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Otro hecho que no hay que perder de vista es la situación financiera imperante en el continente.Las guerras de emancipación y las posteriores guerras civiles provocaron la destrucción de una parte considerable de la riqueza nacional que necesariamente habría que cuantificar (molinos, haciendas, campos de labor, etc.) y el éxodo de españoles peninsulares, y también españoles americanos, con destino a la Península y otros puntos de Europa. Todo lo cual generó una importante salida de capitales que dificultó la actividad económica e impidió la financiación de un buen número de actividades productivas. Quizá donde más se dejó notar esta situación fue en la minería, siempre necesitada de fuertes inversiones de capital y más aún cuando se trata de relanzar la actividad después de un período más o menos prolongado de inactividad. Esta fuga de capitales fue alentada por importantes sectores de las oligarquías locales que ante la situación de conflictividad y de inseguridad en que se vivía a consecuencia de las guerras, prefirieron poner su dinero a buen recaudo en bancos ingleses y franceses. La opción por estos últimos era muy clara, pese a pagar tipos de interés menores que en España, debido a la mayor seguridad ofrecida. No se debe olvidar que en España después de la guerra de Independencia y la restauración de Fernando VII hubo que hacer frente al Trienio Constitucional y a la nueva restauración del absolutismo, a lo que siguieron las guerras carlistas.

México y Lima, los principales centros mercantiles de la América Hispana, fueron, obviamente, los más afectados por la fuga de capitales. El cónsul británico en Lima, Charles Milner Ricketts, señalaba en 1825 cómo el capital comercial existente en la capital se había contraído hasta llegar sólo al millón de pesos, desde una cantidad que rondaba los 15 millones entre 1790 y 1800. Tengamos en cuenta que entre 1819 y 1825 sólo los buques británicos extrajeron del Perú casi 27 millones de pesos en metálico. Y no se trataba únicamente de retornos efectuados por los comerciantes británicos, sino de remesas de peninsulares y criollos, como ya se ha apuntado. En México se señalaba que los más ricos comerciantes españoles se habían llevado consigo más de cien millones de pesos. Esta situación acabaría desembocando en la expulsión de los españoles de México. Las necesidades fiscales de los nuevos países también se iban a cubrir por la vía de los empréstitos forzosos. Estos comenzaron afectando a los comerciantes españoles, pero en la medida que las necesidades de los gobiernos aumentaban también se hicieron sentir sobre los locales y otros extranjeros, como los británicos. También hay que señalar que este tipo de contribuciones terminaba repercutiendo de forma directa sobre los sectores populares. En Buenos Aires, las contribuciones extraordinarias destinadas a hacer frente a los gastos bélicos, supusieron entre 1812 y 1817 una suma cercana a los 600.000 pesos. Cuando el dinero no alcanzaba, y esto ocurría con bastante frecuencia, los gobiernos debían acudir a los agiotistas. Se trataba de comerciantes especializados en prestar dinero a plazos cortos, o muy cortos, y a un interés elevadísimo dado el riesgo de la operación, que pueden encontrarse en toda América, desde Montevideo hasta México. La dependencia de los gobiernos les permite aumentar rápidamente su influencia política, un elemento fundamental para recuperar el monto de su inversión por vías distintas al pago del capital y de los intereses correspondientes.

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