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Asia y África

Desarrollo


Las explicaciones acerca de las causas de la precocidad y alcance de la expansión portuguesa se dirigen a muy diversas motivaciones religiosas, sociales y económicas. El espíritu de Cruzada y los ideales caballerescos habían encontrado un fuerte resurgimiento desde inicios del siglo XV en la Corte portuguesa. En los primeros tiempos de la Casa de Avis, llegada al trono tras la guerra de Sucesión de 1383-1385, habían dominado los intereses económicos de los sectores mercantiles, de tal manera que, como afirma Antonio Sergio, en el reinado de Juan I (1385-1433) puede hablarse de revolución burguesa, con el predominio consecuente de sus intereses. Ello llevó al ennoblecimiento de parte de este sector pujante originando un cambio de objetivos, ya que la nueva nobleza se encontró deseosa de conseguir rápidamente los honores que faltaban a sus linajes. Así, en el reinado del proaristócrata Alfonso V (1438-1481) se impondrán los objetivos nobiliarios, anteponiéndose la expansión territorial en Marruecos a la continuación de las exploraciones. Junto a ello, el espíritu de Cruzada pudo aspirar a una compensación ante la derrota cristiana frente a los turcos en el sudeste europeo, que se materializó en el deseo de un imperio portugués en Marruecos, para lo que no se escatimaron esfuerzos. Repetidas bulas papales concediendo privilegios a cambio de cristianización reforzaron esta actitud. Del mismo modo, la búsqueda del legendario Preste Juan estaba relacionada con la esperanza de encontrar un aliado en su lucha contra los musulmanes, situado a espaldas de éstos.

La forma de vida de la frontera pudo coexistir perfectamente con los ideales caballerescos. El avance de la frontera fue lo suficientemente largo y duradero como para que se afianzasen estilos de vida y organización social que habían nacido de ella. La tendencia a perpetuarse de éstos, por encima incluso de la supervivencia de la frontera, empuja a buscar una nueva. De ahí que la nobleza portuguesa se empeñase en continuarla en el norte de África, volcando en ello una cantidad absolutamente desproporcionada de los recursos económicos y humanos del país. La vieja nobleza, por su parte, había sufrido el declive de los ingresos señoriales en los siglos XIV y XV, tratando con la consiguiente utilización de la violencia, legal o ilegal, recuperar el nivel adquisitivo. La expansión territorial fue una de las vías, y, dada su situación geográfica, Portugal lo hizo por mar y con barcos, en lugar de por tierra y con caballos. También puede pensarse, con Malowist, que la expansión ibérica inicial fue iniciativa de la nobleza, notoriamente de los hijos menores que carecían de tierras, y sólo una vez que comenzaban a funcionar las redes comerciales se animaban los comerciantes, más prudentes. Por último, son muchos los factores económicos que tuvieron su papel. Así, en lugar destacado hay que poner la sed de oro. Desde el siglo XIII, las importaciones europeas de oro africano intensificaron el tráfico transahariano, pero las necesidades, para el comercio continental y con Oriente, eran mayores.

La búsqueda de los yacimientos al sur del Sahara estaría así entre los mayores acicates de las expediciones portuguesas. En segundo lugar, la escasez de artículos alimenticios de primera necesidad hacía depender a Portugal de las importaciones de cereal, realizadas por el comercio hanseático y bretón. Para Magalhâes Godinho la agricultura fue la principal razón de la colonización de los archipiélagos atlánticos, donde el desarrollo agrícola fue rápido y basado en la tetralogía de cereal, azúcar, vino y tintes. El azúcar también era un producto básico, como conservante y como complemento de la dieta a la que proveía de calorías en sustitución de las grasas. Se utilizaba también para la elaboración de bebidas alcohólicas, como el ron. Las plantaciones de caña de azúcar se estaban introduciendo en Portugal, pero el gran desgaste del suelo que suponían era un incentivo para la búsqueda de tierras cultivables fuera de la península. Las plantaciones de los archipiélagos atlánticos multiplicaron la necesidad de mano de obra barata. El asalariado libre portugués resultaba caro, y de ahí la búsqueda de esclavos y el deseo de adquirirlos directamente al sur del Sahara, en lugar de recurrir a su compra en las plazas norteafricanas. Hacia 1440, la trata de esclavos permitió financiar la expediciones portuguesas por la costa occidental africana. La necesidad de proteínas para la alimentación convertía a la pesca en esencial, y más aún si tenemos en cuenta la frecuente abstinencia del consumo de carne por razones religiosas.

De la envergadura que llegaría a adquirir el negocio pesquero nos da fe la facultad que se arrogaron los monarcas de Castilla y Portugal, a mediados del siglo XV, de conceder licencias de pesca, que otorgaron a nobles o empresarios en determinados tramos costeros de África con carácter exclusivo. La creciente construcción naval se encontraba con una importante carencia de madera en Europa occidental y las islas mediterráneas, causada por una constante deforestación, el "hambre de madera" de que habla Braudel. Ante ello, Portugal se ve obligado a recurrir a las importaciones del Báltico, por lo que se convierte en un objetivo la consecución de tierras de donde obtener una producción propia. También cuentan las necesidades de la industria textil. Colores para el teñido de los tejidos: pastel, añil, granza, cochinilla, brasil y sangre de dragón, cuyo cultivo se encuentra o se introduce en los archipiélagos atlánticos. Por otra parte, la goma para endurecer la seda en el proceso de acabado y dar apresto a los tintes procede del Sahara. Pero el mayor acicate para emprender viajes tan arriesgados era la búsqueda de especias, necesarias para la conservación y condimento de la carne. El interés por la especias se despertó desde la toma de Constantinopla por los turcos en 1453, y la búsqueda del reino del Preste Juan estuvo unida en la mente de Juan II a la de las especias, hasta entonces suministradas por Venecia. El cierre de los puertos de Egipto y Asia Menor al comercio occidental, realizado a comienzos del siglo XVI por el imperio otomano, convirtió al comercio portugués en el único capaz de proveer a la demanda europea, factor que supuso la revalorización de la ruta portuguesa, que acababa de llegar al Indico.

Existían, pues, sobradas motivaciones para la expansión, que hubiesen quedado en nada si Portugal no hubiese contado con la condiciones necesarias para llevarla a efecto. a) En primer lugar, condiciones políticas. La unificación y el control de todo el territorio lusitano bajo la Casa de Avis permitió la concentración de recursos en una empresa, que fue perfectamente preparada y dirigida durante decenios. Nada que se asemeje al aventurerismo inconsciente, como dice Antonio Sergio, sino un metódico plan de conjunto, que incluía el estudio de los medios adecuados. La protección real del comercio y los incentivos al desarrollo marítimo era práctica tradicional en Portugal ya antes de la dinastía Avis, pero la política de ésta de reforzamiento del poder real prestó mayor fuerza y continuidad a sus decisiones, dio confianza a los comerciantes y animó a la nobleza a desfogar sus energías y buscar fortuna en el exterior. El Estado mismo se convirtió a su vez en empresario, posibilitado por la estabilidad interior. Para un reino pequeño como Portugal, que contaba poco en los asuntos europeos, la expansión marítima era una vía para alcanzar fortuna y gloria. b) También poseía Portugal experiencia suficiente en el comercio a larga distancia. Además del comercio con el norte de Europa, desde el siglo XIII se habían emprendido viajes a las Canarias y probablemente en el XIV habían puesto el pie en Madeira y algunas islas de las Azores. A la disponibilidad de capital, imprescindible para hacer frente a los grandes gastos, hay que añadir la práctica de nuevas técnicas financieras, crediticias y aseguradoras, que permitían asumir expediciones comerciales tan arriesgadas.

c) Además de la capacidad política y económica, también existía en Portugal un alto nivel de conocimientos sobre navegación marítima, además de experiencia en la utilización de los nuevos adelantos de la ciencia náutica. Algunos habían venido adoptándose desde hacía unos siglos conforme fue necesario recurrir a ellos y otros fueron apareciendo según la práctica los requirió. A comienzos del siglo XV la mayoría de los instrumentos utilizados por los marinos europeos estaban limitados a los necesarios para la navegación de cabotaje: la brújula magnética, el reloj de arena y la plomada para conocer la profundidad. En este siglo se introdujeron el cuadrante, para la medición de la altitud, y el astrolabio, para calcular la latitud por la observación de la altura del Sol o las estrellas, imprescindible para los viajes transoceánicos. Las guías náuticas y los libros de marinería recopilaban los conocimientos náuticos, completados por las experiencias de viajes concretos anotadas diariamente en los "Diarios de Navegación", donde se describían las características náuticas, geográficas y antropológicas que podrían ser útiles a los futuros navegantes. Los "roteiros" de navegación oceánica, informes de viajes ilustrados con mapas, operaban con nuevos elementos: la aparición sistemática de los valores de latitud y la inclinación magnética y la anotación de datos meteorológicos, oceanográficos e hidrográficos. Desde el siglo XIII existía la posibilidad de realizar representaciones cartográficas ajustadas a la realidad, en las que la experiencia fue suprimiendo países fantásticos y míticos.

Las cartas-portulanos eran la transcripción gráfica de lo que se encontraba escrito en los portulanos o "roteiros" y fueron incluyendo todos aquellos datos que podían ser necesarios a los pilotos. Desde el siglo XVI, las cartas náuticas representaban la latitud en relación a los meridianos y la longitud respecto a los paralelos. La mejora progresiva de los navíos es la innovación técnica más decisiva. Los portugueses fusionan las dos tradiciones europeas de construcción de barcos, septentrional y mediterránea, para dar lugar al tipo de barco adecuado a las nuevas condiciones de navegación, la carabela: disminución de la manga en relación a la eslora, que le presta maniobrabilidad; poco calado, que le permite adentrarse en los ríos; velas triangulares que permiten navegar a bolina, en contra del viento, y cuadradas, para aprovechar los vientos de popa; timón articulado a un codaste recto con goznes de hierro; estructura sólida y centro de gravedad bajo. Portugal contaba también con los navegantes de mayor preparación técnica de Europa, debido a un esfuerzo secular pero también a la iniciativa de don Enrique el Navegante (1394-1460), uno de los hijos de Juan I, que había agrupado en el Algarve, en Sagres, a pilotos, matemáticos y cartógrafos procedentes de toda Europa. Como gobernador del puerto de Lagos y gran maestre de la Orden de Cristo, dirigió las expediciones atlánticas, enviando viajes de exploración y concediendo licencias a la iniciativa privada.

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