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Datos principales


Rango

Egipto Grecorromano

Desarrollo


La divinidad y la fisonomía de Hathor se perfilan ya en época predinástica, donde su cabeza de diosa-vaca asoma por dos veces en el ático de la Paleta de Narmer. Su remota antigüedad explica que con el tiempo sus atribuciones se diversificasen según sus lugares de culto, ocho de los cuales parecen haber estado representados en los célebres grupos de Mikerinos. Su nombre significa "Mansión de Horus", dios del que ella era esposa y amante, y por lo mismo, diosa del amor y del firmamento en que Horus reside. En Kom Ombo tenía Hathor, al sur del recinto del templo, una capilla aislada en la que una mujer de época romana, Petronia, le dedica una inscripción en griego donde la llama Afrodita. En Tebas se la representa en forma de vaca, aunque no sabemos que hubiera allí una vaca sagrada, equivalente al toro Apis de Menfis. En una de las criptas de Dendera se halló una vaca momificada, lo que ya es un indicio más positivo. Pero aquí se la adoraba también como diosa del trigo, la dorada espiga, lo que es compatible, como en el caso de Perséfona, con ciertas atribuciones en el mundo de los muertos, bien acreditadas en Deir el-Bahari. Inscripciones de las criptas del templo de Dendera que mencionan a Keops y a Pepi I delatan la antigüedad de los cultos en aquel lugar. Hay constancia de obras de restauración realizadas por Tutmés III, de modo que el culto y los edificios dedicados al mismo debían de tener muchos siglos cuando Nectanebo I edificó su "mammisi" y los últimos Ptolomeos y todos los Julio-Claudios optaron por construir un templo de nueva planta, conforme al criterio y al gusto de los tiempos.

La planta del de Dendera se parece mucho a la de Edfú con la diferencia de que aquél nunca llegó a tener el patio porticado y el pílono monumental que anteceden a éste. De modo que hoy se llega directamente a un estupendo pronaos, cerrado hasta media altura de las columnas por los muros habituales en los intercolumnios de la época. Levantando la vista hacia la cornisa, se distingue en ella una inscripción en griego que nos dice que el constructor de la fachada fue el emperador Tiberio. Esto significa que hasta época de Augusto, el templo tenía como vestíbulo la llamada Sala de la Aparición, situada a continuación y sustentada en seis columnas con capiteles dactiliformes con dados hathóricos. Estos capiteles se pusieron de moda entonces y el arquitecto de los Julio-Claudios disfrutó colocando veinticuatro de ellos, con cuatro cabezas hathóricas cada uno, en los enormes capiteles del pronaos. El templo de Hathor no está orientado hacia el este, como de costumbre, porque en esta zona el Nilo corre de este a oeste y no de sur a norte, de modo que el arquitecto se atuvo en este punto a lo que en la práctica se venía haciendo: enfilar el curso del Nilo, aunque a la hora de hablar de los ritos, el lado norte fuese el lado oriental, y el sur, donde se levantó el templo de Isis, el lado oeste. En los relieves del pronaos están representados como faraones todos los miembros de la dinastía reinante en Roma, sobre todo Nerón, que debió ser el que dio remate a la obra.

En las cartelas de la puerta de la muralla exterior del recinto se cita a Domiciano y a Trajano (a éste con los "cognomina" de Germánico y Dácico), pero no se sabe que estos dos hayan hecho nada en el templo de Hathor. Uno de los mayores encantos de este templo es su aire de misterio, perceptible ya en el sombrío pronaos y que se va haciendo más sensible conforme uno se adentra en el santuario y en las muchas cámaras anejas. Tiene razón la "Guía Azul" cuando recomienda a sus usuarios ir provistos de una linterna. Los lucernarios que aquí y allá dejan pasar unos rayos de luz no bastan para sentirse cómodos sin ella ni en esta zona, ni en las criptas, ni en las escaleras. Es obligado hacer uso de éstas porque las terrazas del templo no sólo ofrecen elementos arquitectónicos interesantes, sino un bellísimo panorama de la Tebaida, del río y de los montes marginales. A lo lejos, al otro lado del Nilo, se divisan Kene, el inicio del Wadi Hammamat y las tierras de Negade y Ballas, el crisol del Egipto más antiguo. En la terraza se eleva un quiosco sustentado en doce columnas de preciosos capiteles hathóricos. Hasta aquí arriba se traía el día de Año Nuevo la estatua de Hathor, custodiada en el naos, para la ceremonia de su Unión al Disco, que consistía en desvelarla y ponerla en contacto con el sol naciente. Los sacerdotes, rapados y vestidos de blanco, la transportaban en andas por las escaleras, cuyos relieves representan al rey y a su séquito de sacerdotes subiendo y bajando por ellas en procesión.

Merece la pena rodear el edificio y contemplar por fuera el testero del templo de Hathor, donde una cabeza de la diosa, hoy bárbaramente mutilada, señalaba el lugar que por dentro correspondía al naos y a la estatua de culto. Llegar hasta aquel lugar era el consuelo que les quedaba a los no invitados a la fiesta de Año Nuevo, presidida por el rey o por su sacerdote vicario. En la tibia mañana de aquel día correría como hoy el fresquecillo habitual en estas fechas, atemperado por un sol amable. Frente a los restos del vecino templo de Isis, diminuto en comparación, se alza el altísimo retablo esculpido en la cabecera del santuario de Hathor. Las grandes figuras del friso principal están picadas con saña por los fanáticos de una religión iconoclasta; pero éstos no alcanzaron a la parte alta, que ahora parece vengarse de la afrenta reluciendo al sol como acabada de hacer. En medio de sus relieves sobresalen de la pared dos cabezas de arquitrabes de la estructura interna del edificio. Acostados sobre ellas, dos de los enormes leones de las gárgolas otean el horizonte.

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