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Datos principales


Desarrollo


La expansión de Roma durante los siglos III-II y su papel hegemónico en toda la cuenca del Mediterráneo implicaron profundas transformaciones tanto en el plano político como en el económico. En este segundo aspecto, la creación de las provincias incidió sobre la agricultura itálica y dio lugar a la creación de nuevos mercados y al flujo de dinero a Italia tanto en forma de botín como de indemnizaciones e impuestos. Hasta la creación de las provincias, el sistema financiero romano era bastante sencillo y frágil. Su principal fuente de ingresos, además de los beneficios procedentes de sus dominios (el ager publicus), era el tributum, impuesto directo para todos los ciudadanos propietarios (adsidui). Se establecía la cuantía en función de los ingresos que el Estado necesitase y se repartía la carga atendiendo a los datos del censo. Pero la crisis financiera de la segunda Guerra Púnica puso de manifiesto la debilidad de la estructura económica del Estado hasta el punto que hubo de recurrir a prestamos privados e incluso a vender gran parte del ager publicus del Lacio. La expansión romana, a partir de la segunda Guerra Púnica, permitió que, después de la guerra de Asia, fuese reembolsado una parte del tributum pagado por los ciudadanos romanos, pues se calculaba que, en ese lapso de tiempo, Roma había ingresado -como botín e indemnizaciones de guerra- 250 millones de denarios. En el 167 a.C., después de la guerra de Perseo, el tributum fue suspendido indefinidamente.

La carga fiscal pasó a ser soportada por los aliados y los provinciales exclusivamente. Otro elemento esencial de la creación de las provincias fue el incremento de las actividades comerciales. La unificación del mundo conocido propició los intercambios y los negotiatores romanos e itálicos, asentados tanto en las provincias como en otras regiones no sometidas a Roma pero bajo control romano, como Egipto, dirigían hacia Italia las corrientes comerciales que ellos controlaban. La única forma de comercio sobre la que el Estado romano ejerció un estrecho control fue el grano. El motivo era asegurar el mantenimiento del ejército y el abastecimiento de Roma, ya que hacia finales del siglo II a.C. comenzará la práctica de la frumentatio publica o distribución casi gratuita de trigo a la plebs romana. Durante el siglo II, el aprovisionamiento de trigo dependía casi esencialmente de Sicilia y de Cerdeña. Posteriormente, desde el 123 a.C., también de Hispania. Sicilia daba anualmente un diezmo de su cosecha como impuesto y, en caso de necesidad, estaba obligada a vender otro tanto a Roma a un precio fijado de antemano. Desde el 146 también África se convirtió en proveedor de trigo. Los mercaderes privados eran responsables de transportar el grano a Roma, pero el Senado ejercía un estrecho control. En la agricultura itálica, gracias al aumento de capitales y a la abundante mano de obra esclava se impulsó un régimen de explotación basado fundamentalmente sobre el cultivo del vino y del aceite que se extendió a Etruria, el Lacio y la Campania, aunque no estaba ausente de otras regiones de Italia.

La producción permitió un flujo de exportaciones sistemático y en continuo aumento a lo largo del siglo II a.C. Las ánforas en que se transportaban (la más antigua llamada Campana A y posteriormente la llamada Dressel I) aparecen en Hispania, Galia meridional, Africa y provincias orientales. La protección del Estado sobre los intereses comerciales de Italia, aunque indirecta, nunca estuvo ausente; así puede explicarse la prohibición de Roma a que los pueblos transalpinos plantaran viñas y olivos, evitando una posible competencia. Los senadores romanos no podían dedicarse al comercio, pero en su calidad de grandes terratenientes, no estaban ajenos a los beneficios que éste reportaba. Parece incluso que muchos terratenientes comerciaban por medio de sus libertos, que podían legalmente poseer grandes barcos y estaban obligados a vender los productos de sus amos, como señala el tratado de agricultura de Catón el Viejo. Eran, asimismo, objetos codiciados por la aristocracia romana los artículos suntuarios procedentes sobre todo de Oriente: obras de arte, alimentos y vinos raros, especias e incluso esclavos cualificados. La protección del Senado al comercio explica también que en el 187 a.C. se decidiese que los comerciantes romanos y latinos estuvieran exentos de tasas portuarias en Ambracia. La decisión de convertir a Delos en puerto franco en el 167 a.C. también benefició a los comerciantes italianos e itálicos en general, aunque esta decisión perjudico en cierto modo a Rodas.

La medida pudo ser adoptada como castigo a Rodas por su actitud ambigua en la guerra contra Perseo. Por el contrario, Delos floreció y se convirtió en un centro comercial especialmente importante para el comercio de esclavos. Según Estrabón, podían llegar a venderse 10.000 esclavos en Delos en un solo día. La colonia de romanos e itálicos asentados en Delos era muy importante y se nutría no sólo de traficantes de esclavos, sino de comerciantes importadores o exportadores de vinos, trigo y otros productos. También había banqueros -generalmente libertos-, representantes o agentes en Delos de determinadas casas de banca o comercio cuyos dueños vivían en Roma o Italia. El crecimiento del comercio y la importancia que a éste se concedía, llevó a la construcción en el 193 a.C. del puerto fluvial de Roma frente a la isla Tiberina, con una imponente estructura apta para el aprovisionamiento de una ciudad en constante crecimiento demográfico y un elevado nivel de consumo. La agricultura itálica sufre una transformación a partir de mediados del siglo III a.C. como consecuencia del enorme desarrollo de la economía romana, de la progresiva comercialización de sus productos (documentada a través de los numerosos hallazgos de ánforas, exportadas sobre todo por vía marítima) y del incremento del número de esclavos. A partir de esa época surge en Italia el modelo de villa o hacienda rústica que ha dado en llamarse villa catonianna, ya que las características de estas factorías agrícolas nos son expuestas detalladamente en el manual de agricultura de Catón.

La hacienda descrita por Catón supone un indudable progreso respecto a las formas de cultivo anteriores, ya que se organiza atendiendo a tipos de producción y unidades productivas. El objetivo que estas haciendas deben perseguir es la obtención del máximo beneficio, partiendo de que el propietario debe ser vendedor y no comprador. Los tiempos en los que la producción tenía un carácter familiar-doméstico están lejos. Ahora el propietario es un inversor, no un cultivador directo e invierte su capital en la tierra buscando el máximo beneficio. Para ello, debe tener en cuenta la elección de la finca a comprar, su proximidad a vías de comunicación -ya que se cuenta con la comercialización de los productos- para el transporte de las mercancías, el número de esclavos necesarios, el régimen mínimo para su manutención, etc. Esta nueva racionalización de la economía agraria prosperó a costa de la ruina de la pequeña y mediana propiedad, sobre todo a partir de la segunda Guerra Púnica. Parece bastante claro que la mayor parte de las tierras confiscadas a las ciudades y los pueblos del Sur que se habían colocado al lado de Aníbal (el territorio de Capua, gran parte del Brucio, la Lucania, el Samnio y la Apulia) cayeron en manos de ricos señores romanos que disponían de los medios financieros necesarios para explotarlos mediante el empleo de esclavos o con cultivos de tipo extensivo. Aunque también se conoce la existencia de este tipo de villas en la Etruria meridional y en el Lacio.

Los cultivos más extendidos eran el olivo y la vid, aunque también se impulsa el cultivo de árboles frutales, el huerto de regadío y los pastos. El trigo y los cereales no desaparecieron, sobre todo en aquellas regiones de Italia a las que no llegaba, como a Roma, el diezmo provincial. Su cultivo servía principalmente para cubrir las necesidades de la familia y los excedentes para el comercio no eran muy importantes. Así pues, la agricultura se hace más técnica y racional y se percibe una tendencia progresiva a la concentración de la propiedad, lo que no significa que el fenómeno latifundista estuviese generalizado y que hubiesen desaparecido la pequeña propiedad campesina o las asignaciones coloniales de lotes de reducida extensión, aunque los hechos posteriores indican claramente que la extensión de la concentración de la propiedad había conducido a la crisis de los pequeños agricultores. Este problema está en la base de las reformas de los Gracos.

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