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Dos tercios del total de los inmigrantes extracomunitarios establecidos en Europa proceden del Magreb y de Turquía. La ribera sur del Mediterráneo se configura como espacio emigratorio de primer orden y el más relevante para el continente europeo. El principal destino de estas migraciones ha sido Francia, donde aparece la mayor concentración de inmigrantes magrebíes, aunque su presencia es también significativa en Bélgica, Holanda, Suiza y, cada vez más, en Italia y España. Los inmigrantes turcos han tenido a Alemania como destino tradicional. La intensidad de estas migraciones va en aumento por la situación económica y demográfica de aquellos países de la ribera sur del Mediterráneo, en vías de desarrollo. Argelia, Marruecos y Túnez, los principales emisores de emigrantes, experimentaron durante los años sesenta y setenta un crecimiento económico vigoroso, ayudado por los altos precios que en el mercado internacional alcanzaron los fosfatos e hidrocarburos y por los favorables términos del intercambio efectuado.A lo largo de estas décadas sus economías crecieron de forma sostenida, mejoraron de manera sensible los niveles de vida, los educativos, la ingesta per cápita y, en general, todos los indicadores sociales. El crecimiento económico sostenido se tradujo en un cambio estructural: las sociedades consideradas dejaron de ser estrictamente agrarias para convertirse en semiindustriales y semiurbanas.Con la caída de los precios de los hidrocarburos (y en Marruecos de los fosfatos) a partir de 1981 y, con mayor intensidad, tras su desplome en 1986, se iniciaba en estos países una grave recesión económica. Las consecuencias inmediatas han sido el descenso de las tasas de crecimiento, un fuerte constreñimiento de las inversiones, aumento del desempleo, reducción del consumo privado, declive de las exportaciones, disminución de la producción total, déficit presupuestario, incremento en los precios de los productos básicos, inflación, desequilibrio de las cuentas exteriores...Las tendencias demográficas agravan los problemas económicos y agudizan las tensiones sociales en la zona. Todos estos países se encuentran inmersos en el proceso histórico conocido como transición demográfica, en el que se une el descenso de la mortalidad con el mantenimiento de altas tasas de fecundidad, dando por resultado un crecimiento de la población muy elevado. La población crece mucho más rápidamente que la economía, y la población activa más rápidamente todavía que la población total, con lo que la presión sobre el empleo resulta cada vez más insoportable. El desempleo juvenil se acerca, en algún caso, a niveles próximos al 80%. El rápido crecimiento de la población, y máxime en tiempos de escasez, presiona duramente sobre las infraestructuras sociales, agrava los problemas de vivienda e incide sobre los sistemas de protección social allí donde se habían puesto en funcionamiento.De esta situación resulta una alta propensión a emigrar: en el plano individual, para escapar de la pobreza y del desempleo o para tratar de satisfacer expectativas de bienestar y consumo; en un plano agregado, para generar remesas y relajar la presión a que se ve sometido el mercado de trabajo magrebí. Las remesas llegan a suponer hasta un 5% más del PIB, lo que subraya su importancia para equilibrar la balanza de pagos. La extensión de "networks" o redes migratorias puede resultar decisiva para posibles migraciones de cara al futuro.Europa es escenario asimismo de migraciones internas procedentes del Este. Desde el final de la II Guerra Mundial y hasta la caída del muro de Berlín en 1989, la Unión Soviética y los países que permanecían bajo su órbita de influencia fueron derramando un goteo constante e ininterrumpido de emigrantes. Entre 1946 y 1989 los antiguos satélites de la URSS perdieron 10 millones de habitantes, el 10% de su población total. A pesar de lo considerable de estas cifras, el hecho era silenciado tanto por las autoridades del bloque comunista como por las de Europa occidental. Hablar de ello significaba para los primeros el reconocimiento de un fracaso de cara al exterior, mientras que los segundos, si bien podían beneficiarse políticamente de este goteo, trataban de proteger la suerte de los actores de la emigración, considerándoles como disidentes políticos en sus Estados de origen.Aquella emigración afectó de forma muy diferente a unos y otros países. La República Democrática Alemana es la que sufrió las mayores pérdidas: desde su nacimiento hasta su desaparición, la RDA perdió cuatro millones de habitantes, es decir, un cuarto de su población inicial. Polonia, un país con una tradición migratoria secular, tuvo una merma -entre 1946 y 1989- de dos millones de habitantes. Hungría y Checoslovaquia generaron una importante oleada de emigración a partir de la invasión soviética de la primera en 1956 y del aplastamiento de la Primavera de Praga en 1968. Los menos afectados por la emigración de los antiguos satélites de la URSS fueron Rumania y Bulgaria; aún así, tanto en una como en otra se produjeron movimientos migratorios. A lo largo de la dictadura de Ceaucescu (1966-1989) abandonaron Rumania 300.000 personas, mientras que en Bulgaria la emigración afectó básicamente a la minoría turca.La inmigración en los países del Este tampoco era totalmente inexistente, aunque sí escasa. Se trataba de inmigrantes procedentes de los países "hermanos" que se reclutaban, en muchos casos, durante períodos de tiempo determinados y en sectores concretos de la producción. En 1989 en el bloque soviético había 300.000 vietnamitas; a éstos les seguían en número angoleños y cubanos.El hundimiento del bloque del Este, simbolizado en la caída del muro de Berlín, jugó un papel esencial en la evolución de los flujos y de los modelos migratorios. A partir de esta fecha aparece una serie de novedades significativas con respecto al período anterior. En primer término se trata de cambios cuantitativos: en torno a la emigración de los países del Este se produce un cambio de escala. Si a finales de los años setenta y comienzos de los ochenta las salidas de la zona soviética afectaban a 100.000 personas por año; diez años más tarde, entre 1989 y 1990, van a afectar a un millón. Pero las novedades son también cualitativas: la emigración dejará de ser un fenómeno casi exclusivamente alemán y se generalizará al conjunto de los países satélites.Junto a ello, se produce un cambio en la actitud de la Unión Soviética que, hasta el momento, se había mantenido ausente del movimiento de personas y totalmente hermética, y que a partir de esta fecha se va a abrir poco a poco al exterior y a participar en la emigración, aumentando el número de visados de salida y legislando al respecto. Por otra parte, se produce un nuevo corte, o una nueva ruptura en Europa. Cambia también la clasificación de los países de salida. Hasta 1989 el principal país en este sentido era la RDA que pasó, de hecho, a integrarse en el mundo occidental al ser absorbida por la RFA. En 1990 figuraba a la cabeza de los emisores de emigrantes la Unión Soviética. Se produce, por último, un cambio en la imagen del emigrante. Vista desde el Este la emigración ya no es percibida como una traición sino como un cambio, mientras que en Occidente los que antes eran valorados como héroes políticos son percibidos hoy, en buena medida, como un nuevo contingente de gente pobre que huye de la miseria.La oleada migratoria procedente del Este a partir del año clave de 1989 ha afectado de forma muy diferente a los países de llegada. El más conmovido por la avalancha, a gran distancia del resto, ha sido Alemania, la gran beneficiaria de la desintegración del bloque soviético. Entre 1950 y 1989 Alemania había recogido ocho millones de emigrantes, más de una tercera parte de ellos de origen alemán, procedentes de la RDA ("Übersiedler") o de territorios como Polonia, Hungría, Rumania y la Unión Soviética ("Aussiedler"). Un millón más llegaría a Alemania entre 1989 y 1990. En segundo lugar se ha visto afectado Israel: sólo en 1990 recibió 180.000 inmigrantes -judíos soviéticos-, casi la misma cantidad que había llegado entre 1952 y 1984.Para este país, que intenta reconstruir el equilibrio entre la comunidad hebrea y la comunidad árabe, la llegada masiva de estos emigrantes resulta ser una aportación inestimable. A continuación se sitúan los Estados Unidos, que han abierto el cupo de entrada a los emigrantes de alta cualificación para absorber "cerebros" del Este. En una posición análoga a la de Estados Unidos se encuentra Canadá, a donde han acudido principalmente polacos. Austria figura inmediatamente después como país de acogida. Actualmente es el principal receptor de las víctimas de la guerra civil de la ex Yugoslavia. Ya a una distancia considerable en la lista de receptores se sitúan Australia, Africa del Sur, Zimbabwe, Francia... con corrientes claramente inferiores a las de los anteriores países. De esta forma, el mundo germánico parece jugar el papel de filtro de la emigración del Este de Europa.Las últimas migraciones del Este se han caracterizado por su heterogeneidad: aparecen formando parte de ellas "cerebros", clases medias, técnicos, mano de obra poco cualificada... No es fácil, sin embargo, diferenciar la migración de mano de obra banal del éxodo de "cerebros", ya que los inmigrantes cualificados del Este han aceptado una gran descalificación profesional en los países de acogida. Se puede, no obstante, hacer una diferenciación entre distintas tipologías. Por un lado habría que hablar de una emigración étnica, inseparable de los movimientos de refugiados etnoculturales, como las salidas de judíos soviéticos hacia Israel y Estados Unidos; de personas de origen alemán procedentes de la URSS, de Polonia, de Hungría, de Rumania o de Checoslovaquia hacia Alemania; de húngaros de Rumania, turcos de Bulgaria, armenios de la URSS...Este tipo de movimientos suele ser de los mejor organizados y controlados, ya que puede ser objeto de acuerdos bilaterales entre el país de salida y el de acogida. Existe también una migración económica, fruto de la reestructuración de los países que integraban el antiguo bloque comunista. En algunos casos este tipo de migraciones ha sido controlado a base de contratos de trabajo negociados, como sucede con la agricultura holandesa, que emplea trabajadores inmigrantes para la recogida de tulipanes. Hay, por último, un tipo de emigración política, nada controlable y producto del clima de degradación que sufren ciertos países, que afecta fundamentalmente a la ex URSS y a la ex Yugoslavia.Ante el incremento de esta fuente de inmigración, los países europeos han reaccionado adoptando una serie de actitudes que caracterizan el deseo de controlar el movimiento de personas procedentes del Este: la concertación, la cooperación y el arbitraje con el Sur. Por medio de la concertación se intenta coordinar la lucha contra la inmigración clandestina Este-Oeste y armonizar las políticas migratorias de los distintos países afectados. A su vez, los países europeos del Oeste han puesto en marcha programas de cooperación regional bi y multilateral con los países de salida, como el Programa Copérnico, que gestiona los cambios interuniversitarios para luchar contra el éxodo de cerebros.Los países receptores tratan, por último, de llevar a cabo el arbitraje entre el Este y el Sur. Difícilmente puede mantener Europa una cierta apertura hacia los inmigrantes del Este a la vez que adopta posiciones rígidas de control con respecto a los países del Sur en virtud de los acuerdos suscritos en 1985 en Schengen. Existe, sin embargo, una mayor disponibilidad para acoger a las poblaciones del Este por ser también mayores sus posibilidades de integración: poseen un nivel de formación semejante, están acostumbradas a una gran disciplina en el trabajo y no hay tantas posibilidades de que nazcan resentimientos por contenciosos históricos, como sucedió en Francia con los argelinos.Una serie de elementos hacen pensar que los potenciales migratorios del antiguo bloque comunista son considerables, aún a pesar de las limitaciones impuestas en los países de salida (lentitud y complejidad de los trámites, coste del pasaporte, no convertibilidad del rublo, insuficiencia de medios de transporte individuales, control del proceso por parte del KGB...), y aún a pesar de las circunstancias que concurren en los países de llegada, con una capacidad de acogida limitada y afectados por la crisis económica y altos índices de paro. Sin embargo, se da en el Este una necesidad de formación de técnicos capaces de llenar los vacíos de la estructura profesional y necesarios para la creación del tejido económico, que previsiblemente tendrán que incorporarse a los circuitos de aprendizaje concentrados en Occidente y, sobre todo, en Europa, por su mayor proximidad geográfica y cultural.La posibilidad de que se produzcan nuevos éxodos políticos no es, por otra parte, descartase, sobre todo en los países mosaico, como la ex Yugoslavia o la ex URSS, donde la penuria crónica, las tensiones nacionalistas y la voluntad de emancipación de las repúblicas periféricas se combinan empañando el futuro. Tampoco es descartable la posibilidad de continuidad de migraciones étnicas de comunidades que tienen lazos firmes o relaciones establecidas con el Oeste. El retraso económico de los países del Este empuja a su vez a la salida: la creación de un tejido económico más productivo puede contribuir a expulsar a cantidades importantes de población.No hay que olvidar, por último, el potencial demográfico: los cuatrocientos millones de habitantes de la vieja Europa sovietizada tienen un dinamismo mayor que los de la Europa del Oeste aún cuando, a diferencia de lo que se observa en los países del Sur, la situación demográfica de los primeros no parece adecuada para engendrar por sí sola una presión estructural a la salida. Sí puede invitar a ella el factor histórico en países como Polonia o la ex Yugoslavia, que han sido tradicionalmente países de emigración y tienen establecidos vínculos importantes con el exterior. La diáspora polaca que vive fuera del territorio nacional comprende unos diez millones de personas establecidas en los países más desarrollados del mundo occidental. La existencia de esta red podría jugar un papel de reclamo nada desdeñable.
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A lo largo de todo el siglo XX, en España se producen grandes movimientos migratorios, especialmente en el periodo comprendido entre 1961 y 1975. Los principales puntos de partida de la emigración son áreas como Galicia, Aragón, Extremadura, Andalucía, Murcia y las dos Castillas, excepto Madrid. Las zonas que reciben a emigrantes son la región vasca, Cataluña, Valencia y la provincia de Madrid. La mayor salida de población se produjo en Andalucía, región de la que partieron más de 600.000 personas. El grueso de esta población fue a parar a Cataluña. Algo menor fue la emigración de las dos Castillas, cuyo mayor aporte demográfico tuvo como destino Madrid. Otra zona emisora de emigrantes fue Extremadura, cuyos destinos principales fueron Madrid, Cataluña y el área vasca, por este orden. También a estos lugares se dirigió la emigración gallega, aunque en menor cantidad que la extremeña. Básicamente, los emigrantes de Aragón y Murcia se dirigen hacia Cataluña y la región Valenciana, las dos zonas de desarrollo más próximas. Por último, para completar el mapa de la emigración en este periodo, es preciso citar la que tuvo como destino a Europa, en una cantidad superior a los 600.000 individuos, y al resto del Mundo, con más de 300.000 emigrantes que salen de España entre 1961 y 1975.
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Desde finales del siglo XIX, el porcentaje de población rural va decreciendo, a favor de la población urbana. Así, si en 1867 el 80% de la población española vive en el medio rural, en 1930 este porcentaje bajará hasta el 60%. Correlativamente, la población urbana pasa del 20 al 40% en el mismo periodo. Las áreas que reciben población son básicamente el área del Guadalquivir, Madrid, el Levante, Cataluña, el Ebro y el Cantábrico, zonas en las que se localiza el desarrollo económico español. Conforme la población rural emigra a las ciudades, crece el número de núcleos urbanos importantes. Así, hacia 1930, son numerosas las provincias que cuentan con más de un núcleo de población superior a 10.000 habitantes. Destaca la provincia de Asturias, con 22 núcleos de este tipo, y la de La Coruña, con 20. Entre 15 y 19 tienen provincias como Pontevedra, Lugo, Badajoz, Córdoba, Cádiz, Jaén o Alicante. Entre 5 y 14 núcleos de población con más de 10.000 habitantes tienen provincias como Barcelona, Madrid, Valencia, Baleares o las dos canarias, entre otras. Por último, hay un gran número de provincias que con tan sólo 4 o menos ciudades con más de 10.000 habitantes, correspondiendo, a grandes rasgos, a buena parte del norte de la Meseta.
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Después de su espectacular irrupción en la escultura clasicista y lograda la fama con La Piedad vaticana, el David y el Moisés, estos dos últimos imbuidos de estética triunfal y aquella de idealización neoplatónica, el temperamento dinámico y orgulloso de Miguel Angel, expresión de su talante insobornable y a la vez de su arrebato poético, estaba ya inmerso en una decisión anticlásica y anormativa cuando concibió los Esclavos del sepulcro de Julio II. Con ese ánimo emprende sus primeras tareas de arquitecto, que tendrían por marco la iglesia de San Lorenzo, el templo patrocinado por la dinastía Médicis y construido por Brunelleschi, en Florencia. Allí descubriría otra nueva faceta de sus muchos talentos, menos precoz que la escultura, su vocación más querida, y que la pintura tan espectacularmente alumbrada en la bóveda de la Sixtina. Acude al concurso convocado por León X, el pontífice hijo de Lorenzo el Magnífico, para concluir la fachada de la iglesia medicea que Brunelleschi dejó desnuda. Frente a los proyectos de Giuliano de Sangallo, de Rafael y de Jacobo Sansovino, se prefirió el de Buonarroti, del que han quedado dibujos en la Casa del artista y la maqueta que por ellos hizo Baccio d'Agnolo, pero que no se convirtió en realidad, pues sigue inacabada hasta hoy. Concebida para escaparate de posibles esculturas y relieves, la fachada diseñada por Miguel Angel es más bien una pantalla que se desentiende de la organización interior basilical, más bien la disimula con una retícula ortogonal de tramos anchos arropados por otros estrechos que dan acusada asfixia a las homacinas vacías, alterna frontón triangular con otros de arco escarzano y contrapone en cada calle vanos ascendentes o circulares con recuadros aplastados en pugna formal, ingredientes que pasarán al primer Manierismo. Ya que no en la fachada, su dicción ya volcada hacia una dialéctica anticlásica tendrá ocasión de manifestarse en otra importante empresa arquitectónica, la Sacristía Nueva, al otro extremo del crucero donde un siglo antes había levantado Brunelleschi, con la colaboración plástica de Donatello, la Sacristía Vieja. El futuro Papa Clemente VII la destinaba a panteón sepulcral de su tío Lorenzo el Magnífico, y otros miembros de la familia, cuyas tumbas pone en manos de Miguel Angel. Para no distorsionar la simetría admitió en planta el sistema de Brunelleschi de dos cuadrados en comunicación por arco de medio punto, uno pequeño destinado al altar y otro mayor donde se colocarían los sepulcros. Cubiertas cupuliformes cierran ambos espacios, apeadas en pechinas, y también conserva la dicromía brunelleschiana entre los paramentos blancos y cornisas labradas en mármol gris. Pero la ordenación vertical se aparta de la proporcionalidad aritmética de su antecesor, para trazar, como presentaba en la irrealizada fachada, con calles estrechas a ambos extremos de los muros, ventanas ciegas que se modulan con orejetas en los dinteles, y otras también ciegas en los dos sepulcros retablos, ante los que adelanta sarcófagos de tapas rotas de perfil escarzano, arroscadas en volutas, para situar sobre sus rampas deslizantes estatuas simbólicas. Incluso la hornacina central es insuficiente para alojar los monumentales retratos de Giuliano#CUADROS y Lorenzo de Médicis, concebidos con empaque no lejano del Moisés también sedente. Bajo la cúpula de casetones convergentes hacia el óculo de la linterna, ventanas trapezoidales imponen ópticamente una más acusada verticalidad, dando al recinto ambiente funerario de enrarecido abstractismo. Iniciada en 1520, lo mismo que las esculturas, parece que estaba abovedada cinco años después, pero el conjunto no se acabó hasta 1532, otros cinco después del Saco de Roma. La otra construcción por él agregada al conjunto de San Lorenzo, esta vez a un costado del claustro en que trabajó el biógrafo y seguidor de Brunelleschi Antonio Manetti, es la Biblioteca Laurenciana, por encargo del mismo Clemente VII en 1524. En ella intervino hasta 1527, si bien los trabajos fueron continuados hasta más tarde por Vasari. Apartándose del tipo monástico de naves paralelas, como el seguido por Michelozzo en la Biblioteca de San Marcos, otra empresa cuatrocentista de la familia Médicis, concibió el conjunto en dos espacios, cuadrado el uno, el vestíbulo o ricetto, y otro rectangular más elevado sobre el suelo, la sala de lectura, en la que el artista diseña tanto la estructura de paredes y techo, como pavimento y pupitres. Si el clima del ricetto se constriñe y enrarece por su escaso solar, donde dispone la novedosa escalera en tres rampas que se convierten en una al acceder a la puerta del salón, aun lo intensifica más con su ordenación de los muros. Aparecen los estípites de anticlásico equilibrio, con las bases mayores del trapecio hacia arriba, frontones que se quiebran para dar paso a una lápida, y ventanas ciegas y estrechas que pugnan en su ascensión vertical con la pesantez de otras cuadradas que se les oponen. Es lo que también produce la dicromía del salón de lectura, pautado para cada par de pupitres en visión perspectiva de ventanas con orejetas y recuadros apaisados entre pilastras. Tras este capítulo arquitectural florentino, Miguel Angel desarrollará más tarde en Roma otro trascendental programa que dará paso a una interesantísima tarea urbanística y a la definitiva construcción de la Basílica petriana. Se le encomienda en 1546 una nueva ordenación de la plaza del Capitolio, el centro histórico de la vieja Roma donde se alzaba el templo de Júpiter Capitolino y el Tabularium, archivo del Estado romano desde la dictadura de Sila, cuyo estado de ruina y saqueo había llegado al extremo, y construcciones como la franciscana iglesia gótica de Santa María in Araceli no permitían jugar con holgura de espacio. Colocando al centro la estatua ecuestre de Marco Aurelio que, confundido con Constantino, la Edad Media conservó por casualidad, dispuso ante el Palacio Senatorio dos fachadas gemelas, pero oblicuas, del Museo Capitolino y el Palacio de los Conservadores. Lograba así dar mayor anchura visual al recinto con esta divergencia trapezoidal, como en Pienza había hecho un siglo antes Bernardo Rossellino para la catedral y el palacio de Pío II Piccolomini. Aunque en ambos mantuvo la horizontalidad, ésta se ve combatida por las pilastras de orden gigante que, por encima de la cornisa y balaustrada, aun prosiguen su poderoso empuje vertical. El Palacio Senatorio, actual Ayuntamiento de Roma, será terminado por Giacomo della Porta. Tocó a Miguel Angel concluir el Palacio Farnesio que Antonio de Sangallo el Joven inició. En la fachada reformó el balcón central con potente escudo y terminó la saliente comisa, y al patio añadió la tercera planta de ventanales peraltados muy manieristas. La obra cumbre que el genio de Buonarroti proporcionará a Roma como cabeza de la catolicidad es la definitiva construcción de la basílica de San Pedro, que ni Bramante, Rafael, Peruzzi, Giuliano de Sangallo ni su sobrino Antonio de Sangallo el Joven habían podido levantar desde la primera piedra bendecida por Julio II en 1506. Cuando falleció el último Sangallo en 1546, el Papa puso en manos de Miguel Angel la conclusión de tan diferida espera. Volvió el artista a la prístina idea bramantesca del plan central, ahora con una sola entrada principal y no las cuatro abiertas por Bramante a los extremos de la cruz griega, y la dotó de robustos pilares ochavados en el crucero para sostener una más grandiosa cúpula sobre tambor. El sistema del equilibrio exigido por la cúpula también coincide con la solución bizantina de contrarrestarla con cuatro cúpulas menores tras los pilares -sólo se construirán con tambor dos de ellas por Vignola-, con lo que se disponían naves en planta cuadrada en torno al ochavo central, donde se dispondrá el altar de la Confesión sobre la tumba de San Pedro. En los impresionantes ábsides dispuso pilastras de orden gigante que acomodan ventanas en dos y tres pisos, y sobre enorme cornisa levanta un ático de ventanales apaisados en contraposición dialéctica, que también trasladará al altísimo tambor de la cúpula. Esta se eleva, con sus 42 m de diámetro, no sólo por encima de las colinas famosas de la urbe, sino sobre toda la arquitectura romana imperial, al superponer la magnitud del Panteón de Agripa sobre unas naves que rivalizan con las bóvedas de la basílica de Majencio y Constantino. Lo único que trastocó su idea de dominio absoluto de la cúpula fue la adopción más tarde por Maderno de la planta final de cruz latina, con lo que se pierde la visión exenta cuando se la mira próximo a la fachada principal. Pero desde los Jardines Vaticanos y en lontananza, la cúpula miguelangelesca es la cima por excelencia de todo el Cinquecento. Como segundo arquitecto de San Pedro tuvo Miguel Angel unos años al español Juan Bautista de Toledo, a quien Felipe II llamará en 1563 para trazar el monasterio de El Escorial. A la muerte del gran florentino, una parte del proyecto, como las dos cúpulas menores, será obra de Vignola, y la grandiosa cúpula, concebida con doble casquete, fue terminada con mayor peralte por Giacomo della Porta. La actuación de Buonarroti mientras se levanta la basílica vaticana se extendió a otras empresas arquitectónicas romanas como la iglesia de San Juan de los Florentinos, para la que hizo cinco proyectos (1559) de planta centrada, la adaptación del espacioso salón de Santa María de los Angeles aprovechando en 1563 el tepidarium de las Termas de Diocleciano, y la Porta Pía, abierta en 1561 en un lienzo de las Murallas Aurelianas, epítome de su postrero mensaje manierista.
Personaje Arquitecto Escultor Pintor
Miguel Ángel es el artista con mayúsculas; pintor, escultor y arquitecto, su personalidad es tan fuerte que define los cánones del genio. Michelangelo Buonarroti nació en Caprese, cerca de Arezzo, el 6 de marzo del año 1475. Pertenecía a una familia acomodada - su padre Lodovico di Leonardo di Bounarroto Simone era "podestá" de Florencia en esa localidad - que se trasladó a la capital de Toscana a las pocas semanas de nacer el pequeño. La madre, Francesca di Neri di Miniato del Sera, confió la alimentación del pequeño a una nodriza, hija y mujer de canteros, dato que será considerado por el artista como fundamental para su formación. Cuando Miguel Ángel tiene seis años fallece su madre; en esos momentos conoce al pintor Francesco Granicci, un mozo de 12 años que le anima a pintar, lo que no será del agrado de Lodovico Buonarroto. Tras algunos años de "lucha" entre padre e hijo, Lodovico da su brazo a torcer - él deseaba que su pequeño realizara una carrera administrativa o comercial más satisfactoria que la pintura - y Miguel Ángel ingresa con trece años en la "bottega", el estudio, de Domenico Ghirlandaio con quien aprendería las técnicas del fresco y desarrollaría su extraordinaria capacidad como dibujante. Tras una corta estancia en la "bottega" - que parece abandonar por discrepancias con su maestro - inicia estudios de escultura en el Jardín de los Médici, bajo el patronazgo de Lorenzo el Magnifico y la dirección artística del donatelliano Bertoldo di Giovanni. Estos años serán de gran felicidad para el joven ya que es acogido como hijo adoptivo por el Magnífico en el palacio Médici, donde vivía con los más destacados miembros del humanismo: Poliziano, Marsilio Ficino, Pico della Mirandola. Sus primeros trabajos escultóricos se realizan en estos años bajo la protección de los Médici. La caída de la familia gobernante de la ciudad, a la que contribuyó decididamente la actuación del clérigo Girolamo Savonarola, provocó la huida del joven artista, primero hacia Venecia y después a Bolonia, donde estudió las obras de Jacopo della Quercia. En el invierno de 1495-1496 regresa a Florencia, donde trabaja para Pierfrancesco de Médici, también simpatizante del gobierno popular dirigido por Savonarola al igual que Miguel Ángel. En estos años juveniles manifiesta ya una profunda admiración hacia la anatomía que le llevará a acudir casi todas las noches al depósito municipal de cadáveres para practicar disecciones que le permitieran conocer mejor la estructura interna del cuerpo humano. En sus obras escultóricas de estos momentos - especialmente la Centauromaquia - muestra un dominio del movimiento y de la anatomía que no había sido conseguido por Donatello. En el mes de julio de 1496 se traslada a Roma por primera vez. En la Ciudad de los Papas recibirá el encargo de su famosa Pietà del Vaticano, mostrando su manera de trabajar en un Baco y un Cupido esculpidos para el banquero Jacopo Galli. De regreso a Florencia realizó el David y la decoración de la Sala del Consejo del Palazzo della Signoria, siendo el encargado de elaborar la Batalla de Cascina que compitiera con la Batalla de Anghiari encargada a Leonardo. En el boceto demuestra una vez más su obsesión por el desnudo, que será modelo de un buen número de artistas jóvenes por aquellas fechas. Ambas obras han desaparecido por desgracia. En 1505 el poderoso papa Julio II reclama a Miguel Ángel que regrese a Roma ya que le va a encargar una tumba con cuarenta figuras, digna de tan elevado personaje. Pero el magno proyecto se vio reducido a la realización del Moisés y los Esclavos. Los caracteres del Papa y del artista eran tan diferentes que los enfrentamientos, a pesar de la mutua y profunda admiración que se manifestaban, no tardaron en aparecer. El propio Miguel Ángel denominará a ese encargo la "Tragedia del Sepulcro". Será el mismo Julio II quien también le encargue su obra maestra: el techo de la Capilla Sixtina, a cuya decoración dedicará cuatro años, entre 1508 y 1512. El trabajo fue agotador ya que no contaba con ningún ayudante y puso de manifiesto el fuerte carácter del maestro agravado por su insatisfacción característica, la escasez de honorarios y las numerosas demandas de ayuda que recibe de su familia, especialmente de su hermano Buonarroto. Es significativo el texto de una carta que escribe a su padre en enero de 1509: "Hace un año que no recibo un céntimo del papa y no lo pido porque mi trabajo no va adelante como creo que merece. Esta es la dificultad del trabajo y el no ser mi profesión. Pierdo tiempo sin provecho. Dios me asista". En una nueva carta se reafirma en sus opiniones al manifestar: "Sigo aquí disgustado y no muy sano, con gran trabajo, sin gobierno y sin dineros". Tras el fallecimiento de Julio II en 1513, sus herederos reducen el proyecto de sepulcro, lo que supondrá un importante varapalo para el maestro. Los viajes son continuos y tienen como punto de destino Carrara, donde se sentía tranquilo y sosegado junto a la familia con la que se crió. El papa León X le encarga la decoración de la fachada de san Lorenzo en Florencia - obra que quedará inconclusa -, realizando también los planos de la Biblioteca Laurentina y las Capillas Mediceas, donde se alojarían las tumbas de Giuliano y Lorenzo de Médici con las famosas estatuas de la Aurora y el Crepúsculo y la Noche y el Día. Estos años trabajará para el gobierno de la República de Florencia como ingeniero militar, siendo nombrado en 1529 "gobernador general de las fortificaciones" y trasladándose a Pisa, Livorno y Ferrara para comprobar el estado de sus murallas. En 1534 Miguel Ángel se instala definitivamente en Roma, donde realizará el Juicio Final, en la Capilla Sixtina, por encargo del papa Paulo III, quien le nombra pintor, escultor y arquitecto del Vaticano. En el Juicio Final, Miguel Ángel exhibirá su admiración hacia la anatomía que le llevará a desnudar al propio Cristo, anticipando con sus figuras el Barroco. Pero la reacción moral no se hizo esperar y ya en vida del maestro se empezaron a tapar los cuerpos, siendo Volterra uno de los encargados. Los pleitos con los herederos de Julio II para la ejecución de la tumba se suceden llegando a situaciones límite de las que salió airoso gracias a la ayuda del papa. Llevará a cabo los frescos de la Capilla Paolina inmediatamente después de acabar con el Juicio, una vez resueltos sus problemas con los herederos de Julio II, consintiendo éstos en la renuncia del maestro a la ejecución de los trabajos y admitiendo la colocación del Moisés en el nuevo proyecto. Desde 1546 Miguel Ángel se dedica especialmente a la arquitectura; tras fallecer Antonio da Sangallo asume la dirección de las obras de la basílica de San Pedro del Vaticano, compaginando los trabajos con el diseño de la escalinata del Capitolio y el Palacio de los Conservadores. En estos años mantendrá una encendida amistad con la poetisa Vittoria Colonna, mujer de místico temperamento que llevará a Miguel Ángel a expresar en sus obras y escritos una dolorosa fe, manifestando un ineludible deseo de penitencia. La fama del maestro alcanzó elevadas cotas en los últimos años de su vida, siendo nombrado "jefe" de la Academia de Dibujo de Florencia. Vasari, en sus famosas "Vidas", y Ascanio Condivi, con su biografía, le encumbrarán. El artista de la "terribilità", que definiría el último Cinquecento, fallecía en Roma el 18 de febrero de 1564 a la edad de 89 años. Su sobrino Leonardo llevará en secreto el cadáver del genio hasta Florencia en el mes de marzo, celebrándose solemnes funerales por su alma en la iglesia de San Lorenzo, antes de ser enterrado en Santa Croce. La ajetreada vida de Miguel Ángel fue llevada a la novela por Irving Stone en "El tormento y el éxtasis" sirviendo de base a una película con el mismo título.