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De en lo que Cortés entendió después que le vino la gobernación de la Nueva-España, cómo y de qué manera repartió los pueblos de indios, e otras cosas que más pasaron, y una manera de platicar que sobre ello se ha declarado entre personas doctas Ya que le vino la gobernación de la Nueva-España a Hernando Cortés, paréceme a mí y a otros conquistadores de los antiguos, de los más experimentados y maduro consejo, que lo que había de mirar Cortés era acordarse desde el día que salió de la isla de Cuba, y tener atención a todos los trabajos en que se vio, así cuando en lo de los arenales, cuando desembarcamos, qué personas fueron en le favorecer para que fuese capitán general y justicia mayor de la Nueva-España; y lo otro, quiénes fueron los que se hallaron siempre a su lado en todas las guerras, así de Tabasco y Cingapacinga, y en tres batallas de Tlascala, y en la de Cholula cuando tenían puestas las ollas con ají para nos comer cocidos; y también quiénes fueron en favorecer su partido cuando por seis o siete soldados que no estaban bien con él le hacían requerimientos que se volviese a la Villa-Rica y no fuese a México, poniéndole por delante la gran pujanza de guerreros y gran fortaleza de la ciudad; y quiénes fueron los que entraron con él en México y se hallaron en prender al gran Montezuma; y luego que vino Pánfilo de Narváez con su armada, qué soldados fueron los que llevó en su compañía y le ayudaron a prender y desbaratar al Narváez; y luego quiénes fueron los que volvieron con él a México al socorro de Pedro de Alvarado, y se hallaron en aquellas fuertes y grandes batallas que nos dieron, hasta que salimos huyendo de México, que de mil y trescientos soldados quedaron muertos sobre ochocientos y cincuenta, con los que mataron en Tustepeque e por los caminos, y no escapamos sino cuatrocientos y cuarenta muy heridos ¡y a Dios misericordia! Y también se le había de acordar de aquella muy temerosa batalla de Otumba, quién, después de dos días, se la ayudó a vencer y salir de aquel tan gran peligro; y después quiénes y cuántos le ayudaron a conquistar lo de Tepeaca y Cachula y sus comarcas, como fue Ozúcar y Guacachula y otros pueblos; y la vuelta que dimos por Tezcuco para México, y de otras muchas entradas que desde Tezcuco hicimos, así como la de Iztapalapa, cuando nos quisieron anegar con echar el agua de la laguna, como echaron, creyendo nos ahogar; y asimismo las batallas que hubimos con los naturales de aquel pueblo y mexicanos que les ayudaron; y luego la entrada del Saltocan y los peñoles que llaman hoy día "del Marqués", y otras muchas entradas; y el rodear de los grandes pueblos de la laguna, y de los muchos reencuentros y batallas que en aquel viaje tuvimos, así de los de Suchimilco como de los de Tacuba; y vueltos a Tezcuco, quién le ayudó contra la conjuración que tenían concertado de le matar, cuando sobre ello ahorcó un Villafaña; y pasado esto, quiénes fueron los que le ayudaron a conquistar a México, y en noventa y tres días, a la continua de día y de noche, tener batallas y muchas heridas y trabajos, hasta que se prendió a Guatemuz, que era el que mandaba en aquella sazón a México: y quién fue en le ayudar y favorecer cuando vino a la Nueva-España un Cristóbal de Tapia para que le diese la gobernación. Y demás de todo esto, quiénes fueron los soldados que escribimos tres veces a su majestad en loor de los grandes y muchos y buenos servicios que Cortés le había hecho, y que era digno de grandes mercedes y le hiciese gobernador de la Nueva-España. No quiero aquí traer a la memoria otros servicios que siempre a Cortés hacíamos, pues los varones y fuertes soldados que en todo esto nos hallamos; y ahora que le vino la gobernación, que, después de Dios, con nuestra ayuda se la dieron, bien fuera que tuviera cuenta con Pedro, Sancho y Martín y otros que lo merecían; y el soldado y compañero que estaba por su ventura en Colima o en Zacatula, o en Pánuco o en Guazacualco, y los que andaban huyendo cuando despoblaron a Tututepeque, y estaban pobres y no les cupo suerte de buenos indios, pues que había bien que darles, y sacarles de mala tierra: pues que su majestad muchas veces se lo mandaba y encargaba por sus reales cartas misivas, y no daba Cortés nada de su hacienda; habíales de dar con que se remediasen, y en todo anteponerles; y siempre cuando escribiesen a los procuradores que estaban en Castilla en nuestro nombre, que procurasen por nosotros; y el mismo Cortés había de escribir muy afectuosamente para que nos diesen para nosotros y nuestros hijos cargos y oficios reales, todos los que en la Nueva-España hubiese; mas digo que "mal ajeno de pelo cuelga", e que no procuraba sino para él; lo uno la gobernación que le trajeron antes que fuese marqués, e después que fue a Castilla y vino marqués. Dejemos esto, y pongamos aquí otra manera, que fuera harto buena y justa para repartir todos los pueblos de la Nueva-España (según dicen muy doctos conquistadores, que lo ganamos, de prudente y maduro juicio); que lo que habla de hacer es esto: hacer cinco partes la Nueva-España, y la quinta parte de las mejores ciudades y cabeceras de todo lo poblado darla a su majestad de su real quinto, y otra parte dejarla por repartir, para que fuese la renta della para iglesias y hospitales y monasterios, y para que su majestad si quisiese hacer algunas mercedes a caballeros que le hayan servido en Italia, de allí pudiera haber para todos; y las tres partes que quedaran repartirlas en su persona de Cortés y en todos nosotros los verdaderos conquistadores, según y de la calidad que sentía que era cada uno, y darles perpetuos, porque en aquella sazón su majestad lo tuviera por bien; porque, como no había gastado cosa ninguna en estas conquistas, ni sabía ni tenía noticia destas tierras, estando, como estaba, en aquella sazón en Flandes, y viendo una buena parte de las del mundo que le entregamos, como sus muy leales vasallos, lo tuviera por bien y nos hiciera merced dellas, y con ello quedáramos; y no anduviéramos ahora, como andamos "de mula coja" y abatidos y de mal en peor, debajo de gobernadores que hacen lo que quieren y muchos de los conquistadores no tenemos con qué nos sustentar; ¿qué harán los hijos que dejamos? Quiero decir lo que hizo Cortés, y a quién dio los pueblos. Primeramente al Francisco de las Casas, a Rodrigo de Paz, al factor y veedor y contador que en aquella sazón vinieron de Castilla; a un Avalos y a Saavedra, sus deudos; a un Barrios, con quien casó su cuñada, hermana de su mujer doña Catalina Xuárez; y a Alonso Lucas, y a un Juan de la Torre, y a Luis de la Torre, a Villegas, y a un Alonso Valiente, a un Ribera "el tuerto". Y ¿para qué cuento yo estos pocos? Que a todos cuantos vinieron de Medellín, e a otros criados de grandes señores, que le contaban cuentos de cosas que le agradaban, les dio lo mejor de la Nueva-España. No digo yo que era malo el dar a todos, pues había de qué; mas que había de anteponer primero lo que su majestad le mandaba, y a los soldados que le ayudaron a tener el ser y valor que tenía, ayudarles; y pues que ya es hecho, no quiero volver a repetirlo; y para ir a entradas y guerras y a cosas que le convenían, bien se acordaba adónde estábamos, y nos enviaba a llamar para las batallas y guerras, como adelante diré. Y dejaré de contar más lástimas y de cuán avasallados nos traía, pues no se puede ya remediar. Y no dejaré de decir lo que Cortés decía después que le quitaron la gobernación, que fue cuando vino Luis Ponce de León, y como murió el Luis Ponce, dejó por su teniente a Marcos de Aguilar, como adelante diré; y es, que íbamos a Cortés a decirle algunos caballeros y capitanes de los antiguos que le ayudamos en las conquistas, que nos diese de los indios, de los muchos que en aquel instante Cortés tenía, pues que su majestad mandaba que le quitasen algunos dellos, como se los habían de quitar, e luego se los quitaron; y la respuesta que daba era, que se sufriesen como él se sufría; que si le volvía su majestad a hacer merced de la gobernación, que en su conciencia (que así juraba) que no lo erraría como en lo pasado, y que daría buenos repartimientos a quien su majestad le mandó, y enmendaría el gran yerro pasado que hizo; y con aquellos prometimientos y palabras blandas creía que quedaban contentos aquellos conquistadores e iban renegando de él y aun maldiciéndole a él y a toda su generación, y a cuanto poseía, hubiese mal gozo de ello él y sus hijos. Dejémoslo ya, y digamos que en aquella sazón, o pocos días antes, vinieron de Castilla los oficiales de la hacienda real de su majestad, que fue Alonso de Estrada, tesorero, y era natural de Ciudad-Real, y vino el factor Gonzalo de Salazar (decía él mismo que fue el primer hijo de cristiano que nació en Granada, y decían que sus abuelos eran de Burgos), y vino Rodrigo de Albornoz por contador, que ya había fallecido Julián de Alderete, y este Albornoz era natural de Paladinas o de Rágama, y vino el veedor Pedro Almíndes Chirino, natural de úbeda o Baeza, y vinieron muchas personas con cargos. Dejemos esto, y quiero decir que en este instante rogó un Rodrigo Rangel a Cortés (el cual Rangel muchas veces le he nombrado) que, pues no se había hallado en la toma de México ni en ningunas batallas con nosotros en toda la Nueva-España, que porque hubiese alguna fama de él, que le hiciese merced de le dar una capitanía para ir a conquistar a los pueblos de los zapotecas, que estaban de guerra, y llevar en su compañía a Pedro de Ircio, para ser su consejero en lo que había de hacer; y como Cortés conocía al Rodrigo Rangel (que no era para darle ningún cargo, a causa que estaba siempre doliente y con grandes dolores y bubas, y muy flaco y las zancas y piernas muy delgadas, y todo lleno de llagas, cuerpo y cabeza abierta), denegaba aquella entrada, diciendo que los indios zapotecas eran gente mala de domar por las grandes y altas sierras adonde están poblados, y que no podían llevar caballos; y que siempre hay neblinas y rocíos, y que los caminos eran angostos y resbalosos, y que no pueden andar por ellos sino a manera de decir: los pies, que por ellos caminan adelante, junto a las cabezas de los que vienen atrás (entiéndanlo de la manera que aquí lo digo, que así es verdad; porque los que van arriba, con los que vienen detrás vienen cabezas con pies); y que no era cosa de ir a aquellos pueblos, y que ya que fuese había de llevar soldados bien sueltos y robustos, y experimentados en las guerras; y como el Rangel era muy porfiado y de su tierra de Cortés, húbole de conceder lo que pedía; y según después supimos, Cortés lo hubo por bueno enviarle do se muriese, porque era de mala lengua; y decía muchas malas palabras e Cortés escribió a Guazacualco a diez o doce que nombró en la carta, que nos rogaba que fuésemos con el Rangel a le ayudar, y entre los soldados que mandó ir me nombró a mí, y fuimos todos los vecinos a quien Cortés escribió. Ya he dicho que hay grandes sierras en lo poblado de los zapotecas, y que los naturales de allí son gente muy ligeros e sueltos, y con unas voces e silbos que dan, retumban todos los valles como a manera de ecos; y como habíamos de llevar al Rangel, no podíamos andar ni hacer cosa que buena fuese. E ya que. íbamos a algún pueblo, hallábamosle despoblado, y como no estaban juntas las casas, sino unas en un cerro y otras en un valle, y en aquel tiempo llovía, y el pobre Rangel dando voces de dolor de las bubas, y la mala gana que todos teníamos de andar en su compañía, y viendo que era tiempo perdido, y que si por ventura los zapotecas, como son ligeros y tienen grandes lanzas, muy mayores que las nuestras, y son grandes flecheros, que si nos aguardaban e hiciesen cara, como no podíamos ir por los caminos sino uno a uno, temíamos no nos viniese algún desmán; y el Rangel estaba más malo que cuando vino, acordó de dejar la negra conquista, que negra se podía llamar, y volverse cada uno a su casa; y el Pedro de Ircio, que traía por consejero, fue el primero que se lo aconsejó, y le dejó solo, y se fue a la Villa-Rica, donde vivía; y el Rangel dijo que se quería ir a Guazacualco con nosotros, por ser la tierra caliente para prevalecerse de su mal, y los que éramos vecinos de Guazacualco que allí estábamos, por peor tuvimos llevar aquel mal pelmazo con nosotros que a la venida que venimos con él a la guerra; y llegados a Guazacualco, luego dijo que quería ir a pacificar las provincias de Cimatan y Tulapan, que ya he dicho muchas veces en el capítulo que dello habla cómo no habían querido venir de paz a causa de los grandes ríos y ciénagas tembladeras entre las que estaban poblados; y además de la fortaleza de las ciénagas, ellos de su naturaleza son grandes flecheros, y tenían muy grandes arcos y tiran muy certero. Volvamos a nuestro cuento: que mostró Rangel provisiones, en aquella villa, de Hernando Cortés, cómo le enviaba por capitán para que conquistase las provincias que estuviesen de guerra, y señaladamente la de Cimatan y Tulapan; y apercibió todos los más vecinos de aquella villa que fuésemos con él. Y era tan temido Cortés, que, aunque nos pesó, no osamos hacer otra cosa, como vimos sus provisiones, y fuimos con el Rangel sobre cien soldados, dellos a caballo y a pie, con obra de veinte y seis ballesteros y escopeteros; e fuimos por Tonala e Ayagualulco, e Copilco, Zacualco, y pasamos muchos ríos en canoas y en barcas, y pasamos por Teutitan, Copilco y por todos los pueblos que llamamos la Chontalpa, que estaban de paz, e llegamos obra de cinco leguas de Cimatan, y en unas ciénagas y malos pasos estaban juntos todos los más guerreros de aquella provincia, y tenían hechos unos cercados y grandes albarradas de palos y maderos gruesos, y ellos de dentro con unos pretiles y saeteras, por donde podían flechar; e de presto nos dan una tan buena refriega de flecha y vara tostada con tiraderas, que mataron siete caballos e hirieron ocho soldados, y al mismo Rangel, que iba a caballo, le dieron un flechazo en un brazo, y no le entró sino muy poco; y como los conquistadores viejos habíamos dicho al Rangel que siempre fue. sen hombres sueltos a pie descubriendo caminos y celadas, y le habíamos dicho de otras veces cómo aquellos indios solían pelear muy bien y con mafia, y como él era hombre que hablaba mucho, dijo que votaba a tal, que si nos creyera, que no le aconteciera aquello, y que de allí adelante que nosotros fuésemos los capitanes y le mandásemos en aquella guerra; y luego como fueron curados los soldados y ciertos caballos que también hirieron, además de los siete que mataron, mandóme a mí que fuese adelante descubriendo, y llevaba un lebrel muy bravo, que era del Rangel, y otros dos soldados muy sueltos y ballesteros, y le dijeron que se quedase bien atrás con los de a caballo, y los soldados y ballesteros fuesen junto conmigo; e yendo nuestro camino para el pueblo de Cimatan, que era en aquel tiempo bien poblado, hallamos otras albarradas y fuerzas, ni más ni menos que las pasadas, y tírannos a los que íbamos delante tanta flecha y vara, que de presto mataron el lebrel, e si yo no fuera muy armado, allí quedara, porque me empendolaron siete flechas, que con el mucho algodón de las armas se detuvieron, y todavía salí herido en una pierna, y a mis compañeros a todos hirieron; y entonces yo di voces a unos indios nuestros amigos, que venían un poco atrás de nosotros, para que viniesen de presto los ballesteros y escopeteros y peones, y que los de a caballo quedasen atrás, porque allí no podían correr ni aprovecharse dellos, y se los flecharían; y luego acudieron así como lo envié a decir, porque de antes cuando yo me adelanté así lo tenía concertado, que los de a caballo quedasen muy atrás y que todos los demás estuviesen muy prestos en teniendo señal o mandado, y como vinieron los ballesteros y escopeteros, les hicimos desembarazar las albarradas, y se acogieron a unas grandes ciénagas que temblaban, y no había hombre que en ellas entrase, que pudiese salir sino a gatas o con grande ayuda. En esto llegó Rangel con los de a caballo, e allí cerca estaban muchas casas que entonces despoblaron los moradores dellas, y reposamos aquel día y se curaron los heridos. Otro día caminamos para ir al pueblo de Citaman, y hay grandes sabanas llanas, y en medio de las sabanas muy malísimas ciénagas, y en una dellas nos aguardaron, y fue con ardid que entre ellos concertaron para aguardar en el campo raso de las sabanas, y propusieron que los caballos, por codicia de los alcanzar y alancear, irían corriendo tras ellos a rienda suelta y atollarían en las ciénagas: y así fue como lo concertaron, que por más que habíamos dicho y aconsejado al Rangel que mirase que había muchas ciénagas y que no corriese por aquellas sabanas a rienda suelta, que atollarían los caballos, y que suelen tener aquellos indios estas astucias, y hechas saeteras y fuerzas junto a las ciénagas, no lo quiso creer; y el primero que atolló en ellas fue el mismo Rangel, y allí le mataron el caballo, y si de presto no fuera socorrido, ya se habían echado en aquellas malas ciénagas muchos indios para le apañar y llevar vivo a sacrificar, y todavía salió descalabrado en las llagas que tenla en la cabeza; y como toda aquella provincia era muy poblada, y estaba allí junto otro pueblezuelo, fuimos a él, y entonces huyeron los moradores, y se curó el Rangel y tres soldados que habían herido; y desde allí fuimos a otras casas que también estaban sin gente, que entonces las despoblaron sus dueños, y hallamos otra fuerza con grandes maderos y bien cercada y sus saeteras; y estando reposando aun no había un cuarto de hora, vienen tantos guerreros cimatecas, y nos cercan en el pueblezuelo, que mataron un soldado y a dos caballos, y tuvimos bien que hacer en hacerlos apartar; y entonces nuestro Rangel estaba muy doliente de la cabeza, e había muchos mosquitos, que no dormía de noche ni de día, y murciélagos muy grandes que le mordían y desangraban; y como siempre llovía, y algunos soldados que el Rangel había traído consigo, de los que nuevamente habían venido de Castilla, vieron que en tres partes nos habían aguardado los indios de aquella provincia, y habían muerto once caballos y dos soldados, y herido a otros muchos, aconsejaron al Rangel que se volviese desde allí, pues la tierra era mala de ciénagas y estaba muy malo; y el Rangel, que lo tenía en gana, y porque pareciese que no era de su albedrío y voluntad aquella vuelta, sino por consejo de muchos, acordó de llamar a consejo sobre ello a personas que eran de su parecer para que se volviesen; y en aquel instante habíamos ido veinte soldados a ver si podíamos tomar alguna gente de unas huertas de cacaguatales que allí junto estaban, y trajimos dos indios y tres indias; y entonces el Rangel me llamó a mí aparte e a consejo, y díjome de su mal de cabeza, e que le aconsejaban todos los demás soldados que se volviese donde estaba Cortés, y me declaró todo lo que había pasado; y entonces le reprendí su vuelta, y como nos conocíamos de más de cuatro años atrás, de la isla de Cuba, le dije: "¿Cómo, señor? ¿Qué dirán de vuesamerced, estando junto del pueblo de Cimatan quererse volver? Pues Cortés no lo tendrá a bien, y maliciosos que os quieren mal os lo darán en cara, que en la entrada de los zapotecas ni aquí no habéis hecho cosa ninguna que buena sea, trayendo, como traéis, tan buenos conquistadores, que son los de nuestra villa de Guazacualco; pues por lo que toca a nuestra honra y a la de vuesamerced, yo y otros soldados somos de parecer que pasemos adelante; yo iré con todos mis compañeros descubriendo ciénagas y montes, y con los ballesteros y escopeteros pasaremos hasta la cabecera de Cimatan, y mi caballo déle vuesamerced a otro caballero que sepa muy bien menear la lanza e tener ánimo para mandarle, que yo no puedo servirme de él yendo a lo que voy, y que va más que en alancear, y véngase con los de a caballo algo atrás." Y como el Rodrigo Rangel aquello me oyó, como era hombre vocinglero y hablaba mucho, salió de la casilla en que estaba en el consejo, e a muy grandes voces llamó a todos los soldados, e dijo el Rodrigo Rangel: "Ya es echada la suerte que hemos de ir adelante, que voto a tal (que siempre era este su jurar y su hablar), si Bernal Díaz del Castillo no me ha dicho la verdad y lo que a todos conviene"; y puesto que a algunos soldados les pesó, otros lo hubieron por muy bueno; y luego comenzamos a caminar puestos en gran concierto, los ballesteros y escopeteros junto conmigo, y los de a caballo atrás por amor de los montes y ciénagas, donde no podían correr caballos, hasta que llegamos a otro pueblo, que entonces lo despoblaron los naturales de él, y desde allí fuimos a la cabecera de Cimatan, y tuvimos otra buena refriega de flecha y vara, y de presto les hicimos huir, y quemaron los mismos vecinos naturales de aquel pueblo muchas casas de las suyas, y allí prendimos hasta quince hombres y mujeres, y les enviamos a llamar con ellos a los cimatecas que viniesen de paz, y les dijimos que en lo de las guerras se les perdonaría; y vinieron los parientes y maridos de las mujeres y gente menuda que teníamos presos, y dímosles toda la presa, e dijeron que traerían de paz a todo el pueblo, e jamás volvieron con la respuesta; y entonces me dijo a mí el Rangel: "Voto a tal, que me habéis engañado, e que habéis de ir a entrar con otros compañeros, e que me habéis de buscar otros tantos indios e indias como los que me hicisteis soltar por vuestro consejo"; y luego fuimos cincuenta soldados, e yo por capitán, e dimos en unos ranchos que tenían en unas ciénagas que temblaban, que no osamos entrar en ellas; y desde allí se fueron huyendo por unos grandes breñales y espinos, que se llaman entre ellos xiguaquetlan, muy malos, que pasan los pies, y en unas huertas de cacaguatales prendimos seis hombres y mujeres con sus hijos chicos, y nos volvimos adonde quedaba el capitán, y con aquello le apaciguamos; y los tornó luego a soltar para que llamasen de paz a los cimatecas, y en fin de razones, no quisieron venir, y acordamos de nos volver a nuestra villa de Guazacualco; y en esto paró la entrada de zapotecas e la de Cimatlan, y esta es la fama que quería que hubiese el Rangel cuando pidió a Cortés aquella conquista. Quiero decir algunas cosas que el Rodrigo Rangel hizo en aquel camino, que son donaires y de reír. Cuando estaban en las sierras de los zapotecas, parece ser que un soldado de los nuevamente venidos de Castilla le hizo un enojo, y el Rangel dijo y juró y votó a tal que le había de atar en un pie de amigo, y dijo: "¿No hay un bellaco que le eche mano y me le ayude a atar? Entonces estaba allí un soldado que vive ahora en Oaxaca, que se dice Hernando de Aguilar y, como era hombre sin malicia, dijo: "Quiérome apartar de aquí, no me lo manden a mí que le eche mano." Y el Rangel tuvo tal risa de aquello que luego perdonó al soldado que le había enojado, por lo que el Aguilar dijo. Otra vez soltóse un caballo a un soldado que se decía Salazar, y no le podían tomar, y dijo Rangel: "Ayúdenselo a tomar uno de los más bellacos ruines que allí vienen." Y vino un caballero, persona de calidad, que no entendió lo que el Rangel dijo, y le tomó el caballo. Dale al Rangel tal risa que a todos nos hizo reír de cosas que decía. Entre dos soldados tenía diferencias sobre un tributo de cacao que les dio un pueblecillo que tenían entrambos en compañía, depositado por Cortés; y aunque no quisieron los compañeros, les hizo echar suertes quién se llevaba el pueblo. Y hacía y decía otras cosas que eran más para reír que no de escribir. Por este Rodrigo Rangel dijo Gonzalo de Ocampo, en sus libelos infamatorios: "Fray Rodrigo Rangel --del infierno tranca- la inquisición viene aquí --las barbas de Salamanca-- serán... para ti", por los juramentos e sacramentos que juraba y cosas que decía y hacía que tocaban en castigo en el santo oficio. No quise hacer capítulo por sí sobre esta capitanía que dieron a este Rodrigo Rangel, porque no hicimos cosa buena por falta de tiempo; y el toque de todo: el capitán ser tan doliente y no poderse tener en los pies de malo y tullido, y no de la lengua. Y dende allí a dos años, o poco tiempo más, volvimos de hecho a los zapotecas y a las demás provincias, y las conquistamos y trajimos de paz; lo cual diré adelante. Y dejemos esto, y digamos cómo Cortés envió a Castilla a su majestad sobre ochenta mil pesos de oro con un Diego de Soto, natural de Toro, y paréceme que con un Ribera el tuerto, que fue su secretario; y entonces envió el tiro muy rico, que era de oro bajo y plata, que le llamaban el Ave Fénix, y también envió a su padre Martín Cortés muchos millares de pesos de oro. Y lo que sobre ello pasó diré adelante.
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Cómo Cortés envió una armada para que pacificase y conquistase aquellas provincias de Higüeras y Honduras, envió por capitán della a Cristóbal de Olí, y lo que pasó diré adelante Como Cortés tuvo nueva que había ricas tierras y buenas minas en lo de Higüeras e Honduras, e aun le hicieron creer unos pilotos que habían estado en aquel paraje o bien cerca de él, que habían hallado unos indios pescando en la mar y que les tomaron las redes, e que las plomadas que en ellas traían para pescar que eran de oro revuelto con cobre; y le dijeron que creyeron que había, por aquel paraje, estrecho, y que pasaban por él de la banda del norte a la del sur; y también, según entendimos, su majestad le encargó y mandó a Cortés por cartas, que en todo lo que descubriese mirase e inquiriese con grande diligencia y solicitud de buscar el estrecho o puerto o pasaje para la Especiería, ahora sea por lo del oro o por buscar el estrecho; Cortés acordó de enviar por capitán de aquella jornada a un Cristóbal de Olí, que fue maestre de campo en lo de México, lo uno porque le veía hecho de su mano, y era casado con una portuguesa que se decía doña Filipa de Araujo (ya le he nombrado otras veces), y tenía el Cristóbal de Olí buenos indios de repartimiento cerca de México, creyendo que le sería fiel y haría lo que le encomendase; y porque para ir por tierra tan largo viaje era grande inconveniente y trabajo y gasto, acordó que fuese por la mar, porque no era tan grande estorbo y costa, y diole cinco navíos y un bergantín muy bien artillado, y con mucha pólvora y bien abastecidos, y diole trescientos y sesenta soldados, y en ellos cien ballesteros y escopeteros y veinte y dos caballos. Y entre estos soldados fueron cinco conquistadores de los nuestros, que pasaron con el mismo Cortés la primera vez, habiendo servido a su majestad muy bien en todas las conquistas, y tenían ya sus casas y reposo; y esto digo así, porque no aprovechaba cosa decir a Cortés: "Señor, déjeme descansar, que harto estoy de servir"; que les hacía ir adonde mandaba por fuerza; e llevó consigo a un Briones, natural de Salamanca, e había sido capitán de bergantines y soldado en Italia, y llevó otros muchos soldados que no estaban bien con Cortés porque no les dio buenos repartimientos de indios ni las partes del oro, y le querían muy mal; y en las instrucciones que Cortés les dio fue, que desde el puerto de la Villa-Rica fuese su derrota a la Habana, y que allí en la Habana hallaría a un Alonso de Contreras, soldado viejo de Cortés, natural de Orgaz, que llevó seis mil pesos de oro para que comprase caballos y cazabe e puercos y tocinos, y otras cosas pertenecientes para el armada; el cual soldado envió Cortés adelante de Cristóbal de Olí por causa de que si veían ir el armada los vecinos de la Habana, encarecían los caballos y todos los demás bastimentos; y mandó al Cristóbal de Olí que en llegando a la Habana tomase los caballos que estuviesen comprados, y de allí fuese su derrota para Higüeras, que era buena navegación y muy cerca, y le mandó que buenamente, sin haber muertes de indios, cuando hubiese desembarcado procurase poblar una villa en algún buen puerto, e que a los naturales de aquellas provincias los trajese de paz, y buscase oro y plata, y que procurase de saber e inquirir si había estrecho, o qué puertos había por la banda del sur, si allá pasase; y le dio dos clérigos, que el uno dellos sabía la lengua mexicana, y le encargó que con diligencia les predicasen las cosas de nuestra santa fe, y que no consintiesen sodomías ni sacrificios, sino que buena y mansamente se los desarriagasen; y le mandó que todas las casas de madera adonde tenían indios e indias a engordar, encarcelados, para comer, que se las quebrasen, y soltasen los tristes encarcelados; y le mandó que en todas partes pusiese cruces, y le dio muchas imágenes de nuestra señora para que pusiese en los pueblos, y le dijo estas palabras: "Mirad, hijo Cristóbal de Olí, desa manera lo procurad hacer"; y después de abrazados y despedidos con mucho amor y paz, se despidió el Cristóbal de Olí de Cortés y de toda su casa, y fue a la Villa-Rica, donde estaba toda su armada muy a punto, y en ciertos días del mes e año que no me acuerdo, se embarcó con todos sus soldados, y con buen tiempo llegó a la Habana, y halló los caballos comprados y todo lo demás de bastimentos, y cinco soldados, que eran personas de calidad, de los que había echado de Pánuco Diego de Ocampo, porque eran muy bandoleros y bulliciosos; y a estos soldados ya los he nombrado algunos dellos, cómo se llamaban, en el capítulo pasado cuando la pacificación de Pánuco, y por esta causa los dejaré ahora de nombrar; y estos soldados aconsejaron al Cristóbal de Olí, pues que había fama de tierra rica donde iba, y llevaba buena armada, bien abastecida, y muchos caballos y soldados, que se alzase desde luego a Cortés y que no le conociese desde allí por superior ni le acudiese con cosa ninguna. El Briones, otra vez por mí nombrado, se lo había dicho muchas veces secretamente al Cristóbal de Olí sobre el caso, e al gobernador de aquella isla, que ya he dicho otras muchas veces que se decía Diego Velázquez, enemigo mortal de Cortés; y el Diego Velázquez vino donde estaba la armada, y lo que se concertaron fue que entre él y Cristóbal de Olí tuviesen aquella tierra de Higüeras y Honduras por su majestad, y en su real nombre Cristóbal de Olí; y que el Diego Velázquez le proveería de lo que hubiese menester, e haría sabidor dello en Castilla a su majestad para que le trajesen la gobernación; y desta manera se concertó la compañía del armada. Y quiero decir la condición y presencia de Cristóbal de Olí: era valiente por su persona, así a pie como a caballo; era extremado varón, mas no era para mandar, sino para ser mandado, y era de edad de treinta y seis años, natural de cerca de Baeza o Linares, y su presencia y altor era de buen cuerpo y membrudo y de grande espalda, bien entallado e algo rubio, y tenía muy buena presencia en el rostro, y traía el bezo de bajo siempre como hendido a manera de grieta; en la plática hablaba algo gordo y espantoso, y era de buena conversación, y tenía otras buenas condiciones de ser franco, y era al principio cuando estaba en México gran servidor de Cortés, sino que esta ambición de mandar y no ser mandado le cegó, y con los malos consejeros, y también como fue criado en casa de Diego Velázquez cuando mozo, y fue lengua de la isla de Cuba, reconoció el pan que en su casa había comido, aunque más obligado era a Cortés que no a. Diego Velázquez. Pues ya hecho este concierto con Diego Velázquez, vinieron en compañía con el Cristóbal de Olí muchos vecinos de la isla de Cuba, especialmente los que he dicho que fueron en aconsejarle que se alzase. Y de que no tenía más en que entender en aquella isla, en los navíos metido todo su matalotaje, mandó alzar velas a toda su armada, fue a desembarcar con buen tiempo obra de quince leguas adelante, a Puerto de Caballos, en una como bahía, y allegó a 3 de mayo: a esta causa nombró a una villa que luego trazó Triunfo de la Cruz; e hizo nombramientos de alcaldes y regidores a los soldados que Cortés le había mandado cuando estaba en México que honrase y diese cargos, y tomó la posesión de aquellas tierras por su majestad, y de Hernando Cortés en su real nombre, e hizo otros autos que convenían; y todo esto que hacía era porque los amigos de Cortés no entendiesen que iba alzado, para ver si pudiese hacer dellos buenos amigos de que alcanzasen a saber las cosas, y también que no sabía si acudiría la tierra tan rica y de buenas minas como decían; y tiró a dos hitos, como dicho tengo: el uno, que si había buenas minas y la tierra muy poblada, alzarse con ella; y el otro, que si no acudiese tan buena, volver a México a su mujer y repartimientos, y disculparse con Cortés con decirle que la compañía que hizo con Diego Velázquez fue porque le diesen bastimentos y soldados y no acudirle con cosa ninguna; e que bien lo podía ver, pues tomó la posesión por Cortés; y esto tenía en el pensamiento, según muchos de sus amigos dijeron, con quien él había comunicado. Dejémosle ya poblado en el Triunfo de la Cruz, que Cortés nunca supo cosa ninguna hasta más de ocho meses. Y porque por fuerza tengo que volver otra vez a hablar con él, lo dejaré ahora, y diré lo que nos acaeció en Guazacualco, y cómo Cortés me envió con el capitán Luis Marín a pacificar la provincia de Chiapa.
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Cómo los que quedamos poblados en Guazacualco siempre andábamos pacificando las provincias que se nos alzaban, y cómo Cortés mandó al capitán Luis Marín que fuese a conquistar e a pacificar la provincia de Chiapa, y me mandó que fuese con él, y lo que en la pacificación pasó Pues como estábamos poblados en aquella villa de Guazacualco muchos conquistadores viejos y personas de calidad, y teníamos grandes términos repartidos entre nosotros, que era la misma provincia de Guazacualco e Citla e lo de Tabasco e Cimatan e Chontalppa, y en las sierras arriba lo de Cachula e Zoque e Quelenes, hasta Cinacatan, e Chamula, e la ciudad de Chiapa de los indios, y Papanaguastla e Pinula, y hacia la banda de México la provincia de Xaltepeque y Guazpaltepeque e Chinanta e Tepeca, y como al principio todas las provincias que había en la Nueva-España las más dellas se alzaban cuando les pedían tributo, y aun mataban a sus encomendadores, y a los españoles que podían tomar a su salvo los acapillaban, así nos aconteció en aquella villa, que casi no quedó provincia que todos no se nos rebelaron; y a esta causa siempre andábamos de pueblo en pueblo con una capitanía, atrayéndolos de paz; y como los Cimatan no querían venir de paz a la villa ni obedecer su mandamiento, acordó el capitán Luis Marín que por no enviar capitanía de muchos soldados contra ellos, que fuésemos cuatro vecinos a los traer de paz; yo fui el uno dellos, y los demás se llamaban Rodrigo de Henao, natural de Ávila, y un Francisco Martín, medio vizcaíno, y el otro se decía Francisco Jiménez, natural del Inguijuela de Extremadura; y lo que nos mandó el capitán fue, que buenamente y con amor los llamásemos de paz, y que no les dijésemos palabras de que se enojasen; e yendo que íbamos a su provincia (que son las poblaciones entre grandes ciénagas y caudalosos ríos), e ya que llegábamos a dos leguas de su pueblo, les enviamos mensajeros a decir como íbamos; y la respuesta que dieron fue, que salen a nosotros tres escuadrones de flecheros y lanceros, que a la primera refriega mataron dos de nuestros compañeros, e a mi me dieron la primera herida de un flechazo en la garganta, que con la sangre que me salía, y en aquel tiempo no podía apretarlo ni tomar la sangre, estuvo mi vida en harto peligro; pues el otro mi compañero que estaba por herir, que era el Francisco Martín, puesto que yo y él siempre hacíamos cara y heríamos algunos contrarios, acordó de tomar las de Villadiego y acogerse a unas canoas que estaban cabe un río que se decía Mazapa; y como yo quedaba solo y mal herido, porque no me acabasen de matar, e sin sentido e poco acuerdo, me metí entre unos matorrales, y volviendo en mí con fuerte corazón dije: "¡Oh, válgame nuestra señora! ¿Si es verdad que tengo que morir hoy en poder destos perros?" Y tomé tal esfuerzo, que salgo de las matas y rompo por los indios, que a buenas cuchilladas y estocadas me dieron lugar que saliese de entre ellos; y aunque me tornaron a herir, fui a las canoas, donde estaba ya mi compañero Francisco Martín con cuatro indios amigos que eran los que habíamos traído con nosotros, que nos llevaban el hato; que estos indios, cuando estábamos peleando con los cimatecas, dejando las cargas, se acogen al río en las canoas; y lo que nos dio la vida a mí y a Francisco Martín fue, que los contrarios se embarazaron en rozar nuestra ropa y petacas. Dejemos de hablar en esto, y digamos que Dios fue servido escaparnos de no morir allí, y en las canoas pasamos aquel río, que es muy grande e hondo, e hay en él muchos lagartos; y porque no nos siguiesen los cimatecas, que así se llaman, estuvimos ocho días por los montes, y dende a pocos días se supo en Guazacualco esta nueva, y dijeron los indios que habíamos traído, que llevaron la misma nueva (que todos los otros cuatro indios quedaron en las canoas, como dicho tengo), que éramos muertos; y éstos, de que nos vieron heridos e los dos muertos, se fueron huyendo y nos dejaron en la pelea, y en pocos días llegaron a Guazacualco; y como no parecíamos ni había nueva de nosotros, creyeron que éramos muertos, como los indios dijeron. Y como era costumbre de Indias y en aquella sazón se usaba, ya había repartido el capitán Luis Marín en otros conquistadores nuestros pueblos, y hecho mensajeros a Cortés para enviar las cédulas de encomienda, y aun vendido nuestras haciendas, y al cabo de veinte y tres días aportamos a la villa; y de lo cual se holgaron nuestros amigos, mas a quien les había dado nuestros indios les pesó. Y viendo el capitán Luis Marín que no podíamos apaciguar aquellas provincias, y mataban muchos de nuestros soldados, acordó de ir a México a demandar a Cortés más soldados y socorro y pertrechos de guerra, y mandó que entre tanto que iba no saliésemos de la villa ningunos vecinos a los pueblos lejos, si no fuese a los que estaban cuatro o cinco leguas de allí, para traer comida. Pues llegado a México, dio cuenta a Cortés de todo lo acaecido, y entonces le mandó que volviese a Guazacualco, y envió con él treinta soldados, y entre ellos a un Alonso de Grado, por mí muchas veces nombrado; y le mandó que con todos los vecinos que estábamos en la villa y los soldados que traía consigo fuésemos a la provincia de Chiapa, que estaba de guerra, que la pacificásemos y poblásemos una villa; y como el capitán Luis Marín vino con estos despachos, nos apercibimos todos, así los que estábamos allí poblados como los que traía de nuevo, y comenzamos a abrir caminos, porque eran montes y ciénagas muy malas, y echábamos en ellas maderos y ramos para poder pasar los caballos, y con gran trabajo fuimos a salir a un pueblo que se dice Tepuzuntlan, que hasta entonces por el río arriba solíamos ir en canoas, que no había otro camino abierto; y desde aquel pueblo fuimos a otro pueblo la sierra arriba, que se dice Cachula; y para que bien se entienda, este Cachula es en la provincia de Chiapa; y esto digo porque está otro pueblo del mismo nombre junto a la Puebla de los ángeles; y desde Cachula fuimos a otros pueblezuelos sujetos al mismo Cachula, y fuimos abriendo camino nuevo el río arriba, que venía de la población de Chiapa, porque no había camino ninguno, y todos los rededores que estaban poblados habían grande miedo a los chiapanecas, porque ciertamente eran en aquel tiempo los mayores guerreros que yo había visto en toda la Nueva-España, aunque entren en ellos los tlascaltecas ni mexicanos ni zapotecas ni minjes: y esto digo, porque jamás México los pudo señorear; porque en aquella sazón era aquella provincia muy poblada, y los naturales della eran en gran manera belicosos y daban guerra a sus comarcanos, que eran los de Cinacantan y a todos los pueblos de la lengua quelene, asimismo a los pueblos que se dicen los zoques, y robaban y cautivaban a la continua a otros pueblezuelos donde podían hacer presa, y con los que dellos mataban hacían sacrificios y hartazgas; y demás desto, en los caminos de Teguantepeque tenían en pasos malos puestos guerreros para saltear a los indios mercaderes que trataban de una provincia a otra; y a esta causa dejaban algunas veces de tratar las unas provincias con Las otras, y aun habían traído por fuerza a otros pueblos, y hécholes poblar y estar junto a Chiapa, y los tenían por esclavos y con ellos hacían sus sementeras. Volvamos a nuestro camino, que fuimos el río arriba hacia su ciudad, y era por cuaresma año de 1524, y esto de los años no me acuerdo bien; y antes de llegar a Chiapa se hizo alarde de todos los de a caballo, escopeteros y ballesteros que íbamos en aquella entrada; y no se pudo hacer hasta entonces, por causa que algunos de nuestra vida y otros forasteros aún no se habían recogido, que andaban en los pueblos de la sierra de Cachula demandando el tributo que les eran obligados a dar; y con el favor de venir capitán con la gente de guerra, como veníamos, se atrevían a ir a ellos, que de antes ni daban tributo ni se les daba nada de nosotros. Volvamos a nuestro alarde, que se hallaron veinte y siete de a caballo que podían pelear, y otros cinco que no eran para ello, y quince ballesteros y ocho escopeteros, y un tiro y mucha pólvora, y un soldado por artillero, que decía el mismo soldado que había estado en Italia; esto digo aquí porque no era para cosa ninguna, que era muy cobarde; y llevábamos sesenta soldados de espada y rodela y obra de ochenta mexicanos, y el cacique de Cachula con otros principales suyos; y estos indios de Cachula que he dicho, iban temblando de miedo, y por halagos los llevamos que nos ayudasen a abrir camino y llevar el fardaje. Pues yendo nuestro camino muy en concierto, ya que llegamos cerca de sus poblaciones, siempre íbamos adelante por espías y descubridores del campo cuatro soldados muy sueltos, e yo era uno dellos, e dejaba mi caballo, que no era tierra por donde podían correr, e íbamos siempre media legua adelante de nuestro ejército; y como los chiapanecas son grandes cazadores, estaban entonces a caza de venados, y desque nos sintieron, apellídanse todos con grandes ahumadas, y como llegamos a sus poblaciones, tenían muy anchos caminos y grande sementera de maíz e otras legumbres, y el primer pueblo que topamos se dice Eztapa, que está de la cabecera obra de cuatro leguas, y en aquel instante le habían despoblado, y tenían mucho maíz e gallinas y otros bastimentos, que tuvimos bien que comer y cenar; y estando reposando en el pueblo, puesto que teníamos puestas nuestras velas y escuchas y corredores del campo, vienen dos de a caballo que estaban por corredores a dar mandado y diciendo: "¡Al arma, que vienen muchos guerreros chiapanecas!" Y nosotros, que siempre estábamos muy apercibidos, les salimos al encuentro antes que llegasen al pueblo, y tuvimos una gran batalla con ellos, porque traían muchas varas tostadas, con sus tiraderas y arcos y flechas, y lanzas mayores que las nuestras, con buenas armas de algodón y penachos, y otros traían unas porras como macanas; y allí donde hubimos esta batalla había mucha piedra, y con hondas nos hacían mucho daño, y nos comenzaron a cercar de arte, que de la primera rociada mataron dos de nuestros soldados y cuatro caballos, y se hirieron trece soldados y a muchos de nuestros amigos, y al capitán Luis Marín le dieron dos heridas, y estuvimos en aquella batalla toda la tarde hasta que anocheció; y como hacía oscuro, y habían sentido el cortar de nuestras espadas, y escopetas y ballestas, y las lanzadas, se retiraron, de lo cual nos holgamos; y hallamos quince dellos muertos y otros muchos heridos, que no se pudieron ir; y de dos dellos que nos parecían principales se tomó aviso, y dijeron que estaba toda la tierra apercibida para dar en nosotros otro día; y aquella noche enterramos los muertos y curamos los heridos y al capitán, que estaba malo de las heridas, porque se había desangrado mucho, que por causa de no se apartar de la batalla para se las curar o apretar se le había metido frío en ellas. Pues ya hecho esto, pusimos buenas velas y escuchas y corredores del campo, y teníamos los caballos ensillados y enfrenados, y todos nuestros soldados a punto, porque tuvimos por cierto que vendrían de noche sobre nosotros, e como habíamos visto el tesón que tuvieron en la batalla pasada, que ni por ballestas ni lanzas ni escopetas ni aun estocadas no les podíamos retraer ni apartar un paso atrás, tuvímoslos por buenos guerreros y osados en el pelear; y esa noche se dio orden cómo para otro día los de a caballo habíamos de arremeter de cinco en cinco hermanados, y las lanzas terciadas, y no pararnos a dar lanzadas hasta ponerlos en huida, sino las lanzas altas y por las caras, y atropellar y pasar adelante; y este concierto ya otras veces lo había dicho el Luis Martín, y aun algunos de nosotros de los conquistadores viejos se lo habíamos dado por aviso a los nuevamente venidos de Castilla, y algunos dellos no curaron de guardar la orden, sino que pensaban que en dar una lanzada a los contrarios que hacían algo; y salióles a cuatro dellos al revés, porque les tomaron las lanzas y les hirieron a ellos los caballos con ellas. Quiero decir que se juntaban seis o siete de los contrarios y se abrazaban con los caballos, creyendo de los tomar a manos, y aun derrocaron a un soldado del caballo, y si no le socorriéramos, ya le llevaban a sacrificar, y dende ahí a dos días se murió. Volvamos a nuestra relación, y es que otro día de mañana acordamos de ir por nuestro camino para su ciudad de Chiapa, y verdaderamente se podía decir ciudad, y bien poblada, y las casas y calles muy en concierto, y de más de cuatro mil vecinos, sin otros muchos pueblos sujetos a ella, que estaban poblados a su rededor; e yendo que íbamos con mucho concierto, y el tiro puesto en orden, y el artillero bien apercibido de lo que había de hacer y no habíamos caminado cuarto de legua, cuando nos encontramos con todo el poder de Chiapa, que campos y cuestas venían llenos dellos, con grandes penachos y buenas armas e grandes lanzas, flechas y vara con tiraderas, piedra y hondas, con grandes voces e grita y silbos. Era cosa de espantar cómo se juntaron con nosotros pie con pie y comenzaron a pelear como rabiosos leones; y nuestro negro artillero que llevábamos (que bien negro se podrá llamar), cortado de miedo y temblando, ni supo tirar ni poner fuego al tiro; e ya que a poder de voces que le dábamos pegó fuego, hirió a tres de nuestros soldados, que no aprovechó cosa ninguna; y como el capitán vio de la manera que andábamos, rompimos todos los de a caballo puestos en cuadrillas, según lo habíamos concertado; y los escopeteros y ballesteros y de espada y rodela hechos un cuerpo, porque no les desbaratasen, nos ayudaron muy bien; mas eran tantos los contrarios que sobre nosotros vinieron, que si no fuéramos, de los que en aquellas batallas nos hallamos, cursados a otras afrentas, pusiera a otros gran temor, y aun nosotros nos admiramos de ver cuán fuerte estaban; y como el capitán Luis Marín nos dijo: "Ea, señores, Santiago y a ellos, y tornémosles otra vez a romper con ánimo esforzado." Dímosles tal mano, que a poco rato iban vueltas las espaldas; y cuando había allí donde fue esta batalla muy malos pedregales para poder correr caballos, no les podíamos seguir; e yendo en el alcance, y no muy lejos de donde comenzamos aquella batalla, ya que íbamos algo descuidados, creyendo que por aquel día no se tornarían a juntar, e dábamos gracias a Dios del buen suceso, aquí estaban tras unos cerros otros mayores escuadrones de guerreros que los pasados, con todas sus armas, y muchos dellos traían sogas para echar lazos a los caballos y asir de las sogas para los derrocar, y tenían tendidas en otras muchas partes muchas redes con que suelen tomar venados, para los caballos, y para atar a nosotros muchas sogas; ya todos los escuadrones que he dicho se vienen a encontrar con nosotros, e como muy fuertes y recios guerreros, nos dan tal mano de flecha, vara y piedra que tornaron a herir casi que a todos los nuestros, y tomaron cuatro lanzas a los de a caballo, y mataron dos soldados y cinco caballos; y entonces traían en medio de sus escuadrones una india algo vieja, muy gorda, y según decían, aquella india la tenían por su diosa, y adivinaba; y les había dicho que así como ella llegase adonde estábamos peleando, que luego habíamos de ser vencidos; y traían en un brasero sahumerio, y unos ídolos de piedra, y venía pintada todo el cuerpo, y pegado algodón a las pinturas, y sin miedo ninguno se metió en los indios nuestros amigos, que venían hechos un cuerpo con sus capitanías, y luego fue desplazada la maldita diosa. Volvamos a nuestra batalla: que desque el capitán Luis Marín y todos nosotros vimos tanta multitud de guerreros contrarios, y que tan osadamente peleaban, nos admiramos y encomendándonos a Dios; y arremetiendo a ellos con el concierto pasado, fuimos rompiendo poco a poco y los hicimos huir, y se escondían entre unos pedregales, y otros se echaron al río, que estaba cerca e hondo, y se fueron nadando, que son en gran manera buenos nadadores. Y desque los hubimos desbaratado, descansamos un rato; dimos muchas gracias a Dios; y hallamos muertos donde tuvimos esta batalla muchos dellos, y otros heridos, y acordamos de irnos a un pueblo que estaba junto al río, cerca del pasaje de la ciudad, donde había buenas ciruelas: porque, como era cuaresma, y en este tiempo las hay maduras, y en aquella población son buenas; y allí nos estuvimos todo lo más del día enterrando los muertos en partes donde no los pudiesen ver ni hallar los naturales de aquel pueblo, y curamos los heridos y diez caballos, y acordamos de dormir allí con gran recado de velas y escuchas. A poco más de media noche se pasaron a nuestro real diez indios principales de dos pueblezuelos que estaban poblados junto a la cabecera e ciudad de Chiapa, en cinco canoas del mismo río, que es muy grande y hondo, y venían los indios con las canoas a remo callado, y los que lo remaban eran diez indios, personas principales, naturales de los pueblezuelos que estaban junto al río; y como desembarcaron hacia la parte de nuestro real, en saltando en tierra, luego fueron presos por nuestras velas, y ellos lo tuvieron por bien que los prendiesen; y llevados ante el capitán, dijeron: "Señor, nosotros no somos chiapanecas, sino de otras provincias que se dice Xaltepeque, y estos malos chiapanecas con gran guerra que nos dieron nos mataron mucha gente, y a todos los más de nuestros pueblos nos trajeron aquí por fuerza cautivos a poblar con nuestras mujeres e hijos, e nos han tomado cuanta hacienda teníamos y ha doce años que nos tienen por esclavos, y les labramos sus sementeras y maizales, y nos hacen ir a pescar y hacer otros oficios, y nos toman nuestras hijas y mujeres. Venimos a daros aviso, porque nosotros os traeremos esta noche muchas canoas en que paséis este río, que sin ellas no podéis pasar sino con gran trabajo, y también os mostraremos un vado, aunque no va muy bajo; y lo que, señor capitán, os pedimos de merced es, que pues os hacemos esta buena obra, que cuando hayáis vencido y desbaratado estos chiapanecas, que nos deis licencia para que salgamos de su poder e irnos a nuestras tierras; y para que mejor creáis lo que os decimos que es verdad, en las canoas que ahora pasamos dejamos escondidas en el río, con otros nuestros compañeros y hermanos, os traemos presentadas tres joyas de oro (que eran unas como diademas); y también traemos gallinas y ciruelas"; y demandaron licencia para ir por ello, y dijeron que había de ser muy callando, no los sintiesen los chiapanecas, que están velando y guardando los pasos del río; y cuando el capitán entendió lo que los indios le dijeron, y la gran ayuda que era para pasar aquel recio y corriente río, dio gracias a Dios y mostró buena voluntad a los mensajeros, y prometió de hacerlo como lo pedían, y aun de darles ropa y despojos de lo que hubiésemos de aquella ciudad; y se informó dellos cómo en las dos batallas pasadas les habíamos muerto y herido más de ciento veinte chiapanecas, y que tenían aparejados paro otro día otros muchos guerreros, y que a los de los pueblezuelos donde eran estos mensajeros les hacían salir a pelear contra nosotros; y que no temiésemos dellos, que antes nos ayudarían, y que al pasar del río nos habían de aguardar, porque tenían por imposible que tendríamos atrevimiento de pasarle; y que cuando lo estuviésemos pasando, que allí nos desbaratarían; y dado este aviso, se quedaron dos de aquellos indios con nosotros, y lo demás fueron a sus pueblos a dar orden para que muy de mañana trajesen veinte canoas, en lo cual cumplieron muy bien su palabra; y después que se fueron reposamos algo de lo que quedó de la noche, y no sin mucho recado de velas y escuchas y rondas, porque oímos el gran rumor de los guerreros que se juntaban en la ribera del río, y el tañer de las trompetillas y atambores y cornetas; y como amaneció, vimos las canoas, que ya descubiertamente las traían, a pesar de los de Chiapa; porque, según pareció, ya habían sentido los de Chiapa cómo los naturales de aquellos pueblezuelos se les habían levantado y hecho fuertes y eran de nuestra parte, y habían prendido algunos dellos, y los demás se habían hecho fuertes en un gran cu, y a esta causa había revueltas y guerras entre los chiapanecas y los pueblezuelos que dicho tengo; y luego nos fueron a mostrar el vado, y entonces nos daban mucha priesa aquellos amigos que pasásemos presto el río, con temor no sacrificasen a sus compañeros que habían prendido aquella noche; pues de que llegamos al vado que nos mostraron, iba muy hondo; y puestos todos en gran concierto, así los ballesteros como escopeteros y los de a caballo, y los indios de los pueblezuelos nuestros amigos con sus canoas, y aunque nos daba el agua cerca de los pechos, todos hechos un tropel, para soportar el ímpetu y fuerza del agua, quiso Dios que pasamos cerca de la otra parte de tierra; y antes de acabar de pasar, vienen contra nosotros muchos guerreros y nos dan una buena rociada de vara con tiraderas, y flechas y piedra y otras grandes lanzas, que nos hirieron casi que a todos los más, y a algunos a dos y a tres heridas, y mataron dos caballos; y un soldado de a caballo, que se decía fulano Guerrero o Guerra, se ahogó al pasar del río, que se metió con el caballo en un recio raudal, y era natural de Toledo, y el caballo salió a tierra sin el amo. Volvamos a nuestra pelea, que nos detuvieron un buen rato al pasar del río, que no les podíamos hacer retraer ni nosotros podíamos llegar a tierra, y en aquel instante los de los pueblezuelos que se habían hecho fuertes contra los chiapanecas, nos vinieron a ayudar, y dan en las espaldas, a los que estaban al río batallando con nosotros, e hirieron y mataron muchos dellos, porque les tenían grande enemistad, como los habían tenido presos muchos años; y como aquello vimos, salimos a tierra los de a caballo, y luego ballesteros, escopeteros y de espada y rodela, y los amigos mexicanos, y dámosles una tan buena mano, que se van huyendo, que no paró indio con indio; y luego sin más tardar, puestos en buen concierto, con nuestras banderas tendidas, y muchos indios de los dos pueblezuelos con nosotros, entramos en su ciudad; y como llegamos en lo más poblado, donde estaban sus grandes cues y adoratorios, tenían las casas tan juntas, que no osamos asentar real, sino en el campo, y en parte que aunque pusiesen fuego no nos pudiesen hacer daño; y nuestro capitán envió a llamar de paz a los caciques y capitanes de aquel pueblo, y fueron los mensajeros tres indios de los pueblezuelos nuestros amigos, que el uno dellos se decía Xaltepeque, y asimismo envió con ellos seis capitanes chiapanecas que habíamos preso en las batallas pasadas, y les envió a decir que vengan luego de paz, y se les perdonará lo pasado, y que si no vienen, que los iremos a buscar y les daremos mayor guerra que la pasada y les quemaremos su ciudad; y con aquellas bravosas palabras luego a la hora vinieron, y aun trajeron un presente de oro, y se disculparon por haber salido de guerra, y dieron la obediencia a su majestad, y rogaron a Luis Marín que no consintiese a nuestros amigos que quemasen ninguna casa, porque ya habían quemado antes de entrar en Chiapa, en un pueblezuelo que estaba poblado antes de llegar al río, muchas casas; y Luis Marín les prometió que así lo haría, y mandó a los mexicanos que traíamos y a los de Cachula que no hiciesen mal ni daño. Quiero tornar a decir que este Cachula que aquí nombro no es la que está cerca de México, sino un pueblo que se dice como él, que está en las sierras camino de Chiapa, por donde pasamos. Dejemos esto, y digamos como en aquella ciudad hallamos tres cárceles de redes de madera llenas de prisioneros atados con collares a los pescuezos, y estos eran de los que prendían por los caminos, e algunos dellos eran de Teguantepeque, y otros zapotecas e otros quelenes, otros de Soconusco; los cuales prisioneros sacamos de las cárceles e se fue cada uno a su tierra. También hallamos en los cues muy malas figuras de ídolos que adoraban, e muchos indios e muchachos sacrificados, y hallamos muchas cosas malas de sodomías que usaban; y mandóles el capitán que luego fuesen a llamar todos los pueblos comarcanos que vengan de paz a dar la obediencia a su majestad. Los primeros que vinieron fueron los de Cinacatan y Copanaguastlan, e Pinola e Güegüiztlan e Chamula (e otros pueblos que ya no se me acuerda los nombres dellos), quelenes, y otros pueblos que eran de la lengua zoque, y todos dieron la obediencia a su majestad; y aun estaban espantados cómo, tan pocos como éramos, podíamos vencer a los chiapanecas; y ciertamente mostraron todos gran contento, porque estaban mal con ellos. Estuvimos en aquella ciudad cinco días, y en aquel instante un soldado de aquellos que traíamos en nuestro ejército desmandóse del real, y vase sin licencia del capitán a un pueblo que había venido de paz, que ya he dicho que se dice Chamula, y llevó consigo ocho indios mexicanos de los nuestros, y demandó a los de Chamula que le diesen oro, y decía que lo mandaba el capitán, e los de aquel pueblo le dieron unas joyas de oro, y porque no le daban más, echó preso al cacique; y cuando vieron los del pueblo hacer aquella demasía, quisieron matar al atrevido y desconsiderado soldado, y luego se alzaron, y no solamente ellos, hicieron también alzar a los de otro pueblo que se decía Güeyhuiztlan, sus vecinos; y de que aquello alcanzó a saber el capitán Luis Marín, prende al soldado, y luego manda que por la posta le llevasen a México para que Cortés le castigase; y esto hizo el Luis Marín porque era un hombre el soldado que se tenía por principal, que por su honor no nombro su nombre, hasta que venga en coyuntura en parte que hizo otra cosa que aun es muy peor, como era malo y cruel con los indios, dende a obra de un año murió en lo de Xicalango en poder de indios como adelante diré. Y después desto hecho, el capitán Luis Marín envió a llamar al pueblo de Chamula que venga de paz, e les envió a decir que ya había castigado y enviado a México al español que les iba a demandar oro y les hacía aquellas demasías. La respuesta que dieron fue mala, y la tuvimos por muy peor por causa de que los pueblos comarcanos no se alzasen; y fue acordado que luego fuésemos sobre ellos, y hasta traerles de paz no les dejar; y después de como les habló muy blandamente a los caciques chiapanecas, y se les dijo con buenas lenguas; las cosas tocantes a nuestra santa fe, y que dejasen los ídolos y sacrificios y sodomías y robos, y les puso cruces e una imagen de nuestra señora en un altar que les mandamos hacer, y el capitán Luis Marín les dio a entender cómo éramos vasallos de su majestad cesárea, e otras muchas cosas que convenían, y aun les dejamos poblada más de la mitad de su ciudad. Y los dos pueblos nuestros amigos que nos trajeron las canoas para pasar el río y nos ayudaron en la guerra salieron de poder de los chiapanecas con todas sus haciendas e mujeres e hijos, y se fueron a poblar al río abajo, obra de diez leguas de Chiapa, donde ahora está poblado lo de Xaltepeque, y el otro pueblo que se dice Istatlan se fue a su tierra, que era de Teguantepeque. Volvamos a nuestra partida para Chamula, y es que luego enviamos a llamar a los de Cinacatan, que eran gente de razón, y muchos dellos mercaderes, y se les dijo que nos trajesen doscientos indios para llevar el fardaje, e que íbamos a su pueblo porque por allí era el camino de Chamula; y demandó a los de Chiapa otros doscientos indios guerreros con armas para ir en nuestra compañía. y luego los dieron; y salimos de Chiapa una mañana, y fuimos a dormir a unas salinas, donde nos tenían hechos los de Cinacatan buenos ranchos; y otro día a mediodía llegamos a Cinacatan, y allí tuvimos la santa pascua de Resurrección; y tornamos a enviar a llamar de paz a los de Chamula, e no quisieron venir, e hubimos de ir a ellos, que sería entonces, donde estaban poblados, de Cinacatan obra de tres leguas, y tenían entonces las casas y pueblos de Chamula en una fortaleza muy mala de ganar, y muy honda cava por la parte que les habíamos de combatir, y por otras partes muy peor, e más fuerte; e así como llegamos con nuestro ejército, nos tiran tanta piedra de lo alto e vara y flechas, que cubría el suelo; pues las lanzas muy largas con más de dos varas de cuchilla de pedernales, que ya he dicho otras veces que cortaban más que espadas, y unas rodelas hechas a manera de pavesinas, con que se cubren todo el cuerpo cuando pelean, y cuando no las han menester, las arrollan y doblan de manera que no les hacen estorbo ninguno, e con hondas mucha piedra, y tal priesa se daban a tirar flecha y piedra, que hirieron cinco de nuestros soldados e dos caballos, e con muchas voces e gran grita e silbos e alaridos, y atambores y caracoles, que era cosa de poner espanto a quien no los conociera; y como aquello vio Luis Marín, entendió que de los caballos no se podían aprovechar, que era sierra, mandó que se tornasen a bajar a lo llano, porque donde estábamos era gran cuesta y fortaleza, y aquello que les mandó fue porque temíamos que vendrían allí a dar en nosotros los guerreros de otros pueblos que se dicen Quiahuistlan, que estaba alzado, y por que hubiese resistencia en los de a caballo; y luego comenzamos de tirar en los de la fortaleza muchas saetas y escopetas, y no les podíamos hacer daño ninguno, con los grandes mamparos que tenían, y ellos a nosotros sí, que siempre herían muchos de los nuestros; y estuvimos aquel día desta manera peleando, y no se les daba cosa ninguna por nosotros, y si les procurábamos de entrar donde tenían hechos unos mamparos y almenas, estaban sobre dos mil lanceros en los puestos para defensa de los que les probamos a entrar; y ya que quisiéramos entrar e aventurar las personas en arrojarnos dentro de su fortaleza, habíamos de caer de tan alto, que nos habíamos de hacer pedazos, y no era cosa para ponernos en aquella ventura; y después de bien acordado cómo y de qué manera habíamos de pelear, se concertó que trajésemos madera y tablas de un pueblezuelo que allí junto estaba despoblado, e hiciésemos burros o mantas, que así se llaman, y en cada uno dellos cabían veinte personas, y con azadones y picos de hierro que traíamos, e con otros azadones de la tierra, de palo, que allí había, les cavábamos y deshacíamos su fortaleza, y deshicimos un portillo para poderles entrar, porque de otra manera era excusado; porque por otras dos partes, que todo lo miramos más de una legua de allí alrededor, estaba otra muy mala entrada y peor de ganar que adonde estábamos, por causa que era una bajada tan agria, que a manera de decir, era entrar en los abismos. Volvamos a nuestros mamparos y mantas, que con ellas les estábamos deshaciendo sus fortalezas, y nos echaban de arriba mucha pez y resina ardiendo, y agua y sangre toda revuelta y muy caliente, y otras veces lumbre y recoldo, y nos hacían mala obra, y luego tras esto mucha multitud de piedras muy grandes que nos desbarataron nuestros ingenios, que nos hubimos de retirar y tornarlos a adobar; y luego volvimos sobre ellos, y cuando vieron que les hacíamos mayores portillos, se ponen cuatro papas y otras personas principales sobre una de sus almenas, y vienen cubiertos con sus pavesinas e otros talabardones de madera, e dicen: "Pues que deseáis e queréis oro, entrad, dentro, que aquí tenemos mucho"; y nos echaron desde las almenas siete diademas de oro fino, y muchas cuentas vaciadizas e otras joyas, como caracoles y ánades, todo de oro, y tras ello mucha flecha y vara y piedra, e ya les teníamos hechas dos grandes entradas; y como era ya de noche y en aquel instante comenzó a llover, dejamos el combate para otro día, y allí dormimos aquella noche con buen recaudo; y mandó el capitán a ciertos de a caballo que estaban en tierra llana, que no se quitasen de sus puestos y tuviesen los caballos ensillados y enfrenados. Volvamos a los chamultecas, que toda la noche estuvieron tañendo atabales y trompetillas y dando voces y gritos, y decían que otro día nos habían de matar, que así se lo había prometido su ídolo; y cuando amaneció volvimos con nuestros ingenios y mantas a hacer mayores entradas, y los contrarios con grande ánimo defendiendo su fortaleza y aun hirieron este día a cinco de los nuestros, y a mí me dieron un buen bote de lanza, que me pasaron las armas, y si no fuera por el mucho algodón y bien colchadas que eran, me mataran, porque con ser buenas las pasaron y echaron buen pelote de algodón fuera, me dieron una chica herida; y en aquella sazón era más de mediodía, y vino muy grande agua y luego una muy oscura neblina; porque, como eran sierras altas, siempre hay neblinas y aguaceros; y nuestro capitán, como llovía mucho, se apartó del combate, y como yo era acostumbrado a las guerras pasadas de México, bien entendí que en aquella sazón que vino la neblina no daban los contrarios tantas voces ni gritos como de antes; y veía que estaban arrimadas a los adarves y fortalezas y barbacanas muchas lanzas, y que no las veía menear, sino hasta doscientas dellas, sospeché lo que fue, que se querían ir o se iban entonces, y de presto les entramos por un portillo yo y otro mi compañero, y estaban obra de doscientos guerreros, los cuales arremetieron a nosotros y nos dan muchos botes de lanza; y si de presto no fuéramos socorridos de unos indios de Cinacatan, que dieron voces a nuestros soldados, que entraron luego con nosotros en su fortaleza, allí perdiéramos las vidas; y como estaban aquellos chamultecas con sus lanzas haciendo cara y vieron el socorro, se van huyendo, porque los demás guerreros ya se habían huido con la neblina; y nuestro capitán con todos los soldados y amigos entraron dentro, y estaba ya alzado todo el hato, y la gente menuda y mujeres ya se habían ido por el paso muy malo, que he dicho que era muy hondo y de mala subida y peor bajada; y fuimos en el alcance, y se prendieron muchas mujeres y muchachos y niños y sobre treinta hombres, y no se halló despojo en el pueblo, salvo bastimento; y esto hecho, nos volvimos con la presa camino de Cinacatan, y fue acordado que asentásemos nuestro real junto a un río adonde está ahora poblada la Ciudad-Real, que por otro nombre llaman Chiapa de los Españoles; y desde allí soltó el capitán Luis Marín seis indios con sus mujeres, de los presos de Chamula, para que fuesen a llamar los de Chamula, y se les dijo que no hubiesen miedo, y se les darían todos los prisioneros; y fueron los mensajeros, y otro día vinieron de paz y llevaron toda su gente, que no quedó ninguna; y después de haber dado la obediencia a su majestad, me depositó aquel pueblo el capitán Luis Marín, porque desde México se lo había escrito Cortés, que me diese una buena cosa de lo que se conquistase, y también porque era yo mucho su amigo del Luis Marín, y porque fue el primer soldado que les entró dentro; y Cortés me envió cédula de encomienda dellos, y hasta hoy tengo la cédula de encomienda guardada, y me tributaron más de ocho años. En aquella sazón no estaba poblada la Ciudad-Real, que después se pobló, e se dio mi pueblo para la población. Dejemos esto y volvamos a nuestra relación: que, como ya Chamula estaba de paz, e Güeyhuistlan, que estaba alzado, no quisieron venir de paz aunque les enviamos a llamar, acordó nuestro capitán que fuésemos a los buscar a sus pueblos; y digo aquí pueblos, porque entonces eran tres pueblezuelos, y todos puestos en fortaleza; y dejamos allí adonde estaban nuestros ranchos los heridos y fardaje, y fuimos con el capitán los más sueltos y sanos soldados, y los de Cinacatan nos dieron sobre trescientos indios de guerra, que fueron con nosotros, y sería de allí a los pueblos de Güeyhuistlan obra de cuatro leguas; y como íbamos a sus pueblos hallamos todos los caminos cerrados, llenos de maderos e árboles cortados y muy embarazados, que no podían pasar caballos, y con los amigos que llevábamos los desembarazamos e quitaron los maderos; y fuimos a un pueblo de los tres, que ya he dicho que era fortaleza, y hallámosle lleno de guerreros, y comenzaron a nos dar grita y voces y a tirar vara y flecha, y tenían grandes lanzas y pavesinas y espadas de a dos manos de pedernal, que cortan como navajas, según y de la manera de los de Chamula; y nuestro capitán con todos nosotros les íbamos subiendo la fortaleza, que era muy más mala y recia de tomar que no la de Chamula; acordaron de se ir huyendo y dejar el pueblo despoblado y sin cosa ninguna de bastimentos; y los cinacantecas prendieron dos indios dellos, que luego trajeron al capitán, los cuales mandó soltar, para que llamasen de paz y a todos los demás sus vecinos, y aguardamos allí un día que volviesen con la respuesta, y todos vinieron de paz, y trajeron un presente de oro de poca valía y plumaje de quetzales, que son unas plumas que se tienen entre ellos en mucho, y nos volvimos a nuestros ranchos; y porque pasaron otras cosas que no hacen a nuestra relación, se dejarán de decir, y diremos cómo cuando hubimos vuelto a los ranchos pusimos en plática que sería bien poblar allí adonde estábamos una villa, según que Cortés nos mandó que poblásemos, y muchos soldados de los que allí estábamos decíamos que era bien, y otros que tenían buenos indios en lo de Guazacualco eran contrarios, y pusieron por achaque que no teníamos herraje para los caballos, y que éramos pocos, y todos los más heridos, y la tierra muy poblada, y los más pueblos estaban en fortaleza y en grandes sierras, y que no nos podríamos valer ni aprovechar de los caballos, y decían por ahí otras cosas; y lo peor de todo, que el capitán Luis Marín e un Diego de Godoy, que era escribano del rey, persona muy entremetida, no tenían voluntad de poblar, sino volver a nuestros ranchos y villa. E un Alonso de Grado, que ya le he nombrado otras veces en el capítulo pasado, el cual era más bullicioso que hombre de guerra, parece ser traía secretamente una cédula de encomienda firmada de Cortés, en que le daba la mitad del pueblo de Chiapa cuando estuviese pacificado, y por virtud de aquella cédula demandó al capitán Luis Marín que le diese el oro que hubo en Chiapa que dieron los indios, e otro que se tomó en los templos de los ídolos del mismo Chiapa, que serían mil e quinientos pesos, y Luis Marín decía que aquello era para ayudar a pagar los caballos que habían muerto en la guerra en aquella jornada; y sobre ello y sobre otras diferencias estaban muy mal el uno con el otro, y tuvieron tantas palabras, que el Alonso de Grado, como era mal condicionado, se desconcertó en hablar; y quien se metía en medio y lo revolvía todo era el escribano Diego de Godoy. Por manera que Luis Marín los echó presos al uno, y al otro, y con grillos, y cadenas los tuvo seis o siete días presos, y acordó de enviar a Alonso de Grado a México preso, y al Godoy con ofertas y prometimientos y buenos intercesores le soltó; y fue peor, que se concertaron luego el Grado y el Godoy de escribir desde allí a Cortés muy en posta, diciendo muchos males de Luis Marín, y aun Alonso de Grado me rogó a mí que de mi parte escribiese a Cortés, y en la carta le disculpase al Grado, porque le decía el Godoy al Grado que Cortés en viendo mi carta le daría crédito, y no dijese bien del Marín; e yo escribí lo que me pareció que era verdad, y no culpando al capitán Marín; y luego envió preso a México al Alonso de Grado, con juramento que le tomó que se presentaría ante Cortés dentro de ochenta días, porque desde Cinacatan había por la vía y camino que venimos sobre ciento y noventa leguas hasta México. Dejemos de hablar de todas estas revueltas y embarazos; e ya partido el Alonso de Grado, acordamos de ir a castigar a los de Cimatan, que fueron en matar los dos soldados cuando me escapé yo y Francisco Martín, vizcaíno, de sus manos; e yendo que íbamos caminando para unos pueblos que se dicen Tapelola, e antes de llegar a ellos había unas sierras y pasos tan malos, así de subir como de bajar, que tuvimos por cosa dificultosa el poder pasar por aquel puerto; y Luis Marín envió a rogar a los caciques de aquellos pueblos que los adobasen de manera que pudiésemos pasar e ir por ellos, e así lo hicieron, y con mucho trabajo pasaron los caballos, y luego fuimos por otros pueblos que se dicen Silosuchiapa e Coyumelapa, y desde allí fuimos a este Panguaxoya; y llegados que fuimos a otros pueblos que se dicen Tecomayacatal e Ateapan, que en aquella sazón todo era un pueblo y estaban juntas casas con casas, y era una población de las grandes que había en aquella provincia, y estaba en mí encomendada por Cortés; y como entonces era mucha población, y con otros pueblos que con ellos se juntaron, salieron de guerra al pasar de un río muy hondo que pasa por el pueblo, e hirieron seis soldados y mataron tres caballos, y estuvimos buen rato peleando con ellos; y al fin pasamos el río e se huyeron, y ellos mismos pusieron fuego a las casas y se fueron al monte; estuvimos cinco días curando los heridos y haciendo entradas, donde se tomaron muy buenas indias, y se les envió a llamar de paz, y que se les daría la gente que habíamos preso y que se les perdonaría lo de la guerra pasada; y vinieron todos los más indios y poblaron su pueblo, y demandaban sus mujeres e hijos, como les habían prometido. El escribano Diego de Godoy aconsejaba al capitán Luis Marín que no las diese, sino que se echase el hierro del rey, que se echaba a los que una vez habían dado la obediencia a su majestad y se tornaban a levantar sin causa ninguna; y porque aquellos pueblos salieron de guerra y nos flecharon y nos mataron los tres caballos, decía el Godoy que se pagasen los tres caballos con aquellas piezas de indios que estaban presos; e yo repliqué que no se herrasen, y que no era justo, pues vinieron de paz; y sobre ello yo y el Godoy tuvimos grandes debates y palabras y aun cuchilladas, que entrambos salimos heridos, hasta que nos despartieron y nos hicieron amigos, y el capitán Luis Marín era muy bueno y no era malicioso, e vio que no era justo hacer más de lo que pedí por merced, mandó que diesen todas las mujeres y toda la demás gente que estaba presa a los caciques de aquellos pueblos, y los dejamos en sus casas muy de paz; y desde allí atravesamos al pueblo de Cimatlan y a otros pueblos que se dicen Talatupan, y antes de entrar en el pueblo tenían hechas unas saeteras, y andamios junto a un monte, y luego estaban unas ciénagas; e así como llegamos nos dan de repente una tan buena rociada de flecha con muy buen concierto y ánimo, e hirieron sobre veinte soldados y mataron dos caballos, y si de presto no les desbaratáramos y deshiciéramos sus cercados y saeteras, mataran e hirieran muchos más, y luego se acogieron a las ciénagas; y estos indios destas provincias son grandes flecheros, que pasan con sus flechas y arcos dos dobleces de armas de algodón bien colchadas, que es mucha cosa; y estuvimos en su pueblo dos días, y los enviamos a llamar de paz y no quisieron venir; y como estábamos cansados, y había allí muchas ciénagas que tiemblan, que no pueden entrar en ellas los caballos ni aun ninguna persona sin que se atolle en ellas, y han de salir arrastrando y a gatas, y aun si salen es maravilla, tanto son malas. E por no ser yo más largo sobre este caso, por todos nosotros fue acordado que volviésemos a nuestra villa de Guazacualco, y volvimos por unos pueblos de la Chontalpa, que se dicen Guimango e Nacaxuixuica e Teotitan Copilco, e pasamos otros pueblos, y a Ulapa, y el río de Ayagualulco e al de Tonalá, y luego a la villa de Guazacualco; y del oro que se hubo en Chiapa y en Chamula, sueldo por libre: se pagaron los caballos que mataron en las guerras. Dejemos esto, y digamos que como el Alonso de Grado llegó a México delante de Cortés, y cuando supo de la manera que iba, le dijo muy enojado: "¿Cómo, señor Alonso de Grado, que no podéis caber ni en una parte ni en otra? ¡pésame de ello! Lo que os ruego es que mudéis esa mala condición; si no, en verdad que os enviaré a la isla de Cuba, aunque sepa daros tres mil pesos con que allá viváis, porque ya no os puedo sufrir"; y el Alonso de Grado se le humilló de manera, que tornó a estar bien con el Cortés, y el Luis Marín escribió a Cortés todo lo acaecido. Y dejarlo he aquí, y diré lo que pasó en la corte sobre el obispo de Burgos e arzobispo de Rosano.
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Cómo estando en Castilla nuestros procuradores, recusaron al obispo de Burgos, y lo que más pasó Ya he dicho en los capítulos pasados que don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos e arzobispo de Rosano, que así se nombraba, hacía mucho por las cosas de Diego Velázquez, y era contrario de las de Cortés y a todas las nuestras; y quiso nuestro señor Jesucristo que en el año de 1521 fue elegido en Roma por sumo pontífice nuestro muy santo padre el papa Adriano de Lovaina y en aquella sazón estaba en Castilla por gobernador della y residía en la ciudad de Vitoria, y nuestros procuradores fueron a besar sus santos pies; y un gran señor alemán, que era de la cámara de su majestad, que se decía mosiur de Lasao, le vino a dar el parabién del pontificado por parte del emperador nuestro señor a su santidad; y el mosiur de Lasao tenía noticia de los heroicos hechos y grandes hazañas que Cortés y todos nosotros habíamos hecho en la conquista desta Nueva-España, y los grandes, muchos, buenos y notables servicios que siempre hacíamos a su majestad, y de la conversión de tantos millares de indios que se convertían a nuestra santa fe; y parece ser aquel caballero alemán suplicó al santo padre Adriano que fuese servido entender muy de hecho en las cosas entre Cortés y el obispo de Burgos; y su santidad lo tomó también muy a pecho; porque, allende de las quejas que nuestros procuradores propusieron ante nuestro santo padre, le habían ido otras muchas personas de calidad a se quejar del mismo obispo de muchos agravios e injusticias que decían que hacían; porque, como su majestad estaba en Flandes, y el obispo era presidente de Indias, todo se lo mandaba, y era malquisto; y según entendimos, nuestros procuradores hallaron calor para le osar recusar. Por manera que se juntaron en la corte Francisco de Montejo y Diego de Ordás, y el licenciado Francisco Núñez, primo de Cortés, y Martín Cortés, padre del mismo Cortés, y con favor de otros caballeros y grandes señores que les favorecieron, y uno dellos, y el que más metió la mano, fue el duque de Béjar; y con estos favores le recusaron con gran osadía y atrevimiento al obispo ya por mí dicho, y las causas que dieron muy bien probadas. Lo primero fue que el Diego Velázquez dio al obispo un muy buen pueblo en la isla de Cuba, y que con los indios del pueblo le sacaban oro de las minas y se lo enviaba a Castilla; y que a su majestad no le dio ningún pueblo, siendo más obligado a ello que al obispo. Y lo otro, que en el año de 1517 años, que nos juntamos ciento y diez soldados con un capitán que se decía Francisco Hernández de Córdoba, e que a nuestra costa compramos navíos y matalotaje y todo lo demás, y salimos a descubrir la Nueva-España; y que el obispo de Burgos hizo relación a su majestad que Diego Velázquez la descubrió, y no fue así. Y lo otro, que envió el mismo Diego Velázquez a lo que habíamos descubierto a un sobrino suyo que se decía Juan de Grijalva, e que descubrió más adelante, e que hubo en aquella jornada sobre veinte mil pesos de oro de rescate, y que todo lo más envió el Diego Velázquez al mismo obispo, e que no dio parte dello a su majestad; e que cuando vino Cortés a conquistar la Nueva-España, que envió un presente a su majestad, que fue la luna de oro y el sol de plata e mucho oro en grano sacado de las minas, e gran cantidad de joyas y tejuelos de oro de diversas maneras, y escribimos a su majestad el Cortés y todos nosotros sus soldados dándole cuenta y razón de lo que pasaba, y envió con ello a Francisco de Montejo e a otro caballero que se decía Alonso Hernández Puertocarrero, primo del conde de Medellín, que no los quiso oír, y les tomó todo el presente de oro que iba para su majestad, y les trató mal de palabras, llamándolos de traidores, e que venían a procurar por otro traidor; y que las cartas que venían para su majestad las encubrió, y escribió otras muy al contrario dellas, diciendo que su amigo Diego Velázquez envía aquel presente; y que no le envió todo lo que traían, que el obispo se quedó con la mitad y mayor parte dello; y porque el Alonso Hernández Puertocarrero, que era uno de los dos procuradores que enviaba Cortés, le suplicó al obispo que le diese licencia para ir a Flandes, adonde estaba su majestad, le mandó echar preso, y que murió en las cárceles; y que envió a mandar en la casa de la contratación de Sevilla al contador Pedro de Isasaga y Juan López de Recalde, que no diesen ayuda ninguna para Cortés, así de soldados como de armas ni otra cosa; y que proveía los oficiales y cargos, sin consultarlo con su majestad, a hombres que no lo merecían ni tenían habilidad ni saber para mandar, como fue al Cristóbal de Tapia, y que por casar a su sobrina doña Petronila de Fonseca con Tapia o con el Diego Velázquez le prometió la gobernación de la Nueva-España; e que aprobaba por buenas las falsas relaciones e procesos que hacían los procuradores de Diego Velázquez, los cuales eran Andrés de Duero y Manuel de Rojas y el padre Benito Martín, y aquellas enviaba a su majestad por buenas, y las de Cortés y de todos los que estábamos sirviendo a su majestad, siendo muy verdaderas, encubría y torcía y las condenaba por malas; y le pusieron otros muchos cargos, y todo muy bien probado, que no se pudo encubrir cosa ninguna, por más que alegaban por su parte. Y luego que esto fue hecho y sacado en limpio, fue llevado a Zaragoza, adonde su santidad estaba en aquella sazón que le recusé, y como vio los despachos y causas que se dieron en la recusación, y que las partes del Diego Velázquez, por más que alegaban que había gastado en navíos y costas, fueron rechazados sus dichos; que, pues no acudió a nuestro rey y señor, sino solamente al obispo de Burgos, su amigo, y Cortés hizo lo que era obligado, como leal servidor, mandó su santidad, como gobernador que era de Castilla, demás de ser papa, al obispo de Burgos que luego dejase el cargo de entender en las cosas y pleitos de Cortés y que no entendiese en cosa ninguna de las Indias, y declaró por gobernador desta Nueva-España a Hernando Cortés, y que si algo había gastado Diego Velázquez, que se lo pagásemos; y aun envió a la Nueva-España bulas, con muchas indulgencias para los hospitales e iglesias, y escribió una carta encomendando a Cortés y a todos nosotros los conquistadores que estábamos en su compañía que siempre tuviésemos mucha diligencia en la santa conversión de los naturales, e fuese de manera que no hubiese muertes ni robos, sino con paz y cuanto mejor se pudiese hacer, e que les vedásemos y quitásemos sacrificios y sodomías y otras torpedades; y decía en la carta que, demás del gran servicio que hacíamos a Dios nuestro señor y a su majestad, que su santidad, como nuestro padre y pastor, tendría cargo de rogar a Dios por nuestras ánimas, pues tanto bien por nuestra mano ha venido a toda la cristiandad; y aun nos envió otras santas bulas para nuestras absoluciones. E viendo nuestros procuradores lo que mandaba el santo padre, así como pontífice y gobernador de Castilla, enviaron luego correos muy en posta adonde su majestad estaba, que ya había venido de Flandes y estaba en Castilla, y aun llevaron cartas de su santidad para nuestro monarca; y después de muy bien informado de lo de atrás por mí dicho, confirmó lo que el sumo pontífice mandó, y declaró por gobernador de la Nueva-España a Cortés, y a lo que el Diego Velázquez gastó de su hacienda en la armada, que se le pagase; y aun le mandó quitar la gobernación de la isla de Cuba, por cuanto había enviado el armada con Pánfilo de Narváez sin licencia de su majestad, no embargante que la real audiencia y los frailes jerónimos que residían en la isla de Santo Domingo por gobernadores se lo habían defendido, y aun sobre se lo quitar enviaron a un oidor de la misma real audiencia, que se decía Lucas Vázquez de Ayllón, para que no consintiese ir la tal armada, y en lugar de le obedecer, le echaron preso y le enviaron con prisiones en un navío. Dejemos de hablar desto, y digamos que, como el obispo de Burgos supo lo por mí atrás dicho, y lo que su santidad y su majestad mandaban, e se lo fueron a notificar, fue muy grande el enojo que tomó, de que cayó muy malo, e se salió de la corte y se fue a Toro, donde tenía su asiento y casas; y por mucho que metió la mano su hermano don Antonio de Fonseca, señor de Coca e Alaejos, en le favorecer, no lo pudo volver en el mando que de antes tenía. Y dejemos de hablar desto, y digamos que a gran bonanza que en favor de Cortés hubo, se siguió contrariedad; que le vinieron otros grandes contrastes de acusaciones que le ponían por Pánfilo de Narváez y Cristóbal de Tapia y por el piloto Cárdenas, que he dicho en el capítulo que sobre ello habla que cayó malo de pensamiento cómo no le dieron la parte del oro de lo primero que se envió a Castilla; y también le acusó un Gonzalo de Umbría, piloto, a quien Cortés mandó cortar los pies porque se alzaba con un navío con Cermeño y Pedro Escudero, que mandó ahorcar Cortés.
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Cómo fueron ante su majestad el Pánfilo de Narváez y Cristóbal de Tapia, y un piloto que se decía Gonzalo de Umbría y otro soldado que se llamaba Cárdenas; y con favor del obispo de Burgos, aunque no tenía cargo de entender en cosas de Indias, que ya le habían quitado el cargo y se estaba en Toro: todos los por mís referidos dieron ante su majestad muchas quejas de Cortés, y lo que sobre ello se hizo Ya he dicho en el capítulo pasado cómo su santidad vio y entendió los grandes servicios que Cortés y todos nosotros los conquistadores que en su compañía militábamos habíamos hecho a Dios nuestro señor e a su majestad e a toda la cristiandad, y de cómo se le hizo merced a Cortés de le hacer gobernador de la Nueva-España, e las bulas e indulgencias que envió para las iglesias e hospitales, y las santas absoluciones para todos nosotros; y visto por su majestad lo que el santo padre mandaba, después de bien informado de toda la verdad, lo confirmó con otros reales mandos; y en aquella sazón se quitó el cargo de presidente de Indias al obispo de Burgos, y se fue a vivir a la ciudad de Toro; y en este instante llegó a Castilla Pánfilo de Narváez, el cual había sido capitán de la armada que envió Diego Velázquez contra nosotros; y también en aquel tiempo llegó Cristóbal de Tapia, el que había enviado el mismo obispo a tomar la gobernación de la Nueva-España, y llevaron en su compañía un Gonzalo de Umbría, piloto, e a otro soldado que se decía Cárdenas, y todos juntos se fueron a Toro a demandar favor al obispo de Burgos para se ir a quejar de Cortés delante de su majestad, porque ya su majestad había venido de Flandes, y el obispo no deseaba otra cosa sino que hubiese quejas de Cortés y de nosotros; e tales favores e promesas les dio el obispo, que se juntaron los procuradores del Diego Velázquez que estaban en la corte, que se decían Bernardino Velázquez, que ya le había enviado desde Cuba para que procurase por él, y Benito Martín e Manuel de Rojas, y fueron todos juntos delante del emperador nuestro señor, y se quejaron reciamente de Cortés; y los capítulos que contra él pusieron fue, que Diego Velázquez envió a descubrir y poblar la Nueva-España tres veces, y que gastó gran suma de pesos de oro en navíos y armas y matalotaje, y en cosas que dio a los soldados, y que envió con la armada a Hernando Cortés por capitán, y se alzó con ella, y que no le acudió con ninguna cosa. También le acusaron que, no embargante todo esto, que envió el Diego Velázquez a Pánfilo de Narváez por capitán de más de mil y trescientos soldados, con diez y ocho navíos y muchos caballos y escopeteros y ballesteros, y con cartas y provisiones de su majestad, y firmadas de su presidente de Indias, que era el obispo de Burgos e arzobispo de Rosano, para que le diesen gobernación de la Nueva-España, y no lo quiso obedecer; antes le dio guerra y desbarató, y mató su alférez y sus capitanes, y le quebró un ojo, y que le quemo cuanta hacienda tenía, y le prendió al mismo Narváez y a otros capitanes que tenía en su compañía. Y que, no embargante este desbarate, que proveyó el mismo obispo de Burgos para que fuese el Cristóbal de Tapia, que presente estaba, como fue, a tomar la gobernación de aquellas tierras en nombre de su majestad, y que no lo quiso obedecer, y que por fuerza le hizo volver a embarcar; y acusábanle que había demandado a los indios de todas las ciudades de la Nueva-España mucho oro en nombre de su majestad, y se lo tomaba y encubría y lo tenía en su poder; acusábanle que, a pesar de todos sus soldados. llevó quinto como rey de todas las partes que se habían habido en México; acusábanle que mandó quemar los pies a Guatemuz, e a otros caciques porque diesen oro, y también le pusieron por delante la muerte de Catalina Xuárez, "la Marcaida", su mujer de Cortés; acusáronle que no dio ni acudió con las partes del oro a los soldados, y que todo lo resumió en sí; acusábanle los palacios que hizo y casas muy fuertes, y que eran tan grandes como una gran aldea, y que hacía servir en ellas a todas las ciudades de la redonda de México, y que les hacía traer grandes cipreses y piedra desde lejas tierras, y que había dado ponzoña a Francisco de Garay por le tomar su gente y armada; y le pusieron otras muchas cosas y acusaciones, y tantas, que su majestad estaba enojado de oír tantas injusticias como del Cortés decían, creyendo que era verdad. Y demás desto, como el Narváez hablaba muy entonado, dijo estas palabras que oirán: "Y porque vuestra majestad sepa cuál andaba la cosa, la noche que me prendieron y desbarataron, que teniendo vuestras reales provisiones en el seno, que las saqué de priesa, y mi ojo quebrado, porque no me quemasen, porque ardía en aquella sazón el aposento en que estaba, me las tomó por fuerza del seno e un capitán de Cortés, que se dice Alonso de Ávila, y es el que ahora está preso en Francia, y no me las quiso dar, y publicó que no eran provisiones, sino obligaciones que venía a cobrar": Entonces dice que se rió el emperador, y la respuesta que dio fue, que en todo mandaría hacer justicia; y luego mandó juntar ciertos caballeros de sus reales consejos y de su real cámara, personas de quien su majestad tuvo confianza que harían recta justicia, que se decían, Mercurio Catirinario, gran canciller italiano, y mosiur de Lasao y el doctor de La Rocha, flamencos, y Hernando de Vega, señor de Grajales y comendador mayor de Castilla, y el doctor Lorenzo Galíndez de Carvajal y el licenciado Vargas, tesorero general de Castilla; y desque a su majestad le dijeron que estaban juntos, les mandó que mirasen muy justificadamente los pleitos y debates entre Cortés y Diego Velázquez e aquellos querellosos, y que en todo hiciesen justicia, no teniendo afición a las personas ni favoreciesen a ninguno dellos, excepto a la justicia; y luego visto por aquellos caballeros el real mando, acordaron de se juntar en unas casas y palacios donde posaba el gran canciller, y mandaron parecer al Narváez y al Cristóbal de Tapia, y al piloto Umbría y a Cárdenas, y a Manuel de Rojas y a Benito Martín y a un Velázquez, que estos eran procuradores del Diego Velázquez; y asimismo parecieron por la parte de Cortés su padre Martín Cortés y el licenciado Francisco Núñez y Francisco de Montejo, y Diego de Ordás, y mandaron a los procuradores del Diego Velázquez que propusiesen todas las quejas y demandas y capítulos contra Cortés; y dan las mismas quejas que dieron ante su majestad. A esto respondieron por Cortés sus procuradores, que a lo que decían que había enviado el Diego Velázquez a descubrir la Nueva-España de los primeros, y gastó muchos pesos de oro, que no fue así como dicen; que los que lo descubrieron fue un Francisco Hernández de Córdoba con ciento y diez soldados a su costa; y que antes el Diego Velázquez es digno de gran pena, porque mandaba a Francisco Hernández y a los compañeros que lo descubrieron que fuesen a la isla de los Guanajes a cautivar indios por fuerza, para se servir dellos como esclavos; y desto mostraron probanzas, y no hubo contradicción en ello. Y también dijeron que si el Diego Velázquez volvió a enviar a su pariente Grijalva con otra armada, que no le mandó el Diego Velázquez poblar, sino rescatar, y que todo lo más que se gastó en la armada pusieron los capitanes que fueron en los navíos, y no Diego Velázquez, y que uno dellos era el mismo Francisco de Montejo, que allí estaba presente, y los demás fueron Pedro de Alvarado y Alonso de Ávila, e que rescataron veinte mil pesos, e que se quedó con todo lo más dellos el Diego Velázquez, y lo envió al obispo de Burgos para que le favoreciese, y que no dio parte dello a su majestad, sino lo que quiso, y que, demás de aquello, le dio indios al mismo obispo en la isla de Cuba, que le sacaban oro; y que a su majestad no le dio ningún pueblo, siendo más obligado a ello que no al obispo; de lo cual hubo buena probanza, y no hubo contradicción en ello. También dijeron que si envió a Hernando Cortés con otra armada, que fue elegido primeramente por gracia de Dios y en ventura del mismo emperador nuestro césar e señor, e que tienen por cierto que si otro capitán enviaran, que le desbaratara, según la multitud de guerreros que contra él se juntaban; y que cuando le envió el Diego Velázquez, no le enviaba a poblar, sino a rescatar; de lo cual hubo probanzas dello; y que si se quedó a poblar fue por los requerimientos que los compañeros le hicieron, y que viendo que era servicio de Dios y de su majestad, pobló, y fue cosa muy acertada; y que dello se hizo relación a su majestad y se le envió todo el oro que pudo haber, y que se le escribió sobre ello dos cartas haciéndole saber todo lo sobredicho; y que para obedecer sus reales mandos estaba Cortés con todos sus compañeros los pechos por tierra; y se le hizo relación de todas las cosas que el obispo de Burgos hacía por el Diego Velázquez, y que enviamos nuestros procuradores con el oro y cartas, y que el obispo encubría nuestros muchos servicios, y que no enviaba a su majestad nuestras cartas, sino otras de la manera que él quería, y que el oro que enviamos, que se quedaba con todo lo más dello, y que torcía todas las cosas que convenían que su majestad fuese sabidor deltas, y que en cosa ninguna le decía verdaderamente lo que era obligado a nuestro rey y señor, y que porque nuestros procuradores querían ir a Flandes delante su real persona, echó preso al uno dellos, que se decía Alonso Hernández Puertocarrero, primo del conde de Medellín, y que murió en la cárcel, y que mandaba el mesmo obispo a los oficiales de la casa de la contratación de Sevilla que no diesen ayuda ninguna a Cortés, así de armas como de soldados, sino que en todo le contradijesen, e que a boca llena nos llamaban de traidores; e que todo esto hacía el obispo porque tenía tratado casamiento con el Diego Velázquez o con el Tapia de casar una sobrina que se decía doña Petronila de Fonseca, y le había prometido que le haría gobernador de México; y para todo esto que he dicho mostraron traslados de las cartas que hubimos escrito a su majestad, e otras grandes probanzas; y la parte de Diego Velázquez no contradijo en cosa ninguna, porque no había en qué. E que a lo que decían de Pánfilo de Narváez, que envió el Diego Velázquez con dieciocho navíos y mil trescientos soldados y cien caballos, y ochenta escopeteros e otros tantos ballesteros, e había hecho mucha costa; a esto respondieron que el Diego Velázquez es digno de pena de muerte por haber enviado aquella armada sin licencia de su majestad, y que cuando enviaba sus procuradores a Castilla, en nada ocurría a nuestro rey y señor, como era obligado, sino solamente al obispo de Burgos; y que la real audiencia de Santo Domingo y los frailes jerónimos que estaban por gobernadores le enviaron a mandar al Diego Velázquez a la isla de Cuba, so graves penas, que no enviase aquella armada hasta que su majestad fuese sabidor dello, y que con su real licencia le enviase: porque hacer otra cosa era grande deservicio de Dios y de su majestad: poner zizañas en la Nueva-España en el tiempo que Cortés y sus compañeros estábamos en las conquistas y conversión de tantos cuentos de los naturales que se convertían a nuestra santa fe católica; y que para detener la armada le enviaron a un oidor de la misma audiencia real, que se decía el licenciado Lucas Vázquez de Ayllón, y en lugar de le obedecer, y los reales mandos que llevaba, le echaron preso, y sin ningún acato le enviaron en un navío; y que pues que Narváez estaba delante, que fue el que hizo aquel tan desacatado delito, por tocar en crimen laesae majestatis, es digno de muerte, que suplicaban a aquellos caballeros por mí nombrados, que estaban por jueces, que le mandasen castigar; y respondieron que harían justicia sobre ello. Volvamos a decir en los descargos que daban nuestros procuradores, y es, que a lo que dicen que no quiso Cortés obedecer las reales provisiones que llevaba Narváez, y le dio guerra y le desbarató y quebré un ojo, y prendió a él y todos sus compañeros y capitanes, y les puso fuego a los aposentos. A esto respondieron que, así como llegó Narváez a la Nueva-España y desembarcó, que la primera cosa que hizo el Narváez fue enviar a decir al gran cacique Montezuma que Cortés tenía preso, que le venía a soltar y a matar todos los que estábamos con Cortés, y que alborotó la tierra de manera, que lo que estaba pacífico se volvió en guerra, e que como Cortés supo que había venido al puerto de la Veracruz, le escribió muy amorosamente, y que si traía provisiones de su majestad, que las quería ver y obedecería con aquel acato que se debe a su rey y señor; y que no le quiso responder a sus cartas, sino siempre en su real llamándole de traidor, no lo siendo, sino muy leal servidor de su majestad: e que mandó pregonar Narváez en su real guerra a fuego y sangre y ropa franca contra Cortés y sus compañeros; y que le rogó muchas veces con la paz, y que mirase no revolviese la Nueva-España de manera que diese causa para que todos se perdiesen, y que se apartaría a una parte, cual él quisiese, a conquistar, y el Narváez fuese por la parte que más le agradase, y que entrambos sirviesen a Dios y a su majestad, e pacificasen aquellas tierras; y tampoco le quiso responder a ello. Y como Cortés vio que no aprovechaban todos aquellos cumplimientos ni le mostraba las reales provisiones, y supo el gran desacato que había hecho el Narváez en prender al oidor de su majestad, que para lo castigar por aquel delito acordó de ir a hablar con él para ver las reales provisiones, e a saber por qué causa prendió al oidor; y que el Narváez tenía concertado de prender a Cortés sobre seguro; y para ello presentaron probanzas y testimonios bastantes, y aun por testigo a Andrés de Duero, que se halló por la parte del Narváez cuando aquello pasó, y el mismo Duero fue el que dio aviso a Cortés dello; y a todo esto la parte del Diego Velázquez no había en qué contradecir cosa ninguna sobre ello. E a lo que le acusaban que vino a Pánuco Francisco de Garay, y con grande armada, y provisiones de su majestad en que le hacían gobernador de aquella provincia, y que Cortés tuvo astucias y gran diligencia para que se le amotinasen al Garay sus soldados, y los indios de la misma provincia mataron a muchos dellos, y le tomó ciertos navíos, e hizo otras demasías hasta que el Garay se vio perdido y desamparado y sin capitanes y soldados, y se fue a meter por las puertas de Cortés y le aposentó en sus casas, y que dende a ocho días que le dio un almuerzo, de que murió, de ponzoña que le dieron en él; a esto respondieron que no era así, porque no tenía necesidad de los soldados que el Garay traía para les hacer amotinar, sino que, como el Garay no era hombre para la guerra, no se daba maña con los soldados, y como no toparon con la tierra cuando desembarco, sino grandes ríos y malas ciénagas y mosquitos y murciélagos, y los que traía en su compañía tuvieron noticia de la gran prosperidad de México y las riquezas y la buena fama de la liberalidad de Cortés; que por esta causa se le iban a México, y que por los pueblos de aquellas provincias andaban a robar sus soldados a los naturales y les tomaban sus hijas y mujeres, y que se levantaron contra ellos y le mataron los soldados que dicen, y que los navíos, que no los tomó, sino que dieron al través; y si envió sus capitanes Cortés, fue para que hablasen al Garay ofreciéndoseles por Cortés, y también para ver las reales provisiones, si eran contrarias de las que antes tenía Cortés; y que viéndose el Garay desbaratado de sus soldados, y navíos dados al través, que se vino a socorrer a México, y Cortés le mandó hacer mucha honra por los caminos, y banquetes en Tezcuco, y cuando entró en México le salió a recibir y le aposentó en sus casas, y había tratado casamiento de los hijos, e que le quería dar favor e ayudar para poblar el río de Palmas, e que si cayó malo, que Dios fue servido de le llevar deste mundo, ¿qué culpa tiene Cortés para ello? Y que se le hicieron muchas honras al enterramiento y se pusieron lutos, y que los médicos que lo curaban juraron que era dolor de costado, y que esta es la verdad; y no hubo otra contradicción. E a lo que decían que llevaba quinto como rey, respondieron que cuando lo hicieron capitán general y justicia mayor hasta que su majestad mandase en ello otra cosa, le prometieron los soldados que le darían quinto de las partes, después de sacado el real quinto, e que lo tomó por causa que después gastaba cuanto tenía en servicio de su majestad, como fue en lo de la provincia de Pánuco, que pagó de su hacienda sobre sesenta mil pesos de oro, y envió en presentes a su majestad mucho oro de lo que le había cabido del quinto; y mostraron probanzas de todo lo que decían, y no hubo contradicción por los procuradores de Diego Velázquez. E a lo que decían que a los soldados les había tomado Cortés sus partes del oro que les cabía, dijeron que les dieron conforme a la cuenta del oro que se halló en la toma de México, porque se halló muy poco, que todo lo habían robado los indios de Tlascala y Tezcuco y los demás guerreros que se hallaron en las batallas y guerras; y no hubo contradicción sobre ello. Y a lo que dicen de la muerte de Catalina Xuárez "Marcaida", mujer del Cortés, negáronlo, sino que como era doliente del asma, amaneció muerta. E a lo que dijeron que Cortés había mandado quemar los pies con aceite a Guatemuz e otros caciques porque diesen oro, a esto respondieron que los oficiales de su majestad se los quemaron, contra la voluntad de Cortés, porque descubriesen el tesoro de Montezuma; y para esto dieron información bastante. Y a lo que le acusaban que había labrado muy grandes casas, y había en ellas una villa, y que hacía traer los árboles y cipreses y piedras de lejas tierras; a esto respondieron que las casas es verdad que son muy suntuosas, y que para servir con ellas y cuanto tiene Cortés a su majestad las hizo fabricar en su real nombre, e que los árboles cipreses, que están junto a la ciudad, e que los traían por agua, e que piedra, que había tanta de los adoratorios que deshicieron de los indios, que no había menester traerla de fuera, e que para las labrar no hubo menester más de mandar al gran cacique Guatemuz que las labrase con los indios oficiales, que hay muchos de hacer casas e carpinteros, e que el Guatemuz llamó de todos sus pueblos para ello, e que así se usaba entre los indios hacer las casas y palacios de los señores. E a lo que se quejaba Narváez que le sacó Alonso de Ávila las provisiones reales por fuerza, y no se las quiso dar, y publicó que eran obligaciones que le debían al Narváez de ciertos caballos e yeguas que había vendido, que venia a cobrar, e que fue por mandado de Cortés; a esto respondieron que no vieron provisiones, sino solamente tres obligaciones que le debían al Narváez de caballos e yeguas que había vendido fiadas, e que Cortés nunca tales provisiones vio ni le mandó tomar. E a lo que se quejaba el piloto Umbría, que Cortés le mandó cortar y deszocar los pies sin causa ninguna, a esto respondieron que por justicia y sentencia que sobre ello hubo se le cortaron, porque se quería alzar con un navío y dejar en la guerra a su capitán y venirse a Cuba él y otros dos hombres que Cortés mandó ahorcar por justicia. E a lo que el Cárdenas demandaba, que no le habían dado parte del primer oro que se envió a su majestad, dijeron que él firmó con otros muchos que no quería parte dello, sino que se enviase a su majestad, y que allende desto, le dio Cortés trescientos pesos para que trajese a su mujer e hijos, e que el Cárdenas no era hombre para la guerra, e que era mentecato e de poca calidad, e que con los trescientos pesos estaba muy bien pagado. Y a la postre respondieron que, si fue Cortés contra el Narváez, y le desbarató y quebró el ojo, y le prendió a él y a sus capitanes, y se le quemó su aposento, que el Narváez fue causa dello por lo que dicho y alegado tienen, y por le castigar el gran desacato que tuvo de prender a un oidor de su majestad, y que como la justicia era por la parte de Cortés y sus compañeros, que en aquella batalla que hubo con Narváez fue nuestro señor servido dar victoria a Cortés, que con doscientos y sesenta y seis soldados, sin caballos e sin arcabuces ni ballestas, desbarató con buena maña y con dádivas de oro al Narváez, y le quebró el ojo, y prendió a él y sus capitanes, siendo contra Cortés mil trescientos soldados, y entre ellos ciento de a caballo y otros tantos escopeteros y ballesteros, y que si Narváez quedara por capitán, la Nueva-España se perdiera. Y a lo que decían del Cristóbal de Tapia, que venía para tomar la gobernación de la Nueva-España con provisiones de su majestad, y que no le quisieron obedecer, a esto responden que el Cristóbal de Tapia, que delante estaba, fue contento de vender unos caballos y negros; que si él fuera a México, adonde Cortés estaba, y le mostrara sus recaudos, obedeciera; mas que viendo todos los caballeros y cabildos de todas las ciudades y villas que convenía que Cortés gobernase en aquella sazón, porque vieron que el Tapia no era capaz para ello, que suplicaron de las reales provisiones para ante su majestad, según parecerá de los autos que sobre ello pasaron. Y cuando hubieron acabado de poner por la parte del Diego Velázquez y del Narváez sus demandas, e aquellos caballeros que estaban por jueces vieron las respuestas y lo que por la parte de Cortés fue alegado, y todo probado, y sobre ello habían estado embarazados cinco días en oír a los unos y a los otros, acordaron de ponerlo todo en la consulta con su majestad; y después de muy acordado por todos en ella, lo que fue sentenciado es esto: lo primero, que dieron por muy bueno y leal servidor de su majestad a Cortés, y a todos nosotros los verdaderos conquistadores que con él pasamos, y tuvieron en mucho nuestra gran felicidad, y loaron y ensalzaron en gran manera las grandes batallas y osadía que contra los indios tuvimos, y no se olvidó de decir como, siendo nosotros tan pocos, desbaratamos al Narváez; y luego mandaron poner silencio al Diego Velázquez acerca del pleito de la gobernación de la Nueva-España, y que si algo había gastado en las armadas que por justicia lo pidiese a Cortés; y luego declararon por sentencia que Cortés fuese gobernador de la Nueva-España, según lo mandó el sumo pontífice, e que daban en nombre de su majestad los repartimientos por buenos, que Cortés había hecho, y le dieron poder para repartir la tierra desde allí adelante; y por bueno todo lo que había hecho, porque claramente era servicio de Dios y de su majestad. En lo de Garay ni en otras cosas de las acusaciones que le ponían acerca de su mujer Catalina Xuárez, que pues no daban informaciones tocantes acerca dello, que lo reservaban para el tiempo andando, y le enviarían a tomar residencia. Y en lo que Narváez pedía, que le tomaron sus provisiones del seno, e que fue Alonso de Ávila, que estaba en aquella sazón preso en Francia, que le prendió Juan Florín, francés, gran corsario, cuando robó la recámara que llamábamos de Montezuma, dijeron aquellos caballeros que lo fuese a pedir a Francia, o que le citasen pareciese en la corte de su majestad, para ver lo que sobre ello respondía; y a los dos pilotos Umbría y Cárdenas les mandaron dar cédulas reales para que en la Nueva-España les den indios que renten a cada uno mil pesos de oro. Y mandaron que todos los conquistadores fuésemos antepuestos y nos diesen buenas encomiendas de indios, y que nos pudiésemos asentar en los más preeminentes lugares, así en las santas Iglesias como en otras partes. Pues ya dada y pronunciada esta sentencia por aquellos caballeros que su majestad puso por jueces, lleváronla a firmar a Valladolid, donde su majestad estaba, porque en aquel tiempo pasó de Flandes, y en aquella sazón mandó pasar allí toda su real corte y consejo, y firmóla su majestad, y dio otras sus reales provisiones para echar los tornadizos de la Nueva-España, porque no hubiese contradicción en la conversión de los naturales. Y asimismo mandó que no hubiese letrados por ciertos anos, porque do quiera que estaban revolvían pleitos e debates y cizañas; y diéronse todos estos recaudos firmados de su majestad y señalados de aquellos caballeros que fueron jueces, y de don García de Padilla, en la misma villa de Valladolid, a 17 de mayo de mil y quinientos y veinte y tantos años, y venían refrendadas del secretario don Francisco de los Cobos, que después fue comendador mayor de León; y entonces escribió su majestad cesárea a Cortés e a todos los que con él pasamos, agradeciéndonos los muchos y buenos e notables servicios que le hacíamos; y también en aquella sazón el rey don Hernando de Hungría, rey de romanos, que así se nombraba, padre del emperador que ahora es, escribió otra carta en respuesta de lo que Cortés le había escrito, y enviado presentadas muchas joyas de oro; y lo que decía el rey de Hungría en la carta que escribió a Cortés era, que ya tenía noticia de los muchos y grandes servicios que había hecho a Dios primeramente, y a su señor hermano el emperador, y a toda la cristiandad, y que en todo lo que se le ofreciese, que se lo haga saber, porque sea intercesor en ello con su señor y hermano el emperador, porque de mucho más era merecedora su generosa persona, y que diese sus encomiendas a los fuertes soldados que le ayudaron, y decía otras palabras de ofrecimientos; y acuérdaseme que en la firma decía: "Yo el rey, e infante de Castilla"; y refrendada de su secretario, que se decía fulano de Castillejo; y esta carta yo la leí dos o tres veces en México, porque Cortés me la mostró para que viese en cuán grande estima éramos tenidos los verdaderos conquistadores, de su majestad. Pues como todos estos despachos tuvieron nuestros procuradores, luego enviaron con ellos por la posta a un Rodrigo de Paz, primo de Cortés y deudo del licenciado Francisco Núñez, y también vino con ellos un hidalgo de Extremadura, pariente del mismo Cortés, que se decía Francisco de las Casas, y trajeron un navío buen velero, y vinieron camino de la isla de Cuba; y en Santiago de Cuba, donde Diego Velázquez estaba por gobernador, se le notificaron las reales provisiones y sentencia, para que se dejase del pleito de Cortés y le demandase los gastos que había hecho: la cual notificación se hizo con trompetas; y el Diego Velázquez, de pesar, cayó malo, y dende a pocos meses murió muy pobre y descontento. Y por no volver ya otra vez a recitar lo que en Castilla negoció el Francisco de Montejo y el Diego de Ordás, dirélo ahora, y fue así: que al Francisco de Montejo su majestad le hizo merced de la gobernación y adelantamiento de Yucatán e Cozumel, y trajo don y señoría, y al Diego de Ordás su majestad le confirmó los indios que tenía en la Nueva-España y le dio una encomienda de señor Santiago, y el volcán que estaba cabe Guaxocingo por armas; y con ello se vinieron a la Nueva-España. Y dende a dos o tres años el mismo Ordás volvió a Castilla y demandó la conquista del Marañón, donde se perdió él y su hacienda. Dejemos desto, y digamos cómo el obispo de Burgos, que en aquella sazón supo los grandes favores que su majestad hizo a Cortés y a todos nosotros los conquistadores, y cómo muy claramente aquellos caballeros que fueron jueces habían alcanzado a saber los tratos que entre él y Diego Velázquez había, y cómo tomaba el oro que enviábamos a su majestad, y encubría y torcía nuestros muchos servicios, y aprobaba por buenos los de su amigo Diego Velázquez; si muy triste y pensativo estaba de antes, ahora desta vez cayó malo dello y de otros enojos que tuvo con un caballero su sobrino, que se decía don Alonso de Fonseca, arzobispo que fue de Santiago, porque pretendía aquel arzobispado de Santiago, el don Juan Rodríguez de Fonseca. Dejemos de hablar desto, y digamos cómo el Francisco de las Casas y el Rodrigo de Paz llegaron a la Nueva-España, y entraron en México con las reales provisiones que de su majestad traían para ser gobernador Cortés, qué alegrías y regocijos se hicieron, y qué de correos fueron por todas las provincias de la Nueva-España a demandar albricias a las villas que estaban pobladas, y qué mercedes hizo Cortés al de las Casas y al Rodrigo de Paz y a otros que venían en su compañía, que eran de Medellín (su tierra de Cortés): dio luego un buen pueblo que se dice Angüitlan, y al Rodrigo de Paz le dio otros muy buenos y ricos pueblos, y le hizo su mayordomo mayor y su secretario, y mandaba absolutamente al mismo Cortés; y también a los que vinieron de su tierra de Medellín, a todos les dio indios; y al maestre del navío en que trajeron la nueva de cómo Cortés era gobernador le dio oro, con que volvió rico a Castilla. Dejemos ahora esto de recitar las alegrías y albricias que se dieron por las nuevas, y quiero decir lo que me han preguntado algunos curiosos lectores, y tienen razón de poner plática sobre ello, que ¿cómo pude yo alcanzar a saber lo que pasó en España, así de lo que mandó su santidad como de las quejas que dieron de Cortés, y las respuestas que sobre ello propusieron nuestros procuradores, y la sentencia que sobre ello se dio, y otras muchas particularidades que aquí digo y declaro, estando yo en aquella sazón conquistando en la Nueva-España e sus provincias, no lo pudiendo ver ni oír? Yo les respondí que, no solamente lo alcancé yo a saber, sino que todos los demás conquistadores que lo quisieron ver y leer en cuatro o cinco cartas y relaciones por sus capítulos declarado, cómo y cuándo y en qué tiempo acaeció lo por mí dicho; las cuales cartas y memoria las escribieron de Castilla nuestros procuradores porque conociésemos que entendían con mucho calor en nuestros negocios. Yo dije en aquel tiempo muchas veces que solamente lo que procuraban, según pareció, era por las cosas de Cortés y las suyas dellos, y que nosotros los que lo ganábamos y conquistábamos, y le pusimos en el estado que Cortés estaba, quedando siempre con un trabajo sobre otro; y porque hay mucho que decir sobre esta materia, se queda en el tintero, salvo rogar a nuestro señor Dios lo remedie, y ponga en corazón o nuestro gran César mande que su recta justicia se cumpla, pues que en todo es muy católico. Pasemos adelante, y digamos en lo que Cortés entendió desque le vino la gobernación.
contexto
Cómo el capitán Hernando Cortés envió a Castilla, a su majestad, ochenta mil pesos en oro y plata, y envió un tiro, que era una culebrina muy ricamente labrada de muchas figuras, y toda ella, o la mayor parte, era de oro bajo, revuelto con plata de Michoacan, que por nombre se decía el Fénix, y también envió a su padre, Martín Cortés, sobre cinco mil pesos de oro; y lo que sobre ello avino diré adelante Pues como Cortés había recogido y allegado obra de ochenta mil pesos de oro, y la culebrina que se decía el Fénix ya era acabada de forjar, y salió muy extremada pieza para presentar a un tan alto emperador como nuestro gran césar, y decía en un letrero que tenía escrito en la misma culebrina: "Esta ave nació sin par, yo en serviros sin segundo, y vos sin igual en el mundo." Todo lo envió a su majestad con un hidalgo natural de Toro, que se decía Diego de Soto, y no me acuerdo bien si fue en aquella sazón un Juan de Ribera, que era tuerto de un ojo, que tenía una nube, el cual había sido secretario de Cortés. A lo que yo sentí del Ribera, era una mala herbeta, porque cuando jugaba a naipes e a dados no me parecía que jugaba bien, y demás desto, tenía muchos malos reveses; y esto digo porque, llegado a Castilla, se alzó con los pesos de oro que le dio Cortés para su padre Martín Cortés, y porque se lo pidió Martín Cortés, y por ser el Ribera de suyo mal inclinado, no mirando a los bienes que Cortés le había hecho siendo un pobre hombre, en lugar de decir verdad y bien de su amo, dijo tantos males, y por tal manera los razonaba, que, como tenía gran retórica e había sido su secretario del mismo Cortés, le daban crédito, especial el obispo de Burgos. Y como el Narváez y el Cristóbal de Tapia, y los procuradores del Diego Velázquez y otros que les ayudaban, y había acaecido en aquella sazón la muerte de Francisco de Garay, todos juntos tornaron otra vez a dar muchas quejas de Cortés ante su majestad, y tantas y de tal manera, e dijeron que fueron parciales los jueces que puso su majestad, por dádivas que Cortés les envió para aquel efecto, que otra vez estaba revuelta la cosa, y Cortés tan desfavorecido, que lo pasara mal si no fuera por el duque de Béjar, que le favoreció y quedó por su fiador, que le enviase su majestad a tomar residencia e que no le hallaría culpado. Y esto hizo el duque porque ya tenía tratado casamiento a Cortés con una señora sobrina suya, que se decía doña Juana de Zúñiga, hija del conde de Aguilar, don Carlos de Arellano, y hermana de unos caballeros y privados del emperador. Y como en aquella sazón llegaron los ochenta mil pesos de oro y las cartas de Cortés, dando en ellas muchas gracias y ofrecimientos a su majestad por las grandes mercedes que le había hecho en darle la gobernación de México, y haber sido servido mandarle favorecer con justicia en la sentencia que dio en su favor, cuando la junta que mandó hacer de los caballeros de su real consejo y cámara; en fin de más razones, todo lo que estaba dicho contra Cortés se tornó a sosegar con que le fuesen a tomar residencia, y por entonces no se habló más en ello. Y dejemos ya de decir destos nublados que sobre Cortés estaban ya para descargar, y digamos del tiro y de su letrero de tan sublimado servidor como Cortés se mostró; que, como se supo en la corte, y ciertos duques y marqueses, y condes y hombres de gran valía se tenían por tan grandes servidores de su majestad, y tenían en sus pensamientos que otros caballeros tanto como ellos no hubiesen servido a su majestad, tuvieron que murmurar del tiro, y aun de Cortés porque tal blasón escribió. También sé que otros grandes señores, como fue el almirante de Castilla y el duque de Béjar y el conde de Aguilar, dijeron a los mismos caballeros que habían puesto en pláticas que era muy bravoso el blasón de la culebrina: "No se maravillen que Cortés ponga aquel escrito en el tiro. Veamos ahora, ¿en nuestros tiempos ha habido capitán que tales hazañas haga, y que tantas tierras haya ganado sin gastar ni poner en ello su majestad cosa ninguna, y tantos cuentos de gentes se hayan convertido a nuestra santa fe? Y demás desto, no solamente el Cortés, sino los soldados y compañeros que tiene, que le ayudaron a ganar una tan fuerte ciudad, y de tantos vecinos y de tantas tierras, son dignos de que su majestad les haga muchas mercedes; porque, si miramos en ello, nosotros de nuestros antepasados (que hicieron heroicos hechos y sirvieron a la coronal real y a los reyes que en aquel tiempo reinaron, como Cortés y sus compañeros han hecho) lo heredamos, y nuestros blasones y tierras e rentas." Y con estas palabras se olvidó lo del blasón; y por qué no pasase de Sevilla la culebrina, tuvimos nueva que a don Francisco de los Cobos, comendador mayor de León, le hizo su majestad merced della, y que la deshicieron y afinaron el oro, y lo fundieron en Sevilla, e dijeron que valió sobre veinte mil ducados. Y en aquel tiempo, como Cortés envió aquel oro y el tiro, y las riquezas que había enviado la primera vez, que fueron la luna de plata y el sol de oro y otras muchas joyas de oro con Francisco de Montejo y Alonso Hernández Puertocarrero, y lo que hubo enviado la segunda vez con Alonso de Ávila y Quiñones (que esto fue la cosa más rica que hubo en la Nueva-España, que era la recámara de Montezuma y de Guatemuz y de los grandes señores de México), y lo robó Juan Florín, francés; y como esto se supo en Castilla, tuvo Cortés gran fama, así en Castilla como en otras muchas partes de la cristiandad, y en todas partes fue muy loado. Dejemos esto, y digamos en qué paró el pleito de Martín Cortés con el Ribera sobre los tantos mil pesos que enviaba Cortés a su padre, y es, que andando en el pleito, y pasando Ribera por la villa de Cadahalso, comió o almorzó unos torreznos, y así como los comió murió súbitamente y sin confesión; ¡perdónele Dios, amén! Dejemos lo acaecido en Castilla, y volvamos a decir de la Nueva-España, cómo Cortés estaba siempre entendiendo en la ciudad de México que fuese muy bien poblada de los naturales mexicanos, como de antes estaban, y les dio franquezas y libertades que no pagasen tributo a su majestad hasta que tuviesen hechas sus casas y aderezadas calzadas y puentes, y todos los edificios y caños por donde solía venir el agua de Chapultepeque para entrar en México, y en la población de los españoles tuviesen hechas iglesias y hospitales y otras cosas que convenían. Y en aquel tiempo vinieron de Castilla al puerto de la Veracruz doce frailes franciscos, y por vicario general de ellos un muy buen religioso que se decía fray Martín de Valencia, y era natural de una villa de Tierra de Campo que se decía Valencia de don Juan; y este muy reverendo religioso venía nombrado por el santo padre para ser vicario, y lo que en su venida y recibimiento se hizo diré adelante.
contexto
Cómo vinieron al puerto de la Veracruz doce frailes franciscos de muy santa vida, y venía por su vicario y guardián fray Martín de Valencia, y era tan buen religioso, que hubo fama que hacía milagros; y era natural de una villa de Tierra de Campo que se dice Valencia de Don Juan, y lo que Cortés hizo en su venida Como ya he dicho en los capítulos pasados que sobre ello hablan, habíamos escrito a su majestad suplicándole nos enviase religiosos franciscos de buena y santa vida para que nos ayudasen a la conversión y santa doctrina de los naturales desta tierra para que se volviesen cristianos, y les predicasen nuestra santa fe, como se la dábamos a entender desde que entramos en la Nueva-España, y sobre ello había escrito Cortés, juntamente con todos nosotros los conquistadores que ganamos la Nueva-España, a don fray Francisco de los ángeles, que era general de los franciscos, que después fue cardenal, para que nos hiciese mercedes que fuesen los religiosos que enviase de santa vida, para que nuestra santa fe siempre fuese ensalzada; y los naturales destas tierras conociesen lo que les decíamos cuando estábamos batallando con ellos y les decíamos que su majestad enviaría religiosos, y de mucha mejor vida que nosotros éramos, para que les diesen a entender los razonamientos y predicaciones de nuestra fe. Dejemos esto, y digamos cómo el general don fray Francisco de los ángeles nos hizo merced que luego envió los religiosos que dicho tengo; y entonces vino con ellos fray Toribio Motolinia, y pusiéronle este nombre de Motolinia los caciques y señores de México, que quiere decir el fraile pobre, porque cuanto le daban por Dios lo daba a los indios, y se quedaba algunas veces sin comer, y traía unos hábitos muy rotos y andaba descalzo, y siempre les predicaba, y los indios le querían mucho, porque era una santa persona. Volvamos a nuestra relación. Como Cortés supo que estaban en el puerto de la Veracruz, mandó en todos los pueblos, así de indios como donde vivían españoles, que por donde viniesen les barriesen los caminos, y adonde posasen les hiciesen ranchos si fuese en el campo, y en población, cuando llegasen a las villas o pueblos de indios, les saliesen a recibir y les repicasen las campanas, y que todos comúnmente, después de los haber recibido, les hiciesen mucho acato; y que los naturales llevasen candelas de cera encendidas y con las cruces que hubiese, y por más humildad, y porque los indios lo viesen, para que tomasen ejemplo, mandó a los españoles se hincasen de rodillas a besarles las manos y hábitos, y aun les envió Cortés al camino mucho refresco y les escribió muy amorosamente. Y viniendo por su camino, ya que llegaban cerca de México, el mismo Cortés, acompañado de nuestros valerosos capitanes y esforzados soldados, los salimos a recibir, y juntamente fueron con nosotros Guatemuz, el señor de México, con todos los demás principales mexicanos y otros muchos caciques de otras ciudades; y cuando Cortés supo que allegaban cerca, se apeó del caballo, y todos nosotros juntamente con él: e ya que nos encontramos con los reverendos religiosos, el primero que se arrodilló delante del fray Martín de Valencia y le fue a besar las manos fue Cortés, y no lo consintió, y le besó los hábitos y a todos los demás religiosos, y así hicimos todos los demás capitanes y soldados que allí íbamos, y el Guatemuz y los señores de México; y de que el Guatemuz y los demás caciques vieron ir a Cortés de rodillas a besarle las manos, espantáronse en gran manera; y como vieron a los frailes descalzos y flacos, y los hábitos rotos, y no llevar caballo, sino a pie y muy amarillos, y ver a Cortés, que le tenían por ídolo o cosa como sus dioses, así arrodillado delante dellos; desde entonces tomaron ejemplo todos los indios, que cuando ahora vienen religiosos les hacen aquellos recibimientos y acatos, según y de la manera que dicho tengo; y más digo, que cuando Cortés con aquellos religiosos hablaba, que siempre tenía la gorra en la mano quitada y en todo les tenía grande acato y ciertamente estos buenos religiosos franciscos hicieron mucho fruto en toda la Nueva-España. Dejémoslos en buena hora y digamos de otra materia, y es, que de ahí a tres años y medio, o poco tiempo más adelante, vinieron doce frailes dominicos, e venía por provincial o por prior dellos un religioso que se decía fray Tomás Ortiz; era vizcaíno, e decían que había estado por prior o provincial en unas tierras que se dice la Punta del Drago; e quiso Dios que cuando vinieron les dio dolencia de mal de modorra, de que todos los más murieron; lo cual diré adelante, e cómo e cuándo e con quién vinieron, e la condición que decían que tenía el prior, e otras cosas que pasaron; e después han venido otros muchos y buenos religiosos y de santa vida, y de la misma orden de señor santo Domingo, en ejemplo muy santos, e han industriado a los naturales destas provincias de Guatemala en nuestra santa fe muy bien, e han sido muy provechosos para todos. Quiero dejar esta materia de los religiosos, e diré que, como Cortés siempre temía que en Castilla, por parte del obispo de Burgos, se juntarían los procuradores de Diego Velázquez, gobernador de Cuba, e dirían mal de él delante del emperador nuestro señor, e como tuvo nueva cierta, por cartas que le escribió su padre Martín Cortés o Diego de Ordás, que le trataban casamiento con la señora doña Juana de Zúñiga, sobrina del duque de Béjar, don álvaro de Zúñiga, procuró de enviar todos los más pesos que podía allegar, así de sus tributos como de los que le presentaban los caciques de toda la tierra, lo uno para que conociese el duque de Béjar sus grandes riquezas, juntamente con sus heroicos hechos e hazañas; e lo más principal, para que su majestad le favoreciese e hiciese mercedes; y entonces le envió treinta mil pesos, e con ellos escribió a su majestad; lo cual diré adelante.
contexto
Cómo Cortés escribió a su majestad y le envió treinta mil pesos de oro, y cómo estaba entendiendo en la conversión de los naturales e reedificación de México, y de cómo había enviado un capitán que se decía Cristóbal de Olí a pacificar las provincias de Honduras con una buena armada, y se alzó con ella, y dio relación de otras cosas que había pasado en México; y en el navío que iban las cartas de Cortés envió otras cartas muy secretas el contador de su majestad, que se decía Rodrigo de Albornoz, y en ellas decían mucho mal de Cortés y de todos los que con él pasamos y lo que su majestad sobre ello mandó que se proveyese Teniendo ya Cortés en sí la gobernación de la Nueva-España por mandado de su majestad, parecióle sería bien hacerle sabidor cómo estaba entendiendo en la santa conversión de los naturales y la reedificación de la gran ciudad de Tenustitlan, México; y también le dio relación de cómo había enviado un capitán que se decía Cristóbal de Olí a poblar unas provincias que se nombraron Honduras, y que le dio cinco navíos bien abastecidos, e gran copia de soldados y muchos caballos y tiros, y escopeteros y ballesteros, y todo género de armas, y que gastó muchos millares de pesos de oro en hacer la armada, y que el Cristóbal de Olí se le alzó con ella, y quien le aconsejó que se alzase fue un Diego Velázquez, gobernador de la isla de Cuba, que hizo compañía con él en el armada, y que si su majestad era servido, que tenía determinado de enviar con brevedad otro capitán para que le tome la misma armada o le traiga preso, o ir él en persona por ella: porque, si quedaba sin castigo, se atreverían otros capitanes a se levantar con otras armadas que por fuerza había de enviar a conquistar y poblar otras tierras que están de guerra, e a esta causa suplicaba a su majestad le diese licencia para ello; y también se envió a quejar del Diego Velázquez, no tan solamente de lo del capitán Cristóbal de Olí, sino por las conjuraciones y escándalos, y por sus cartas que enviaba desde la isla de Cuba para que le matasen a Cortés: porque, en saliendo de aquella ciudad de México para ir a conquistar algunos pueblos recios, que se levantaban y hacían conjuraciones los de la parte del Diego Velázquez para le matar y levantarse con la gobernación, y que había hecho justicia de uno de los más culpados; y que este favor les daba el obispo de Burgos, que estaba por presidente de Indias, por ser muy amigo del Diego Velázquez; y escribió cómo le enviaba y servía con treinta mil pesos de oro, y que si no fuera por los bulliciosos y conjuraciones pasadas, que recogiera mucho más oro, y que con el ayuda de Dios, y en la buenaventura de su real majestad, que en todos los navíos que de México fuesen enviaría lo que pudiese; y asimismo escribió a su padre Martín Cortés e a un su deudo, que se decía el licenciado Francisco Núñez, que era relator del real consejo de su majestad, y también escribió a Diego de Ordás, en que les hacía saber todo lo atrás dicho. Y también dio noticia cómo un Rodrigo de Albornoz, que estaba por contador, que secretamente andaba murmurando en México de Cortés porque no le dio tan buenos indios como él quisiera, y también porque le demandó una cacica, hija del señor de Tezcuco, y no se la quiso dar, porque en aquella sazón la casó con una persona de calidad; y les dio aviso que había sabido que fue secretario en Flandes y que era muy servidor de don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos, y que era hombre que tenía costumbre de escribir cosas nuevas y aun por cifras, y que por ventura escribiría al obispo, como era presidente de Indias, porque en aquel tiempo no sabíamos que le habían quitado el cargo, cosas contrarias de la verdad: que tuviesen aviso de todo. Y estas cartas envió Cortés duplicadas, porque siempre se temió que el obispo de Burgos, como era presidente, había mandado a Pedro de Isasaga y a Juan López de Recalde, oficiales de la casa de la contratación de Sevilla, que todas las cartas y despachos de Cortés se las enviesen por la posta para saber lo que en ellas iba (porque en aquella sazón su majestad había venido de Flandes y estaba en Castilla) para hacer relación ni a su majestad cesárea; y el obispo de Burgos, por ganar por la mano, antes que nuestros procuradores le diesen las cartas de Cortés. Y aún en aquella sazón no sabíamos en la Nueva-España que habían quitado el cargo al obispo de Burgos, don Juan Rodríguez de Fonseca, de ser presidente de Indias. Dejémonos de las cartas de Cortés, y diré que deste envío donde iba el pliego que dicho tengo de Cortés, envió el contador Albornoz, ya por mí memorado, otras cartas a su majestad y al obispo de Burgos y al real consejo de Indias; y lo que en ellas decía por capítulos; hizo saber todas las causas y cosas que de antes había sido acusado Cortés, cuando su real majestad le mandó poner jueces a los caballeros de su real consejo, ya otra vez por mí nombrados en el capítulo que dello habla; cuando por sentencia que sobre ello dieron, nos dieron por muy leales servidores de su majestad; y demás de aquellos capítulos que hubieron acusado a Cortés, ahora de nuevo escribió el Albornoz que Cortés demandaba a todos los caciques de la Nueva-España muchos tejuelos de oro y les mandaba sacar mucho oro de minas; y esto, que les decía Cortés que era para enviar a su real majestad, y se quedaba con todo ello y no lo enviaba a su majestad; y que hizo unas casas muy fortalecidas, y que ha juntado muchas hijas de grandes señores para las casar con soldados españoles, y se las piden hombres honrados por mujeres y que no se las quiere dar, por tenerlas por amigos; y dijo que todos los caciques y principales le tenían en tanta estima como si fuese rey, y que en esta tierra no conocen a otro rey ni señor sino es a Cortés, e como rey llevaba quinto, y que tiene muy grande cantidad de barras de oro atesorado. Y que no ha sentido bien de su persona, si está alzado o será leal para adelante, y que había necesidad que su majestad con brevedad mandase venir a estas partes un caballero con grande Copia de soldados muy bien apercibidos para le quitar el mando y señorío; y escribió otras cosas sobre esta materia. Quiero dejar de más particularizar lo que iba en las cartas, y diré que fueron a manos del obispo de Burgos, que residía en Toro; y como en aquella sazón estaba en la corte el Pánfilo de Narváez y Cristóbal de Tapia, ya otras muchas veces por mí nombrados, y todos los procuradores del Diego Velázquez, e con aquella carta de Albornoz les avisó el obispo de Burgos para que nuevamente se quejasen ante su majestad de Cortés de todo lo que de antes le hubieron dado relación, y dijesen que los jueces que puso su majestad se mostraron mucho por la parte de Cortés, y que su majestad fuese servido viese ahora nuevamente lo que escribe el contador su oficial; y para testigo dello hicieron presentación de las cartas que dicho tengo. Pues viendo su majestad las cartas y las palabras y quejas que el Narváez decía muy entonado, porque así hablaba, demandando justicia, creyó que eran verdaderas; y el obispo de Burgos don Juan Rodríguez de Fonseca, que les ayudó con otras muchas cartas de favor; dijo su majestad: "Yo quiero enviar a castigar a Cortés, pues tanto mal dicen de él que hace, aunque más oro envíe; porque más riqueza es hacer justicia que no todos los tesoros que puede enviar"; y mandó proveer que luego despachasen al almirante de Santo Domingo que viniese a costa de Cortés con seiscientos soldados, y si le hallase culpado le cortase la cabeza, y castigase a todos los que fuimos en desbaratar a Pánfilo de Narváez; y porque viniese al almirante le había prometido su majestad el almirantazgo de la Nueva-España, que en aquella sazón traía pleito en la corte sobre él. Pues ya dadas las provisiones, pareció ser el almirante se detuvo ciertos días o no se atrevió a venir, porque no tenía dineros, y asimismo porque le aconsejaron que mirase la buena ventura de Cortés, que con haber traído Narváez toda la armada que trajo le desbarató, y que era aventurar su vida y estado, y no saldría con la demanda, especialmente que no hallarían en Cortés ni en ninguno de sus compañeros culpa ninguna, sino mucha lealtad. Y demás desto, según pareció, dijeron a su majestad que era gran cosa dar el almirantazgo de la Nueva-España por pocos servicios que le podría hacer en aquella jornada que le enviaba. E ya que se andaba apercibiendo el almirante para venir a la Nueva-España, alcanzáronlo a saber los procuradores de Cortés y su padre Martín Cortés y un fraile que se decía fray Pedro Melgarejo de Urrea, y como tenían las cartas que les envió Cortés duplicadas, y entendieron por ellas que había trato doble en el contador Albornoz o en otras personas que no estaban muy bien con Cortés, todos juntos se fueron luego al duque de Béjar y le dieron relación de todo lo arriba por mí memorado y le mostraron las cartas de Cortés; y como supo que enviaban tan de repente al almirante con muchos soldados, hubo muy grande sentimiento dello el duque, porque ya estaba concertado de casar a Cortés con la señora doña Juana de Zúñiga, sobrina del mismo duque de Béjar; y luego sin más dilación fue delante de su majestad, acompañado con ciertos condes amigos suyos y deudos, y con ellos iba el viejo Martín Cortés, padre del mismo Cortés, y fray Pedro Melgarejo de Urrea, y cuando llegaron delante del emperador nuestro señor se humillaron e hicieron todo el acatamiento debido, que eran obligados a nuestro rey y señor, y dijo el mismo duque que suplicaba a su majestad que no diese oídos a una carta de un hombre como era el contador Albornoz, que era muy contrario a Cortés, hasta que hubiese otras informaciones de fe y de creer, y que no enviase armada; y más dijo el duque a su majestad, que ¿cómo, siendo tan cristianísimo y recto en hacer justicia, tan deliberadamente enviaba a mandar prender a Cortés y a sus soldados, habiéndole hecho tan buenos y leales servicios, que otros en el mundo no se han hecho, ni aun hallado en ningunas escrituras que hayan hecho otros vasallos a los reyes pasados? Y que ya una vez ha puesto la cabeza por fiadora de Cortés y por todos sus soldados, y que son muy leales y lo serán de aquí adelante, y que ahora la torna a poner de nuevo por fiadora, con todo su estado, con mucho gusto de que siempre nos hallaría muy leales, lo cual su majestad vería adelante; además desto, le mostraron las cartas que Cortés enviaba a su padre Martín Cortés, en que en ellas daba relación por qué causa el contador Albornoz escribía mal contra Cortés, que fue, como dicho tengo, porque no le dio buenos indios, como él los demandaba, y una hija de una cacica muy principal; y más le dijo el duque, que mirase su real majestad cuántas veces le había enviado y servido con mucha cantidad de oro, e dio otros muchos descargos por Cortés. Y viendo su majestad la justicia clara que Cortés y todos nosotros los conquistadores teníamos, mandó proveer que le viniese a tomar la residencia persona que fuese de calidad y ciencia y temeroso de nuestro señor. En aquella sazón estaba la corte en Toledo, y por teniente de corregidor del conde de Alcaudete un caballero que se decía el licenciado Luis Ponce de León, primo del mismo conde don Martín de Córdoba, que así se llemaba, porque en aquella sazón era corregidor de aquella ciudad; y su majestad mandó llamar a este licenciado Luis Ponce de León, y le mandó que fuese luego a la Nueva-España y tomase residencia a Cortés, y que si en algo fuese culpante de lo que le acusaban, que con rigor de justicia le castigase; y el licenciado Luis Ponce de León dijo que él cumpliría el real mandato, y se comenzó a apercibir para el camino, y no vino con tanta prisa, porque tardó en llegar a la Nueva-España más de dos años Y medio. Y dejarlo he aquí, así a los del bando del gobernador de Cuba, Diego Velázquez que acusaban a Cortés, como al licenciado Luis Ponce de León, que se aderezaba para el viaje, como dicho tengo. Y aunque vaya muy fuera de mi relación y pase adelante, es por lo que ahora diré, que al cabo de dos años alcanzamos a saber todo lo por mí aquí dicho de las cartas de Cortés y del Albornoz; porque lo escribió Martín Cortés de la corte: y para que sepan los curiosos lectores cómo siempre tenía por costumbre el mismo Albornoz de escribir a su majestad lo que no pasó, bien tendrán noticia las personas que han estado en la Nueva-España y en la ciudad de México cómo en el tiempo que era virrey don Antonio de Mendoza, que fue muy ilustrísimo varón, digno de gran memoria, que haya santa gloria, y como gobernaba tan justificadamente y con tan recta justicia, el Rodrigo Albornoz no estaba bien con él y escribió a su majestad diciendo mal de su gobernación, y las mismas cartas que envió a la corte volvieron a la Nueva-España a manos del mismo virrey; y como las hubo entendido, y el mal que decía, envió a llamar al Rodrigo de Albornoz, y con palabras muy blandas y de espacio, que así hablaba vagoroso el virrey, le mostró las cartas y le dijo: "Pues que tenéis por costumbre de escribir a su majestad, escribid la verdad, y andad con Dios, para ruin hombre"; y quedó muy avergonzado y corrido el contador. Y como un Gonzalo de Ocampo, ya otras veces por mí nombrado, que fue el que hizo los libelos infamatorios, que otras veces he dicho, como conoció la condición de Albornoz, dijo en su libelo: "Oh fray Zarzapeleto -fray Rodrigo de Albornoz guardaos de él- mas no de feroz -que jamás tuvo secreto-. Un buen predicador me hubo bien avisado -que era mal frecuentador- y raposo muy doblado". Dejemos de hablar desta materia, y diré cómo Cortés, sin saber en aquella sazón cosa de todo lo pasado que en la corte se había tratado contra él, envió una armada contra Cristóbal de Olí a Honduras, y lo que pasó diré adelante.
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Cómo, sabiendo Cortés que Cristóbal de Olí se había alzado con la armada y había hecho compañía con Diego Velázquez, gobernador de Cuba, envió contra él a un capitán que se llamaba Francisco de las Casas, y lo que entonces sucedió diré adelante He menester volver muy atrás de nuestra relación para que bien se entienda. Ya he dicho en el capítulo que dello habla, cómo Cortés envió a Cristóbal de Olí con una armada a las Higüeras y Honduras, y se alzó con ella; e como Cortés supo que Cristóbal de Olí se había alzado con el armada, con favor de Diego Velázquez, gobernador de Cuba, estaba muy pensativo; y como era animoso y no se dejaba mucho burlar en tales casos, y como ya había hecho relación dello a su majestad, como dicho tengo, en la carta que le escribió, y que entendía de ir o enviar contra el Cristóbal de Olí a otros capitanes; en aquella sazón había venido de Castilla a México un caballero que se decía Francisco de las Casas, persona de quien se podía fiar, e su deudo de Cortés; acordó de enviar contra el Cristóbal de Olí cinco navíos bien artillados y abastecidos, y cien soldados, y entre ellos iban conquistadores de México, de los que Cortés había traído de la isla de Cuba en su compañía, que era un Pedro Moreno Medrano y un Juan Núñez de Mercado y un Juan Bello, y otros que aquí no nombro, que murieron en el camino. Pues ya despachado el Francisco de las Casas con poderes muy bastantes y mandamientos para prender al Cristóbal de Olí, salió del puerto de la Veracruz con sus navíos buenos y abastecidos, y con sus pendones con las armas reales, y con buen tiempo llegó a una bahía que llamaron el Triunfo de la Cruz, donde el Cristóbal de Olí tenía su armada, y allí junto poblada una villa que se llamó Triunfo de la Cruz, y según ya otras veces he dicho en el capítulo que dello habla; y como el Cristóbal de Olí vio aquellos navíos surtos en su puerto, puesto que el Francisco de las Casas mandó poner en sus navíos banderas de paz, no lo tuvo por cierto el Cristóbal de Olí, antes mandó apercibir dos carabelas muy artilladas con muchos soldados, y les defendió el puerto para no les dejar saltar en tierra; y como aquello vio el de las Casas, que era hombre animoso, mandó sacar y echar a la mar sus bateles con muchos hombres apercibidos, y con unos tiros, falconetes y escopetas y ballestas, y él con ellos, con pensamiento de tomar tierra de una manera o de otra, y el Cristóbal de Olí para defenderla, tuvieron buena pelea, y el de las Casas echó una de las dos carabelas del contrario a fondo, y mató a cuatro soldados e hirieron a otros; y como vio el Cristóbal de Olí que no tenía allí todos los soldados, porque los había enviado pocos días había en dos capitanías, a entrar en un río que llaman de Pechín, a prender a otro capitán que estaba conquistando en aquella provincia, que se decía Gil González de Ávila, porque aquel río del Pechín caía en la gobernación del Golfo Dulce, y estaba aguardando por horas a sus gentes, acordó el Cristóbal de Olí de demandar partidos de paz al Francisco de las Casas, porque bien entendió el Cristóbal de Olí que si tomaba tierra, que habían de venir a las manos, y por tener soldados juntos demandó las paces; y el de las Casas acordó de estar aquella noche con sus navíos en la mar, apartado de tierra al reparo, o esperando, con intención de se ir a otra bahía a desembarcar, y también porque cuando andaban las diferencias y pelea de la mar le dieron al de las Casas una carta secretamente que serían en su ayuda ciertos soldados de la parte de Cortés que estaban con el Cristóbal de Olí, y que no dejase de venir por tierra para prender al Cristóbal de Olí. Pues estando con este acuerdo, fue la ventura tal de Cristóbal de Olí, y desdicha del de las Casas, que hubo aquella noche un viento norte muy recio, y como es travesía en aquella costa, dio con los navíos de Francisco de las Casas al través en tierra, de manera que se perdió cuanto traía y se ahogaron treinta soldados, y todos los demás fueron presos y estuvieron sin comer dos días, muy mojados del agua salada, porque en aquel tiempo llovía mucho, y tuvieron trabajo y frío; y el Cristóbal de Olí estaba muy gozoso y triunfante por tener preso al Francisco de las Casas, y a los demás soldados que prendió; les hizo luego jurar que siempre serían en su ayuda, y serían contra Cortés si viniese a aquella tierra en persona; y como hubieron jurado, los soltó de las prisiones; solamente tuvo preso al Francisco de las Casas; y dende a poco tiempo vinieron sus capitanes que había enviado a prender a Gil González de Ávila; que, según pareció, el Gil González de Ávila había venido por gobernador y capitán de Golfo-Dulce, y había poblado una villa que le nombraron San Gil de Buena-Vista, que estaba obra de una legua del puerto que ahora llaman Golfo-Dulce, porque el río de Pechín en aquel tiempo era poblado de buenos pueblos, y el Gil González no tenía consigo sino muy pocos soldados, porque habían adolecido todos los demás, e dejaba poblada con otros soldados la misma villa de San Gil de Buena-Vista; y como el Cristóbal de Olí tuvo noticia dello, les envió a prender, y sobre no dejarse prender, le mataron ocho españoles de los de Gil González y a un su sobrino, que se decía Gil de Ávila; y como el Cristóbal de Olí se vio con dos prisioneros que eran capitanes, estaba muy alegre y contento; y como tenía fama de esforzado, y ciertamente lo era por su persona, para que se supiese en todas las islas, lo escribió a la isla de Cuba a su amigo Diego Velázquez, y luego se fue desde el Triunfo de la Cruz la tierra adentro a un pueblo que en aquel tiempo estaba muy poblado, y había otros muchos pueblos en aquella comarca; el cual pueblo se dice Naco, que ahora está destruido él y todos los demás; y esto digo porque yo los vi y me hallé en ellos, y en San Gil de Buena-Vista y en el río de Pechín y en el río de Balama, y lo he andado en el tiempo que fui con Cortés, según más largamente lo diré cuando venga su tiempo y lugar. Volvamos a nuestra relación: que ya que el Cristóbal de Olí estaba de asiento en Naco con sus prisioneros y copia de soldados, desde allí enviaba a hacer entradas a otras partes, y envió por capitán a un Briones( el cual Briones fue uno de los primeros consejeros para que se alzara el Cristóbal de Olí, y de suyo era bullicioso, y aun tenía cortadas las asillas bajas de las orejas y decía el mismo Briones que estando en una fortaleza siendo soldado se las habían cortado porque no se quería dar él ni otros capitanes), el cual Briones ahorcaron después en Guatemala por revolvedor y amotinador de ejércitos. Volvamos a nuestra relación: pues yendo por capitán aquel Briones con gran copia de soldados túvose fama en el real de Cristóbal de Olí que se había alzado el Briones con todos los soldados que llevaba en su compañía, y se iba a la Nueva-España, y salió verdad. Y viendo esto Francisco de las Casas y el Gil González de Ávila, que estaban presos y hallaban tiempo oportuno para matar a Cristóbal de Olí, y como andaban sueltos sin prisiones, por no tenerlos en nada, porque se tenía por muy valiente el Cristóbal de Olí; muy secretamente se concertaron con los soldados y amigos de Cortés que en diciendo: "¡Aquí del rey, y Cortés en su real nombre, contra este tirano!", le diesen de cuchilladas. Pues hecho este concierto, el Francisco de las Casas, medio burlando y riendo, le decía al Olí: "Señor capitán, soltadme; iré a la Nueva-España a hablar a Cortés y a darle razón de mi desbarate, e yo seré tercero para que vuestra merced quede con esta gobernación y por su capitán, y mire que es su hechura de Cortés; pues mi prisión no hace a su caso, antes le estorbo en las conquistas"; y el Cristóbal de Olí respondió que él estaba muy bien así, y que se holgaba de tener un tal varón en su compañía; y de que aquello vio el Francisco de las Casas le dijo: "Pues mire bien vuesamerced por su persona, que un día o otro tengo de procurar de le matar"; y esto se lo decía medio burlando y riendo. Y al Cristóbal de Olí no se le dio nada por lo que le decía, y teníalo como cosa de burla; y como el concierto que he dicho estaba hecho con los amigos de Cortés, estando cenando a una mesa y habiendo alzado los manteles, y se habían ido a cenar los maestresalas y pajes, y estando delante Juan Núñez de Mercado y otros soldados de la parte de Cortés que sabían el concierto, el Francisco de las Casas y el Gil González de Ávila cada uno tenía escondido un cuchillo de escribanía muy agudos como navajas, porque ningunas armas se las dejaban traer; y estando platicando con el Cristóbal de Olí de las conquistas de México y ventura de Cortés, y muy descuidado el Cristóbal de Olí de lo que le avino, el Francisco de las Casas le echó mano de las barbas y le dio por la garganta con el cuchillo, que le traía hecho como una navaja para aquel efecto, y juntamente con él, el Gil González de Ávila y los soldados de Cortés de presto le dieron tantas heridas, que no se pudo valer, y como era muy recio e membrudo y de muchas fuerzas, se escabulló dando voces: "¡Aquí de los míos!" Mas como todos estaban cenando, o su ventura fue tal que no acudieron tan presto, se fue huyendo a esconder entre unos matorrales, creyendo que los suyos le ayudarían, y puesto que vinieron de presto muchos dellos a le ayudar, el Francisco de las Casas daba voces y apellidando: "¡Aquí del rey e de Cortés contra este tirano; que ya no es tiempo de más sufrir sus tiranías!" Pues como oyeron el nombre de su majestad y de Cortés, todos los que venían a favorecer la parte del Cristóbal de Olí no osaron defenderle, antes luego los mandó prender el de las Casas; y después de hecho, se pregonó que cualquiera persona que supiese de Cristóbal de Olí y no le descubriese, muriese por ello; y luego se supo dónde estaba y le prendieron, y se hizo proceso contra él, y por sentencia que entrambos a dos capitanes dieron, le degollaron en la plaza de Naco; y así murió por se haber alzado por malos consejeros (con ser hombre muy esforzado), e sin mirar que Cortés le había hecho su maese de campo y dado muy buenos indios, y era casado con una portuguesa que se decía doña Felipa de Araujo, y tenía una hija en ella. Y porque en el capítulo pasado tengo dicho el estatura de Cristóbal de Olí y facciones, y de qué tierra era y qué condición tenía, en esto no diré más sino de que el Francisco de las Casas y Gil González de Ávila se vieron libres, y su enemigo muerto, juntaron sus soldados, y entrambos a dos fueron capitanes muy conformes, y el de las Casas pobló a Trujillo y púsole aquel nombre porque era él natural de Trujillo de Extremadura; y el Gil González envió mensajeros a San Gil de Buena-Vista, que dejaba poblada, a hacer saber lo que había pasado, y a mandar su teniente, que se decía Armenta, que se estuviesen poblados como los dejaba y no hiciesen alguna novedad, porque iba a la Nueva-España a demandar socorro e ayuda de soldados a Cortés, y que presto volvería. Pues ya todo esto que he dicho concertado, acordaron entrambos capitanes de se venir a México a hacer saber a Cortés todo lo acaecido. Y dejarlo he aquí hasta su tiempo y lugar, y diré lo que Cortés concertó sin saber cosa ninguna de lo pasado que se hizo en Naco.
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Cómo Hernando Cortés salió de México para ir camino de las Higüeras en busca de Cristóbal de Olí y de Francisco de las Casas y de los demás capitanes y soldados; dase cuenta de los caballeros y capitanes que sacó de México para ir en su compañía, y del gran aparato y servicio que llevó hasta llegar a la villa de Guazacualco, y de otras cosas que entonces pasaron Como el capitán Hernando Cortés había pocos meses que había enviado al Francisco de las Casas contra el Cristóbal de Olí, como dicho tengo en el capítulo pasado, parecióle que por ventura no habría buen suceso la armada que había enviado, y también porque le decían que aquella tierra era rica de minas de oro, y a esta causa estaba muy codicioso, así por las minas, como pensativo en los contrastes que podrían acaecer a la armada, poniéndosele por delante las desdichas que en tales jornadas la mala fortuna suele acarrear. Y como de su condición era de gran corazón, habíase arrepentido por haber enviado al Francisco de las Casas, sino haber ido él en persona, y no porque no conocía muy bien que el que envió era varón para cualquiera cosa de afrenta; y estando en estos pensamientos, acordó de ir, y dejó en México buen recaudo de artillería, así en las fortalezas como en las atarazanas, y dejó por gobernadores en su lugar como tenientes al tesorero Alonso de Estrada y al contador Albornoz, y si supiera de las cartas que el contador Albornoz hubo escrito a Castilla a su majestad diciendo mucho mal dél, no le dejara tal poder, y aun no sé yo cómo le aviniera por ello; y dejó por su alcalde mayor al licenciado Zuazo, ya otras muchas veces por mí nombrado, y por teniente de alguacil mayor a su mayordomo de todas sus haciendas a un Rodrigo de Paz, su deudo, y dejó el mayor recaudo que pudo en México, y encomendó a todos aquellos oficiales de la hacienda de su majestad, a quien dejaba el cargo de la gobernación, que tuviese muy grande cuidado de la conversión de los naturales, y asimismo lo encomendó a un fray Toribio Motolinea, de la orden del señor san Francisco, y a otros buenos religiosos; que mirasen no se alzase México ni otras provincias. Y porque quedase más pacífico y sin cabeceras de los mayores caciques, trajo consigo al mayor de México, que se decía Guatemuz, otras muchas veces por mí memorado, que fue el que nos dio guerra cuando ganamos a México, y también al señor de Tacuba, y a un Juan Velázquez, capitán del mismo Guatemuz, y a otros muchos principales, y entre ellos a Tapiezuela, que era muy principal; y aun de la provincia de Michoacan trajo otros caciques, y a doña Marina la lengua, porque Jerónimo de Aguilar ya había fallecido; y trajo en su compañía muchos caballeros y capitanes vecinos en México, que fueron Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor, y Luis Marín y Francisco Marmolejo, Gonzalo Rodríguez de Ocampo, Pedro de Ircio, Avalos y Saavedra, que eran hermanos, y un Palacios Rubios, y Pedro de Saucedo "el Romo", y Jerónimo Ruiz de la Mota, Alonso de Grado, Santa Cruz, burgalés; Pedro de Solís "Casquete", que así le llamábamos; Juan Jaramillo, Alonso Valiente, y un Navarrete y un Serna, y Diego de Mazariegos, primo del tesorero; y Gil González de Benavides, y Hernán López de Ávila, y Gaspar de Garnica, y otros muchos que no se me acuerdan sus nombres; y trajo un clérigo y dos frailes franciscanos, flamencos, grandes teólogos, que predicaban, y trajo por mayordomo a un Carranza y por maestresala a Juan de Jasso y a un Rodrigo Mañueco, y por botiller a Cervan Bejarano, y por repostero a un fulano de San Miguel, que solía vivir en Guaxaca; por despensero a un Guinea, que asimismo fue vecino de Guaxaca; y trajo grandes vajillas de oro y de plata, y quien tenía cargo de la plata era un Tello de Medina, y por camarero un Salazar, natural de Madrid; por médico a un licenciado Pedro López, vecino que fue de México, y cirujano a maese Diego de Pedraza, y otros muchos pajes, y uno dellos era don Francisco de Montejo, el cual fue capitán en Yucatán el tiempo andando (no digo el adelantado su padre); y dos pajes de lanza, que el uno se decía Puebla, y ocho mozos de espuelas, y dos cazadores halconeros, que se decían Perales y Garci Caro y álvaro Montañés y llevó cinco chirimías y sacabuches y dulzainas, y un volteador, y otro que jugaba de manos y hacía títeres, y caballerizo Gonzalo Rodríguez de Ocampo, y acémilas con tres acemileros españoles, y una gran manada de puercos, que venía comiendo por el camino; y venían con los caciques que dicho tengo sobre tres mil indios mexicanos con sus armas de guerra, sin otros muchos que eran de su servicio de aquellos caciques. E ya que estaba Cortés de partida para venir su viaje, viendo el factor Salazar y el veedor Chirinos, que quedaban en México, que no les dejaba Cortés cargo ninguno ni se hacía tanta cuenta dellos como quisieran, acordaron de se hacer muy amigos del licenciado Zuazo y de Rodrigo de Paz y de todos los amigos y viejos conquistadores de Cortés que quedaban en México, y todos juntos le hicieron un requerimiento a Cortés que no salga de México, sino que gobierne la tierra, y le ponen por delante que se alzará toda la Nueva-España, y sobre ello pasaron grandes pláticas y respuestas de Cortés a los que le hacían el requerimiento; y de que no le pudieron convencer a que se quedase, dijo el factor y el veedor que le querían venir a servir y acompañarle hasta Guazacualco, que por allí era su viaje. Pues ya partidos de México de la manera que he dicho: saber yo decir los grandes recibimientos y fiestas que en todos los pueblos por donde pasaban se les hacía, fuera cosa maravillosa; y se le juntaron en el camino de otros cincuenta soldados y gente extravagante, nuevamente venidos de Castilla, y Cortés les mandó ir por dos caminos hasta Guazacualco, porque para todos juntos no habría tantos bastimentos. Pues yendo por sus jornadas el factor, Gonzalo de Salazar, y el veedor, íbanle haciendo mil servicios a Cortés, en especial el factor, que cuando con Cortés hablaba estaba la gorra quitada hasta el suelo, y con muy grandes reverencias y palabras delicadas y de grande amistad, y con retórica muy subida, le iba diciendo que se volviese a México y no se pusiese en tan largo y trabajoso camino, y poniéndole por delante muchos inconvenientes; y aun algunas veces por le complacer iba cantando por el camino junto a Cortés, y decía en los cantares: "Ay tío, volvámonos; que esta mañana he visto una señal muy mala: ay tío, volvámonos "; y respondía Cortés cantando: "Adelante, mi sobrino; adelante, mi sobrino, y no creáis en agüeros; que será lo que Dios quisiere; adelante, mi sobrino", etc. Dejemos de hablar en el factor y de sus blandas y delicadas palabras, y diré cómo en el camino, en un pueblezuelo de un Ojeda "el tuerto", cerca de otro pueblo que se dice Orizaba, se casó Juan Jaramillo con doña Marina la lengua delante de testigos. Pasemos adelante, y diré cómo iban camino de Guazacualco, y llegan a un pueblo grande que se dice Guazpaltepeque, que era de la encomienda de Gonzalo de Sandoval y como lo supimos en Guazacualco, que venía Cortés con tanto caballero; así alcalde mayor como capitanes, y todo el pueblo y regidores, fuimos treinta y tres leguas a le recibir y darle el parabién-venido, como quien va a ganar beneficio; y esto digo aquí para que vean los curiosos lectores e otras personas cuán tenido y aun temido estaba Cortés, porque no se hacía más de lo que él quería, ahora sea bueno o malo; y dende Guazpaltepeque fue caminando a nuestra villa, y en un río grande que hay en el camino comenzó a tener contrastes, porque al pasar se le trastornaron tres canoas y se le perdió cierta plata y ropa, y aun al Juan Jaramillo se le perdió la mitad de su fardaje, y no se pudo saber cosa ninguna a causa que estaba el río lleno de lagartos muy grandes; y desde allí fuimos a un pueblo que se dice Uluta, y hasta llegar a Guazacualco le fuimos acompañando, y todo por poblado; y quiero decir el gran recaudo de canoas que teníamos ya mandado que estuviesen aperajadas y atadas de dos en dos en el gran río junto a la villa, que pasaban de trescientas. Pues el gran recibimiento que le hicimos con arcos triunfales y con ciertas emboscadas de cristianos e moros, y otros grandes regocijos e invenciones de fuegos, y le aposentamos lo mejor que pudimos, así a Cortés como a todos los que traía en su compañía; y estuvo allí seis días, y siempre el factor le iba diciendo que se volviese del camino que iba, y que mirase a quién dejaba en su poder; que tenía al contador por muy revoltoso y doblado, amigo de novedades, y que el tesorero se jactanciaba que era hijo del rey católico, y que no sentía bien de algunas cosas de pláticas que en ello vio que hablaban en secreto después que les dio el poder, y aun de antes; y demás desto, ya en el camino tenía Cortés cartas que enviaba desde México diciendo mal de su gobernación de los que dejaba, y dello avisaban al factor sus amigos; y sobre ello decía el factor a Cortés que también sabría él gobernar, y el veedor que allí estaba delante, como los que dejaba en México; y se le ofrecieron por muy servidores. Y decía tantas cosas melosas y con tan amorosas palabras, que le convenció para que le diese poder al factor y al veedor Chirinos para que fuesen gobernadores, y fue con esta condición: que si viesen que el Estrada y el Albornoz no hacían lo que debían al servicio de nuestro señor y de su majestad, gobernasen ellos solos. Estos poderes fueron causa de muchos males y revueltas que hubo en México, como diré de que haya pasado cuatro capítulos e hayamos hecho un muy trabajoso camino; y hasta le haber acabado y estar en una villa que se llama Trujillo no contaré en esta relación lo acaecido en México. Y quiero decir que a esta causa dijo el Gonzalo de Ocampo en sus libelos infamatorios: "Oh fray Gordo de Salazar -factor de las diferencias- con tus falsas reverencias: -engañaste al provincial-. Un fraile de santa vida -me dijo que me guardase- de hombre que así hablase -retórica tan pulida". Dejemos de hablar de libelos, y diré que cuando se despidieron el factor y el veedor de Cortés para se volver a México, ¡con cuántos cumplimientos y abrazos! Y tenía el factor una manera como de sollozos, que parecía que quería llorar al despedirse; y con sus provisiones en el seno de la manera que él las quiso notar (y el secretario, que se decía Alonso Valiente, que era su amigo, las hizo), vuélvense para México, y con ellos Hernán López de Ávila, que estaba malo de dolores y tullido de bubas. Y dejémoslos ir su camino, que no tocaré en esta relación en cosa ninguna de los grandes alborotos y cizañas que en México hubo, hasta su tiempo y lugar, desque hubiéremos llegado con Cortés todos los caballeros por mí nombrados, con otros muchos que salimos de Guazacualco, y hasta que ya hayamos hecho esta tan trabajosa jornada, que estuvimos en punto de nos perder, según adelante diré. Y porque en una sazón acaecen dos o tres cosas, y por no quebrar el hilo de lo uno por decir de lo otro, acordé de seguir el de nuestro trabajosísimo camino.