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Desarrollo


Las explicaciones basadas en la teoría de la dependencia señalan que la especialización comercial latinoamericana (intercambio de productos manufacturados por productos primarios), basadas en la relación entre el Centro y la Periferia, han conducido a importantes desigualdades económicas y son las causas del actual subdesarrollo. Para ciertos autores, la liberalización del sector exterior es un factor de atraso económico decisivo y los ferrocarriles llegaron a ser catalogados como instrumentos de explotación y colonización. Lo que subyace en estas explicaciones es la idea de que si todos los esfuerzos, y los capitales, puestos al servicio del sector exportador se hubieran dirigido a producir manufacturas para el mercado interno, las cosas habrían ido mejor. Por el contrario, cabría preguntarse, como haremos a lo largo de los próximos capítulos, si la especialización exportadora, consecuencia de la integración en el mercado mundial, contribuyó a profundizar en el atraso de las economías latinoamericanas. Es evidente que para poder valorar adecuadamente las repercusiones que tuvo el proceso emancipador sobre el sector exterior hay que referirse obligadamente a la realidad existente con anterioridad a la independencia. Y antes de ver algunas de las cifras disponibles, resulta interesante comprobar cuál era la visión que sobre estos hechos tenían los historiadores latinoamericanos del siglo XIX, historiadores liberales que sentaron las bases de una ideología nacional.

Para ellos, por ejemplo, la independencia supuso la eliminación de todas, o casi todas, las barreras que impedían el desarrollo del libre comercio, y por consiguiente la eliminación de las trabas que frenaban el desarrollo económico, ya que el monopolio sevillano era visto como el paradigma de la opresión y las medidas liberalizadoras de los Borbones como meros y transitorios parches, que no habían llegado a solucionar los problemas de fondo. Los efectos económicos que tuvo el Reglamento de Comercio Libre de 1778 sobre la economía española son bastante bien conocidos y sin embargo no ocurre lo mismo con lo sucedido en las colonias americanas, pese a la importancia de algunos trabajos recientes, como el de John Fisher. El estudio pormenorizado del funcionamiento de las distintas economías regionales en el último cuarto del siglo XVIII y en el primero del XIX sería un excelente test para calibrar la intensidad de las reformas borbónicas sobre la coyuntura colonial. Es obvio que la ausencia de tales estudios dificulta enormemente la realización de comparaciones entre el antes y el después. De todas formas, las necesidades de ingresos fiscales a través de las aduanas exteriores fueron un estímulo importante para potenciar las importaciones y en general las relaciones económicas de los jóvenes países americanos con el exterior. En el caso de México, los ingresos aduaneros supusieron el 50 por 100 de sus ingresos fiscales en la década de 1820; en Argentina el porcentaje fue del 80 por 100, de acuerdo con las cifras proporcionadas por Halperín Donghi.

El papel de las rentas aduaneras se acrecienta si tenemos en cuenta el hundimiento en las recaudaciones de las antiguas cajas del interior. Una de las escasas excepciones fue Bolivia, donde entre 1835 y 1865, el 80 por ciento de los ingresos fiscales provinieron del tributo indígena. Precisamente, una de las razones de que el tributo indígena pudiera sobrevivir durante largas décadas después de su primera abolición era la dificultad de la Hacienda para reemplazarlo por otra fuente de recursos alternativa. También hay que tener presente el propio interés de los indígenas que veían en el tributo la mejor garantía para defender el marco jurídico-institucional proveniente de la colonia que garantizaba la existencia de fuertes privilegios corporativos, como la misma existencia de las comunidades indígenas. La independencia y la liberalización del comercio no significaban únicamente la apertura de nuevos mercados. También habían conducido a un gran debilitamiento del comercio con España. Por lo tanto, sería imprescindible recomponer los flujos comerciales existentes a fin de garantizar el abastecimiento de importantes mercados con una demanda precisa de productos importados. Los comerciantes británicos y norteamericanos fueron los llamados a cubrir estos huecos. Sin embargo, las diversidades geográficas y regionales, que implicaban la existencia de tres grupos bien diferenciados de países productores (mineros, de agricultura tropical y de agricultura o ganadería templada), condujeron a resultados totalmente distintos en la apertura económica, que también dependieron de la profundidad con que se hubieran adoptado medidas reformistas en materia mercantil.

La eliminación de los privilegios de tipo corporativo o gremial existentes introdujo un factor de estabilidad en el mercado, pero los tiempos en que se produjo este desmantelamiento también varió de un país a otro. Otro factor que facilitó la implantación o profundización de medidas librecambistas fue la cuestión bélica, ya que los pertrechos y abastecimientos militares (armas, municiones, barcos de guerra) debían adquirirse fundamentalmente en el exterior, ante la inexistencia de empresarios y mano de obra especializada en los mercados locales. En el caso de Argentina y Brasil, dos de los ejemplos de economías exportadoras más exitosos de esta época, los avances del comercio libre fueron más importantes que en otros países latinoamericanos. Junto con las transformaciones introducidas en materia legislativa, estos dos países también se vieron favorecidos por el incremento de los intercambios atlánticos, en claro detrimento del papel antaño jugado por el Pacífico. Este hecho será dramático, como veremos, para países como Perú y Bolivia, que habían orientado su comercio de forma tradicional por la vertiente del Pacífico y que en la primera mitad del siglo XIX se vieron al margen de los principales circuitos comerciales mundiales. Sólo la revalorización de la ruta del Cabo de Hornos, como consecuencia del comercio con Australia y Nueva Zelanda y del boom minero en California atenuaría, en parte, esta situación. Si antes de la emancipación, las exportaciones de Buenos Aires alcanzaban el millón de libras esterlinas, en 1822 el valor ascendía a 1.340.000 libras. Pero es importante no atender sólo a los totales, sino también a la composición de las exportaciones, que durante el período colonial se componían mayoritariamente de metales preciosos. Y en este sentido, los cueros pasaron de 301.934 arrobas en 1812 a 824.947 arrobas en 1815. Según Halperín, este éxito de la economía argentina responde a la temprana apertura de su comercio al mercado mundial, lo que implicó un aumento de la producción y la incorporación de nuevas zonas a la producción exportadora, con el objetivo de equilibrar la balanza comercial.

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