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Contrariamente a lo que ocurrirá en el Pacífico, donde las importantes acciones navales se dirimieron entre portaaviones y, a veces, entre las grandes unidades de las flotas enfrentadas, en el Atlántico y Mediterráneo -principales escenarios navales de la guerra marina en Europa- los choques en superficie fueron realmente escasos, predominando la guerra submarina, tal como se está viendo. A comienzos de 1942 las Marinas de superficie en Europa habían quedado depauperadas. Gran Bretaña había perdido en su lucha con Alemania, Italia y Japón una docena de grandes buques y debía dedicar el grueso de los que le quedaban a dominar el Mediterráneo y a controlar los accesos sur hacia el Canal de Suez y la ruta hacia la India, quedándole muy poco más en el Mar del Norte. Claro que tampoco precisaba demasiado. Los buques importantes que le quedaban a Alemania, Scharnhorst y Gneisenasu, no constituían una amenaza refugiados en el puerto francés de Brest, donde continuamente eran dañados por las incursiones aéreas británicas. Pero el 15 de enero hubo conmoción en el Almirantazgo: el gran acorazado Tirpitz, gemelo del Bismarck y aun mejorado en lo que a defensa antiaérea, medios de detección y puntería se refiere, se había hecho a la mar, abandonando el Báltico y alcanzando Trondheim. La presencia del gran buque era preocupante tanto para los convoyes que Gran Bretaña enviaba a la URSS como para la navegación con el Reino Unido, que no podía olvidar la vieja amenaza del Bismarck, sólo que en ese momento no disponía Londres de buques capaces de enfrentarse al poderoso navío de Hitler.

En Scapa Flow tenían 4 acorazados, que no podían medirse al Tirpitz (21). Churchill escribía el 25 de enero a su Estado Mayor: "Toda la estrategia de la guerra gira en estos días en torno a ese acorazado, que inmoviliza cuatro grandes buques de combate británicos, sin contar con los dos acorazados americanos existentes en el Atlántico..." El premier británico, que pedía en su nota planes para poner fuera de combate a aquel peligro, tenía razón en sentirse inquieto. Berlín meditaba un plan que hubiera podido dar a los alemanes el temporal dominio del Mar del Norte, y la capacidad de semiaislar al Reino Unido durante algunas semanas. En efecto, desde enero planificaba el gran almirante Raeder, jefe supremo de la marina de guerra alemana, el paso de sus dos acorazados pequeños desde Brest hasta los puertos noruegos; debía acompañarles el crucero pesado Prinz Eugen, que estaba en Francia desde que regresó de la fracasada Operación Bismarck, en junio del año anterior. Hitler, atormentado por el ya reiterado temor a una invasión de Noruega, alentó la operación. De los dos itinerarios posibles, el Canal de la Mancha y el Atlántico norte, atravesando el estrecho de Dinamarca, el primero parecía suicida y el segundo lo era. Raeder descartó la segunda vía porque los buques, tras una larga inactividad, múltiples preparados para un recorrido tan duro, largo y peligroso. El primer itinerario era muy expuesto, pero ofrecía la ventaja de que los británicos no podrían creerse que los alemanes se atreverían a cruzar ante sus costas a medio día.

Londres tuvo, sin embargo, puntual información de que los buques alemanes preparaban su marcha y suponían incluso la hora de partida, porque su espía Philippon logró captar lo que se proponían los alemanes y pudo transmitirlo. Los comunicados del espía quedaban corroborados por la limpieza de minas que los alemanes estuvieron haciendo en el Canal. Sin embargo, el 11 de febrero de 1942 la suerte se alió con los alemanes. Dos aviones británicos debían estar observando continuamente la salida de Brest, pero uno tenía el radar averiado y el otro no realizó la misión. Más aún, el Almirantazgo británico esperaba que los buques se hicieran a la mar hacia las 19 horas, pero un ataque aéreo, que no les causó daños, demoró la salida hasta las 23. El crucero Prinz Eugen y los acorazados Scharnhorst y Gneisenau, escoltados por 6 destructores y 3 torpederos navegaron durante 12 horas sin que Londres tuviera noticia alguna. Frente al Havre, cuando amanecía el día 12, se reforzó la escolta con 8 torpederos más y once lanchas rápidas, a la vez que los aviones del coronel Galland -16 cazas continuamente en el aire-, cerca de los buques iniciaban su vigilancia. A las 11 fueron avistados los buques alemanes por un avión británico. Su información pareció una broma: "¡El Canal, frente a Dover, lleno de navíos de guerra nazis!" El Almirantazgo recibió la noticia después de las 12 y las baterías de costa recibieron la orden de hacer fuego más tarde de las 13 horas.

.. Dieciséis minutos después, algunos piques lejanos mostraron a los alemanes la actuación de los cañones de costa. Los buques, mandados por el almirante Ciliax, no padecieron daño alguno pero se había terminado la tranquilidad. Iniciaron los británicos su ataque con 6 Swordfish, biplanos anticuados que con sus torpedos habían destrozado a los italianos en Tarento (1940) y causaron la perdición del Bismarck (1941). Los 6 fueron derribados por la caza alemana. Ocho destructores intentaron atacar la formación con torpedos, pero no pudieron acercarse a distancia de disparo: sobre ellos cayó el fuego de centenar y medio de cañones de todos los calibres y los cazas les martirizaron con el fuego de sus ametralladoras, por lo que hubieron de retirarse con muchos daños. La aviación británica atacó repetidas veces, hasta totalizar 398 misiones, sin lograr colocar ni una sola bomba y perdiendo 77 aparatos a causa del densísimo fuego antiaéreo de los buques y, sobre todo, de los cazas de Galland, que perdió 17 aviones. Los buques de Hitler, en fin, lograron llegar a puertos alemanes, aunque el Scharnhorst tocó dos minas y padeció bastantes daños, y el Gneisenau chocó con otra, que también le obligó a largas reparaciones (22). La opinión pública británica no podía creerse la operación. En su editorial del día 14, The Times se indignaba: "El almirante Ciliax ha logrado un triunfo donde fracasó el duque de Medina Sidonia.

.. Desde el siglo XVI, no había ocurrido nada tan insultante en nuestras aguas para el prestigio de nuestro poderío naval..." Peor lo pasaban en el Almirantazgo, que veía cómo Hitler reunía entre el Mar de Noruega y el Báltico una notable flota compuesta por tres acorazados -entre ellos el Tirpitz-, 2 acorazados de bolsillo y 2 cruceros de batalla. Rápidamente reforzó su flota en Scapa Flow y puso en alarma a la escuadra norteamericana en el Atlántico... No había realmente razón para tanta alarma, dos acorazados estaban en reparación y el Gneisenau jamás volvería al mar: el crucero Prinz Eugen, dañado por un torpedo, tampoco estaba en condiciones de navegar. Por otro lado, Hitler no pensaba emplearlos contra Gran Bretaña, sino como defensa de Noruega ante el temido ataque aliado. Un testigo excepcional de aquellos hechos, desde el punto de vista alemán, el vicealmirante Friedrich Ruge, escribió: "Si bien la empresa suscitó admiración, y no menos en Inglaterra, significó, sin embargo, la renuncia a la guerra oceánica y facilitó la situación de la flota británica en una época especialmente difícil para ella". Efectivamente, la marina alemana de superficie, salvo esporádicas y poco importantes apariciones, desapareció en 1942 del mar. La única presencia de relieve estuvo a cargo de los cuatro corsarios camuflados que aún siguieron operando. El Thor, tras 8 meses de operaciones y cargado con buenas presas recaló en el puerto japonés de Yokohama, donde fue presa de un incendio fortuito. El Michel operó durante 9 meses y tras la captura o destrucción de 14 buques, regresó a puerto. Suya fue la más afortunada singladura, así como infausta resultó la del Komet hundido cuando acababa de abandonar el puerto. El cuarto y último tampoco regresó a casa: en cuatro meses de merodeo hundió cuatro buques y hubo de pelear duramente con el quinto, que pese a su inferioridad en armamento, le mandó al fondo del mar, donde ambos barcos se fueron juntos, en la tarde del 27 de septiembre de 1942.

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