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El arte y el movimiento espiritual de Amarna dieron sin duda a sus promotores las satisfacciones a que aspiraban en este mundo. Una profunda paz, un estado de gracia bautismal y matutina, tal y como se desprende del Himno a Atón compuesto por Akhenaton, parecieron reinar sobre Egipto durante algún tiempo. Las artes plásticas no transmiten otro mensaje que el de un hermoso sueño hecho realidad. Pero aquella ilusión era engañosa, tanto como la que estaban experimentando los cretenses de la misma época en su remota y paradisíaca isla, a punto de ser invadidos y dominados por los aqueos. Amarna hubo de ser abandonada, no de una manera violenta y presurosa, tal vez incluso con cierta esperanza, para muchos, de volver a ella cualquier día; y esto no sólo porque en casas, como las de los escultores, sus habitantes dejaron muchos de sus muebles y enseres, sino porque tuvieron la precaución de tapiar cuidadosamente las puertas, y porque algo tan importante como el archivo de la cancillería real no fue trasladado a una nueva sede... Sí; seguramente se fueron con la vana ilusión de volver. ¿Qué había salido mal? El talón de Aquiles de la nueva fe estaba en el momento en que el mesías desapareciese y el credo quedase sin su verdadero soporte. Pero eso no lo era todo. La doctrina era, sí, muy vitalista; pero para el egipcio, tan importante o más que la vida era -lo había sido siempre- la muerte. Y para ésta la religión de Akhenaton no tenía ni solución ni consuelo; no ofrecía esperanza de resurrección ni perspectiva alguna de una vida ulterior.

Osiris y su reino habían sido abolidos. A la gente se la seguía enterrando como antes, momificada y acompañada de los usuales "ushebtis", pero estos fetiches carecían de sentido en la sublime religión de Atón. La Noche, asociada desde siempre a la Muerte, estaba ahora vacía, como lo reconoce el propio Himno a Atón: "Es cuando salen los leones de su guarida y cuando pican las reptadoras serpientes las tinieblas se extienden como silenciosa mortaja, pues el creador reposa en el horizonte... El universo quedaba a merced del caos, desvalido e inerte, como un buey muerto. La escena del planto a la princesa Meketaton, de la Tumba Real de Amarna, muestra al desnudo el desconsuelo de sus padres, bruscamente despertados de su sueño redentor, y percatados de que carecen de respuesta para la incógnita del Más Allá. Los dioses -reconocerá Tutankhamon el día de la ceremonia inaugural del retomo a Tebas- habían abandonado a Egipto; "se dirigía uno a un dios, o a una diosa, y no recibía respuesta". En medio de este sentimiento general de culpabilidad, los reveses de la política exterior colmaron el vaso. Los hititas, en alza con Shubiluliuma, arrebataron a los mitannios, aliados de Egipto, sus posesiones sirias. Dos bases egipcias, vitales para la defensa de su Imperio, Ugarit y Qadesh, pasaron al bando enemigo. La frontera hubo de retroceder a la línea Byblos-Damasco. Akhenaton aún vivió para ser testigo del fin del reino de Mitanni, del engrandecimiento de Hatti, del renacer de Asiria.

.. A la muerte del rey, le sucedió su yerno Semenkhare (1348-45 a.C.). Un niño, casado con la jovencísima Meritatón, asociado al trono ya como corregente. Este inició su reinado en Amarna, pero se hace construir su templo funerario en Tebas y permite que el nombre de Amón se pueda invocar en público, lo que significa que el culto de Atón había perdido la exclusiva. Al morir, a los tres años de reinado, le sucede otro niño, Tutankhamon (1345-35 a.C.), casado con la tercera de las princesas, Ankhesenamon. Con ellos se consuma el abandono de Amarna y la restauración del culto de Amón, aunque sin abolir el de Atón, que sigue vigente hasta el reinado de Seti I. La residencia real se traslada a Menfis, si bien la necrópolis regia sigue en Tebas. La tutela de los reyes la poseen el padrino Eye y el general Horemheb, que serán sus sucesores por este mismo orden.

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