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Vida cotidiana

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En el Siglo de Oro la mujer tenía básicamente tres funciones: ordenar el trabajo doméstico, perpetuar la especie humana y satisfacer las necesidades afectivas de su esposo. Esa es la razón por la que el matrimonio sería un fin para la mujer. Para contraer matrimonio las féminas debían aportar una dote cuyo valor variaba en función de las condiciones económicas de la futura esposa. La dote sería un importante problema para algunos padres por lo que aparecieron instituciones que dotaban a las muchachas pobres. En las clases hidalgas numerosos matrimonios eran concertados de antemano por lo que este fenómeno produciría fracaso matrimonial y abundancia de relaciones extramaritales. Los bastardos serán una consecuencia de estas relaciones extramatrimoniales. La soltería tenía un sentido peyorativo entre las mujeres de las clases medias. Esa es la razón por la que las mujeres se preparaban casi exclusivamente para el matrimonio, convirtiéndose en doncellas. De ella se esperaba que fuera obediente, casta, retraída, vergonzosa y modesta. Debía ser callada y estar encerrada en casa. La mujer pasaba de depender del padre a depender de su marido. Uno de sus escasas vías de escape será el templo por lo que las iglesias acabarían convirtiéndose en punto de cita. Otra de las fórmulas para escapar del aburrido hogar era taparse con una capa desde la cabeza hasta los pies y mezclarse con el gentío de la calle. A pesar de las limitaciones matrimoniales, el matrimonio era preferible a la soltería.

Siempre quedaba la posibilidad del adulterio, algo bastante común tanto entre hombres como entre mujeres. Evidentemente, el tratamiento social y legal era diferente si lo cometía uno u otra. Si la mujer casada era sorprendida en pleno adulterio, el marido tenía la potestad de matarla en ese momento, siempre y cuando también ejecutase al amante. Si el marido tenía solo sospechas de adulterio, debía denunciar el caso ante los tribunales y cuando fuera probado, los culpables eran entregados al marido para que hiciese justicia o los dejara libres. Lo habitual, a pesar de los que ocurría en las comedias de capa y espada, era que el marido perdonara la vida a los adúlteros. Parece ser que la virginidad en el Siglo de Oro era un bien bastante escaso, siempre si tenemos en cuenta las informaciones de los literatos. Tirso de Molina dice que "doncellas y Corte son cosas/ que indican contradicción". Quevedo dice "Solían usarse doncellas/ cuentanlo así mis abuelos./ Debiéronse de gastar/ por ser muy pocas, muy presto" mientras que Alonso de Malvenda escribe "Invisible y enfadosa/ sin duda es la doncellez/ pues en los tiempos que corren/ ninguno la puede ver". A pesar de que era difícil encontrar mujeres vírgenes, siempre eran muy preciadas por los hombres. La reparación de virgos debía ser un fenómeno bastante generalizado y en algunos casos se llegó a realizar incluso en cinco ocasiones. Las celestinas eran las encargadas de realizar estas operaciones, al tiempo que también se dedicaban a depilar, hacer filtros amorosos o buscar amantes. El celestineo era una profesión que generaba pingües beneficios y de ella decía Cervantes que era "indispensable en toda república bien organizada".

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