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El complejo sistema de redes para mover los productos manufacturados que Europa tejió durante la primera mitad del primer milenio, es algo que por el momento desconocemos en detalle, si bien se sabe de sus efectos, ya que la presencia de un producto como el ámbar báltico se deja sentir en las áreas mediterráneas y, del mismo modo, una manufactura griega o etrusca puede llegar a documentarse más allá de los territorios alpinos. Recientemente se han abierto paso dos lecturas diferenciadas del fenómeno: Rowland, Champion y otros autores anglosajones han defendido que si las nuevas estrategias económicas tuvieron éxito, debieron producir un sensible aumento de la demanda y, consiguientemente, de la producción; esta práctica definió un modelo social jerárquico, que para su adecuada reproducción inició una estrategia de exportación del excedente, para importar manufacturas exóticas y de prestigio, que reducirían en su circulación y distribución a los grupos que tendrían posibilidad de poseerlas. Este factor, al que contribuyeron, por otro lado, los intereses mediterráneos y, en general, los de toda Europa, en poco tiempo hizo posible no ya la reproducción de los diferentes modelos sociales, sino incluso un proceso dirigido a aumentar las diferencias internas en el seno de las comunidades sobre la base de la tesaurización tal y como se sigue en los ajuares de los enterramientos. Frente a ellos, Wells ha sostenido otra posición, al defender que la presencia de los productos manufacturados mediterráneos en los asentamientos centroeuropeos es el efecto generado por el sistema mercantil griego, que influye sobre determinados individuos que se enriquecen por su papel de intermediarios, al tiempo que incentivan el desarrollo artesanal y agrario en Centroeuropa.

La doble hipótesis se sigue muy bien cuando se interpreta desde ambas la presencia de la gigantesca crátera de bronce, de 208 kilogramos en la tumba de Vix; para los partidarios de la primera teoría, esta pieza sólo se entiende en el marco del sistema de competencia entre diferentes sectores sociales y su apropiación supone el refuerzo de quien la posee ante su propia comunidad y sus vecinos de igual rango social; por el contrario, para Wells la crátera es un encargo de un rico negociante deseoso de poseer una vasija extravagante. El citado caso de la tumba de Vix es un túmulo situado al pie del asentamiento de Mont-Lassois, que contenía una cámara de madera donde se había depositado el cuerpo de una mujer de treinta años con un torques de oro; junto a ella se dispuso un carro de cuatro ruedas, tres recipientes de bronce etrusco, una copa ática de figuras negras y la impresionante crátera de bronce que debió ser montada en el lugar. Se trata, sin duda, de una tumba principesca, exponente, por tanto, del más alto nivel social de la comunidad a fines del siglo VI a.C. Algo más al sureste, en Baden-Wurttemberg, está el túmulo de Eberdingen-Hochdorf, fechado a fines del Hallsttat D1, es decir, hacia el último cuarto del siglo VI a.C. El túmulo había sido construido con turba y loess y revestido en sus más de cincuenta metros de diámetro por piedra y postes de madera. En su interior, el enterramiento central había sido construido de madera y recubierto de piedra.

E1 ajuar, uno de los más ricos conocidos de esta fase, no se componía de muchos materiales de importación, salvo un caldero griego de bronce, pero en su interior contenía un cazo de oro, y fuera un total de nueve cuernos con adornos de oro colgados de la pared, que estuvo revestida de tejidos. Se localizó un carro y una panoplia de guerrero, compuesta por un hacha, un cuchillo y una lanza; sobre el carro se habían depositado nueve bandejas y tres platos de bronce, pero sobre todo destacaba una cama de bronce con respaldo y restos de tapizado sostenido por ocho soportes en forma de mujer. El individuo enterrado era un hombre de unos cuarenta años, provisto de un sombrero cónico de cortezas de abedul, un torques de oro, una placa de cinturón, un carcaj, un puñal con una capa de oro y unos zapatos también bañados en oro. En total, contenía un peso en oro de medio kilogramo. En Hochmichele, por citar un tercer caso, en el ámbito de Heuneburg y en un gran túmulo de 65 metros de diámetro, junto a los ricos productos citados se documentó seda. En una clasificación de las tumbas por la riqueza, llevada a cabo por Collis, se señala que en la cúspide de la pirámide social se situaría el grupo de grandes tumbas principescas como las descritas. Un segundo nivel estaría representado por las tumbas con carro, bronce y cerámica local, pero ya sin oro; el tercero lo conforman las tumbas donde estuviera ausente el carro y la cámara, el hombre se acompañaría de la panoplia guerrera, una lanza y un puñal de hierro, y en las mujeres las fíbulas.

Este grupo podría haber contado aún con sus propios túmulos. A partir de los estudios realizados en Asperg, se infiere también una serie de matices sobre las tumbas femeninas en relación a la edad y posiblemente al estatus del marido, que se expresaría por el número de fíbulas. Por la distribución de los materiales importados en el primer nivel de los enterramientos, se puede seguir la distribución macrogeográfica de estas tumbas; de este modo, sabemos que la concentración fundamental se desarrolló entre el Macizo Central francés y el Alto Sena por el norte, y el área de la Selva Negra por el este. Al norte de esta línea sólo se alcanzará la magnitud de los enterramientos citados en el siglo V a.C., durante La Tène A, pero ya el ajuar acompañante de los carros no contendrá objetos excepcionales como la crátera de Vix o el exótico lecho de Hochdorf, sino productos que resultan excepcionales en esa comunidad, pero que, por el contrario, son comunes en el área mediterránea, como los hallados en las tumbas de Kappel o Vilsingen en la primera mitad del siglo V a.C.

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