Compartir


Datos principales


Rango

Barroco14

Desarrollo


Murillo nació en Sevilla en los últimos días de 1617, siendo bautizado el 1 de enero de 1618. Comenzó así una vida apacible, sin grandes contratiempos personales ni reveses de la fortuna. Su formación artística la llevó a cabo en el taller sevillano del modesto pintor Juan del Castillo, aunque la completó con el estudio de las obras de Herrera el Viejo y Zurbarán, los más importantes pintores de la Sevilla de su juventud, y en el conocimiento de los cuadros de Ribera y de las escuelas italiana y flamenca que por entonces existían en las colecciones sevillanas.Sus primeros trabajos pertenecen a la década de los cuarenta, y en ellos sigue la estética del naturalismo tenebrista imperante en la época. Modelos concretos, presencia de contrastes luminosos e interés por los elementos de naturaleza muerta caracterizan sus obras de este período, en las que utiliza un dibujo preciso, tonos apagados y una factura un tanto seca. Con este lenguaje realizó hacia 1645 su primer encargo importante: la serie de once grandes lienzos destinados a ornar el claustro chico del convento sevillano de San Francisco, hoy dispersa, en los que representó distintos episodios de la vida de varios santos de la orden (San Francisco confortado por un ángel y San Diego dando de comer a los pobres, Madrid, Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Femando; La cocina de los ángeles, París, Museo del Louvre).

Poco después debió de pintar su famosa Sagrada familia del pajarito (antes de 1650, Madrid, Museo del Prado), en la que muestra las cualidades de su estilo juvenil, pero también su capacidad para captar el encanto infantil que anuncia su posterior interés por las escenas de niños.Su propia sensibilidad, la evolución general de la pintura y la presencia en Sevilla en los años cincuenta de Herrera el Mozo, formado en el barroco decorativo italiano, contribuyeron al cambio estilístico que se produjo en su pintura de esta década, en la que abandonó el claroscurismo y los estudios de luz artificial, así como la definición plástica de los volúmenes. El San Antonio de la catedral sevillana (1656) muestra esta inflexión de su arte, y también su alejamiento de la escala monumental de las figuras y su creciente interés por la luminosidad, expresada sobre todo en aparatosos rompimientos de gloria, en los que su pincelada empieza a adquirir la ligereza que imperará en su plenitud. Se puede considerar que ésta comienza hacia 1660, momento en el que sus lienzos presentan ya la soltura de pincel y la riqueza cromática y lumínica que caracterizan su mejor arte, en el que también destaca su admirable capacidad compositiva y el tratamiento elegante e idealizado de los modelos, generalmente verosímiles, pero ajenos a la concreta individualización anterior. En este paso definitivo de su evolución pictórica debió de jugar un importante papel su estancia en la corte en 1658, donde pudo admirar las ricas colecciones reales y las obras de Velázquez, recibiendo de ellas una influencia decisiva que le reafirmó en el camino emprendido.

En 1665 se inauguró la remodelación de la iglesia sevillana de Santa María la Blanca, antigua sinagoga, que fue patrocinada por el canónigo Justino de Neve, uno de los principales clientes de Murillo. Por su encargo el pintor ejecutó cuatro lienzos para la decoración del templo, en formato de medio punto, dos de los cuales tienen como tema la fundación de la basílica romana de Santa María la Mayor: El sueño del patricio Juan y El patricio revela su sueño al papa Libero (h. 1662-1665, Madrid, Museo del Prado). Concebidos con un estilo íntimo y cálido, destaca en ellos el abocetamiento técnico y la belleza de los efectos lumínicos. También en 1665 contrató veintidós pinturas para. el convento sevillano de los Capuchinos, destinados al retablo mayor y a los retablos de las capillas laterales, la mayoría de las cuales se encuentran hoy en el Museo de Bellas Artes de la ciudad hispalense. Todo el conjunto constituye un espléndido muestrario de la habilidad compositiva, del dominio de recursos técnicos y de la elegancia formal que imperan en su arte, con el que consigue plasmar la emotiva espiritualidad exigida a la pintura de la época (Santas Justa y Rufina, h. 1665-1666; Santo Tomás de Villanueva h. 1668; San Francisco abrazando a Cristo en la Cruz, h. 1668; Adoración de los pastores, h. 1668; Sevilla, Museo de Bellas Artes).Entre 1670 y 1674 participó en la decoración de la iglesia del Hospital de la Caridad, siendo éste el último gran encargo de su vida.

La ornamentación del templo fue proyectada por su amigo don Miguel de Mañara, hermano mayor de la Hermandad de la Caridad, quien ideó un programa basado en la exaltación de la caridad cristiana como medio de salvación y en el desprecio de las riquezas y de las glorias terrenas. Valdés Leal se ocupó de los cuadros alusivos a la muerte y a las miserias de las vanidades humanas, y Pedro Roldán plasmó en su grupo del Santo Entierro del retablo mayor una de las obras de misericordia, representando Murillo las otras seis a través de los siguientes temas: Milagro del pan y de los peces, Moisés en la roca de Horeb, El regreso del hijo pródigo, La curación del paralítico, La liberación de san Pedro y Abraham y los tres ángeles, de los cuales sólo los dos primeros permanecen in situ, habiendo sido despojada la iglesia de los restantes por el mariscal Soult durante la invasión napoleónica. Murillo pintó también para este templo San Juan de Dios y Santa Isabel de Hungría, completando así uno de los conjuntos más impresionantes del barroco andaluz.Poco antes de morir emprendió una nueva empresa importante: el retablo mayor de la iglesia de los Capuchinos de Cádiz, del que sólo inició el gran cuadro central (Desposorios de santa Catalina, terminado por su discípulo Francisco Meneses Osorio, Cádiz, Museo de Bellas Artes), porque una desgraciada caída del andamio cuando estaba trabajando en él le llevó a la muerte en 1682.

Durante su trayectoria artística, además de las series, Murillo realizó numerosos cuadros, entre los que destacan los dedicados a la Inmaculada Concepción, uno de los temas que más han contribuido a difundir su fama. El fervor mariano español impulsó este tipo de representaciones a lo largo del siglo, concebidas con quietud y recogimiento en la primera mitad de la centuria para evolucionar después a formas más dinámicas y aparatosas. Murillo fue sin duda el más importante creador de esta tipología, desde la sencilla y grandiosa monumentalidad de la Concepción de los franciscanos (h. 1652, Sevilla, Museo de Bellas Artes), hasta la dulzura sentimental de la Inmaculada del hospital de los Venerables (h. 1678, Madrid, Museo del Prado), llamada popularmente de Soult porque perteneció a este mariscal francés. En ella, como en tantas otras (sala capitular de la catedral sevillana; Sevilla, Museo de Bellas Artes; Madrid, Museo del Prado), Murillo reflejó la devoción de un pueblo con un lenguaje delicado y armonioso, de extraordinarias calidades pictóricas, con el que anunció la sensibilidad del Rococó.Su dedicación al retrato, por lo que se conoce, fue escasa, aunque a lo largo de su vida realizó algunos ejemplos interesantes por la variedad de su concepción (Don Antonio Hurtado de Salcedo o El cazador, colección privada; Autorretrato, h. 1670, Londres, The National Gallery; Josua Van Belle, 1670, Dublín, National Gallery of Ireland; Nicolás de Ormazur, 1672, Madrid, Museo del Prado).

Pero sin duda su más original aportación temática fueron las escenas infantiles, sin precedentes en la pintura española. El origen de este tipo de cuadros se encuentra en el sentimiento religioso de la época y en el interés de Murillo por las representaciones de niños, lo que le indujo a tratarlos en su madurez de forma aislada, vinculándolos en el terreno religioso a la infancia de Jesús y de san Juan Bautista, para ampliar después esta renovada iconografía a otros santos (El Buen pastor, San Juanito, Los niños de la concha, Madrid, Museo del Prado; San Juanito y el cordero, Londres, National Gallery; Santo Tomás de Villanueva niño reparte su ropa, Cincinnati, Cincinnati Art Museum). Ya desde los comienzos de su producción Murillo se sintió atraído por los asuntos de género protagonizados por niños, como puede apreciarse en el Niño espulgándose del Museo del Louvre (h. 1645-1650), probablemente derivado de ejemplos nórdicos. Sin embargo, la expresión melancólica de esta obra desaparece en las escenas infantiles de carácter profano que pintó en la última etapa, de su vida, las más características, en las que plasma escenas populares con niños alegres y desenfadados, que con su apacible espontaneidad hacen olvidar la pobreza de sus vestimentas (Dos niños comiendo de una tartera, Niños jugando a los dados, Munich, Alte Pinakothek; Invitación al juego de pelota a pala, Londres, The National Gallery).Con estos cuadros Murillo ejerció una amplia influencia en el arte dieciochesco, que reconoció la extraordinaria calidad de su obra, estimación que debe acompañarle siempre, porque su arte está por encima de modas pasajeras.

Obras relacionadas


Contenidos relacionados