Compartir


Datos principales


Rango

Final Distensión

Desarrollo


Los africanos recibieron la descolonización con grandes esperanzas: no es casual que una canción triunfante en los países francófonos durante los años sesenta se denominara "Indépendence cha-cha-cha". El fin de la presencia del colonizador fue concebido como una gran ocasión regeneradora que traía consigo promesas en todos los terrenos. El deseo de ruptura con el pasado a menudo se concretó en el cambio de nombre de los países: desde 1957 hasta 1984 hubo dieciocho que lo hicieron adecuándolo a la realidad física y a la lengua indígena: Zaire, nombre que adquirió el antiguo Congo belga quiere decir, por ejemplo, "el río". Algo parecido se produjo en el caso de una parte de las capitales. Además, algunos países eligieron el bilingüismo para reivindicar sus raíces propias introduciendo lenguas indígenas aparte de la europea de la potencia colonizadora. Pero muy a menudo la unidad de quienes habían logrado la independencia no existía sino que se trataba de países formados por etnias distintas que tenían el grave problema de mantener la unidad nacional luchando contra las fuerzas centrífugas existentes en su interior. Los "padres fundadores" desempeñaron siempre un papel importante, a menudo decisivo, en la vida política posterior a la independencia y recibieron denominaciones poco menos que sagradas. Nkrumah fue designado "Osaqyefo", es decir, "general victorioso"; Nyerere, en cambio, se hizo denominar, con mayor humildad, como "maestro".

Pero ese género de exaltación no les proporcionó a los líderes de la independencia seguridad ni tampoco permanencia; tampoco proporcionó estabilidad a la política interna. A la altura de 1970 de diecisiete jefes de Estado que habían llegado a la independencia nueve habían sido asesinados o derrocados. Los golpes de Estado fueron más frecuentes en los primeros años afectando en 1963-9 a quince países, mientras que en los veinte años que siguieron se produjeron tan sólo en catorce. En esta segunda parte de la etapa posindependentista no se sobrepasó la cifra de tres derrocamientos por la fuerza anuales mientras que en tan sólo el año 1966 triunfaron seis golpes de Estado. El Oeste del continente fue la región más afectada por el golpismo militar hasta el punto de concentrar el setenta por ciento del total de los casos producidos. Esta situación contribuye a explicar la evolución de los regímenes constitucionales. A partir de 1963 el sistema presidencialista se generalizó y, sobre todo, lo hizo el partido único. Los regímenes autocráticos se convirtieron en lo más habitual en los años setenta. Además, cuando había democracia el multipartidismo en realidad representaba muy a menudo la pluralidad étnica y cultural. Las guerras civiles fueron otro factor importante de inestabilidad. Resultaron especialmente sangrientas las de Congo y Biafra, ambas producidas por la confrontación de etnias en países cuyas fronteras habían sido establecidas por el colonizador.

Tampoco la situación económica respondió a las esperanzas despertadas por la independencia. René Dumont afirmó que África había partido mal en la senda del desarrollo y esta afirmación parece plenamente correcta. Hubo opciones muy diversas en cuanto a la política económica a seguir. La liberal siempre fue mitigada por la intervención del Estado y por la existencia de unos códigos de conducta de los inversores occidentales. Lo habitual fue una política económica estatista, a veces con una específica vinculación con cierta ideología africanista. En general, los años sesenta fueron buenos desde el punto de vista económico. Hubo pocos países, como Ghana, que vieron descender su tasa de crecimiento anual. Éste, sin embargo, fue muy variado: desde superior al 8% en Togo hasta poco más del 0 en Chad o Sudán; la media anual fue del 2.7%. En todo caso, el crecimiento de estos años no permitió en absoluto superar el subdesarrollo ni tan siquiera iniciar el despegue. A partir de los años setenta la situación, ya mala, tendió a empeorar. En parte se explica por el incremento de la población, que experimentó un espectacular cambio positivo a partir de los años setenta. La mejora de las condiciones de vida desde el punto de vista higiénico tuvo como consecuencia que la esperanza de vida pasara en el África subsahariana desde tan sólo 46-49 años a 52-55 años -según se tratara de varón o mujer- en 1975-1990. En África del Norte la edad media superó ya los 65 años.

La población menor de 15 años pasó del 43 al 48% del total en el mismo período en el África subsahariana y rondaba el 40% en el Norte de África. Otro cambio decisivo fue debido a las migraciones internas. El acelerado proceso de urbanización tuvo como consecuencia que la población residente en ciudades pasara del 22% al 35% en 1970-90. El Cairo, con casi nueve millones de habitantes, tenía en esta última fecha un 17% de la población egipcia. Esta rápida urbanización tuvo consecuencias graves en una buena parte del continente. En su mayor parte, el crecimiento del sector terciario, relacionado con el medio urbano, tuvo como consecuencia una saturación que no resultó positiva para el conjunto del aparato productivo. Desde el punto de vista económico, la situación se convirtió en todavía más problemática por el deterioro de los términos de intercambio y las catástrofes naturales. Con respecto a lo primero, hay que tener en cuenta que para el índice 1980=100 se pasó en 1988 a tan sólo 60; por tanto, muchas de las materias primas habían reducido su precio casi a la mitad. Por otra parte, dos sequías catastróficas en los países del Sahel y Etiopía (1973-1975 y 1983-1985) redujeron a estas zonas a una extremada pobreza que requirió la intervención de organizaciones internacionales. El progreso de la industria fue muy lento: si en 1975 ocupaba al 9% de la población, en 1989 sólo se había llegado al 13%. A esta involución económica le acompañó la política, aunque ya hemos visto que tampoco el punto de partida había sido muy esperanzador.

Los regímenes militares que eran 16 en 1975 pasaron a ser 23 a fines de los años ochenta. La tasa media de crecimiento de los presupuestos militares en los países africanos fue del 8%. El caso más grotesco de dictadura pudo ser el de Bokassa, en la República centroafricana, que acabó coronándose como emperador, y el más sangriento el de Idi Amin Dadá en Uganda que pudo causar 200.000 muertos. Libia gastó en 1983 los más elevados presupuestos militares e intervino en Chad, que tenía un gasto de defensa de casi tan sólo la cifra de su adversario dividida por setecientos. Hubo abundancia de conflictos fronterizos pero más característicos fueron todavía los conflictos de carácter étnico que ya en 1972 habían causado 100.000 muertos en Burundi y que adquirió dimensiones todavía más sangrientas en la época posterior. Al margen de esta evolución interna es preciso añadir que si África había permanecido en gran medida-con la excepción del caso de Argelia o del Congo en los años sesenta- al margen de la confrontación entre el mundo occidental y el mundo comunista y bajo una influencia preponderante de los países de Europa occidental, a partir de 1975 se integró en la conflictividad internacional en un momento en que ésta se había convertido en especialmente áspera. En 1981 existía ya una especie de subsistema socialista que ligaba a Congo, Angola, Mozambique y Etiopía al mundo socialista y que prometía un período de profunda inestabilidad, dado el hecho de que cada vez se planteaba con mayor agudeza la cuestión de la República Sudafricana.

Un detonante fundamental para que se produjeran estos acontecimientos fue el hecho de que, tras el cambio de régimen en Portugal en abril de 1974, se independizaran sus antiguas colonias. Los movimientos independentistas, gran parte de los cuales ya habían recibido ayuda de los países socialistas, siguieron recibiéndola ahora y de este modo se incrementó hasta ser determinante la influencia de este bloque. Todavía, sin embargo, era mayor la influencia comunista en aquellos movimientos nacionalistas que reivindicaban la igualdad racial como, por ejemplo, los grupos de oposición en la República Sudafricana, Rodesia y Namibia. Entre agosto de 1974 y noviembre de 1975 accedieron a la independencia de forma sucesiva Guinea-Bissau, Cabo Verde, Mozambique y Angola, ésta en un clima de guerra civil. Ya en 1975 los cubanos intervinieron en este último país ( en la llamada "Operación Carlota") en apoyo del MPLA de Agostinho Neto. Los Estados Unidos, que en la práctica no habían apoyado la lucha por la independencia de las colonias portuguesas, se encontraron con una situación muy peculiar. Fueron los propios países africanos los que informaron de la penetración soviética pero el ejecutivo presidido por Ford no pudo hacer otra cosa que conceder una modesta ayuda económica a los adversarios del MPLA, dada la negativa del legislativo; ésta fue la primera ocasión en que una ofensiva soviética no encontró una contrapartida norteamericana. En cambio, los soviéticos proporcionaron a Neto 50 tanques y 200.

000 fusiles automáticos y Angola a fines de los setenta se declaró "de orientación socialista". Es posible que esta primera intervención no estuviera motivada por una sugerencia soviética pero, en cambio, es seguro que su participación en la campaña de Ogadén a favor de Etiopía se debió a esa sugerencia. También en este país se había establecido un régimen sovietófilo en 1977, el cual inmediatamente se enfrentó con Somalia, que con anterioridad había presenciado una inicial implantación soviética. Los soviéticos parece que pensaron que era para ellos mucho mejor disponer de Etiopía como aliado pues eso les permitiría la penetración hacia el interior del continente. Cuba llegó a tener en los ochenta una cuarta parte de su Ejército en África siendo, en consecuencia, el primer poder militar del continente. A fines de los setenta la situación estratégica de África había cambiado por completo. En 1977 tuvo lugar el primer viaje de un jefe de Estado soviético (Podgorny) a África y por las mismas fechas Fidel Castro también viajaba por ella. Las razones de este común intervencionismo derivaron, en primer lugar, de la inestabilidad política del continente que, además, se veía multiplicada en la previsible evolución posterior de, por ejemplo, la República Sudafricana. En ella la situación se había convertido cada vez más dramática con constantes enfrentamientos interraciales. Como veremos inmediatamente, sólo en estos años los norteamericanos empezaron a ejercer una presión seria sobre ella y sobre la Rodesia de Smith; consiguieron mejores resultados en el segundo caso y nulos en el primero.

Es verdad, sin embargo, que África posee importantes yacimientos de minerales estratégicos, como, por ejemplo, el 20% del uranio existente en el mundo. Finalmente el logro de bases en África permitiría amenazar las rutas mundiales del petróleo: un 60% del destinado a Europa pasaba por el Cabo de Buena Esperanza. De cara a esta situación, la actitud de las potencias occidentales empezó por otorgar un mayor grado de importancia a la defensa de la igualdad racial en la conciencia de que sólo una actitud decidida en este punto podía conseguir respetabilidad para su posición. En 1976 Kissinger empezó a tratar de convencer a la República Sudafricana de la necesidad de un cambio tras haber mantenido conversaciones en Suiza con el primer ministro Vorster. La Administración Carter, especialmente interesada en vincularse con la promoción de los derechos humanos continuó y acentuó esta presión y, con ayuda británica, consiguió al menos que Ian Smith cediera aceptando un Gobierno de mayoría en Rodesia. En marzo de 1978 se llegó a un acuerdo constitucional en el que si bien se preveía un Gobierno de mayoría, al mismo tiempo se reservaba una cuota parlamentaria a los blancos. El nuevo país adoptó el nombre de Zimbawe tras la celebración de unas elecciones (junio de 1979). Pero la persistencia de los actos de violencia y la victoria electoral del radical Mugabe mantuvieron una situación interna muy tensa. Pero el mayor interés de las superpotencias en relación con África estuvo siempre centrado en la República Sudafricana hasta el punto que puede decirse que lo sucedido en los países vecinos sólo se entiende en relación con lo que cada una deseaba que sucediera allí.

A este respecto, es preciso indicar que si la política de la Administración Carter fue de neta condena del régimen del apartheid, en cambio la de Thatcher fue juzgada como demasiado benevolente con el gobierno blanco, lo que provocó una grave crisis en la "Commonwealth". Ambos regímenes, sin embargo, coincidieron en que no se adoptaran sanciones económicas en contra del régimen argumentando que ello sólo podía servir para que las consecuencias las sufriera la población. En realidad, sin embargo, los intereses estratégicos predominaban sobre cualesquiera otros. Estas dos potencias tenían muy en cuenta no sólo los importantes recursos mineros de Sudáfrica sino también su posición estratégica. La penetración soviética en este país hubiera sido desastrosa para sus intereses. El gobierno blanco sudafricano tenía a su favor un apoyo social algo más amplio que el de la antigua Rodesia, pues mientras que aquí el monopolio político representaba sólo el 4% de la población, en cambio, los blancos representaban el 20% de la sociedad sudafricana en donde había, además, una población mestiza evaluable en un 10%. Además, aunque el ANC representaba la mayoría negra no tenía el monopolio de la misma. Aun así, el Gobierno sudafricano, pese a su superioridad gracias a sus fuerzas policiales y desde el punto de vista militar con respecto a sus vecinos, no podía llevar a cabo más que una lucha en perpetua retirada y destinada inevitablemente a ser perdida porque una parte de la propia población blanca caminaba hacia la aceptación de una posible solución pactada.

Desde el punto de vista de los dirigentes sudafricanos había, no obstante, alguna perspectiva más optimista. El temor a la penetración soviética proporcionaba al Gobierno sudafricano algún apoyo exterior en el mundo occidental. Por el momento, para dar una sensación de buena voluntad, el Gobierno multiplicó la creación de Estados indígenas en apariencia independientes aunque sometidos en todo desde el punto de vista económico. El Ejército sudafricano, por otro lado, estableció una especie de cordón sanitario para evitar las incursiones guerrilleras, llevando incluso la guerra al territorio que le servía de protección al adversario (en Angola, por ejemplo). Si en febrero de 1984 el Gobierno de Pretoria aceptó que sus tropas abandonaran este país fue a condición de que los elementos del SWAPO ("South West African People's Organisation", la guerrilla independentista que actuaba en Namibia) no se infiltraran en este país controlado por los sudafricanos. Durante la etapa de Gobierno de Voster (hasta 1978) y Botha (hasta 1989) no hubo la menor posibilidad de un cambio, pese a la existencia de unas circunstancias muy desfavorables desde el punto de vista externo e interno. Sólo la caída del comunismo haría viable la transición. Sin duda, el conflicto más grave de África desde mediados de los años setenta a mediados de los ochenta fue el de Sudáfrica, pero hubo otros de cierta importancia que, junto con la ya mencionada intervención soviético-cubana, convirtieron a este continente en malhadado protagonista de la escena internacional.

La permanencia de las potencias coloniales en la zona, la persistencia de conflictos territoriales, la ausencia de cualquier tipo de organización regional capaz de arbitrar entre las naciones y la existencia de regímenes nacionalistas contribuyen a explicar este resultado. En primer lugar, Francia, que tenía tratados militares con buena parte de sus antiguas colonias y, además, bases militares actuó en repetidas ocasiones como una especie de gendarme internacional interviniendo para mantener el "statu quo" en el Congo y en el Chad. Lo pudo hacer porque la OUA a base de declarar que no se inmiscuía en los asuntos internos de los países ni siquiera ejerció un mínimo arbitraje entre ellos y en alguno de los peores conflictos -el del Sahara, por ejemplo- acabó por padecer una grave crisis interna. La heterogeneidad étnica y cultural de muchas naciones africanas, así como los efectos mismos de la colonización, provocaron frecuentes conflictos territoriales, en ocasiones con la colaboración de los regímenes nacionalistas. La intervención de Libia en Chad se debió a la existencia de un Norte musulmán frente a un Sur cristiano y animista. Finalmente, los Gobiernos nacionalistas de Argelia y Libia, con abundantes recursos petrolíferos y el segundo con escasa población demostraron una decidida voluntad de emplearlos en una política exterior muy activa. El abandono por parte de España del Sahara -en donde había tenido muy modesta presencia hasta el momento del descubrimiento de fosfatos- en beneficio de Marruecos creó un conflicto en esta zona, enfrentando a Argelia con este último país; dicho conflicto resultó tan duradero que todavía no está resuelto. Una parte de los países africanos apoyaron al Polisario independentista en el seno de la OUA. En definitiva, la desestabilización de la situación internacional, consecuencia del fin de la distensión, tuvo en todas partes graves inconvenientes pero de forma especial en África sin que, además, se llegara a dar ni siquiera una solución a los graves problemas objetivos -subdesarrollo y discriminación racial- que padecía el continente. Además, ni siquiera se percibía en el horizonte una posible solución a los mismos mientras persistiera esa nueva guerra fría en que había concluido el final de la distensión.

Obras relacionadas


Contenidos relacionados