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La crisis que asoló al Continente europeo a fines de la Edad Media afectó sobre todo al mundo rural. Hay que tener en cuenta, por de pronto, que unas ocho de cada diez personas eran trabajadores agrícolas y que en el campo se generaban aproximadamente las tres cuartas partes de la producción global de aquella época. De ahí que una crisis económica en la Europa medieval tuviera que ser, indefectiblemente, una crisis del medio rural. Por otra parte, a diferencia de lo que sucedió en el campo, en donde puede decirse que la depresión se manifestó de una forma relativamente homogénea, el mundo urbano tuvo respuestas muy diversas ante la susodicha crisis. Es más, algunos autores incluso niegan que pueda utilizarse el concepto de crisis a propósito de las ciudades europeas de los últimos siglos de la Edad Media y de las actividades artesanales y comerciales que en ellas se desarrollaban. Los primeros síntomas de la crisis rural se sitúan, según todos los indicios de que disponemos, en las últimas décadas del siglo XIII. No obstante, es en la primera mitad de la décimo cuarta centuria cuando asistimos a la periódica repetición de los denominados "malos años", en los cuales, generalmente a consecuencia de adversidades climatológicas, se perdían las cosechas, lo que, a su vez, solía degenerar en hambre. En Francia, refiriéndonos a los primeros cincuenta años del siglo XIV, se han consignado como años de hambre los siguientes: 1304, 1305, 1310, 1315, 1330-34, 1344 y 1349-51.

Este hecho explica que en diversas ocasiones se haya apuntado la idea de que las crisis agrarias de la primera mitad del siglo XIV fueron básicamente consecuencia de las cambiantes condiciones meteorológicas que se dieron en la época. En particular se apunta al exceso de lluvias, causa a su vez de que, con harta frecuencia, se pudrieran las simientes. De ahí la expresión, tantas veces repetidas en las fuentes, de "veranos podridos", que se aplica a aquellos en los que se registraron pésimas cosechas. La hambruna de los años 1315 a 1317 tenía precisamente su origen en las pésimas cosechas de los años 1314-1316, motivadas a su vez por la presencia de adversas condiciones climáticas. Refiriéndose a los años 1316-1317 la "Chronique Lyonnaise" afirma que hubo "magna fames et caristia bladis in Francia et in Burgundia". Unos años antes, en 1309, el exceso de lluvias figura como la principal causa explicativa de las catastróficas cosechas de cereales en las tierras meridionales y occidentales del Imperio germánico. En la granja cisterciense de Vaulerent, en tierras francesas, que ya había padecido malos años en los comienzos del siglo XIV a consecuencia de adversidades meteorológicas, la cosecha del año 1313 fue catastrófica. También en el mundo hispánico hay noticias de malos años en la primera mitad del siglo XIV. La documentación eclesiástica de la Corona de Castilla revela que diversos monasterios se vieron en la necesidad de comprar pan, que escaseaba por los "malos años" que pasaron entre 1331 y 1333.

Las fuentes documentales de Cataluña hablan, por su parte, de 1333 como del "mal any primer". En las Cortes de Burgos de 1345 se dijo que las dificultades que se estaban padeciendo en Castilla obedecían, entre otros factores, a "la simiença may tardia por el muy fuerte temporal que ha fecho de muy grandes nieves e de grandes yelos". Un documento originario de la villa de Madrid, del año 1347, señalaba, asimismo, que la escasez de pan y de otros alimentos obedecía a "los fuertes temporales que an passado ffasta aquí". Cerraremos este recorrido con una referencia a lo que se dijo, un año después, en las Cortes celebradas en Alcalá de Henares. En realidad se repetía la misma canción: "por los tenporales muy ffuertes que ovo en el dicho tienpo... se perdieron los ffrutos del pan e del vino e de las otras cosas donde avian a pagar las rentas". Las guerras fueron asimismo un azote para el mundo rural. Podrá alegarse que conflictos bélicos los había habido siempre. Es preciso reconocer, no obstante, que en el siglo XIV estalló un enfrentamiento que tuvo efectos devastadores para la población civil, y en primer lugar para el medio rural. Nos referimos, es evidente, a la guerra de los Cien Años. Claro que el mencionado conflicto tuvo un alcance limitado desde el punto de vista territorial, siendo Francia el país que pagó un precio más alto. La guerra devastaba los campos, arruinaba las cosechas, destruía los instrumentos de labor y ahuyentaba a los campesinos.

Ahora bien, piénsese que al referirnos a la guerra no sólo tenemos en cuenta las operaciones militares propiamente dichas, sino también la actuación de los soldados de fortuna que funcionaban, incluso en tiempo de paz, como auténticos salteadores de caminos. Veamos algunos ejemplos concretos que testimonian lo que señalamos. Un documento procedente de la abadía francesa de Saint-Denis revelaba que en 1373 los monjes sólo pudieron poner a la venta cuatro modios de trigo, en tanto que en 1343 dispusieron pare idéntica finalidad de 130 modios. Más concluyente es, no obstante, lo que decía un feligrés de la diócesis francesa de Cahors, citado a declarar por los delegados pontificios que habían acudido a dicha comarca para realizar una encuesta: "El testigo declaró que durante toda su vida no ha visto mas que la guerra en el país y diócesis de Cahors. Hasta tal punto llegaba la situación que la gente no se atrevía a salir de Cahors sin un salvoconducto de los ingleses o sin la protección de los soldados franceses. Añadió que las tierras que rodean a la ciudad de Cahors habían sido ocupadas por los ingleses, y después destruidas, por lo que, aun siendo buenas y fértiles, en la actualidad estaban deshabitadas". La exposición es, sin la menor duda, concluyente. Asimismo el impacto de las devastadoras operaciones militares, unido a las consecuencias de la peste negra, explican que entre 1348 y 1392 las actividades productivas del medio rural de la región francesa de la Baja Auvernia descendieran en casi un 50 por 100.

Por su parte, un texto del año 1376, alusivo a la región de Sologne, reconocía los "robos, males y daños... que los dichos pillars (los soldados-saqueadores) hacían y cometían contra la razón y la justicia". Francia fue, ciertamente, la principal víctima de los desastres de la guerra. Pero los efectos destructores de las campañas militares también se produjeron en otros países europeos, con grave daño en primer lugar para el mundo rural. La actuación de las banderías nobiliarias, por una parte, y las consecuencias de la guerra fratricida que enfrentó a Pedro I con su hermanastro Enrique de Trastámara entre los años 1366 y 1369, por otra, dejaron profundas huellas en el ámbito rural de la Corona de Castilla. Así, por ejemplo, cuando el pretendiente Enrique de Trastámara entró en Toledo, en mayo de 1366, los representantes del concejo de la ciudad del Tajo le notificaron que las compañías de Beltrán Duguesclin, tropas mercenarias reclutadas en tierras francesas que combatían a su lado, "robaron et quemaron et estruyeron algunos de los lugares del arzobispado", según un testimonio de la época. En la primavera del año siguiente, 1367, diversos lugares dependientes del monasterio riojano de San Millán de la Cogolla "fueron estruidos e robados e quemados" por las tropas inglesas del Principe Negro, que luchaban en el bando de Pedro I. Años más tarde la presencia de tropas inglesas, que entraron en tierras gallegas y leonesas al servicio del duque de Lancaster, el cual reivindicaba el trono castellano por su matrimonio con una hija del monarca Pedro I, causó igualmente abundantes estragos, como recordaba, por ejemplo, un memorial enviado el año 1400 por el concejo de la localidad de Benavente al rey de Castilla Enrique III.

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