalmente ropa nueva y buena, y también, muchas veces, algún dinero.

El maestro disponía así de oficiales y aprendices que le ayudaban en el taller con el mínimo gasto, pero a cambio ellos aprendían los secretos del buen hacer del oficio. Esta forma de funcionar solía estar regulada por los gremios, si los había, y si no por la costumbre. Esta forma de actuación hacía inviable el contrato de mujeres para aprender el oficio, porque no estaba bien visto, salvo en moza de soldada, que la mujer trabajara fuera de casa. Pero, lógicamente, si el taller era del marido o del padre o a veces del hermano, entonces ayudaba y trabajaba sin figurar en el gremio. Hoy diríamos que era lo más parecido a una economía sumergida. Esa permanencia en el taller originaba de manera natural muchos matrimonios, habituales entre personas del mismo oficio o en oficios complementarios. Según pasaba el tiempo hubo ligeras variaciones de los años de aprendizaje e incluso se perfiló una mayor humanización en los contratos, especificándose el cuidado en la enfermedad siempre que ésta no pasara de 15 días. Entre los oficios más representativos destacó siempre el de la carpintería. Hasta el siglo XV, el carpintero era el constructor de las casas, por lo tanto, su oficio era realmente de arquitecto y maestro de obras. Puesto que las casas necesitaban una estructura lignaria, esta era la parte más específica de su oficio. Aunque también los maestros canteros y los tapiadores formaban parte de los oficios de la construcción, el carpintero en el siglo XVI y hasta mitad del XVII, fue el verdadero maestro de obras, alarife y ebanista.

Un maestro carpintero como Toribio de la Cruz, en los inicios del siglo XVII en Valladolid, tan pronto tomaba a su cargo realizaciones de obras, como se erigía, en otros casos, en maestro de obras, realmente arquitecto, comprometiéndose en carta de aprendizaje a enseñar hacer "cofres y arcas y vancos y camas y herradas y demas cosas tocantes al dicho oficio de carpintería de tienda y de obras de carpintería de fuera". Por otra parte, también se constata que los entalladores hacían muebles como mesas de visagras, aunque no fuera propio de un entallador. Un caso entre muchos de mujer relacionada con este gremio fue el de Florencia Sánchez, mujer del carpintero Luis de Valladolid, y clásico ejemplo de mujer viuda que siguió con los encargos hechos a su marido, al tener un hijo y un yerno carpinteros. En los oficios que había que trabajar a la intemperie, canteros, alarifes, ingenieros, había también algunas mujeres excepciones. El caso más conocido es el de la cantera María Pierredonda a la que en un momento determinado se le requiere para dar su opinión nada menos que en la obra de un puente, empresa posiblemente heredada del padre. Es curioso, además, que en el documento se advierte que no vaya el marido, porque no entiende de estos negocios. (120) Un caso muy interesante por ser un tipo de ingeniería fue el Susana Venger, también viuda, mujer que fue de Roberto Ramirez ingeniero. "Y dijo que ella tiene a su cargo el injenio de agua de la rivera de su Majestad y norias y fuentes del Palacio Real desta dicha ciudad en dos mil y cien reales en cada un año y le a tenido a su cargo ocho años a esta parte.

.." (121) Aunque el arte de hilar se ha considerado femenino, en el siglo XVI la realización de tapices y alfombras era masculino. En los talleres familiares donde se realizaban, la presencia de la mujeres parece evidente, pues siempre ha habido ilustraciones con mujeres trabajando en talleres de tapices. Algo similar ocurría con el bordado, que en el siglo XVI era típicamente masculino. El bordador realizaba el trabajo tanto de los vestidos como el de las ropas de culto. En las cartas de aprendizaje se especificaba la enseñanza del bordado "asy de corte como de iglesias e ymagenes." Habrá que esperar a muy entrado el siglo XVIII para que la mujer empiece a invadir el campo del bordado hasta desplazar al hombre en el siglo XIX. Además del bordado, hubo también muchas mujeres que trabajaron en el gremio de la platería, la mayoría viudas de platero, que regentaban una tienda donde solía haber "diversos papeles de sortijas, anillos, arracadas y otras menudencias de plata que no son de marca." (122) También se dedicaron a tareas de pintura. En las obras de pintura y dorado de la ermita de Santa Ana de Pozuelo de la Orden de Valladolid, llevadas a cabo por el maestro Ignacio Fuertes, dorador y pintor de Valladolid, se ha detectado la presencia de una mujer. En las cuentas aparecen pagos a una mujer doña Isabel. No deja de ser también muy interesante encontrar mujeres en el campo del negocio del teatro. En 1613, Alonso Riquelme y Catalina de Belalcazar, su mujer, trabajaban como autores de comedias en Sevilla.

Cinco años más tarde, Alonso Riquelme, autor de comedias para la fiesta de la Virgen de agosto en León "cobra de Cristóbal Ortiz y Ana María de Rusera su mujer, representantes de la dicha Compañía.." Hubo también mujeres que ya viudas llegaron a convertirse en grandes fortunas, pues se dedicaron a la banca y el comercio con cierto éxito. Se trataba de un comercio artístico, con mercadurías, especialmente tapices, procedentes de Flandes e Italia. Un ejemplo de las primeras décadas del siglo XVI, fue el de Inés de la Cadena, mujer que fue de Martín de Soria, vecino de Burgos. También en los inicios del siglo XVII destacó Cornelia Vander de Fort, viuda de Enrique de Fort mercader. Cornelio continuó activamente el comercio con telas y muebles algunos importados de Alemania. También, María de Xerez, viuda del mercader Alonso de Bargas, mantuvo un activo comercio con Flandes.

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