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El sistema democrático imperante en el Brasil, producto de su propio desarrollo constitucional, pero similar al existente en otras regiones del mundo, como Europa o buena parte de América Latina, era elitista y restrictivo y se basaba en elecciones indirectas. El caciquismo y el clientelismo estaban siempre presentes y las acusaciones de fraude electoral eran bastante habituales. En 1842, 1855 y 1860 se ensayaron algunas reformas destinadas a acabar con el fraude, pero todas fracasaron. El derecho a voto estaba limitado al sexo masculino y sólo un pequeño grupo de ciudadanos podía usufructuarlo. Para ello había que ser mayor de edad (la mayoría de edad se obtenía a los 25 años, salvo los oficiales del ejército y los casados que la adquirían a los 21), ser propietario o tener un nivel de ingresos superior a los mil reis anuales y saber leer y escribir. Los esclavos y los sirvientes (con algunas excepciones, como los contables o los administradores de las plantaciones) tampoco podían votar. En 1872, sobre una población de casi 10 millones de habitantes, los votantes eran sólo 200.000 (el 2 por ciento). Si bien en los años siguientes, el número de votantes tendió a crecer en términos absolutos, en términos relativos siguió siendo bajo, dado el gran número de analfabetos.Las limitaciones para ocupar un cargo electivo eran mayores aún que las que se ponían para votar. En este caso los ingresos no debían ser inferiores a los 20 milreis.

El senado era una pieza clave del sistema político y para ser senador había que ser mayor de 40 años. Los senadores constituían un grupo que monopolizaba importantes posiciones en el gobierno y los miembros del Consejo de Estado se solían reclutar entre ellos. Muchos senadores eran elegidos presidentes de provincia y más del 40 por ciento tenían títulos de nobleza. El régimen de gobierno era parlamentario y el gabinete estaba encabezado por un primer ministro, que a su vez designaba a sus ministros y colaboradores. El control de ambas cámaras era vital para que el Ejecutivo se asegurara la gobernabilidad del país. La alternancia entre liberales y conservadores era corriente, aunque en última instancia el poder dependía del emperador, que como ya se ha visto tenía funciones ejecutivas y podía nombrar y cesar a los altos cargos del gobierno. La identidad de intereses entre el emperador y la oligarquía favoreció el funcionamiento del sistema político. Pedro II pensaba que el parlamento debía controlar tanto la dirección política del país como su gestión administrativa, mientras que su papel quedaba reservado a la supervisión general y a constituirse en salvaguarda de la Constitución, para lo cual velaría por su cumplimiento y respeto. La idea de progreso, que presidía toda la actuación imperial estaba indisolublemente ligada al desarrollo de la educación. Ésta era una de las mejores vías para salir del atraso y por ello el emperador se interesó en mejorar considerablemente el sistema educativo.

Cuando se proclamó la república había más de 6.000 centros de enseñanza primaria y secundaria distribuidos por todo el país. El más prestigioso de ellos era el Colegio Imperial Pedro II, que estaba en Río de Janeiro, y las dos escuelas agrarias imperiales, destinadas a mejorar la calidad de la agricultura y propiciar un mayor crecimiento económico. El crecimiento económico vinculado al sector primario exportador y a la existencia de una coyuntura favorable propiciaron el crecimiento de algunas ciudades y la emergencia de nuevos grupos sociales. La vida en las ciudades se modificó rápidamente con la mejora de la infraestructura urbana y la instalación de agua, gas y cloacas, la pavimentación de las calles y la puesta en marcha de nuevos sistemas de transporte, como los tranvías. En 1872, Río de Janeiro ya tenía 275.000 habitantes, de los cuales 84.000 eran extranjeros, y en 1890 había duplicado su población. Sáo Paulo pasó de tener una tasa de crecimiento anual del 5 por ciento entre 1872 y 1886 a una del 8 por ciento entre 1886 y 1890. Salvador, que en 1872 tenía 129.000 habitantes, pasó a contar con 174.000 en 1890.En esta época también comenzó a producirse una pérdida del prestigio político de la monarquía. Algunos líderes del Partido Conservador fundaron la Liga Progresista, de claro contenido liberal, cuya plataforma fue presentada en 1864. Entre sus principales reivindicaciones estaban: la descentralización del sistema político, la reforma electoral y la reforma del sistema judicial, un nuevo Código Civil y algunas modificaciones en el Código de Comercio, especialmente en lo que se refiere a sociedades anónimas y quiebras.

El Partido Liberal tampoco se libró de tener disidencias internas y en 1868 se escindió un ala radical, algunos de cuyos miembros más destacados fundaron dos años después el Partido Republicano. Si bien inicialmente se trató de un partido minoritario y de escasa implantación social, muy pronto sus objetivos fueron reconocidos por el grueso de la población y los clubs republicanos proliferaron en las provincias de Sáo Paulo, Rio de Janeiro, Rio Grande do Sul y Minas Gerais. En el manifiesto fundacional del partido se señalaba que: "Somos de América y queremos ser republicanos". Sus miembros pertenecían mayoritariamente a los sectores medios, a tal punto que en el grupo fundacional sólo había un plantador, frente a catorce abogados, diez periodistas, nueve médicos, ocho comerciantes, cinco ingenieros, tres funcionarios y dos maestros. El Partido Republicano concurrió a las elecciones en alianza con el Partido Conservador, lo que le permitió a Prudente José de Morais e Barros y Manuel Ferraz de Campos Salles (quienes serían los dos primeros presidentes civiles de la República) convertirse en los primeros diputados republicanos que accedían al Parlamento. Las tensiones existentes en el país terminaron de cristalizar con el estallido de la Guerra de la Triple Alianza. El alto costo del conflicto, tanto material como en vidas humanas, y su excesiva prolongación temporal provocaron enfrentamientos entre las autoridades civiles y militares por la conducción de la guerra, aunque en última instancia lo que estaba en juego era la subordinación de los militares al poder civil.

Otro elemento que tendía a agudizar las tensiones con los militares era la preferencia del emperador por la Armada, en detrimento del Ejército de Tierra. La oposición al emperador había comenzado por la oligarquía terrateniente a consecuencia de la política antiesclavista del gobierno ("el Brasil era el café y el café era negro"), pero posteriormente se fue extendiendo a otros sectores sociales. Uno de éstos fue la Iglesia, que empezó a tener dificultades con el Estado, debido a la política liberal que se seguía en determinadas cuestiones y a la postura seguida por el papa Pío IX de reforzamiento de la institución eclesiástica. La agresiva política papal fue continuada por una camada de jóvenes curas brasileños que habían estudiado en seminarios europeos y retornaban al Brasil con un elevado espíritu misionero, después de haberse formado en el integrismo y el antiliberalismo. El clima se enrareció en 1873 debido a una polémica en torno a la masonería. Mientras la Iglesia la condenaba duramente y prohibía a sus fieles ser masones, muchos de los políticos más importantes lo eran. Tras un duro debate, el gobierno encarceló en 1874 al obispo de Olinda, posteriormente condenó a otro obispo y sancionó a un buen número de clérigos tradicionalistas. El conflicto privó a la Corona del apoyo de buena parte del clero, tal como se demostró en la protesta nordestina de los "quebra quilos" (los rebeldes protestaban por la introducción del sistema métrico decimal), que contaba con el apoyo del sector más integrista del clero.

Los campesinos no sólo se negaban a aceptar la existencia de los kilogramos, sino también el empadronamiento y los nuevos impuestos. Una de sus principales consignas era la de "abajo los masones", lo que señala su postura anti-gubernamental y su alineación con el clero más tradicionalista.En el incipiente mundo industrial también aparecieron signos de conflictos. Los trabajadores urbanos, cada vez más numerosos, demostraban su protesta por la subida de los bienes de subsistencia. El 1 de enero de 1880 se produjo la "revolta dos vintens" (la revuelta del centavo), la más seria de toda la época y que provocó la caída del gabinete. En 1881 se creó en Río de Janeiro la Asociación Industrial, que en su manifiesto fundacional acusaba al gobierno de obstaculizar sus empresas y de ignorar sus esfuerzos en favor del crecimiento económico. Pese a las contradicciones que los enfrentaban, los obreros y los patronos solían coincidir en algunas ocasiones en sus demandas, bien fueran de signo proteccionista, o bien librecambista, de acuerdo con la coyuntura. "El Corpo Colectivo Unido Operária" solicitó al emperador la exención de impuestos para la importación de maquinarias y la abolición de determinados privilegios y monopolios. El número de organizaciones obreras aumentó y con ellas aparecieron los primeros grupos anarquistas y socialistas, que también se mostrarían contrarias a la monarquía.El crecimiento económico y demográfico del Sur y de la región de Sáo Paulo amenazaba el tradicional predominio político y económico del Nordeste.

La representación política de las provincias se había fijado en función de la población existente en los años iniciales del Imperio y desde entonces habían ocurrido numerosos cambios demográficos, como la inmigración, que no habían sido considerados. De este modo se primaba a algunas provincias que estaban perdiendo importancia relativa, como Bahía o Minas Gerais, en detrimento de las que habían aumentado su población (Sáo Paulo) y carecían del número de representantes adecuados. La burguesía paulista comenzó a discrepar de los métodos tradicionales de control político de las oligarquías nordestinas, especialmente las de Bahía y Pernambuco y para ello se alineó con el Partido Liberal y el Republicano, que tanto parlamentaria como extraparlamentariamente se oponían al Imperio. Los republicanos levantaron la bandera del federalismo y los liberales afirmaban que el sistema parlamentario respetaba más la voluntad del monarca que la del pueblo soberano. Para agravar más la situación, Pedro II carecía de hijos varones (dos murieron muy pequeños) y la heredera del trono, la princesa Isabel era sumamente impopular, al igual que su marido, el conde d´Eu, un antiguo general de la Guerra de la Triple Alianza. Otra fuente de tensiones en el mundo castrense era la intervención del poder central en el ejército, ya que los ascensos dependían del emperador y del Consejo de Estado, pero los oficiales querían depender directamente del ministro de Guerra, que solía ser un militar y era más influenciable.

Una vez finalizada la guerra contra el Paraguay, el ejército se convirtió en un cuerpo más cohesionado y democrático y en una fuerza con deseos de mayor protagonismo político. La voluntad de Pedro II de mantener a los militares en los cuarteles, le granjeó su oposición. Benjamin Constant, profesor de la Escuela Militar de Rio de Janeiro, abogó abiertamente en favor de la república y su postura fue respaldada por los periódicos que dirigían Quintino Bocayuba y Ruy Barbosa. Las enseñanzas positivistas de Constant terminarían decantando a los militares hacia la república. A mediados de la década de los 80 los líderes del Partido Republicano pensaban que la reforma del sistema era imposible dentro de las reglas de juego vigentes y que sólo una revolución militar acabaría con la monarquía. De este modo comenzaron las conspiraciones entre algunos oficiales y en 1887 se creó el Club Militar, un centro de reunión que nucleaba a la oficialidad descontenta. La idea de que los intereses corporativos de los militares habían sido maltratados por las autoridades civiles hizo aumentar su papel opositor. A esto hay que sumar el papel cada vez más activo que tuvo el ejército en la vida política desde 1870 y las ambiciones políticas de muchos jefes militares. Comenzó a considerarse normal que una participación activa en la vida pública (cuanto más elevada mejor) era el mejor cierre de cualquier carrera militar. El emperador se veía cada vez más acosado y aislado, pese a su política claramente reformista, y constataba cómo uno a uno se perdían sus tradicionales apoyos políticos y sociales.

El 15 de noviembre de 1889 estalló un golpe militar incruento encabezado por el mariscal Manuel Deodoro da Fonseca, que terminaría con el Imperio y proclamaría la república federal, tras la abdicación de Pedro II y su partida al exilio. El gobierno provisional puso a su disposición una fuerte cantidad de dinero, que rechazó y se instaló en un modesto hotel de París, donde falleció a fines de 1891.La proclamación de la república, que no supuso ningún cambio fundamental en la historia brasileña, fue producto de la acción concertada de tres grupos: una facción de la oficialidad, los plantadores paulistas y los miembros de las clases medias urbanas, que contaron con el menguado prestigio de la monarquía. Si bien estos grupos permanecieron unidos en la oposición, una vez que la república comenzó su andadura las contradicciones entre ellos estallaron. La caída del imperio se debió más a la fuerza creciente de sus opositores que al poderío de los defensores de la república.

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