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A diferencia de lo acontecido en Europa Central y Balcánica, en el otro extremo del mundo el comunismo estaba destinado a perdurar, aunque en una versión un tanto heterodoxa y particular. Para entender esta diferencia, hay que partir de los antecedentes de lo sucedido en China. Sólo a la altura de 1982 sus dirigentes parecieron ya haber superado la crisis de confianza creada por la muerte de Mao y aceptar plenamente el liderazgo de Deng Xiaoping. Sus cuatro principios cardinales para el Gobierno del país -adhesión a la vía del socialismo, dictadura democrática del pueblo, liderazgo del PC y asunción del marxismo-leninismo de acuerdo con el pensamiento de Mao- parecían muy conservadores de la ortodoxia comunista pero, en realidad, aparte de que hubieran podido ser suscritos por cualquiera, reformista o no, no sirvieron nada más que como una especie de seguro frente a quienes deseaban menos cambios. Lo que marcaba ya la diferencia con respecto al pasado y con los restantes países de la órbita comunista era el creciente olvido práctico de la ortodoxia ideológica y la política económica seguida. Lo más peculiar de la evolución de China durante la década de los ochenta, en especial en su segunda mitad, fue la alternancia entre sucesivas fases de relajación y control -fang y shou, en chino- aunque siempre con el mismo liderazgo. En 1984, Deng cumplió ochenta años pero a pesar de su edad fue él quien dio continuidad y dirección a la evolución de su país durante ese período.

Hubo nada menos que tres repeticiones completas de esos movimientos durante al década de los ochenta. En dos ocasiones, Deng trató de designar un sucesor -Hu Yaobang y Zhao Ziyang- pero en ambas fracasó por los errores de éstos o por la oposición de los conservadores. La lucha no sólo se llevó a cabo en el terreno estrictamente político, sino que apareció agravada y multiplicada por la evolución económica. En una economía necesitada de reformas estructurales definitivas, las fases de crecimiento espectacular estuvieron acompañadas también de otras caracterizadas por la inflación, la corrupción y el malestar social con sus inevitables correlatos políticos. La primera batalla entre conservadores y reformistas, con sus respectivas fases de relajación y de control, se desarrolló en 1986-1987. En el fondo, se trataba en buena medida de un enfrentamiento generacional. Si los reformistas querían lograr la retirada de los cuadros ancianos del partido, Hu Yaobang, secretario general del mismo, tenía 67 años, pero parte de sus colaboradores eran personas con formación universitaria y que pertenecían a la segunda o tercera generaciones del partido. La ofensiva de los conservadores se dirigió en contra de la "polución espiritual" que permitía el predominio de un "humanismo abstracto" en el que se percibían signos de descomposición del comunismo. Zhao Ziyang, que desempeñaba el puesto de primer ministro, llegó a amenazar con retirarse porque ese género de embestida ortodoxa podía poner en peligro acuerdos económicos con Japón.

Para que se perciba la dureza del enfrentamiento y la distancia entre los diferentes sectores baste con decir que a fines de 1984 la prensa aperturista conceptuaba a Marx como una persona que murió hacía muchos años y que, por lo tanto, no podía ser tomado como modelo o guía mientras que la irritación de los conservadores les llevaba a exigir que en la prensa el 80% de la información consistiera en visiones positivas del régimen vigente, no autorizándose más que un 20% de crítica. La polémica se vio acompañada de una evolución económica preocupante. Una reforma relajando el control de las empresas en 1984 contribuyó inmediatamente a un recalentamiento de la economía y a la aparición de signos de inestabilidad social. Sobre el tapete estaba también la transformación del Ejército, la evolución de las zonas costeras sujetas a un estatuto especial y la aparición de la delincuencia como resultado del profundo cambio que se estaba dando en el país. En el verano de 1986 hubo oleadas de rumores contradictorios sobre las posibles reformas políticas que incluían la posibilidad de introducir un parlamentarismo a la occidental. No obstante, casi inmediatamente las promesas de cambios empezaron a ser desplazadas a un año más tarde. Un factor de importancia creciente en la situación política china lo constituyeron, a partir de 1985, las protestas estudiantiles. Animadas por algún profesor como el astrofísico Fang Lizhi, quien llegó a decir que "el socialismo ha sido un fracaso y sólo la completa occidentalización es el camino a la modernización", presentaban una alternativa global al sistema que, a partir de diciembre de 1986, motivó la prevención incluso de los más caracterizados reformistas.

Deng en este momento aseguró no comprender cómo Fang seguía en el partido y, recordando las lecciones del caso polaco, advirtió que podía llegar el momento en que fuera preciso actuar de una forma dictatorial y por la fuerza. Si los estudiantes tenían una idea confusa respecto a lo que querían, en cambio, los dirigentes conservadores lo sabían perfectamente. De ahí su ofensiva contra Hu Yaobang, que acabó con él en enero de 1987, aunque no perdió su condición de comunista ni su puesto en el Politburó del partido. En los meses siguientes, aunque hubo limitaciones a la libertad de prensa, no se produjeron persecuciones policíacas contra los disidentes o los más reformistas. A Zhao Ziyang le correspondió entonces tomar el relevo de Hu y, a fines de 1987, los reformadores habían conseguido ya la retirada de los conservadores de mayor edad de los puestos políticos más importantes que desempeñaban hasta el momento. Deng conservó algunos poderes políticos efectivos -y no sólo teóricos, como hubiera querido- para que no acabaran en manos de los que se resistían a los cambios. Da la sensación de que pudo haber pensado que el primero de sus preconizados como sucesor no había sido bien elegido, pero que su idea acerca de cuál era la senda que debía seguir China estaba muy clara. Así se deduce de las declaraciones del nuevo hombre fuerte de la política china. Para Zhao el desarrollo era "la principal tarea" y daba la sensación de que a ella debía someterse todo, incluidos los cuatro principios enunciados por Deng.

Este tono tecnocrático se acompañó de un manifiesto deseo de crear una burocracia profesionalizada que parecía tendente a configurar el régimen como una fórmula de neoautoritarismo, tal como existía en otros países de Extremo Oriente o en la España de los sesenta y que estaban caracterizados por un crecimiento económico a fuerte ritmo. Zhao aseguró que nunca leía el órgano ideológico principal del partido, del que cambió su nombre de Bandera roja a Buscando la verdad. Pero los problemas económicos, sociales y políticos perduraron. Un nuevo recalentamiento de la economía, a finales de 1987, se vio acompañado por quejas en contra del partido, que aseguraba haber expulsado a 150.000 miembros. El desinterés de los jóvenes por el comunismo se pudo apreciar en la creciente protesta de los estudiantes, a veces mezclada con conflictos raciales por la presencia de alumnos africanos en la Universidad. A comienzos de 1989, Fang Lizhi, el símbolo de la protesta de los medios culturales, se entrevistó con Bush, de paso por China con destino a Japón. Un acontecimiento inesperado sirvió de detonante de una crisis más decisiva que la anterior. En abril de 1989, Hu Yaobang, que se había convertido en algo así como un mártir de la causa reformista, murió de un infarto. Sus funerales dieron lugar a una valoración contradictoria de su persona por parte de los estudiantes, concentrándose quienes le homenajeaban en la plaza Tiananmen, mientras los conservadores protestaban contra su memoria y la blandura del Gobierno.

Lo peculiar de la situación fue que la población de Pekín pareció hallarse próxima a los estudiantes, lo que contribuyó todavía más a la prevención de los sectores conservadores del partido. A mediados de mayo, la protesta estudiantil desembocó en una huelga de hambre en Tiananmen. Los protestatarios tuvieron muy en cuenta la especial repercusión que lograrían con su gesto porque China esperaba la visita oficial de Gorbachov -un verdadero "maná de Moscú"- y eso suponía una amplia exposición de la situación china a los medios de comunicación de todo el mundo. Zhao persistió en una política de intentar una solución pacífica al problema estudiantil, pero Deng parece que ya estaba decidido a actuar por la fuerza en el momento de la llegada del líder soviético. Cuando Gorbachov abandonó China, el 19 de mayo, se impuso el estado de guerra y unos 250.000 soldados tomaron posiciones en la capital. Pero la población les rodeó e inmovilizó, bloqueándoles con barricadas: hasta un millón de personas participó en esos actos que motivaron la temporal retirada de las tropas. No tardaron en tomarse en la cúpula política las decisiones destinadas a enderezar la situación. Mientras Zhao desapareció, Deng se dedicó a conseguir el apoyo de las guarniciones y el número de estudiantes en Tiananmen quedó reducido a apenas a unos 10.000. Lo que el sector más conservador del partido temía más -y le indujo más a la intervención- fue la posición que adoptasen los sectores obreros de la capital.

La intervención de las tropas, en junio de 1989, provocó entre 600 y 1.200 muertos, de los que apenas 39 fueron estudiantes (no hubo nada semejante a "una masacre" en la plaza de Tiananmen) y entre 6.000 y 10.000 heridos. Hubo protestas públicas en una decena de capitales provinciales e, incluso, se produjo algún caso de disensión en los medios militares: más de un millar de soldados cometió actos de indisciplina y la misma acusación recayó sobre un centenar de oficiales. En el conjunto de China hubo, además, unas decenas de condenas de muerte, con las consiguientes ejecuciones públicas, contra quienes fueron acusados de ser "delincuentes sociales" por haber colaborado en actos de protesta. Zhao fue expulsado del partido, aunque no llegó a ser acusado de crímenes como por un momento pareció posible que sucediese. Aun así, en el verano de 1989 daba la sensación de que la llamada "segunda revolución" de Deng Xiaoping había concluido en el agotamiento después de haber fracasado en el sucesivo nombramiento de dos posibles sucesores. A pesar de ello, la línea reformista no tardó en recuperarse y marcar la dirección de la política china. La situación en la que había quedado Deng era, por entonces, muy complicada porque era el segundo intento de tener un sucesor y porque la división en la dirección del partido era mucho mayor después de haberse producido tal derramamiento de sangre. Aun así, desde poco después de la represión, Deng insistió en las necesidad de mantener las buenas relaciones con los Estados Unidos y de conceder la máxima importancia al desarrollo económico.

Pasados unos meses, a Fang Lizhi se le permitió abandonar la Embajada norteamericana en la que se había refugiado. Deng acabó indicando a Nixon, de viaje en China, que "Estados Unidos puede tomar unas pocas iniciativas (para renovar la relación amistosa); China no puede". Con esta frase estaba, no obstante, testimoniando una disponibilidad que indica que, a pesar de la sangre derramada, seguía firme en su propósito reformista. Así se pudo percibir de nuevo en 1991 cuando otra figura que dependía de él, Zhu Rongji, pasó a desempeñar un papel importante en el liderazgo político. Pero, signo de lo ambiguo de la situación resulta también el hecho de que China mostrara su satisfacción por la aparente victoria del golpe de Estado en Rusia. Eso parece probar que los dirigentes chinos -Deng incluido- estaban dispuestos a cambiar de política pero no a perder el poder. Prueba de lo primero es que a comienzos de 1992, en un viaje hacia el Sur, Deng declaró que socialismo y capitalismo son sólo "métodos" y, al mismo tiempo, dando de nuevo preferencia al crecimiento económico, señaló como objetivo alcanzar a los "cuatro dragones" -es decir, a las nuevas potencias capitalistas de Extremo Oriente- en veinte años. A estas alturas, Deng se había convertido, de acuerdo con la caracterización que de él hacía la prensa oficial, en "el timonel" del régimen, pero ésa era una posición un tanto informal, que no suponía que se cumplieran sus órdenes de forma automática.

En cambio, el status de Deng venía a ser comparable al que había tenido Mao en el pasado como inspirador de la línea fundamental de acción del Estado. En octubre de 1992, todavía el Congreso del partido observó la derrota del sector más conservador dirigido por Chen Yu, pero también la condena de los denominados "burgueses liberales". Sin embargo, en esta ocasión se señaló como propósito fundamental del partido cambiar fundamentalmente la estructura económica del país y conseguir llegar a "un sistema económico socialista de mercado". Pese a la condena del "liberalismo", en realidad fue la declaración más próxima al mismo manifestada en toda Historia del comunismo chino. En 1994, Deng cumplió noventa años: poco tiempo después, iba a desaparecer de la vida pública antes de que le llegara la definitiva hora de la muerte. Ahora, por fin, sí pareció que había conseguido estabilizar su sucesión. Zhu había empezado a dominar el aparato económico de forma definitiva en 1993; su planteamiento político cada vez parecía más semejante a los neoautoritarios del Extremo Oriente, en el sentido de combinar el mercado con una fuerte voluntad de control por parte del Estado. Jiang Zeming empezaba a emerger en la clase política del momento como otro de los posibles herederos de Deng. Pero la verdadera heredera de la época en que ejerció el poder era la propia China, ya transformada en la séptima potencia económica mundial por las reformas que introdujo.

En 1994, el crecimiento fue superior al 10%, cifra nada infrecuente por esos años. A lo largo de la etapa dominada por la personalidad de Deng, la renta individual tanto en el campo como en la ciudad se había multiplicado por diez. La inversión extranjera era, por aquellas fechas, de 38.000 millones de dólares. En 1994, por primera vez, el número de trabajadores en empresas no estatales, unos 120 millones, podía compararse con el de los empleados por el Estado. El cambio de la sociedad china era, por tanto, espectacular. A pesar de Tiananmen y de la Guerra con Vietnam la etapa de Deng ha sido la más larga con tranquilidad y crecimiento económico de la Historia de China del siglo XX. Todo ello se había logrado no mediante una conversión al capitalismo, como en el caso de Polonia, la República Checa o Hungría. En Deng Xiaoping se produce la máxima paradoja de que, en definitiva, fue el político que logró evitar el colapso del Partido Comunista chino a costa de descargar de contenido ideológico al régimen en vez de intentar una reelaboración del marxismo-leninismo. Ha conseguido, en definitiva, lo que intentó Gorbachov, por el procedimiento de diluir, a base de pequeñas sentencias de escaso contenido -"la práctica es el único criterio de la verdad", "busca criterio de los hechos", "da igual el gato negro o blanco; lo importante es que cace ratones" e, incluso, "no sabemos qué es el socialismo"- los principios totalitarios. Pero la herencia de la China de Deng también abunda en aspectos que a medio plazo pueden ser conflictivos.

Los problemas nacen de la debilidad de una clase tecnocrática que puede carecer por completo de apoyos sociales efectivos. La evolución económica ha contribuido a crear una clase media pero, como en otros casos, la transición a la economía de mercado ha creado fenómenos de delincuencia y graves patologías sociales. Existen también graves problemas estrictamente políticos como el papel que se puede atribuir a un Ejército de cuatro millones de personas, en la alternativa de ser un poder dependiente de tan sólo un partido o dispuesto a aceptar el predominio civil. Y, en fin, no ha desaparecido del horizonte de lo posible el peligro de una descomposición interna como ha sucedido en otras ocasiones en la Historia de China, lo que puede verse favorecido por la fragmentación económica existente. La gran cuestión pendiente respecto a China consiste en saber hasta qué punto es posible en ella una eventual transformación en sentido democrático. Este cambio sería una vía distinta, a la vez, de la Unión Soviética y de la Europa del Este. China podría seguir un camino de modernización económica y de autoritarismo político semejante al que se ha dado en otros países del Extremo Oriente y de él pasar a una liberalización y a una posterior democracia. En el fondo, los aquellos países en los que la primera fase de la transición obtuvo su mejor éxito fueron aquellos en los que se siguió un proceso parecido al de la que fue considerada como un modelo: España.

De hecho, al Extremo Oriente también llegó la tercera oleada de la democratización en torno a mediados de la década de los ochenta. En Taiwan, el cambio político se produjo por una voluntad de transformación de la propia clase dirigente, en especial a partir de la desaparición de los fundadores del régimen que había hecho frente a la China comunista. En Corea del Sur, la transición tuvo lugar en mayor grado por presión de la oposición popular. En Filipinas, la democracia sólo pudo llegar tras el derrocamiento del régimen de Marcos en 1986. Este panorama positivo, que probablemente ha podido verse consolidado con la desaparición de la guerra fría y que desmiente la tradicional afirmación de que el confucianismo es tan sólo compatible con el autoritarismo, no debe hacer olvidar, sin embargo, que en la misma región hay ejemplos que contradicen el panorama descrito. De los grandes países de la región, sólo en tiempos recientes y como consecuencia de la crisis económica Indonesia ha perdido su condición dictatorial. Pero Malasia y Singapur, por ejemplo, que han tenido una tradición parlamentaria y democrática como consecuencia de su pasado colonial británico, han oscilado hacia el autoritarismo y algo parecido ha sucedido en Tailandia. Incluso los países que han evolucionado recientemente hacia la democracia han pasado por inconvenientes graves: los partidos son muy volátiles y a veces están aglutinados tan sólo por personalidades muy significadas.

Además, algunos de los líderes de la transición, como el surcoreano Roo Tae Woh, han pasado de ser héroes de la transición a convertirse en delincuentes por casos de corrupción. Si volvemos al caso de China, una vía de transición como la indicada exigiría, sin duda, aparte de tiempo, algunos elementos germinales de los que puede pensarse si realmente han aparecido o no. Los especialistas señalan estos factores iniciales en tres escenarios de la realidad política china. En primer lugar, hasta cierto punto puede decirse que está en gestación un Estado de Derecho: es ya posible pleitear contra el poder, principalmente en materias económicas, y se calcula que a fines de los noventa había unos 150.000 abogados en ejercicio. Por otro lado, el Congreso del Pueblo, institución paralela al Parlamento, reivindica más poderes y ejerce una cierta función tribunicia. Finalmente, en el medio rural han tenido lugar algunos experimentos de democracia, a pesar de que las características del régimen siguen siendo las mismas de siempre. Sólo el tiempo descubrirá si de estos principios se puede llegar al comienzo de una democratización.

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