¿Conocía Colón las tierras que quería descubrir? Viejo asunto éste que empezó a gastar tinta y papel a poco de descubrirse América. Los primeros cronistas de Indias recogieron en forma de tradición o leyenda algo que con escasas variantes tenía un mismo fondo: el preconocimiento colombino de lo que descubrió en 1492. La historiografía colombina y del Descubrimiento ha seguido en este tema dos posturas bien definidas: la de los que rechazan de plano tal supuesto y, por otro lado, la de aquellos que lo aceptan. Aquí no valen las medias tintas ni las matizaciones. Tanto la persona de Colón como su proyecto descubridor cobran distinta dimensión según se analice desde una perspectiva u otra. Hasta hace bien poco el panorama colombinista estaba abrumadoramente a favor del rechazo sistemático, sin paliativos, de cuanto sonase a predescubrimiento o preconocimiento de tierras al otro lado del Océano por parte de don Cristóbal. Continuaba la línea interpretativa brindada por Hernando Colón y Bartolomé de Las Casas, cantores como nadie del Colón genial, intuitivo, soñador, especulativo y sabio, a la par que luchador incansable contra todo y contra todos. El siglo XIX, con sus aires románticos y de celebraciones centenarias, sintonizaba perfectamente con el enfoque dado a esta figura, encaramada entre brumas y nebulosas al primer plano de la Historia Universal. El reto para los estudiosos posteriores fue intentar explicar razonablemente tantos enigmas y contradicciones como envolvían al descubridor desde la perspectiva, eso sí, del rechazo rotundo del predescubrimiento54. Los defensores de la teoría del preconocimiento colombino o predescubrimiento pueden ser divididos en dos grupos: el primero se remonta a los años finales del siglo pasado y se prolonga hasta los años treinta aproximadamente. Son muy contados nombres, algunos excesivamente hipercríticos, y de ánimo muy polémico, lo que desdibujó un tanto sus tesis55. Más que abrir camino hacia el reconocimiento público de dicha teoría y ganar partidarios, sirvieron de revulsivo a sus oponentes, que multiplicaron sus trabajos ensanchando en algunos casos los conocimientos colombinos y en otros enturbiándolos, que de todo hubo. El segundo grupo data, como quien dice, de anteayer. De anteayer sus trabajos, se entiende, porque no les faltan ni años de colombinismo activo ni mucho menos conocimiento profundo del descubridor y del Descubrimiento. Dos nombres pueden ser elevados a la categoría de renovadores definitivos de esta teoría, y a la luz de la misma de todos los estudios colombinos y del descubrimiento de América: Juan Manzano y Manzano y Juan Pérez de Tudela y Bueso. Manzano, hace sólo ocho años, sacó a la luz un libro de larga resonancia, pormenorizado y exhaustivo que tituló Colón y su secreto. Significaba la revisión más completa, sugestiva y novedosa del predescubrimiento de América; una idea que se creía arrinconada ya, y que ahora, de la mano de una pluma bien distinta de las de antaño, reverdecía con gran rigor histórico. A través de la leyenda del piloto anónimo, informante de Colón allá por 1477-78, año más, año menos, según Manzano, cobraba nuevo sentido interpretativo todo lo relacionado con el descubrimiento de América y su protagonista. No es exageración si definimos este libro como un hito merecedor de poder decir que la teoría de predescubrimiento era una cosa antes de Manzano y después de él, otra muy distinta. Hace un año y poco más, Pérez de Tudela, cuando muchos, infundadamente, lo creían alejado del colombinismo, nos sorprendió con un trabajo denso y muy compacto, propio tan sólo de un hombre de ancha preparación humanística y saberes varios, que tituló Mirabilis in altis. Partiendo del reconocimiento del hecho predescubridor que había hecho Manzano, discrepa no obstante de él en la forma o canal transmisor, a través del cual dicho conocimiento llega a Colón. Para Pérez de Tudela se producirá a través del encuentro e información de unas Amazonas amerindias --hacia 1482-83-- y no de un piloto anónimo. Pero no es lo anecdótico de esas mujeres aguerridas lo que importa destacar aquí sino las asociaciones de ideas, relaciones culturales y religiosas producidas en la mente colombina que adquieren protagonismo en este libro. De cualquier manera, la grandeza de esta obra radica, a nuestro entender, sobre todo y por encima de todo en la explicación coherente y lógica del mundo interior colombino, de ese edificio ideológico, articulado a partir de unos hechos conocidos por el gran navegante, que conforman su plan descubridor, haciéndolo muy razonable desde esas claves. Para concluir, sirva decir que el gran punto de coincidencia de estas dos importantes obras reside en el hecho capital de hacer a Colón conocedor de lo que hay en la otra Orilla del Océano. Defienden sus autores que dicho conocimiento le ha llegado al navegante a través de otras personas, no por sí mismo; es decir, descartan rotundamente un viaje secreto de ida y vuelta por parte de Colón. Sin embargo, y dejando a un lado lo llamativo de si fue un piloto anónimo (tesis, por otro lado, con más visos de verosimilitud) o bien unas Amazonas amerindias que perdieron su rumbo en plena huida o a las que el mar se lo hizo perder, conviene resaltar otra discrepancia mucho más profunda: la valoración que cada uno de estos autores hace del descubridor y de sus ideas. Para Manzano, Colón es una personalidad sorprendente y genial sólo mientras trate de demostrar a los demás lo que sabe de antemano. Fuera de eso, le merece una consideración bastante pobre, con errores de principiante, fruto de una formación muy escasa, y que hace gala de un gran empecinamiento. Pérez de Tudela, por el contrario, asigna a la personalidad colombina un sentido religioso-profético capital, que empapa todas sus acciones, ideas y proyectos con esa trascendencia de sentirse siervo elegido por la Providencia para cumplir su misión. Con la seguridad del predestinado rectifica a quien haya que rectificar y elabora teorías originales y grandiosas.
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La contracción de los envíos de plata a España, anteriormente señalada, condujo a Hamilton hace medio siglo a elaborar su hipótesis de la crisis económica americana en el siglo XVII. Pierre Chaunu concluyó que el comercio se contrajo porque América se saturó de manufacturas europeas; Borah que la crisis era consecuencia de una disminución en la producción de metales preciosos, debida a la falta de mano de obra indígena; Chevalier que el hundimiento minero hizo resurgir la hacienda; y Bakewell que, efectivamente, la producción argentífera novohispana se contrajo enormemente en la primera mitad del XVII a causa del agotamiento de los filones y de la falta de azogue. Este último autor advirtió, sin embargo, que la contracción de la producción minera no evidenciaba necesariamente una crisis económica general, pues se advertían signos de gran desarrollo en los sectores agropecuarios amparados por la minería. Posteriormente Brading, Lynch, Israel, Sempat, Tepaske y Klein, Céspedes, Florescano, Chiaramonte y otros historiadores, emprendieron una revisión crítica de las hipótesis de la crisis económica, confirmando sus dudas al respecto. El desarrollo agropecuario quedó patente al comprobarse que durante la primera mitad del siglo XVII México exportó el 35% en tales productos y sólo el 65% en plata, en contraste con la centuria anterior, cuando los agropecuarios eran el 10% y la plata el 90%. La Real Hacienda tampoco acusó una contracción significativa de los ingresos, y esto en momentos de enorme contrabando. La planta administrativa y defensiva gastó, además, mucho numerario que necesariamente se sustrajo de los envíos a España (en 1690 la Real Hacienda de México envió a España el 17,2% de sus ingresos, que ascendieron a 2.261.831 pesos, 2 reales y 7 tomines, gastando el 64,8% de los mismos en defensa). Incluso la producción argentífera fue revisada con mayor cuidado, comprobándose que en Nueva España la producción se mantuvo hasta 1640 y tuvo luego una reactivación hacia 1670 que duró prácticamente cien años, y que la producción argentífera y de azogue en Perú se sostuvo hasta fines del XVII, cuando empezó el bajón. No casan, así, las fechas de disminución de la producción con las de los envíos de plata a España. Finalmente, se ha comprobado que el oro producido en el Nuevo Reino de Granada no se refleja tampoco en los envíos a España, que en algunos períodos llega a ser el 5,4% de lo extraído, esfumándose misteriosamente el resto. Todo esto ha inducido a replantear la hipótesis de una crisis económica general en América durante esta centuria, sustituyéndose por la de un reajuste general de dicha economía, con traslado de capitales del sector minero a otros como el agrícola, el ganadero o el de las manufacturas obrajeras. García Fuentes afirma, incluso, que en la década de los setenta se inició una situación de reactivación en la Carrera de las Indias, evidente ya a fines de siglo, y alertándonos sobre el peligro de fiarse excesivamente de los datos de dicho tráfico en un momento en que los indultos reales al comercio encubrían el verdadero valor de las transacciones realizadas. La pretendida crisis económica americana durante el siglo XVII es actualmente uno de los grandes temas de controversia.
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¿Cristóbal Colón corsario? Seguramente esa fue su actividad entre los 20 y los 25 años (1472-1476) y no la de lanero en Génova. El corso o corsario había nacido y se había desarrollado en el Mediterráneo al amparo de tanta guerra entre vecinos. El pirata, más tarde, será como la degeneración del corso: puro bandolerismo que no conoce patria ni religión; más cruel y sanguinario, y también más característico del Atlántico. Pero a pesar de esta matización, corsario y pirata serán términos empleados con frecuencia indistintamente. En suma, una actividad corsaria --como la que se puede atribuir durante esos años a Colón-- era una forma lícita de guerra, legalizada por atentes de corso, es decir, autorizaciones de una ciudad o de un estado para actuar contra el adversario, sin olvidar ciertas reglas de juego, compromisos y negociaciones, como llegar a un acuerdo entre el atacante y su presa. En tal ambiente y zona como la del Mediterráneo tanto da hablar de guerra política como de guerra comercial, que ambas formaban un entramado perfecto. Quizá esta experiencia de corsario le haga exclamar en 1500, al recordar el duro despojo que sufrió a manos de Bobadilla, despojo y proceder inusuales en un código corsario: Corsario nunca tal usó con mercader20. Cuando en sus tiempos de balance recuerde a los mismos Reyes Católicos experiencias marineras y hazañas de juventud, los que no lo imaginan corsario lo tacharán de embustero o en el mejor e los casos de fantasioso. ¿Por qué dudar de una persona que confiesa en 1501: De muy pequeña edad entré en la mar navegando, e lo he continuado fasta hoy... Ya pasan de cuarenta años que yo voy en este uso. Todo lo que fasta hoy se navega, todo lo he andado?21. Cristóbal Colón es un ejemplo consumado de saber náutico adquirido en cien experiencias y observaciones. Su estancia portuguesa desde 1476 a 1485 será trascendental para poder surcar el Atlántico; pero es en el Mediterráneo donde se curte primero, donde adquiere hábitos y capacidades que le preparan precisamente para sacar el máximo provecho cuando tome contacto con el Océano. Sólo un hombre que conoce a la perfección el Mediterráneo y la ruta comercial entre la Península Ibérica e Italia podía dar el 6 de febrero de 1502 el siguiente consejo: estos que han de ir de Cádiz a Nápoles, si es tiempo de invierno, van a vista del cabo de Creo en Catalunya; por el golfo de Narbona entonzes vienta muy rezio y las veces las naos conviene le obedezcan y corran por fuerza hasta Berbería, y por esto van más al cabo Creo por sostener más la bolina y cobrar las Pomegas de Marsella o las Islas de Eres, y después jamás se desabarcan de la costa hasta llegar donde quier. Si de Cádiz ovieren de ir a Nápoles en tiempo de verano, navegan por la costa de Berbería hasta Cerdeña, ansí como está dicho de la otra costa de la Tramontana22. Entre 1470 y 1473 se conocen cinco documentos pertenecientes al genovés Cristóforo Colombo que reflejan sus actividades comerciales: por el primero (de 22 de septiembre de 1470) Cristóforo, asociado con su padre Doménico Colombo, tiene que pagar 35 libras genovesas al mercader Girolamo del Porto; en el segundo (31 de octubre de 1470), denota solvencia económica al declararse mayor de 19 años y reconocer una deuda contraída con el mercader Pietro Bellesio; en el tercero (20 de marzo de 1472) firma como testigo de un testamento; en el cuarto (26 de agosto de 1472) reconoce con su padre una deuda contraída con el mercader Giovarini di Signorio; y en el quinto (7 de agosto de 1473) aparece asistiendo con su firma a una escritura de venta de una casa que Doménico Colombo efectúa en favor de su mujer Susana Fontanarossa23. Ante estas fechas, queda clara su gran movilidad, característica de un mercader navegante de la muy comercial República italiana. No se detiene en Génova o Savona sino esporádicamente, como final o inicio de algún negocio. Tampoco tales datos entran en contradicción con el episodio ya citado de la guerra entre Renato de Anjou y Juan II. La persecución de la galera aragonesa Fernandina de la que alardea Colón pudo llevarse a cabo durante el otoño de 1472. En ese balance bélico, el mercader navegante se trocaría en fuerza de apoyo o actividad corsaria en favor del de Anjou. Visto con ojos de la época, una ocupación tan honrosa como otras, y a veces más lucrativa. ¿Es nuestro Cristóforo Colombo el mismo corsario llamado Colón que en octubre de 1473, y tras derrotar a la flota aragonesa, atacaba en las costas valencianas y amenazaba las catalanas? El curioso dato procede de un documento24 descubierto hace años y debe relacionarse con uno de los episodios finales de la guerra entre la casa aragonesa y la de Anjou, donde tan gran papel jugaron naves y marineros genoveses. No se puede afirmar rotundamente que el futuro descubridor de América sea este mismo corsario, pero tampoco se puede negar. Pudiera tratarse del famoso Almirante-corsario francés Guillaume de Casanove-Coullon, conocido en España por Colón el Viejo. Aún en el caso de que ello fuera así, no debe olvidarse que el descubridor de América formaba entonces parte de su flota. Un dato más para terminar con la etapa mediterránea del navegante genovés: el conocimiento de la isla de Quío o Chío, posesión genovesa en pleno mar Egeo. En el Diario de a bordo y en la Carta a Santángel el mismo Colón nos ha dejado referencias muy puntuales sobre la citada isla y su principal riqueza: la almáciga que la cogen por marzo. Este y otros detalles dejan traslucir no un viaje esporádico, sino viajes y acaso estancias, relación periódica. Nadie lo pone en duda. Y se apuntan como fechas más probables de su realización los años inmediatos a su arribo a Portugal en 1476.
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De igual modo que, sin mucha base real, se ha hablado de la existencia durante el siglo XVIII de un gusto burgués contrapuesto al cortesano o nobiliario, los términos de cultura de elite y de cultura popular se nos han presentado como referidos a contenidos no sólo diferentes sino hasta enfrentados. Tal visión parte del supuesto de la diversidad en las mentalidades de los grupos sociales y de que la relación entre ellas responde a una dialéctica de conflicto, como lo prueban los intentos de los gobernantes por reformar las prácticas populares y los numerosos puntos de contraste hallados. Ciertamente ambas cosas existen, pero también es verdad que esta perspectiva de enfrentamiento cultural sólo pone énfasis en señalar las diferencias. En realidad, el nivel incipiente de las actuales investigaciones, su diversidad, los problemas metodológicos que encuentran y las dificultades de las fuentes obligan a ser muy cautos en las conclusiones sobre el tema. Lo primero que no está muy claro es el propio concepto de cultura popular, cuya dificultad para definirlo obliga a Burke a dedicar a tal empresa gran número de páginas en su ya clásico estudio. En segundo lugar, más oral que escrita, los testimonios que nos han llegado de la cultura popular de otras épocas proceden mayoritariamente de fuera de ella, de personas letradas que, en el período que estudiamos, intentan contrastar su pensamiento racional, ensalzar sus beneficios frente al irracional y tradicional del vulgo. De ahí que pasen por alto, con frecuencia, los contactos e intercambios de ideas que en la práctica hubo entre elites y pueblo; contactos sacados a la luz por los estudios de revisión que sobre la Ilustración y su mundo se llevan a cabo. Ellos han cuestionado, como vimos, la caracterización del período sólo como descristianizado e ilustrado; han mostrado que nobles y estado llano, en general, acudían a los mismos teatros, leían los mismos almanaques, recibiendo, por tanto, los mismos mensajes y compartiendo los mismos gustos. Es más, lo popular atrae tanto a intelectuales y artistas que se encargaron de recopilar sus canciones y cuentos -hermanos Grimm-. Por todo ello, sería más adecuado referir los términos cultura popular y cultura de elite no a dos realidades enfrentadas, sino a dos formas distintas de expresar problemas y emociones comunes y en ningún caso interiormente uniformes. Diríamos que a la luz de nuestros conocimientos, o desconocimientos, actuales sobre el tema "parece razonable sugerir que junto a la evidencia de formas culturales de elite variadas... y una diversidad de cambios estilísticos, es necesario apreciar que la, cultura popular fue también cambiante y no signa algo herméticamente separado de la alta cultura".
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Durante la batalla de Kursk, mientras llegaban de todos los frentes noticias alarmantes, los jefes nazis comenzaron a advertir la sensación de inseguridad y de miedo. El mismo Goebbels, ministro de la propaganda, en un momento de desahogo confió al general Guderian que tal vez había llegado el momento de pensar seriamente que los rusos podían entrar en Berlín. Así como "envenenar a nuestras mujeres y a nuestros hijos". La Unión Soviética da miedo. Aunque vencida varias veces, el Ejército Rojo demostró tener unas capacidades ilimitadas para rehacerse. Frente a las 29 divisiones de infantería y las 13 divisiones acorazadas de su Grupo de Ejércitos, Manstein identificó en julio 109 divisiones y 9 brigadas de tiradores, 7 cuerpos de caballería, 7 cuerpo mecanizados, 10 cuerpos, 20 brigadas y 16 regimientos autónomos de carros armados. Aunque elevada, la estimación coincide con el cuadro general del ejercito soviético de 1943: 513 divisiones o brigadas de infantería, 41 divisiones de caballería, 290 brigadas mecanizadas o acorazadas. Orgánicamente, las formaciones rusas son menos robustas que las correspondientes unidades alemanas, aunque en éstas hay algunos vacíos importantes. El grupo sur, por ejemplo, en julio-agosto perdió 133.000 hombres, siendo sustituidos sólo 33.000. Rusia fue terriblemente arrasada, pero disponía de un potencial humano cuatro veces mayor que el de su adversario alemán. Alemania consiguió una notable mejora. Como ministro de Armamentos, para suceder a Todt, muerto el 8 de febrero de 1942 en un accidente aéreo, Hitler propuso a su arquitecto Albert Speer. La puesta en juego es de nota ya que Speer era un genio. En unos pocos meses se vio encargado de toda la producción bélica, y el ejército que se puso a sus ordenes para el trabajo pasó de 2.600.000 a 14.000.000 de hombres. Los bombarderos aliados destruyeron las ciudades alemanas y los centros industriales, mientras la producción bélica alemana aumento dos, tres y cuatro veces en relación a 1939. Speer revigorizó la Aviación. Desde 1940 hasta 1942 el número de aviones construidos en Alemania ascendió de 10.247 a 15.409. Speer llegará en 1943 a 24.807, y en 1944 a 40.593. Alemania consiguió sacar mas fuerzas de un imperio que se estaba destruyendo, en un territorio saqueado que empezaba a tener cada vez menos reservas. Y sin embargo, los rusos lo hicieron aún mejor. La producción y la puesta en circulación de los carros armados llegó a 2.000 unidades al mes, es decir, dos veces la producción alemana. El arma favorita rusa, el cañón, conoció un desarrollo aún más rápido: 30.000 cañones de calibre superior a los 100 mm fabricados en 1943 permitieron formar divisiones y cuerpos de artillería que reintrodujeron en la guerra el "Trommelfeuer" (fuego tamboreante) de 1916 a 1918. En los sectores ofensivos, la densidad de las piezas alcanzaba normalmente los 300 por kilómetros; el ataque de Belgorod estuvo apoyado por no menos de 6.000 bocas de fuego. A pesar de ello, la ofensiva alemana en el sector de Kursk no llegó a agotarse. Es evidente el objetivo al que se dirigía el mariscal von Kluge: comprometer, mediante la eliminación del saliente, la suerte de toda la formación central soviética. Fue entonces cuando el mando ruso ordeno a Timoshenko una contraofensiva de gran alcance en el cercano sector de Orel, centro logístico y táctico de gran importancia para los alemanes. Iniciado a mitad de julio con un número relevantes de fuerzas, este intento de diversión obtuvo el efecto esperado: los alemanes se vieron obligados a aligerar su presión en el sector de Kursk para dirigirse al norte en ayuda de Orel. El centro de la lucha se desplazó en aquella dirección: los rusos no consiguieron liberar Orel, pero consiguieron quitarle al enemigo la capacidad de continuar con la ofensiva; de todas formas, seguían decididos a conquistar el saliente, ya que estaban convencidos de que dicha operación tendría un efecto importante en el frente septentrional. Por ello, prosiguieron con la presión ejercida sobre dicho sector utilizando reservas de hombres y medios muy superiores a las de los alemanes. Estos últimos intentaron en vano equilibrar la superioridad enemiga: los rusos no se detuvieron. Finalmente, el 5 de agosto, Orel cayó y el contingente alemán consiguió el milagro de salvarse. El 18 de agosto, el saliente de Orel fue totalmente eliminado.
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Los militares no se iban a salvar de esta dura crítica a la sociedad dieciochesca que nos presenta Goya en sus Caprichos. Un soldado bravucón cuenta sus batallas a un curioso grupo de figuras, destacando la más alta que sobresale tras él, llevándose la mano a la boca para aguantar la carcajada.
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Un somero análisis de los Estados no beligerantes durante el último conflicto mundial permite comprobar que, junto a la voluntad política de permanecer al margen de la guerra, concurrieron una serie de causas, económicas y estratégicas, para permitirlo que continuamente presionaron sobre su actitud y evolución.Quizá nunca como entonces la neutralidad se debió más a la fuerza de las circunstancias que a los propios esfuerzos. Esto explica que, aunque muchos se declararon neutrales, en un primer momento sólo cinco lograron mantener esa postura hasta 1945.Los grandes neutrales, Italia, la URSS, Estados Unidos y Japón, se vieron complicados enseguida y pasaron a jugar un papel primordial en los enfrentamientos bélicos. El resto, los países escandinavos, balcánicos o el Benelux, se vieron arrollados al proliferar los frentes. Sólo la Península Ibérica, Suecia y Suiza se mantuvieron al margen.Aun en estos casos, como puede comprobarse por la defección a última hora de Turquía, la situación no fue fácil. En primer lugar, porque el orden mundial, dividido y enfrentado, no aprobaba ni comprendía su postura.Los dos bandos toleraban su neutralidad, la respetaban si se juzgaba conveniente o reportaba beneficios, pero se consideraba insolidaria, antisocial, porque había un agresor, y estaban comprometidos principios morales y políticos. Se les tachaba de interesados, de egoístas, aunque todo no fue prosperidad y negocios, como se dice indiscriminadamente.
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Cuenta AIbert Speer, el ministro de armamentos del Reich, que en los días de la agonía de Berlín, Hitler terminó por confesarle que estaba dispuesto a suicidarse cuando la derrota fuera inminente y que el momento estaba a punto de llegar. Ambos se despidieron tristemente. Horas después, el mismo Speer veía asombrado cómo Hitler hablaba con uno de sus generales de la marcha de las operaciones y le manifestaba su fe en la victoria. Speer, qué conocía a Hitler desde hacia 14 años, se asombraba de la capacidad de fabulación y simulación de aquel hombre y se preguntaba: "¿desde cuando sabe Hitler que la derrota de Alemania es segura? ¿desde Stalingrado? ¿desde el fracaso de la Operación Ciudadela?" Y si Hitler lo sabía ¿cómo lo podían ignorar quienes le rodeaban? Esta es una de las incógnitas más curiosas respecto al funcionamiento del III Reich, sus amigos y sus más íntimos colaboradores conocían bastantes temas reservados. Los ministros y los generales mejor situados, sabían muchas cosas, pero Hitler buscó siempre tener todo en compartimentos estancos, de modo que sólo él tuviera las claves de todo. Por ejemplo, cuando el general en jefe del grupo de Ejércitos Centro, Reinhardt, que defendía Prusia Oriental, se dirige a Guderian, jefe del Estado Mayor de los Ejércitos del Este, y le pregunta por la situación general, éste le dice que apenas si la conoce. Más aún, a Hitler le irritaba profundamente que incluso sus hombres de confianza se inmiscuyeran en cuestiones ajenas a su zona de actuación, aunque los asuntos estuvieran amenazados. AIbert Speer recibió una fuerte reprimenda cuando, tras un informe sobre producción de armas, municiones y combustible, concluyó que Alemania debería deponer las armas en el plazo de un año como hipótesis óptima... -"¡Aquí las conclusiones las saco yo!", le gritó el Führer muy enfadado.
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El rey Fernando I, el primer Trastámara de la Corona, reanudó, con nuevo empuje, la política mediterránea tradicional: envió embajadas al sultán de Egipto (1413 y 1414) en un intento de reimpulsar las relaciones marítimas con Ultramar; reforzó los vínculos con el Norte de Africa; se sirvió de sus antiguas buenas relaciones con Génova, producto de la regencia castellana, para firmar treguas con esta ciudad (1413 y 1415) a fin de tener las manos libres en Cerdeña; pacificó y retuvo Sicilia y Cerdeña, que durante el interregno habían mantenido escasos contactos con la Corona y, mediante negociaciones diplomáticas, apoyó las relaciones mercantiles de sus súbditos con Nápoles. La novedad fue el flanco peninsular donde el nuevo rey de la Corona y regente de Castilla tenía sólidas posiciones (grandes propiedades y fuerza política), que utilizó con la manifiesta pretensión de establecer una especie de control familiar sobre el conjunto de la Península. No de otro modo se explican los enlaces familiares que proyectó: casó a su primogénito y heredero de la Corona, Alfonso, con María, hija de Enrique III de Castilla; prometió a su segundo hijo, Juan, con la princesa Isabel de Navarra (Juan acabaría casando con la reina Blanca de Navarra); y destinó a su tercer hijo, Enrique, maestre de Santiago, y jefe de la nobleza castellana, a controlar el gobierno de Castilla con el respaldo de sus hermanos mayores y la ayuda de los menores (Sancho, maestre de Alcántara, y Pedro). Finalmente, sus hijas María y Leonor casarían con los reyes Juan II de Castilla y Eduardo I de Portugal, respectivamente. Muerto Fernando I (1416), Alfonso el Magnánimo heredó estas directrices, pero, más atraído por la política mediterránea, acabó relegando a un segundo plano los intereses familiares en Castilla, donde, por otra parte, las dificultades para satisfacer sus pretensiones de dominio eran mayores. En efecto, a la muerte de Fernando I, la nobleza castellana quiso apoderarse de la regencia del joven Juan II, pero la reacción de los infantes de Aragón (Juan y Enrique) se lo impidió (1417). Juan y Enrique gobernaron Castilla hasta la mayoría de edad del rey, en 1419, en que comenzaron los problemas entre ellos. Aprovechando la ausencia de Juan, que estaba en Pamplona para su boda con la princesa Blanca de Navarra, Enrique de Aragón secuestró al monarca (atraco de Tordesillas, 1420), se casó con su hermana, la princesa Catalina, y se hizo el amo de la situación. Tal acto de fuerza provocó una alianza circunstancial entre su hermano, Juan de Navarra (rey consorte desde 1425), y una coalición nobiliaria hostil al partido aragonés, encabezada por Alvaro de Luna, que liberó al monarca y le derrotó. Enrique de Aragón cayó prisionero y perdió sus bienes y cargos (1423), mientras sus partidarios buscaban refugio en la Corona de Aragón donde solicitaron la ayuda del Magnánimo. A pesar de sus intereses contrapuestos, Juan de Navarra (que aspiraba a controlar personalmente el gobierno de Castilla) y el condestable Alvaro de Luna (que pretendía reforzar la autoridad real) mantuvieron su alianza hasta que Alfonso el Magnánimo, desde Valencia, trabajó para rehacer el partido de los infantes de Aragón en Castilla y llevar a la concordia a sus hermanos. Rehecho el frente aragonés, los infantes se conjuraron con los grandes (Toro, 1427) e impusieron a Juan II de Castilla el destierro de Alvaro de Luna (1427), que se había convertido en la fuerza actuante de la monarquía. Dueños de Castilla, los infantes de Aragón no fueron capaces de administrar su victoria. Las ambiciones personales afloraron en su bando debilitándolo y propiciando el regreso del Condestable (1428). Sería el principio del fin del partido aragonés en Castilla, puesto que Alvaro de Luna, que había aprendido de la experiencia, fomentó las deserciones en las filas aragonesas a base de repartir cargos y honores, prometer el futuro reparto de las inmensas riquezas de los infantes y ganar el apoyo de las Cortes. Cuando los infantes de Aragón quisieron reaccionar ya era demasiado tarde, y la mayoría de los nobles castellanos juraba fidelidad a su rey (1429) y seguía al Condestable. Alfonso el Magnánimo intentó entonces movilizar los recursos de la Corona y comprometerla en una imposible guerra con Castilla (1429) que, al poco de empezar, concluyó con una tregua (Majano, 1430) y la definitiva expulsión del clan aragonés de Castilla.
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Una vez más, el matrimonio desavenido, bien por problemas conyugales o por ser pactado contrariamente al interés de uno de sus miembros, protagoniza un capricho goyesco. Un enorme pájaro refuerza el deseo de los esposos por separarse, criticando la ilógica situación cuando la relación se ha roto en la pareja. ¿Quizá se trate de una referencia a su propia situación matrimonial?