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Datos principales


Rango

Ramésidas

Desarrollo


Pese a la mayor libertad que se respiraba en el Egipto del Imperio Nuevo, la economía seguía estando en manos del Estado. Ni la iniciativa privada ni las profesiones liberales tenían cabida en ella. Los egipcios no conocían al comerciante; su ideal era que el Estado atendiese a sus necesidades. Había, naturalmente, un mercado de trueque en que cada uno comerciaba con sus excedentes o con el rendimiento en especie de lo que su trabajo le había proporcionado; por ejemplo, al pastor, las reses que le correspondían a la hora de rendir cuentas. Cuando en tiempos de los Ramesidas aparecen los comerciantes profesionales que "abastecen río arriba y río abajo a los necesitados", suele tratarse de esclavos de gente rica, que venden el excedente de la producción de sus amos. El tipo de comerciante libre no se conoce antes de la llegada de los fenicios; a éstos se les permite el acceso al país y el ejercicio de su actividad, previo el pago de un impuesto de aduanas que se hace efectivo a los comandantes de los puestos militares, los mismos que antes compraban y distribuían en provecho propio las mercancías de importación. Como dinero se utilizaban normalmente el cobre y la plata a peso y a razón de 100:1; también el trigo se empleaba mucho como instrumento de cambio, pero con el inconveniente de las oscilaciones de precios, según las estaciones, las existencias y la situación general de la economía. Buena parte de la mucha documentación disponible al respecto procede del poblado obrero del Deir el-Medina, donde se hallaban concentrados, en viviendas estatales, los muchos proyectistas, canteros, escultores y pintores que trabajaron en el Valle de los Reyes entre los siglos XVI y XII en que el valle estuvo en uso.

Los muchos "ostraka" hallados en la escuela local de escribas encierran interesantes pormenores y noticias de la vida diaria de la comunidad. Sus componentes eran empleados del Estado, divididos en dos turnos, derecho e izquierdo, que trabajaban diez días seguidos y durante éstos pernoctaban en la necrópolis. Percibían un sueldo mensual en especie (trigo y cebada), y recibían vestidos una vez al año y raciones diarias de comida, útiles de trabajo y cuanto necesitasen para su subsistencia. Sus movimientos estaban sometidos a cierta vigilancia para evitar substracciones y filtraciones de noticias acerca de las tumbas y de sus emplazamientos y dispositivos. Por lo demás, el poblado vivió una existencia plácida y dichosa, a juzgar tanto por los textos como por las decoraciones de las casas y de las tumbas. Durante la dinastía XX se hicieron sentir los efectos de la desorganización administrativa que empezó a padecer el Estado, y eso llevó a esta población a protagonizar ruidosas marchas de protesta sobre Tebas y a realizar la huelga más antigua, y quizá más larga, de que hay constancia en la historia. El plano del poblado, aunque no tan regular como los de Illahum y Amarna, se parece a éstos en muchos aspectos. En su primera fase consta de dos filas de casas de un mismo tipo, alineadas a los lados de una calle orientada de norte a sur. Una recia muralla rodea el recinto trapezoidal de la naciente aldea. Más adelante, se le añaden una docena de casas por el oeste y algunas más por el sur, conectadas con la calle anterior por una transversal.

La muralla hubo de ser ampliada para incorporar estas adiciones al núcleo inicial. En sus últimas fases el caserío experimentó una considerable ampliación hacia el sur, que elevó a 70, o más, el número de casas comprendidas en el recinto. La calle principal fue prolongada en la misma dirección, pero sometiéndola al doble quiebro de dos ángulos rectos antes de permitirle la continuidad de sentido. Fuera del recinto se alzaron ahora unas cincuenta casas, mayores que las habituales, para los sacerdotes de la necrópolis y los templos de Hathor y demás divinidades de la devoción del pueblo. Pese a las renovaciones y reconstrucciones de las casas, siempre y todas de adobe y madera, no se formó un montículo como el de los tells habituales en Oriente, lo que supone que existía algún servicio de recogida de escombros, fuese a nivel colectivo, municipal o estatal. En favor del mismo habla otro servicio, documentado textualmente, de abastecimiento de agua por medio de porteadores a jornal, que la traían del valle y depositaban en un tanque vigilado, a la entrada principal de la población. A éste acudían las mujeres en busca del precioso líquido, que después guardaban en la tinaja de sus casas. La casa típica, de una sola planta, se asienta en un rectángulo de 5 x 15 metros y economiza espacio disponiendo las habitaciones unas a continuación de otras, sin recurrir ni al patio ni al corredor de las casas mejor acomodadas. El vestíbulo, bastante amplio, se encuentra a nivel más bajo que la calle y que la sala situada a continuación.

En él se alza, adosado a una pared, el altar de adobe, con tres o cuatro gradas y un murete en lo alto, con la pintura de alguno de los dioses más populares, Isis, Horus, Bes. La sala principal, que viene a continuación, tiene elevado techo, sostenido en parte por una columna central (un tronco de palmera revocado de estuco y pintado). Al fondo de la sala, un estrado, de unos 20 cm. de resalte, sobre el que se alza en la pared una estela o una puerta falsa para el culto doméstico. Junto al estrado, una trampilla en el suelo daba a una escalera de acceso a una bodega subterránea. Al fondo de esta sala había también dos puertas, la del dormitorio y la de una habitación estrecha, de paso a la cocina, que se hallaba al fondo de la casa, sólo prolongada en ocasiones por otra bodega subterránea más pequeña que la primera. En la cocina se encuentran el horno, rehundido en el piso y con un núcleo de arcilla en forma de tubo troncocónico; una pila de piedra; una artesa; un silo y una escalera de subida a la terraza, todo de albañilería, y por tanto conservable. Tal vez la cocina, de tener algún techo, se cubriese de los mismos materiales lígneos utilizados como combustible. El resto de la casa se techaba con troncos y ramas de palmera, y las ventanas se cerraban con celosías de madera y piedra. El suelo era de tierra apisonada y tal vez enlucida, como lo estaba también, de gris, el zócalo de las paredes. Los habitantes empleaban parte de las energías que les sobraban, en sus horas de ocio, en decorar las paredes de sus casas con pinturas de dioses y de escenas de la vida diaria o de género: un hombre remando en su barco, una mujer arreglándose en el tocador, una bailarina desnuda, siempre con el mismo buen hacer de que daban pruebas en la necrópolis.

A juzgar por sus nombres, muchos de ellos eran extranjeros: sirios, chipriotas, nubios y hasta hititas. Casi todos leían y escribían correctamente. Algunas casas, la mayoría, estuvieron habitadas por una misma familia durante generaciones. El acantilado que limitaba su valle por el oeste sirvió a estos artistas que se llamaban "Servidores del Lugar de la Verdad" para edificar y decorar sus moradas de ultratumba. Lo hicieron siguiendo dos tipos arquitectónicos bastante originales y muy afines entre ellos: la capilla-pirámide y la tumba rupestre. La primera se encuentra en la parte más baja de la ladera, en su transición al llano, y consiste en un jardinillo funerario al que se accede por una puerta con su pílono. Al fondo se alza una pirámide de adobe, de lados muy empinados, y con el interior hueco, cubierto de falsa bóveda, pintado con escenas del funeral o de la vida de ultratumba, y al fondo el serdab con la estatua del difunto. Un piramidion de piedra corona la pirámide por su exterior, y más abajo, mirando al este, una estela dentro de una hornacina. La cámara funeraria se encuentra en una cripta subterránea. Se desciende a ella por un pozo o una escalera, que arranca del jardincillo y suele constar de dos o tres habitaciones excavadas en la roca. La última está revestida de adobe estucado y pintado con escenas funerarias e ilustraciones del Libro de los Muertos. Uno de los pasajes de éste pudiera haber inspirado el susodicho jardincito: "Que yo entre y salga de mi sepultura; que todos los días beba agua de mi alberca; que todos los días pasee a su alrededor; que mi alma se pose en las ramas de los árboles que yo he plantado, y que pueda yo mismo refrescarme a la sombra de mis sicomoros".

Este conocido pasaje cuenta con abundantes ilustraciones, tanto en las decoraciones de las tumbas como en las viñetas de los papiros funerarios. En la tumba de Pashedu de esta misma necrópolis se ve al difunto bebiendo el agua de su alberca a la sombra de una palmera. El tipo segundo consta también de un patio, cuya pared trasera es la fachada de una tumba rupestre, precedido a veces de un pórtico columnado con el habitual remate de la cornisa de gola. El zaguán de la tumba excavada en la roca lo corona una minúscula pirámide de adobe hueca. A partir de aquí el dispositivo adquiere mayores pretensiones e imita en pequeño las tumbas de los nobles. La cripta es semejante a la del tipo anterior y se accede a ella por un pozo situado en la última de las estancias, donde están la estatua o el relieve del difunto. Entre los varios grupos de tumbas de este tipo es notable el perteneciente a tres generaciones de una misma familia, el arquitecto Anhurkhan, su padre Qaha y su abuelo Huy. Las capillas de los tres están alineadas y coronadas de sendas pirámides, pero las criptas se entrecruzan en una curiosa maraña. Las pinturas de la tumba del primero, entre las que despunta una escena de la vida familiar, son de óptima calidad. No exagera Anhurkhan cuando presume de haber sido muy favorecido por Ramsés III, lo que le permitió construir para sí una segunda tumba más suntuosa que la primera.

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