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El amplísimo lapso de tiempo abarcado por las culturas del Próximo Oriente ha contribuido enormemente a proporcionar una copiosa documentación para la reconstrucción histórica. Inicialmente podemos distinguir dos secuencias informativas que mantienen una relación dialéctica entre sí y frente a los investigadores que las manejan: la arqueología y los textos literarios. Arqueólogos y filólogos difieren en sus procedimientos y, en buena lógica, sus resultados pueden ser con frecuencia divergentes. Esa realidad contribuye al progreso de la discusión que mantiene vivas las disciplinas dedicadas al estudio del Próximo Oriente, entre las que cabe destacar la Egiptología, la Asiriología, la Hititología y los estudios bíblicos. En el origen de la orientalística se encuentra, naturalmente, la exégesis bíblica. Gracias al libro sagrado de los judíos se logra una secuencia coherente de los acontecimientos, sobre la que se van articulando los documentos descubiertos con posterioridad. El desciframiento de las lenguas ha ido poniendo a disposición de los estudiosos abundante información que procede, en su inmensa mayoría, de los palacios exhumados por los arqueólogos. De esta manera se va tejiendo una doble interpretación que en muchas ocasiones no es coincidente en sus resultados. El caso más reciente y uno de los más espectaculares es el de Ebla, cuyo archivo con miles de tablillas, muchas aún inéditas, ha permitido una reconstrucción histórica más rica de lo esperado.

No menos llamativo resulta el ensayo para hallar la concordia entre Menes, Aha y Narmer -nombres proporcionados por las diferentes series informativas- en torno a la unificación egipcia. La doble secuencia -no siempre dispar- se reproduce en casi todos los yacimientos importantes, entre los que cabría recordar a modo de ejemplo los casos de Mari, Tell el-Amarna o Ugarit. Pero la información literaria no se reduce exclusivamente a las crónicas o los anales que registran los hechos gloriosos de los monarcas o a la administración palacial. A ello hay que añadir las inscripciones reales, la literatura pseudohistoriográfica y una ingente cantidad de textos religiosos, que nos permite acceder al mundo sobrenatural de aquellas poblaciones. Y no menos atractiva es la creación literaria y científica que nos sitúa en una privilegiada posición para comprenderlos en una dimensión que nunca podría habernos facilitado la arqueología. Esta, por su parte, proporciona datos fiables e indiscutibles en ocasiones por su carácter empírico. A pesar de ello, la combinación de sus procedimientos con los de otras disciplinas no ha logrado resolver uno de los problemas más espinosos de la historia del Próximo Oriente, como es la cronología. La imposibilidad de obtener una datación firme obliga a la adopción de compromisos que sin ser satisfactorios resuelven transitoriamente los conflictos. Por estos motivos conviene tener presente que las fechas proporcionadas no superan el límite de lo hipotético y por ello es más importante conocer las sincronías y la periodización, que proporcionan una imagen suficientemente fidedigna del discurso de la historia del Próximo Oriente.

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