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La identidad

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Si en el campo de la arquitectura y de la escultura alternan las tendencias conservadoras y clasicistas con algunos planteamientos novedosos y originales, llamados a más amplia proyección, no hemos de pensar que entre los pintores las actitudes fueran diferentes. En efecto, es más que probable que, a lo largo de su vejez, Apeles se mantuviese fiel a su estilo, formado en la escuela de Sición y en la corte de Alejandro. Otro famoso pintor amigo suyo, el infatigable y minucioso Protógenes, le acompañaría en sus principios estéticos, si, como sugieren los textos, levantaba el entusiasmo de conocidos clientes de la escuela de Lisipo, como eran los ciudadanos de Rodas y Demetrio Poliorcetes. Este último, según se cuenta, incluso respetó la casa del artista mientras combatía a los rodios. Pero, frente a estos mantenedores de la tradición, las fuentes escritas nos recuerdan a artistas más independientes y creativos. Es el caso, por ejemplo, del pintor Antífilo, que trabajaba en la corte de Ptolomeo I y era considerado enemigo personal de Apeles. Su actividad polifacética le llevó tanto a la creación de un género caricaturesco, el de los grìlloi o negritos cabezudos, que tendrá enorme éxito en Roma, como a análisis lumínicos bastante audaces: es lo que parece evocarnos Plinio cuando, para describir una de sus obras, nos dice: "se admira un niño soplando en un fuego que ilumina a la vez la casa -muy bella por cierto- y la cara del niño" (NH, XXXV, 138).

Pero acaso más interesante aún fue Teón de Samos, que mantenía una estética llamada a los mayores éxitos: era el principio de la "phantasía", definida por Quintiliano como la capacidad de evocar "la imagen de cosas ausentes con tal intensidad que se cree verlas con los propios ojos y parecen presentes" (Inst. Or., XII, 10, 6). Según añade sabiamente el orador, "quien controle bien este arte tendrá absoluto dominio sobre los sentimientos". Un ejemplo de esta pintura directa, retórica y sugestiva nos es descrito en un texto de Eliano (Var. Hist., II, 44), que precisamente se titula "Descripción de un cuadro del pintor Teón", y que muestra un guerrero surgiendo de la puerta de una muralla: "Este joven soldado se lanza lleno de ardor al combate. Diríasele presa de un ataque de furia, como inspirado por Ares. Sus ojos lanzan una mirada terrible... Comienza ya a protegerse tras el escudo; blande su espada con aspecto sanguinario y ojos asesinos... Teón no se ha preocupado por representar más... Le ha bastado este simple hoplita para cubrir las exigencias del cuadro". Ciertamente, se trata de una descripción vivaz; su tensión y expresividad casi nos inclinan a ver en Teón, como algunos han querido, el autor de un famoso cuadro, conocido a través de copias pompeyanas, con el tema de Aquiles en Esciro: el dinamismo de la acción, la intensidad retórica de las miradas, nos hablan de un lenguaje semejante, aunque el protagonista está aquí rodeado de personajes y objetos. De cualquier modo, tanto Teón como este cuadro parecen dirigirnos sin posible vuelta atrás hacia el barroco pergaménico.

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