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A partir de este momento, durante un año de tremenda tensión, todo gira en torno a la celebración, o no, de la acordada entrevista. En conjunto, contrasta la serena resolución de Benedicto XIII con la inseguridad de Gregorio XII, fruto en parte de su propio carácter, pero también de la disolución de la autoridad pontificia a que conduce la formulación que de la misma se ha hecho, en la obediencia romana, durante los últimos años. Una embajada francesa visitó a Benedicto XIII en Marsella, a comienzos de mayo de 1407; había viajado con intención de convencerle, si era posible, de la conveniencia de abdicar sin necesidad de entrevista, o, en todo caso, de facilitarla y de advertir de la necesidad absoluta de llegar a un acuerdo, así como de informar de las medidas que se adoptarían en caso contrario. Esta misma embajada se entrevistó, a comienzos de julio, con Gregorio XII, quien le transmitió sus temores de acudir a la entrevista, aunque sin negarse a ella, y sus apuros económicos. Para comprender sus dudas, hay que tener en cuenta que muchos de los consejeros de Gregorio XII consideraban la entrevista como una imperdonable debilidad, y que la totalidad de las potencias de la obediencia romana se negaban a cualquier negociación; en vivo contraste, los benedictistas urgían el encuentro. A finales de julio, Gregorio XII propuso la primera modificación sobre el lugar de la entrevista: él viajaría hasta Pietrasanta y Benedicto XIII se acercaría hasta Portovenere; por el momento, casi simultáneamente, ambos Pontífices se ponían en camino.

Era el comienzo de un dramático forcejeo jalonado de diversas propuestas de lugares de reunión, aplazamientos, incumplimientos y, finalmente, coronado por el fracaso. Nuevamente tenemos la impresión, porque es cierta o porque sabe fingir mejor, de que Benedicto XIII está decidido a la entrevista. El 2 de septiembre recibió Benedicto XIII, en Niza, a la embajada francesa que regresaba de Roma; fue informado de las dudas de Gregorio XII cuyos representantes, a su vez, le informaron de la petición de modificar el lugar de reunión. Benedicto XIII se mostró partidario de mantener los acuerdos de modo exacto. El 24 de septiembre, cinco días antes del plazo señalado, entraba Benedicto XIII en Savona; su rival se había trasladado a Siena, sumido en duras presiones por parte de su obediencia para que desistiera del proyecto. Ya en octubre, envió una embajada que llegó a Savona el 3 de noviembre, dos días después por tanto del segundo plazo de entrevista, para solicitar un nuevo aplazamiento del encuentro. Benedicto XIII aceptó la petición, y también el traslado que le había solicitado en julio, de forma que, instalados respectivamente en Portovenere y Pietrasanta, la entrevista tuviera lugar en los límites mismos de ambas obediencias. Sin esperar respuesta, el Papa aviñonés se puso en marcha; pasando por Génova, el 3 de enero de 1408 llegó a Portovenere, el nuevo lugar señalado para él. Gregorio XII aceptó sus propias propuestas con algunas cautelas y también con modificaciones; no se trasladó a Pietrasanta, sino a Lucca, a donde llegó el 28 de enero.

Desde estos lugares se negocia durante semanas, a un ritmo extraordinario, el lugar en que se efectuará el encuentro; se maneja un gran número de ciudades: Portovenere, La Spezia, Lerici, Ameglia, Livorno, Pisa, Carrara, Avenza. El acuerdo se revela imposible: son muy escasas las negativas benedictistas, en cambio Gregorio XII, probablemente como consecuencia de las presiones de que es víctima, y de los insistentes rumores que sostienen que existe un proyecto benedictista para apoderarse de Roma por la fuerza, pone permanentes obstáculos y negativas incluso a sus propias propuestas anteriores. El 25 de abril Ladislao de Nápoles ocupaba Roma y, aconsejando a Gregorio XII que se abstuviera de la entrevista, hacía público que, cualquiera que fuese el lugar de la entrevista, su presencia sería imprescindible para evitar acuerdos nocivos para su Reino. Hay hechos que hacen sospechar que la actuación del rey de Nápoles estaba acordada con Gregorio XII para proporcionarle un argumento con el que negarse al encuentro proyectado. En todo caso, la "via conventionis" podía darse por definitivamente fracasada. El día 10 de mayo los embajadores de Benedicto XIII, en nombre de éste, hicieron protesta pública respecto al curso de los acontecimientos y se retiraron, dando por cerrado el proceso negociador. No era, sin embargo, tan fácil cancelar las esperanzas que el acercamiento había generado; durante los meses de intensa negociación ambos Colegios cardenalicios habían mantenido amplios contactos y, para muchos, la solución conciliar, con presencia o no de los Pontífices, era un proyecto familiar; la intervención francesa fue, indudablemente, decisiva en este sentido.

El fracaso de las conversaciones no dejaba abierto otro camino que la tercera de las vías propuestas en su día por la universidad de Paris; la decepción provocada por ese fracaso imponía silencio a los más tenaces opositores a la vía conciliar. Inmediatamente después de fracasar el encuentro entre ambos Papas, varios cardenales y numerosos curiales de Gregorio XII se retiran a Pisa con aires de auténtica revuelta; puestos en comunicación con Benedicto XIII le invitan a proseguir el proyecto de unión, aun sin la colaboración de su oponente. Respondió aquel amablemente, pero, como era de suponer, no podía serle aceptable un proceso que dejaba en entredicho la autoridad pontificia. Por eso respondió que debía insistirse ante Gregorio XII para que meditara sobre su postura. Durante estos contactos, los cardenales romanos propusieron a los aviñoneses la celebración del concilio en cualquier caso; por el momento, éstos no estaban dispuestos a ello sin la aquiescencia de su señor. Sin embargo, para la mayor parte, la solución conciliar era inevitable. De hecho, aunque Benedicto XIII convocó un concilio de su obediencia en Perpiñán para el próximo 1 de noviembre, sólo cuatro cardenales le acompañaron en su viaje de regreso. Nuevamente Francia iba a dejar sentir su influencia. Desde el asesinato del duque de Orleans, el 23 de noviembre de 1407, el gobierno de Francia está en manos del duque de Borgoña, hecho que se deja sentir, entre otros muchos asuntos, en la postura más radical en la cuestión del Cisma. Ya en enero el gobierno borgoñón había señalado el 24 de mayo, festividad de la Ascensión, como plazo máximo para que ambos Papas llegaran a un acuerdo; en caso contrario, Francia optaría por la neutralidad. Ahora, ante el fracaso de la "via conventionis", prácticamente coincidente con el plazo previamente establecido, Francia cumplía puntualmente su amenaza. A Benedicto XIII sólo le quedaban como apoyos Castilla, Aragón, donde pronto será necesario intervenir para lograr una sucesión en el trono adecuada a los intereses benedictistas, y Navarra, este último Reino con ligeras dudas.

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