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Al comenzar el siglo XVI, Venecia poseía la hegemonía en el Mediterráneo. Controlaba las rutas comerciales, junto a Génova, y extendía su dominio sobre la península de Morea, las islas del Egeo, Creta y las islas Jónicas. Pero la irrupción de los turcos prometía rápidas transformaciones y la Serenísima será la primera interesada en hacerles frente. En la guerra de 1463-1479 había tenido que cederle casi todos sus territorios en la costa dálmata, Albania y la península de Morea, sin que los otros países cristianos se decidieran a ayudarla. La invasión de territorios venecianos por los turcos en 1498 animó a España, Francia, Portugal, el Papa y Rodas a intervenir en el mar, y a Hungría, Polonia y Rusia en el Continente, sin ningún resultado positivo ya que por la paz de 1503 se hubo de ceder a los otomanos los territorios ocupados. El reinado de Selim I terminará de darle al Imperio otomano el control de las costas orientales del Mediterráneo. A la muerte de Selim, sólo las principales islas permanecían en manos cristianas: Creta, Chipre y parte de las Cícladas, en poder de Venecia; Rodas, de los Caballeros de San Juan, y Chíos, de Génova. Cuando en 1520 Solimán el Magnífico subió al trono se encontró necesariamente enfrentado no sólo a la República veneciana, sino al emperador Carlos V, necesitado de defender tanto los territorios danubianos como los mediterráneos.

La Monarquía española extendía su soberanía por la mayor parte de las costas septentrionales del Mediterráneo occidental, pues a los territorios peninsulares y las islas Baleares añadía Sicilia, Cerdeña y Nápoles. A pesar del equilibrio que mantuvieron los dos grandes Imperios, el de Carlos V siempre adoleció del inconveniente de no controlar la costa norteafricana, musulmana en su totalidad, aun cuando Marruecos hubiese sido capaz de mantenerse fuera del radio de influencia turca. La lucha contra el turco lo era, pues, por la supervivencia, y ello causó el empeoramiento de las condiciones de vida de los moriscos españoles, obligados a prescindir de su religión y sus costumbres y siempre recelados como posibles aliados del enemigo, hasta su expulsión en 1609. Durante el largo sultanato de Solimán el Imperio otomano demostró una voluntad expansionista notable. Tras la ocupación de Rodas en 1522, se mantuvo unos años alejado de las expediciones marítimas, ocupado en la frontera danubiana, pero los piratas berberiscos, asentados en los puertos norteafricanos, hostigaban continuamente a las embarcaciones y las ciudades costeras cristianas, con la tranquilidad que les daba la protección del sultán: en 1529, el "beylerbey" de Argelia, Khair-ed-Din Barbarroja, llegó a saquear la costa valenciana. El emperador había conseguido la ayuda de Génova, igualmente implicada en la defensa de sus intereses comerciales y territoriales en el Mediterráneo, y la flota del almirante Andrea Doria había saqueado las costas otomanas del Mediterráneo oriental.

El triunfo más notable de Carlos V fue la conquista de Túnez y La Goleta en 1535, pero la continuación del conflicto no fue tan favorable para las armas cristianas. En 1537, aprovechando la guerra iniciada por Carlos V contra Francisco I, con quien tenía relaciones diplomáticas amistosas, Solimán se decidió a atacar Venecia con la superioridad que le daba la flota de Barbarroja. La escuadra constituida con la ayuda del Papa y del emperador y mandada por Doria fue vencida en Prevesa (1538), por lo que la República veneciana se decidió a firmar la paz por separado entregando sus últimos reductos en Dalmacia, Morea y las islas egeas, aunque pudo conservar Chipre, Creta y Corfú (1540). El intento de Carlos V de conquistar Argel terminó en un gran fracaso (1541), del que no se recuperaría el emperador en su política mediterránea. La amistad franco-turca se puso de manifiesto poco después cuando Barbarroja ayudó a Francia a arrebatar Niza al ducado de Saboya (1543), después de haber saqueado la costa occidental italiana. En los años siguientes continuaron los enfrentamientos, con clara ventaja para los otomanos, que conquistaron Trípoli a los Caballeros de San Juan (1551), sometieron Tremecén, tributaria de España, tomaron Buda (1555) y vencieron en Mostaganem (1558), mientras contaban con la ayuda de Francia, que en 1553 había arrebatado Córcega a Génova, amenazando las relaciones entre Italia y la Península Ibérica.

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