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monumento
La vieja línea ferroviaria divide la denominada Mesa del Gandul, dejando la necrópolis al norte de la misma, en la elevación más meridional de los Alcores, dominando la vega. La necrópolis consiste en varios túmulos y comprende un área grande que rodea la Mesa, formando un modelo semicircular donde se pueden distinguir varios grupos de pequeñas tumbas. El túmulo es hoy visible como una elevación redonda y prolongada. La necrópolis de Gandul es el clásico ejemplo de poblado y tumbas megalíticas, característico del Calcolítico. Está compuesto por ocho tumbas distribuidas en forma de abanico. Las sepulturas fueron construidas con grandes losas de piedra y supone un ejemplo de ritual funerario colectivo. Existen dos tipos de tumbas megalíticas: en corredor, caracterizadas por dos enormes cuerpos, la cámara funeraria y un corredor; galerías cubiertas, formada por un sólo cuerpo.
museo
El arcaico es el período más brillante de la escuela pictórica etrusca en Tarquinia y, en él, la temática fúnebre de juegos y banquetes surge por doquier, suministrándonos una de las imágenes más inolvidables de la sociedad etrusca. Sólo la más antigua de las obras de esta época, la Tumba de los Toros (h. 540 a. C.), muestra en su estilo jonizante -aunque un tanto inseguro y precipitado- un tema manifiestamente mítico: el de Aquiles acechando a Troilo detrás de la fuente; posible alusión a la crueldad de una muerte inesperada, o acaso a la habilidad bélica del difunto, Arath Spuriana. Después se desgranan, una tras otra, las mejores pinturas de toda la historia etrusca, todas con sus festejos fúnebres. En la Tumba de los Augures dos hombres se despiden del difunto, al que se imagina uno tras la puerta del fondo (¿puerta del más allá?, ¿puerta del tablinum en la casa imaginaria que es la tumba?); en torno, un largo friso describe un concurso de lucha y otro más curioso, donde un hombre encapuchado se enfrenta a un perro, en presencia de varios invitados. En la Tumba Cardarelli, al lado de alegres bebedores, una dama baila pausadamente, acompañada por sus esclavos. El propio difunto, en la Tumba de los Malabaristas, contempla cómo un hábil juglar lanza bolas sobre el candelabro que una danzante sostiene en su cabeza. Banquete y bailes dan un inusitado ritmo a la Tumba de las Leonas, semejante al de la carrera de carros que anima, junto con variados atletas, la Tumba de las Olimpiadas; y, para concluir el conjunto, hacia el 500 a. C. se elabora la delicada estructura, ritmada con árboles decorativos, que caracteriza la Tumba 5591, dando fuerza y energía a sus aislados danzantes, y que se aprecia también en la Tumba del Barón, con su escena de despedida y sus refinados caballitos. Las tumbas de Tarquinia constituyen ciertamente un mundo inabarcable. Si su esquema general es fijo en principio -imitación de la viga maestra en el techo, frontón, franja decorada, zócalo, y, a veces, puerta del más allá en la pared del fondo-, sus representaciones, en cambio, varían constantemente, buscando siempre iconografías llenas de vida. Nada más lejano de un arte ritual y fijo: los pintores -que decoraban tan sólo el 2 por 100 de las tumbas talladas- se tomaban cada obra como una creación irrepetible, destinada a un aristócrata que, sin duda, pagaba bien tales novedades. Buena parte de estas pinturas debe atribuirse a artistas jónicos inmigrados; pero eso no excluye que podamos ver en ellas exponentes del arte etrusco. Cierto que los paralelismos, incluso a veces iconográficos, con las cámaras funerarias de Asia Menor (Karaburun, Kizilbel o Elmali) son clarísimos y definitivos, y que el estilo de ciertas pinturas parietales de Gordion no hace sino remachar esta opinión; cierto incluso que se ha podido, siquiera a nivel de tentativa, ver en diversas tumbas matices estilísticos propios de varias comarcas de Jonia y su entorno; pero de una cosa no cabe duda: cuando un arte importado se acepta tan profundamente en una sociedad, hasta el punto de crearse escuelas que funcionarán durante generaciones, es en cierto modo legítimo considerarlo un arte adoptado: nuestra historiografía artística lo hace comúnmente con muchos artistas modernos afincados lejos de su lugar de origen.
museo
En las sierras que se encuentran al sur de Tebas se abren un sinnúmero de valles que se convertirían en una inmensa necrópolis, ya que cuando la dinastía XVIII inició su andadura, sus monarcas comprobaron con desolación que no había en Egipto una sola tumba regia que hubiese escapado a la rapacidad de los saqueadores. Ante esta situación, Tutmés I tomó una medida revolucionaria: tener una tumba secreta, separada y distante del templo funerario. Así se inauguró, en una tórrida garganta de la Montaña Tebana, bajo la sombra del picacho llamado El Cuerno, el célebre Valle de los Reyes, que había de albergar las tumbas de todos los faraones de las dinastías XVIII, XIX y XX. La única garantía de seguridad que ofrecía el Valle era la de que al estar juntos todos los reyes, se podía mantener en él una guarnición que los guardase a todos, en vez de tenerlos diseminados al borde del Nilo como ocurría antes. Entre las tumbas reales más importantes destacan la de Ramsés IX, Ramsés VI, Tutankamón, Amenofis II, Tutmosis III y Seti I. A un kilómetro y medio del Valle de los Reyes se encuentra el Valle de las Reinas que comprende unas 80 tumbas correspondientes a las dinastías XIX y XX, entre 1300 y 1100 a.C., destacando las de la reina Titi y el príncipe Amonher-Kopchef. Las tumbas de los grandes dignatarios se reúnen en el llamado Valle de los Nobles; sus principales características son una extrema simplicidad arquitectónica y una iconografía fresca y animada, destacando las tumbas de Rakmara, Kiki, Menna, Sen-Nefer y Ramose. El Valle de los Artífices se denomina Deir el-Medina y allí se sitúa las necrópolis de los constructores y decoradores de las tumbas reales de Tebas. Entre estas tumbas destacan las de Inherka y Senedyén.
obra
Fueron las piezas de orfebrería las que alcanzaron un mayor grado de perfección técnica y belleza en el arte protohistórico sumerio, y especialmente destacables son el conjunto de joyas procedentes de la necrópolis real de Ur, tal y como muestran estos bellísimos collares.