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EuropaRevolucionaria

Desarrollo


A lo largo de todo el reinado la política exterior fue quizás el objeto preferente de la atención del zar. Concurrían, en ese sentido, la misma formación militar del soberano y su fuerte sentido dinástico, que le llevaban a procurar el máximo prestigio de Rusia, a la vez que combatir toda amenaza a su concepto de autocracia, que se vería amenazado por cualquier peligro que se perfilase frente a su autoridad o la de cualquier soberano legítimo. De ahí su continuada voluntad de intervención en los asuntos de otros Estados, apenas mitigada por los consejos de su ministro de Asuntos Exteriores, Nesselrode.Para llevar a cabo esa activa política interior dispuso de un Ejército muy numeroso (en torno al millón de hombres), formado con soldados duramente adiestrados que tenían que cumplir veinticinco años de servicio.El Ejército estaba muy deficientemente entrenado y sólo parecían eficientes las armas de artillería e ingenieros. A ello había que sumar un alto grado de corrupción que aún lo hacía más vulnerable, aunque los rusos mantuviesen largo tiempo el convencimiento de que eran invencibles.Los primeros compases de la política exterior contribuyeron a fortalecer esa confianza ya que Nicolás I obtuvo los resultados apetecidos. Aún con reticencias por lo que tenía de atentatorio contra los principios del legitimismo, el zar trató de sacar partido de las debilidades del Imperio Otomano en su lucha contra los independentistas griegos. La Convención de Ackermann, en 1826, le permitió ejercer el protectorado sobre los territorios rumanos de Moldavia y Valaquia y, en alianza con Francia y el Reino Unido, derrotó a los turcos en la batalla naval de Navarino, en 1827.

Los avances posteriores de los rusos en tierras danubianas y en la Transcaucasia se vieron consolidados en el Tratado de Adrianópolis (1829), en donde se reconoció la tutela rusa sobre los cristianos de los Balcanes y se reconoció el derecho de los barcos mercantes rusos a cruzar los estrechos del Bósforo y los Dardanelos.También fue victoriosa la intervención rusa en la crisis provocada por el afán independentista del egipcio Mohamed Alí. La intervención llevó a la detención de las tropas egipcias y, por el tratado de Unkiar-Skelessi, se estableció una alianza defensiva entre Rusia y el Imperio Otomano, a la vez que Rusia se aseguraba el cierre de los estrechos en el caso de conflicto bélico. El tratado marcó el punto culminante de la política balcánica rusa.Con todo, la atención política rusa estaba también dirigida a la Europa occidental, en donde Nicolás I recelaba siempre del rebrote de la revolución. Los estallidos de 1830 le hicieron concebir una intervención en Bélgica, en apoyo de la monarquía legítima, pero la concentración de tropas en Polonia provocó un levantamiento de los patriotas, en el que colaboraron antiguos colaboradores de Alejandro I, como el príncipe Czartoryski. La situación no se restableció hasta la toma de Varsovia por los rusos, en septiembre del año siguiente, que fue el inicio de una política de rusificación frente a la relativa autonomía disfrutada hasta entonces por los polacos.Las revoluciones de 1848 provocarían de nuevo la intervención de Nicolás I en apoyo de los gobernantes legítimos. Tropas rusas apoyarían a las imperiales austriacas frente a los húngaros, y a los otomanos en Rumania. Por otro lado, se acentuó la represión interna, como demostró la condena a muerte de 15 miembros del círculo de Petrachevski, entre los que se encontraba el novelista Dostoievski. Se trataba de un círculo de discusión de materias filosóficas y políticas, de orientación radical y fourierista. El indulto en el último momento pudo ser provocado por Nicolás con ánimo de dar ejemplo, pero dejó una sombría imagen de crueldad.

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