Esta área ocupa la franja mediterránea de la Península Ibérica y el suroeste y en ella se pueden distinguir dos zonas: 1. Zona ibera propiamente dicha, que incluye Levante y Cataluña, influenciada por la colonización griega y los aportes de la Cultura de los Campos de Urnas, de clara filiación indoeuropea y factor difusor de elementos indoeuropeos por el valle medio del Ebro y, de aquí, a la Meseta Norte (valle del Duero), aunque con una pujante cultura propia en la época del Bronce, sobre todo en la zona del Sudeste. 2. Zona de influencia ibera o zona meridional, que se corresponde con la Andalucía actual en casi toda su extensión, así como el Algarve portugués y parte de Extremadura, en cuya formación tienen que ver sobre todo la cultura de Tartessos, que tuvo su desarrollo en la zona más occidental de Andalucía, aunque, a pesar de los grandes esfuerzos desplegados por arqueólogos e historiadores, aún no sepamos dónde estaba situada su capital o centro principal, y los elementos aportados por las colonizaciones griega y púnica. La Cultura de los Campos de Urnas se desarrolla en Europa Central hacia 1200 a. C. y penetra en la Península ibérica por los pasos del Pirineo Oriental. La característica principal de esta cultura es el ritual de la incineración, en el que las cenizas eran depositadas en unas urnas, lisas o decoradas. La Cultura de los Campos de Urnas se propagó hacia Occidente, lo que significó la integración de grandes áreas geográficas de la Península Ibérica (Cataluña y Valle del Ebro) y del Suroeste de Francia (Languedoc y Aquitania) en el ámbito general de una cultura superior.
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Como hemos visto anteriormente, aunque es difícil poder delimitar con exactitud las distintas áreas histórico-culturales de la Península Ibérica en época prerromana, se puede afirmar que, a grandes rasgos, el área ibera se corresponde geográficamente con la zona oriental y meridional de la Península. Esta área no es uniforme, ni en su orografía, ni en su clima, ni en su ecología, pudiendo distinguirse dentro de ella varias subáreas: Cataluña, con diferencias entre la costa y el interior, el valle del Ebro, Valencia, Sudeste, Alta Andalucía y Baja Andalucía. Este área se halla constituida por un mosaico de pueblos entre los que existen manifestaciones culturales similares, que nos permiten generalizar para todos ellos la denominación de civilización ibérica o pueblos del área ibera, aunque dentro de un área tan amplia haya una serie de matices y diferencias entre unas y otras regiones, debidos tanto a la diversidad del sustrato indígena, como a los contactos, directos o indirectos y más o menos intensos con los pueblos colonizadores, pues se trata precisamente de la zona de influencia directa de las colonizaciones fenicia, griega y púnica. Podríamos decir sin miedo a equivocarnos que la civilización ibérica es la respuesta cultural indígena a los estímulos colonizadores. Con una localización más o menos precisa, debido sobre todo a que en muchos casos no sabemos hasta qué punto la administración romana respetó las divisiones originarias indígenas, a partir principalmente de los datos de las fuentes greco-latinas de época clásica romana, vamos a señalar los pueblos más importantes de este área, los de mayor amplitud geográfica: - Con respecto a Cataluña, tenemos que en los valles de los Pirineos se encuentran los arenosios (valle de Arán), los andosinos (zona de Andorra) y los cerretanos (en la Cerdaña). En las zonas llanas de Vich y Gerona estaban situados, según J. Maluquer, los ausetanos, aunque A. del Castillo los sitúa en la Costa Brava en contra del testimonio del propio Livio. La discusión ha surgido por un texto de Ptolomeo (2, 2, 70), que relaciona a los ausetanos con la ciudad de Gerunda, lo que ha llevado a muchos autores modernos a considerar que la comarca de la Selva estaba ocupada por este grupo de población. En la actualidad (J.M. Nolla y E. Sanmartí sobre todo) se piensa que los indiketas ocupaban todo el litoral gerundense, mientras que los ausetanos ocuparían el interior, la comarca de Osona. Esta ubicación se compadece mejor con las noticias del resto de los autores antiguos (Avieno, que los denomina ausoceretes, y Plinio el Viejo sitúan a los indiketas en la costa y a los ausetanos en el interior, mientras Estrabón se olvida de los ausetanos en su descripción de la costa). En la zona de Berga se encontraban los bergistanos, gente salvaje entre los que abundan los bandidos que atemorizan al resto de la población, según Plinio. En los alrededores de Barcelona, en las comarcas del Maresme y el Vallés, se ubicaban los lacetanos. Es probable que tanto los lacetanos, como los lasetanos, laletanos y layetanos de las fuentes, fueran un mismo pueblo o pueblos muy relacionados (en Plinio aparecen lacetanos, laletanos y lasetanos, que para Schulten son todos lacetanos). - En el área del valle del Ebro, el historiador Estrabón sitúa a los ilergetes en las ciudades de Osca (Huesca) e Ilerda (Lérida). Parece que estos ilergetes no tienen que ver directamente con los ilercavones a los que Plinio ubica en la costa al Sur del Ebro hasta las proximidades de Sagunto. Los ilergetes se adentraban en territorio aragonés hasta entrar en contacto con los celtíberos. Se trata, por las noticias de las fuentes, de un grupo de gran personalidad y dureza. Otro grupo de población muy importante en la zona del valle del Ebro son los sedetanos. Para la ubicación de este grupo de población ha sido decisiva la tesis doctoral de G. Fatás. Hasta entonces (Bosch Gimpera y García y Bellido entre otros) habían sido incluidos dentro de los edetanos, por el Bajo Aragón hasta más arriba del Ebro, ignorando la existencia de los sedetanos. Ahora sabemos que los sedetanos ocupaban las tierras situadas entre los Montes de Castejón y la Muela, los Monegros hasta la Sierra de Alcubierre, con los ilergetes al Norte, el río Matarraña que sería el límite con los ilercavones y por el Sur la línea natural que cambia la divisoria de aguas de la cuenca del Ebro en la provincia de Teruel. Tenemos también en esta zona a los suesetanos localizados en los textos de Tito Livio como vecinos de los sedetanos y los lacetanos, por lo que algunos historiadores modernos (Rodríguez Adrados, Vallejo, etc.) han pensado que debían estar situados en la actual provincia de Tarragona. Para Fatás hacia comienzos del siglo II a.C. no había suesetanos en Tarragona, sino en la Tarraconense, ocupando la mayor parte de la actual comarca de las Cinco Villas de Aragón, en el limite entre Aragón y Navarra. - En el País Valenciano, uno de los grupos principales de población de la zona son los edetanos. Estrabón los menciona en la costa, pero sin una localización fija. También ha habido aquí confusión de pueblos. En este caso se habían confundido los edetanos y los sedetanos (Schulten fue el principal defensor de esta identidad), pero, como hemos visto antes, a partir del estudio que de los textos de los autores antiguos, más concretamente de Plinio, los sedetanos estaban más cercanos al Ebro y los edetanos en las provincias de Castellón y Valencia, en el territorio que encierran los ríos Sucro (= Júcar) en la frontera meridional y Udiva, identificado por Schulten con el Mijares, siendo Liria una de sus principales ciudades. También en esta zona las fuentes mencionan a los contestanos, que han sido objeto de estudios detallados de Llobregat y Uroz. De los autores antiguos únicamente Plinio y Ptolomeo se refieren a ellos con claridad, pues Estrabón no menciona para nada a la Contestania, cuyo territorio es atribuido a los edetanos. Sin duda, en el caso de Estrabón estamos ante un texto con referencias de carácter general, sin concretar el territorio exacto de cada una de las poblaciones que ocupaban las distintas zonas de la Península Ibérica, pues, sólo a medida que se fue conociendo con más claridad el territorio de los distintos pueblos, aparece como tal en los autores greco-latinos. Schulten proponía el carácter celta de los contestanos a partir de etimologías y relaciones de la raíz del nombre, aunque en la actualidad se atribuye un origen mediterráneo antiguo a todos los pueblos cuyo nombre termina en -itani o -etani. Además, por su cultura material y por su escritura este grupo de población es ibero, por lo que, como dice Presedo, parecen ociosas estas discusiones lingüísticas. Para Plinio la Contestania se extiende desde el río Taver, que desemboca en el golfo ilicitano, hasta el río Sucro, donde limitarían con los edetanos. Saitabi (Játiva), Ilici (Elche), Lucentum (La Albufereta, Alicante) y Dianium (Denia) son sus principales ciudades. - En el área del Sudeste peninsular nos encontramos, de acuerdo con los datos de las fuentes antiguas, con los deitanos citados por Hecateo. Para Plinio el territorio que ocupa este grupo de población coincide con la costa oriental de la Citerior, entre los contestanos y los bastetanos. Según Bosch Gimpera y Pericot los deitanos están situados a partir del siglo III a.C. al nordeste de los mastienos y tartesios, mientras Cabré, con base en el estudio arqueológico de la región, afirma que a partir del siglo V a. C. podemos hablar de la fase ibera de la zona. Por lo que hoy sabemos su territorio estaba en la vega del río Segura, separando a los contestanos de los mastienos. Al Sur de los deitanos y a continuación en la costa se encuentran los mastienos, que reciben este nombre de la ciudad de Mastia y a quienes el Periplo de Avieno cita sin ninguna precisión. Tampoco parece que Hecateo y Teopompo tengan más suerte en la descripción del lugar de asentamiento de este pueblo, hablando Hecateo de alguna de sus ciudades como ciudad céltica. Para Schulten una de sus principales ciudades, Molybdana (citada por Hecateo), estaba situada en la región de Cartagena. También en esta zona junto a los mastienos se cita a los libiofenices, habiendo pensado algunos autores modernos que su territorio coincidiría en gran parte con los mastienos. El hecho de que aparezcan citados por Avieno junto con los mastienos debe llevarnos a la conclusión de que se trata de pueblos distintos, aunque, si hacemos caso a Eforo, que los da como habitantes de Malaca, Sexi y Abdera, se trataría de los mismos mastienos de Hecateo. Lo que sí parece claro es que se trata de pueblos extranjeros, ya que Plinio les llama siempre poeni. Serían los pueblos orientales y sus descendientes y los hallazgos de la arqueología en los yacimientos de Toscanos, Trayamar y otros similares así parecen confirmarlo. Siguiendo por la línea de costa nos encontramos con los bastetanos, a quienes Estrabón atribuye una situación en el litoral entre Calpe y Gades y que pertenecen a la Turdetania. Hay una gran confusión entre los autores antiguos en cuanto a su localización, incluso dentro de la descripción del mismo Estrabón, para quien en otros pasajes los bastetanos habitan en el interior desde las sierras de la provincia de Cádiz hasta Granada, llegando casi hasta Málaga. Ptolomeo habla de dos grupos, los bártulos al Oeste y los bastetanos al Este, denominando a los primeros bástulos poenos los cuales, en opinión de Schulten, corresponden a los blastofenicios de Apiano y a los poeni de Plinio. Actualmente se piensa que estaban situados en Almería y con una penetración hacia la vega de Granada, identificando su población principal y la que les da el nombre, Basti, con Baza, a pesar de que la arqueología no ha sido muy explícita hasta el momento en ese sentido. Otra de sus ciudades importantes era Tutugi, identificada con Galera. - La Alta Andalucía estaba habitada en época prerromana por los oretanos. Ni Avieno, ni Polibio los citan expresamente. Sí lo hace Estrabón a la vez que a sus ciudades más importantes, pero los hace llegar hasta la costa Sur. Los datos de Ptolomeo no son relevantes, pues para entonces ya la administración romana había desdibujado los límites primitivos de los pueblos. Por Estrabón sabemos que su territorio es atravesado por los cursos altos del Betis (3, 4, 12) y del Júcar (3, 4, 14). En la actualidad parece claro que los oretanos ocupaban la zona oriental minera de Sierra Morena, la mitad Este y Norte de la provincia de Jaén y parte de las de Ciudad Real y Albacete, esto es, la zona natural de paso entre el Centro, Sur y Levante de España. Destacan entre sus ciudades Castulo (cerca de Linares), que tuvo una gran importancia en la época de dominio cartaginés de la Península por su vinculación con Aníbal, y Oria u Orissia (probablemente Granátula). - En el valle del Guadalquivir, de todos los pueblos citados por los autores antiguos pertenecientes al área ibera los de mayor extensión e importancia son los turdetanos. Según varios autores antiguos y modernos, este término es una forma de denominación de los tartesios, aunque, como dice Presedo, comúnmente la palabra se emplea entre los arqueólogos para significar la época que va desde el siglo V hasta la conquista romana y, por esta razón, lo tartésico es para nosotros la fase más antigua de esta misma región. Sus elementos de cultura material son comunes en lo fundamental con los de los iberos. Estrabón identifica turdetanos y túrdulos, pero para Polibio y Plinio son distintos, estando los túrdulos al Norte de los turdetanos. Plinio da noticia de unos turduli veteres en Lusitania, noticia que ha sido confirmada recientemente por el hallazgo de un pacto de hospitalidad en el Castro da Senhora da Saúde os Monte Murado (Pedroso), V.N. da Gaia, fechado en el año 7 d.C. por los cónsules y en el que aparecen como participantes unos turduli veteres. Para Estrabón la Turdetania comprende todo el valle del Guadalquivir, limitando con los carpetanos y por el sur con los bastetanos. Según este autor, tiene forma de cuadrado con 2.000 estadios de ancho y de largo. Podría ser este nombre el que denominaba a toda la región, en la que habitaban, según los datos de las fuentes, poblaciones menores dificiles de localizar (etmaneos, olbisios, cilbicenos, igletes o filetes, etc.). El mapa del área ibera se completa con los bártulos, ya citados al referirnos a los bastetanos, que estarían situados en la actual provincia de Granada.
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En la historiografía actual se está imponiendo la utilización de este término, que tiene un contenido esencialmente lingüístico, por ser más comprehensivo de la realidad a la que se refiere que otros términos utilizados en épocas pasadas. A partir de una serie de estudios y hallazgos recientes hoy podemos delimitar con bastante claridad la denominada área indoeuropea de la Península ibérica, aunque con algunas zonas de transición. A grandes rasgos comprende las dos Mesetas, el norte y el oeste de Hispania, extendiéndose desde el valle medio del Ebro (claramente establecido el límite en la actualidad tras el conocimiento del Bronce de Contrebia) y el Sistema Ibérico al este, hasta el río Guadiana por el sur, el Atlántico por el oeste y el Cantábrico por el norte. Esta área es la señalada por los lingüistas como área de claro dominio de las lenguas indoeuropeas y dentro de ella quedan incluidas todas las lenguas de carácter céltico (como es el caso de la celtibérica, en el valle medio del Ebro sobre todo), como las no propiamente célticas (como es el caso de la lusitana, que ocuparía el centro de Portugal y parte de Extremadura), y, también en su seno existen, por supuesto, como han demostrado los últimos trabajos de M.L. Albertos, diferentes regiones o áreas antroponímicas menores definidas por la presencia de ciertos nombres personales característicos. Muchos eran los pueblos que ocupaban este territorio durante la Antigüedad: celtíberos (citeriores y ulteriores), carpetanos, vacceos, vettones, lusitanos, tumodigos, astures, galaicos, etc., pero todos ellos presentan en el plano lingüístico una característica común que da cierta unidad a la zona, el carácter indoeuropeo de sus lenguas. Pero existe un elemento diferenciador que son sus formas organizativas sociales. Atendiendo precisamente a estas formas de organización social la supuesta unidad desaparece debiendo diferenciar del conjunto a la zona del Noroeste, los galaicos de los textos romanos, que ocupaban en la Antigüedad un territorio un poco más amplio que la actual Galicia. De acuerdo con las investigaciones más recientes esta zona del Noroeste posee en época prerromana y primeros tiempos de la dominación romana una organización diferente, que se reconoce sobre todo a partir de las fuentes epigráficas, todas ellas, como ya hemos visto, de época romana, pero en las que aparecen reflejadas instituciones y formas organizativas características de la sociedad indígena. A partir de la epigrafía de época romana podemos conocer parte de las estructuras organizativas indígenas y observar los procesos de cambio que en ellas se van produciendo junto con las transformaciones históricas que tienen lugar dentro de la Península Ibérica. Tradicionalmente se había pensado que existían las mismas formas organizativas indígenas entre los galaicos, los astures, los cántabros y demás pueblos del área indoeuropea, aunque reflejadas en la epigrafía con términos distintos, gentes, gentilitates y genitivos del plural en -um / -orum con sus variantes en el caso de los astures, cántabros, vettones y pelendones entre otros, y en el caso de los galaicos con una "C invertida", que era leída como centuria (A. Schulten, A. Tovar, M.L. Albertos, P. Le Roux y A. Tranoy, entre otros). Como en tantos otros asuntos epigráficos de nuestra historia antigua fue la intuición de M.L. Albertos la que puso sobre la pista de la interpretación correcta a epigrafistas e historiadores proponiendo la equivalencia "C invertida" = castello. J. Santos y, sobre todo, G. Pereira han continuado esta intuición reforzándola desde el punto de vista histórico, frente a los que seguían manteniendo la interpretación como centuria u otras interpretaciones, como tendremos ocasión de ver más adelante. La hipótesis se vio confirmada en su totalidad con la aparición de una nueva inscripción en Astorga, en la que aparecen dos individuos que, aparte de su pertenencia a la comunidad de los Lemavos, del primero de ellos, que es una mujer, Fabia, se dice que vive en "C invertida" Eritaeco y del segundo, Virio, posiblemente su hijo de siete años, se dice que vive en "C invertida" Eodem, por lo que creemos que se ha pensado, con toda razón, que el término con el que debe concordar debe ser neutro por razones de lengua y castellum (que muy probablemente debamos traducir como "castro") por razones históricas. Hoy sabemos, sobre todo a partir de los estudios de M.L. Albertos, J. Santos y M.C. González, que los términos que encontramos en la mayor parte del área indoeuropea (gens, gentilitas y genitivos de plural) son términos que aluden al nombre de una unidad suprafamiliar, es decir, mayor que una familia, que viene expresada en la mayor parte de los casos por el uso del genitivo del plural y que están relacionados con el parentesco (Por ejemplo la siguiente inscripción de Yecla de Yeltes, Salamanca, territorio de los vettones: Segontius Talavi f(ilius) Talabonicum = Segontio, hijo de Talavo, de los Talabonicos, o esta otra de Poza de la Sal, Burgos, territorio de los pelendones: D(is) M(anibus). Atili(a)e Cantabrequn, Ati(lii) f(iliae) = A los dioses manes. A Atilia, hija de Atilio, de los Cantabrecos). En el área del Noroeste (Gallaecia), independientemente de la interpretación que se dé del signo epigráfico "C invertida" (para unos centuria y para otros castellum), lo que sí parece claro (y en esto tanto P. Le Roux, A. Tranoy, J. Alarçao y R. Etienne, por un lado, como G. Pereira y J. Santos, por otro, estaban de acuerdo ya en el I Seminario de Arqueología del Noroeste, en Guimaraes en 1979) es que la realidad que encierra este signo está referida al lugar de origen y habitación de la persona en cuestión, lo que lo diferencia claramente de la función de los términos gens, gentilitas y genitivos de plural. Se trataría de núcleos de población (posiblemente castros) con una independencia organizativa imposible de determinar de momento en el interior de los populi o civitates. (Por ejemplo la siguiente inscripción de Braga, en territorio de los galaicos bracarenses, Albura Caturonis filia) "C invertida" Letiobri, an(norum) LXX, h(ic) s(ita) e(st) = Aquí yace Albura, hija de Caturo, de setenta años, del castro Letiobro; o ésta aparecida en Cerdeira do Coa, Portugal, al sur del Duero y a unos 150 kms del territorio de los Límicos, es decir, fuera del territorio de la civitas (comunidad ciudadana) o el populus de este grupo de población: Fuscus Severi f(ilius) Limicus "C invertida" Arcuce, an(norum) XXII h(ic) s(itus) e(st). S(it) t(ibi) t(erra) l(evis). P(ater) f(aciendum) c(uravit) = Aquí yace Fusco, hijo de Severo, del pueblo (o civitas) de los Limicos, del castro Arcuce, de veintidós años. Que la tierra te sea leve). En este último caso, por haber muerto el individuo fuera del territorio de la civitas a que pertenece el castro en el que vive, se indica, además del referido asentamiento, la civitas, que es lo significativo dentro de las relaciones de derecho público. Este límite de los castella y las unidades suprafamiliares es el mismo que señalan, por un lado, el curso inferior del río Duero hasta el Océano y, por otro, la divisoria entre galaicos y astures. Desde la desembocadura del Duero sigue el curso de este río hasta encontrar la desembocadura del Sabor; continúa el curso de este río en sentido ascendente por una línea imaginaria entre el río y las Sierras de Bornes y Nogueira, sigue al Oeste de la Sierra de la Culebra y Sur de la Sierra Segundera, para continuar hacia el Norte por las de San Mamed, Caurel y Ancares y ya, por último, por el curso del río Navia hasta su desembocadura en el Mar Cantábrico, tal como expone J. Santos a partir del análisis de la zona en que han aparecido las inscripciones con mención de castella y sin indicación de la ciudad en la que estaba integrado cada conjunto de castros. De esta forma, por exclusión, queda trazado el limite noroccidental del área geográfica de las organizaciones suprafamiliares. El resto del área indoeuropea y sus límites vienen dados aproximadamente por los lugares de hallazgo de las inscripciones con mención de organizaciones indígenas suprafamiliares o, por decirlo de otro modo, unidades organizativas indígenas. Este límite, que puede tomarse como punto de referencia en la separación del área indoeuropea y el área ibera, ha sido establecido con claridad por M.C. González a partir de la recogida y análisis de todas las inscripciones y documentos con mención de unidades suprafamiliares, que ha reflejado en un excelente mapa en su obra Las unidades organizativas indígenas del área indoeuropea de Hispania, y es el siguiente: en la parte occidental y hacia el Sur tomamos en la desembocadura del Duero la línea de costa hasta la desembocadura del Tajo, abarcando el territorio lusitano, y, desde allí, por el curso del río Tajo hasta encontrar territorio vettón. Sigue en dirección este por las cercanías del río Almonte hasta llegar a las proximidades de la Sierra de Altamira y los Montes de Toledo, ya en territorio carpetano. Desde los Montes de Toledo sigue por las actuales provincias de Toledo y Ciudad Real hasta alcanzar la Sierra de Almenara y la Serranía de Cuenca. De aquí a los Montes Universales, a los que corta, dirigiéndose hacia el Sur de Peñalba de Villastar en la provincia de Teruel. Este punto es el más suroriental. El límite por el Este y en dirección Norte alcanza el río Turia en la misma provincia de Teruel y continua hasta la comarca de Belchite, ya en Zaragoza; prosigue entre los límites de esta comarca y la de Azaila, cortando el río Huerva, por el Sur del Ebro hasta las proximidades de Zaragoza (que queda al Norte); continúa por el Sur del río Ebro hasta la divisoria actual de Navarra y Zaragoza, dejando al Norte, en territorio vascón, a Cascante, y sigue por el Sur del Ebro hasta el río Alhama, en la actual provincia de La Rioja y, desde aquí, a Arnedo, Bergasa y El Redal en dirección Norte para luego alcanzar de nuevo el Ebro a la altura de Mendavia (vascona) que queda al Norte de esta línea y, de aquí, al extremo oriental de la Sierra de Cantabria. En este tramo coinciden los límites entre los celtíberos, los berones y los vascones, como afirma M.A. Villacampa en su obra sobre los berones. El límite oriental en el valle medio del Ebro viene marcado por el triple límite entre celtíberos (contrebienses), vascones (alavonenses) e iberos (saluienses), límite que se ha podido precisar con bastante exactitud a partir del hallazgo de la denominada Tabula Contrebiensis o Bronce latino de Botorrita. Este documento público fechado por los cónsules en el año 87 a.C. expone un litigio entre comunidades indígenas por la compra de un terreno para una canalización de aguas y para la resolución de este litigio se recurre a una tercera comunidad, Contrebia Belaisca. En la parte final del documentos aparecen los individuos que han sostenido la causa de cada una de las comunidades, así como aquellos de los contrebienses que han actuado como jueces. El sistema onomástico de los distintos individuos (la diferente forma de expresar el nombre) es distinto, según se trate de los miembros de una u otra comunidad. Los que actúan de jueces, ciudadanos de Contrebia Belaisca, celtíberos por ello, presentan el mismo sistema onomástico que el resto de los pueblos del área indoeuropea (nombre personal + genitivo de plural + filiación: Lubbus Urdinocum Letondonis f. = Lubo de los Urdinos, hijo de Letondo). La causa de los saluienses, habitantes de Salduie, sedetanos según las fuentes y, por ello, iberos, fue defendida por un individuo cuyo sistema onomástico y naturaleza de sus antropónimos son distintos a los de los contrebienses (nombre personal + filiación + ciudad: (- - -)assius (-)eihar f. Salluiensis= (- - -)asio, hijo de (-)eihar, saluiense). La causa de los alavonenses, habitantes de Allavona, ciudad perteneciente a los vascones según las fuentes, fue defendida por un individuo cuyo sistema onomástico es idéntico al del saluiense que aparece anteriormente (nombre personal + filiación + ciudad: Turibas Teitabas f. Allavonensis= Turibas, hijo de Teitabas, alavonense). Gracias a la diferente forma de expresar su nombre los individuos que allí se mencionan se ha podido establecer de modo preciso el límite entre las áreas indoeuropea e ibera en el valle medio del Ebro, descubriéndose claramente que la zona de Contrebia Belaisca (valle del río Huerva) debe incluirse dentro del área de la Hispania indoeuropea con lo que queda establecido el máximo de penetración occidental en el valle del Ebro de los celtíberos y su lengua. Pero en este punto se nos plantea una duda: los vascones, que en el documento a que hemos hecho referencia aparecen con un sistema onomástico no indoeuropeo, sino semejante al de los iberos, ¿deben ser incluidos en el área ibera o en el área indoeuropea? Y lo mismo los várdulos en cuya epigrafia no ha aparecido ninguna mención a unidades indígenas suprafamiliares. En el estado actual de la investigación no tenemos datos suficientes para decidirnos por una u otra alternativa, aunque, como veremos más adelante, en el proceso de formación histórica de estos pueblos antes de la llegada de los romanos influyen los mismos elementos transpirenaicos que en el resto de lo que denominamos zona indoeuropea y, en este caso, con mayor intensidad si cabe por ser los primeros puntos de contacto. Falta ya únicamente trazar en este límite oriental de unidades organizativas indígenas la divisoria desde el Este de la Sierra de Cantabria hasta el Cantábrico. Para establecer esta línea M.C. González toma como base la presencia o ausencia en los documentos epigráficos de menciones a organizaciones indígenas suprafamiliares. En la epigrafía de los várdulos (pueblo limítrofe por el Sur con los berones) no hay ni un solo ejemplo de este tipo de unidades organizativas, a pesar de la abundante presencia de nombres personales indoeuropeos, mientras que sí aparecen, aunque no abundantemente, entre los caristos, con lo que podríamos hacer coincidir el límite con el de várdulos y caristos: desde la Sierra de Cantabria sube hacia el Norte hasta encontrar el Condado de Treviño y, de aquí, por el Sur de los Montes de Vitoria y al oeste de Alegría de Alava, por el puerto de Arlabán, la Sierra de Elguea, la Sierra de Aitzgorri y el Puerto de Azcárate por el Deva hasta su desembocadura en el Cantábrico. Estos son los límites que perfilan el área peninsular ocupada por documentos epigráficos con mención de organizaciones suprafamiliares (gentes, gentilitates y genitivos de plural), que coincide en gran medida (Sur y buena parte del Este) con el límite de la Hispania indoeuropea. Ninguno de los términos arriba mencionados (gens, gentilitas y genitivos de plural), ni el signo epigráfico "C invertida" aparecen en las inscripciones del área ibera, donde los individuos expresan su origen únicamente a través de la filiación (nombre del padre en genitivo y filius, ya sea en toda su extensión, ya con la sigla f.) y de la ciudad a la que pertenecen.
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En la historiografía actual se va imponiendo este término, a pesar de su contenido esencialmente lingüístico, por ser más comprehensivo de la realidad a que queremos referirnos que los términos utilizados con anterioridad. Este área se corresponde fundamentalmente con los territorios y poblaciones antiguas de los valles del Duero y Tajo, toda la cornisa cantábrica, utilizando palabras de Estrabón, "de los galaicos hasta los vascones y los Pirineos" (aunque no se pueda afirmar con él que todos tienen el mismo modo de vida y organización), parte del valle medio del Ebro (La Rioja) y los valles de los afluentes del Ebro por la derecha (Jalón y Jiloca) en la parte sur de este valle medio. Es decir, la parte peninsular al norte de una línea imaginaria trazada desde la cuenca baja del Tajo a la cuenca alta del Ebro. Tampoco en este caso podemos hablar de uniformidad en cuanto a las formas organizativas de estos pueblos, pues han tenido un proceso de formación histórica distinto, en el que han influido su propia evolución interna y los estímulos exteriores, y han llegado a grados de desarrollo distinto en el momento de ser conquistados por los romanos, que es cuando, debido a la propia conquista, tenemos más noticias de ellos. Y es fundamentalmente a partir de los datos de las fuentes literarias, confirmados en algunos casos por los trabajos de la arqueología, cómo podemos distinguir a estos pueblos o conjuntos de pueblos y su ubicación geográfica, no olvidando en ningún momento lo afirmado anteriormente en el sentido de que las fuentes y datos que poseemos para el conocimiento de estos pueblos son fundamentalmente romanos y no indígenas. Comenzando por los celtíberos debemos afirmar que en los escritores greco-latinos de época clásica hay grandes imprecisiones con respecto a la ubicación de estos pueblos y su territorio. Así, por ejemplo, Plutarco sitúa a Cástulo en la Celtiberia, Artemidoro hace lo propio con Hemeroscopeion y Diodoro hace de Indíbil, régulo ilergete, un celtíbero. A partir de los datos de Polibio, Livio, Estrabón, Plinio y Ptolomeo, completados recientemente por el extraordinario documento latino aparecido en Botorrita (Tabula Contrebiensis), se pueden trazar unos límites más o menos precisos. En primer lugar es necesario hacer una distinción entre celtíberos citeriores y ulteriores. Los celtíberos citeriores ocupaban los valles del Jalón y del Jiloca y parte de las márgenes derechas del Ebro, mientras que los celtíberos ulteriores ocupaban las altas cuencas del Duero y la llanura hasta el Tajo, es decir, la actual provincia de Soria en su totalidad, gran parte de la de Guadalajara, parte de la zona sur de la de Burgos y la parte oriental de la de Segovia. Entre los celtíberos citeriores las fuentes citan a lusones, titos y belos. Los lusones limitan en el valle medio del Ebro con la zona ibera y con los vascones, como se ha evidenciado a partir del bronce latino de Botorrita. Destacan entre sus centros Contrebia, en las proximidades de Daroca, y Bilbilis, la actual Calatayud. Los titos y los belos limitan con los arévacos y apenas tenemos noticias de ellos por su temprana conquista. Segeda, en las cercanías de Belmonte, era el principal centro urbano de los belos, así como Arcobriga, Arcos de Jalón. Por el sur se extendían por toda la zona del este de Guadalajara. Todos estos pueblos recibieron las influencias ibéricas que, procedentes de Levante, remontaron el valle del Ebro, al estar situados en los pasos estratégicos del valle del Ebro a la Meseta. A los celtíberos ulteriores pertenecen los arévacos y los pelendones. Los primeros constituyen, al menos según las fuentes romanas de la conquista y posteriores, el principal grupo de población de los celtíberos. Entre sus ciudades destacan por su importancia Clunia-Peñalba de Castro, Burgos, Termantia-Montejo de la Sierra, Soria, Vxama Argalea-Burgo de Osma, Soria y Segontia-Sigüenza, Guadalajara. Al parecer en época prerromana los pelendones fueron arrinconados por los arévacos hacia las zonas montañosas del nordeste de la provincia de Soria (zona de los castros sorianos), si tenemos en cuenta los datos que nos aportan autores greco-latinos y la interpretación que de estos datos han hecho F.J. Lomas, M.C. González y J. Santos, entre otros. Del análisis de las fuentes puede deducirse que los pelendones fueron un pueblo sometido por otro pueblo indígena en expansión, los arévacos, posiblemente en el momento inmediatamente anterior a la conquista romana. La política seguida por Roma devolvió a los antiguos habitantes, pelendones, el territorio del que habían sido desalojados. De ahí que Numancia aparezca en unos autores como arévaca y en otros como pelendona. Los carpetanos estaban situados al sur de los celtíberos en el valle del Tajo, ocupando un territorio bastante amplio desde la Sierra de Guadarrama hasta La Mancha y gran parte de la cuenca del Tajo hasta pasada Talavera de la Reina. Centros importantes son Toletum-Toledo, Complutum-Alcalá de Henares y Consabura-Consuegra. Podemos decir que los vacceos ocupan las mejores tierras cerealistas del valle medio del Duero en las provincias de Burgos (Roa de Duero-Rauda), Palencia (Pallantia), León (Terradillos-Viminatium), Zamora (Zamora o alrededores-Oceloduri), Valladolid (Portillo-Porta Augusta y Simancas-Septimanca) y Segovia (Coca-Cauca). Por su parte, los vettones ocupaban ambas vertientes de las Sierras de Gredos y Gata, destacando entre sus emplazamientos Salamanca (Salmantica), Ledesma (Bletisa), Ciudad Rodrigo (Mirobriga), Baños de Montemayor (Lama), Ventas de Cáparra (Capara), Avila (Obila ?) y Trujillo (Turgallium). Parece ser que también en este caso el pueblo más fuerte, los vacceos, arrinconó al más débil en las zonas montañosas y menos productivas y, por ello, también Helmantica-Salmantica aparece en unos autores antiguos como vaccea y en otros como vettona. En el territorio que en época romana incluye la provincia de Lusitania deben distinguirse dos zonas claramente delimitadas, la zona sur, donde habitaban turdetanos (zona del Algarve -Tavira-Balsa, proximidades de Faro-Ossonoba- y zona del Alentejo -Alcacer do Sal-Salacia, Setúbal-Caetobriga y Beja-Pax Iulia-, y la zona entre el Tajo y el Duero, donde habitaban los lusitanos propiamente dichos con centros tan importantes como Coimbra-Aeminium, Coria-Caurium, Evora-Ebura y Cáceres-Norba Caesarina. Al este de los vacceos se encuentran los turmodigos, que limitan por el norte con los cántabros, mientras que por el oeste los Montes de Oca les separan de los autrigones, es decir, ocupan la parte centro-occidental de la provincia de Burgos, siendo su núcleo más importante Sasamón- Segsamone, y la parte colindante de la provincia de Palencia, donde destaca Herrera de Pisuerga-Pisoraca. Ocupando la mayor parte del territorio de la actual Comunidad Autónoma de la Rioja y algún espacio cercano (Rioja Alavesa y zona suroccidental de Navarra) se encontraban los berones. Es discutida la ubicación del límite entre berones y várdulos, que estaban al norte de ellos, situándolo unos autores en la Sierra de Cantabria y otros en el lecho del río Ebro, con lo que la Rioja Alavesa quedaría en un caso dentro y en otro fuera de su territorio. Las últimas investigaciones, sobre todo lingüísticas de M.L. Albertos, y hallazgos arqueológicos recientes apuntan a la Sierra de Cantabria como límite. Por el oeste el límite con los autrigones es probable que fuera todo el curso del río Tirón, mientras que por el este el límite varía según nos refiramos a la etapa anterior o posterior a la expansión vascona por el valle medio del Ebro, aceptándose actualmente que antes de la conquista las ciudades del valle medio del Ebro (Cascantum-Cascante, Graccurris-Alfaro y Calagurris-Calahorra) eran beronas y, a partir de la expansión vascona, desde el final de las Guerras Celtibéricas, pertenecerían a los vascones. Por el sur limitan con arévacos y pelendones, perteneciendo los altos valles del Nájera y Alhama al territorio de estos pueblos. Sus principales núcleos son Varia-Varea, Tricio-Tritium Magallum y Libia, cerca de Herramelluri. Al norte de los berones y celtíberos citeriores (indoeuropeos), al oeste de los iacetanos y de los salluienses del valle del Ebro (iberos) y al este de los várdulos se encuentran los vascones históricos de los textos greco-latinos de la época de la conquista. Este pueblo tiene dos zonas claramente definidas en la historiografía greco-latina clásica, el saltus (zona montañosa sobre todo) y el ager (la zona más bien llana al sur de Pamplona, que se vio ampliada con toda probabilidad en los siglos II y I a.C. a costa de berones y celtíberos). Los grupos de población más importantes de este pueblo que aparecen en las fuentes romanas son los andelonenses, de la zona de Andión; los carenses, de la zona de Santa Cara; los iliberritani, posiblemente de la zona de Liédena o de Lumbiers; los pompaelonenses, de Pompaelo (Pamplona), fundación de Pompeyo sobre un antiguo poblado indígena; Ilurcis, probablemente poblada por vascones antes de las guerras de los romanos contra los celtíberos, como piensa R. López Melero, y sobre cuyas ruinas T. Sempronio Graco fundó Gracchuris (Alfaro) con población vascona, si tenemos en cuenta que en la guerra de Sertorio contra Pompeyo, mientras Calagurris defiende a ultranza a Sertorio, Gracchuris está de parte de Pompeyo. También parece que en época clásica Segia, Egea de los Caballeros, pertenece a los vascones. Con un límite común en Treviño (Trifinium) y llegando su territorio hasta la costa encontramos, al norte de los berones y de este a oeste, a los várdulos, que, según las fuentes antiguas, ocuparían parte de la provincia de Guipúzcoa, entre los valles del Oyarzun y Urumea como punto de referencia más oriental y el del Deva como punto más occidental, y de la de Alava (la parte oriental de La Llanada, incluyendo Alegría de Alava) como centro más occidental y el Condado de Treviño como punto más meridional, y parte del territorio colindante de la provincia de Navarra. A continuación los caristos, que están situados a modo de cuña entre los várdulos y los autrigones, ocupando por la costa el territorio entre el Deva al este y el Nervión al oeste, constituyendo la vega del Bayas y los Montes de Vitoria en Treviño la parte más meridional de la divisoria. Entre sus centros principales destacan Suessatio, posiblemente Kutzemendi en Olarizu en época prerromana y Arcaya en época romana, y Veleia, poblado de Arkiz en época prerromana e Iruña en época romana. El territorio de los autrigones estaría incluido entre el Mar Cantábrico, con el Asón como punto de referencia, y la Sierra de la Demanda, y desde los ríos Nervión y Tirón a la región de Villarcayo, La Bureba y el Puerto de la Brújula; entre sus núcleos más importantes destacan Castro Urdiales (Flaviobriga), Osma de Valdegobía (Vxama Barca) con un importante núcleo de castros de la Edad del Hierro, Briviesca (Virovesca) y Cerezo del Río Tirón (Segisamunclum), ya lindando casi con los berones. Y, siguiendo hacia el oeste por la cornisa cantábrica, nos encontrarnos con los cántabros, cuyos límites vienen dados en la costa por los ríos Ansón por el este (con los autrigones) y Sella por el oeste (con los astures). Por el sur lindan con los vacceos y turmódigos, ocupando, aparte de la Cantabria actual, la zona oriental de Asturias, la zona norte de Palencia y nordoriental de León al este del Esla (vadinienses) y la parte noroccidental de Burgos. En las fuentes aparecen divididos en varios grupos: vadinienses, cuya epigrafía ha merecido un excelente estudio de M.C. González, orgenomescos, salaenos, plentauros, coniscos, avariginos, etc., siendo sus principales núcleos Velilla de Guardo, Palencia-Tamarica, Vadinia (civitas Vadiniensis), en la zona occidental y aún sin localizar, quizá porque no tuviera centro urbano, y Vellica, no lejos de Monte Cildá. Al oeste de los cántabros y separados de éstos por el Sella y el Esla se asentaban los astures, nombre que posiblemente dieron los romanos a todo un conjunto de pueblos que vivían a uno y otro lado de la cordillera y que tiene que ver con el nombre del río, Astura (Esla), y con la capital en época romana, Asturica Augusta (Astorga). Entre los astures transmontanos (del otro lado de la cordillera) se encuentran los luggones en la zona centrooriental de Asturias y los pésicos en la parte occidental hasta el Navia. Entre los astures augustanos, que ocupaban casi toda la provincia de León, parte de la de Zamora al oeste del Esla y hasta el Duero y zona nordeste de Portugal hasta el Sabor, así como la parte nordoriental de la provincia de Orense, destacan los zoelas, situados en la parte más meridional, al sur de la Sierra de la Culebra, los brigaecinos, en la zona alrededor de Benavente, los lancienses, en la zona de Villasabariego y León, los amacos, en la zona de Astorga, y los gigurros en la zona de Petín, Puebla de Trives y Viana del Bollo. Y ya en el noroeste los galaicos, posiblemente también nombre genérico dado por los romanos a un grupo de pueblos, numeroso, como abundantes son sus asentamientos, que vivían en lo que será la Gallaecia romana. En época romana se distingue entre lucenses y bracarenses. Los lucenses ocuparían el territorio al oeste y al norte de una línea que uniría el Navia con el Sil y la ría de Vigo y los bracarenses, al norte del Duero y al oeste de la continuación de la línea del Navia por la Sierra de El Caurel, la Sierra de San Mamed, hasta la cabecera del Sabor, cuyo curso hasta el Duero les separa de los astures. Entre los lucenses están los ártabros, en la zona al oeste de Betanzos, los supertamaricos, al norte del río Tambre, los albiones, en la zona occidental de Asturias al oeste del Navia, los cilenos, entre el río Ulla y el Lérez, y los lemavos de la zona de Monforte de Lemos. Entre los bracarenses se encuentran los coelernos de la zona de Castromao, los límicos, cuyo centro estaría en Ginzo de Limia, los quarquernos, en la zona de Bande, los tamaganos de la cabecera del Támega, los bíbalos, al sur de éstos, y los aquifiavienses, de la zona de Chaves.
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La personalidad de los desarrollos culturales acaecidos en Mesoamérica y el Area Andina entre el 300 y el 900 d.C., hace que inevitablemente buena parte de América Central se interprete en función de los procesos de expansión o detracción constatados en ambas regiones. La región denominadas Tierras Bajas de América del Sur, establecida a efectos de explicación, se extiende desde el oeste de Cuba hasta la Tierra del Fuego, y desde el Océano Atlántico a los Andes. Dentro de estas fronteras existen grandes islas de bosque tropical e inmensos pantanos, aunque diferencias de clima, suelo y elevación originan tipos distintos de hábitats arbóreos, terrestres y acuáticos.
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Las culturas emplazadas al sur de Mesoamérica, tal vez por su posición entre dos áreas de fuerte personalidad cultural, no han suscitado aún el suficiente interés por parte de los investigadores, a pesar de que en este territorio se han constatado procesos muy complejos. En términos amplios, se estima que esta frontera sur de Mesoamérica es menos dinámica que la septentrional, tal vez debido a la existencia de poblaciones más evolucionadas y rígidamente establecidas, que han llevado a los arqueólogos a definir un Área Intermedia, para diferenciarla de los grandes desarrollos de Mesoamérica y del Área Andina. La región que vamos a comentar bajo el amplio epígrafe de Área Intermedia y Sudamérica se extiende desde el oeste de Cuba hasta la Tierra del Fuego, y desde el Océano Atlántico a los Andes. Dentro de estas fronteras existen grandes islas de bosque tropical e inmensos pantanos, aunque diferencias de clima, suelo y elevación originan tipos distintos de hábitats arbóreos, terrestres y acuáticos. El área es una de las más desconocidas de la arqueología americana, con trabajos realizados en buena medida hace décadas y enfocados sobre sitios aislados, sin que sea posible conocer en profundidad una región determinada. Otra dificultad añadida es la imposibilidad de obtener fechas de C14 en las tierras bajas tropicales, lo cual ha originado que se hayan trazado historías culturales a partir de tipologías y analogías, enmarañando aún más la situación. Por otra parte, la mayoría de los utensilios de los grupos de bosque tropical son de naturaleza orgánica; por ejemplo, madera, hueso, plumas, semillas, materiales perecederos para edificios y ornamentos, etc., los cuales se han perdido en los suelos ácidos del bosque y dificultan la reconstrucción de las sociedades antiguas. A ello se le añade el hecho de que la cerámica se introdujo de manera irregular y en tiempos tardíos, y de que los asentamientos son de difícil acceso, complicando aún más el panorama de la investigación en la región que han resumido de modo excelente Evans y Meggers. En consecuencia, los yacimientos de los que tenemos noticia son sitios de habitación, extensiva y casi sin desechos; cementerios formados a partir de urnas crematorias y ofrendas; y campos de cultivo; en ellos se encontró una cerámica muy sencilla, salvo en las últimas fases en que aparece decorada.
obra
Sin duda es Arearea una de las composiciones más interesantes de las realizadas por Gauguin en su primera estancia en Tahití. Presenta a dos jóvenes sentadas bajo un árbol, una de ellas tocando la flauta; en primer plano encontramos un perro rojo y, al fondo, tres mujeres que adoran a un ídolo. El título, escrito en el lienzo, tiene gran importancia para los simbolistas con los que Gauguin se relaciona. Como ocurre en múltiples obras de este periodo, la mujer es la protagonista de la escena, junto al colorido empleado. Las tonalidades son aplicadas de manera plana, sin dar sensación de profundidad - influencia de la estampa japonesa que tanto entusiasmaba a los impresionistas - jugando con verdes, amarillos, naranjas y blancos, que dotan de inmensa alegría a la imagen. El primitivismo que tanto interesaba al artista se encuentra en las figuras del fondo - que también están presentes en otras obras como Mahana no atua - así como la pose hierática de las dos protagonistas, pintadas como si fueran estatuas maoríes. Las líneas ondulantes que surcan la composición muestran la influencia japonesa. Cuando la obra fue expuesta en París en el año 1893, el perro rojo causó risas y escándalo, signo inequívoco de la incomprensión hacia la pintura de Gauguin.
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Los desequilibrios europeos en cuanto a poblamiento, paisaje agrario cultivado, introducción de utillaje más eficaz, dimensión de las concentraciones aldeanas o distribución de centros urbanos, produjeron también una desigual incorporación al movimiento de renovación comercial entre las diversas regiones europeas, cuando aún prevalecía esta acotación regional y no se habían establecido las condiciones nacionales de entidades políticas y administrativas más amplias y heterogéneas. De ahí que, a la hora de establecer áreas de concentración comercial o rutas predominantes, haya que considerar por un lado la progresiva incorporación a la actividad mercantil de las diversas zonas continentales y por otro la apertura de nuevas rutas como consecuencia de la mejora en los medios y vías de transporte, el alejamiento del peligro de nuevas invasiones o guerras entre reinos y Estados o la mayor demanda de productos de consumo ordinario o extraordinario en los núcleos urbanos restaurados, refundados o levantados precisamente en torno a encrucijadas de caminos importantes. Pero hay que considerar que, a pesar de las dificultades y cambios provocados en Europa desde la caída del Imperio romano occidental y el establecimiento de las monarquías bárbaras, el gran comercio internacional de la alta Edad Media no llegó a desaparecer, teniendo en cuenta el impacto bizantino primero y musulmán después que no interrumpió, sino que revivificó dicho comercio en la amplia cuenca del Mediterráneo oriental y occidental; a la vez que las invasiones normandas y el comercio frisón por el Atlántico movilizó riquezas y proporcionó objetos de lujo y dispendio a las cortes europeas germanas y eslavas o a los claustros catedralicios y monacales. Por eso no debe extrañar que la Italia antes lombarda y carolingia al norte y bizantina e islámica al sur, con el enclave pontificio en medio, fuera pionera en la movilización de un comercio que comenzó siendo especializado por parte de algunos puertos y ciudades independientes que aprovecharon a partir del siglo X su ubicación estratégica entre las áreas de influencia bizantina, musulmana y post-otónida o romano-germánica. La impresión recogida por un lombardo anónimo ante la actividad veneciana de adquisición de suministros necesarios para el sustento por toda Italia, sin dedicarse a las faenas propias del campo, antes del año 1000, indica la excepcionalidad del hecho en un mundo mayoritariamente agrario y autárquico. Como manifiesta R. S. López, una vez iniciada la experiencia de Venecia con el comercio de la sal o de Amalfi con el aceite, "la fiebre comercial se fue propagando por otros puertos italianos -Pisa y Génova a la cabeza de ellos-, y en menos de un siglo se contagió a las ciudades del interior, involucrando incluso a familias nobiliarias demasiado numerosas, cuyos patrimonios rústicos no les resultaban suficientes. En el curso del siglo XI se sumaron a este renacimiento comercial los puertos del Mediterráneo francés y de Cataluña, aunque su progreso e influencia sobre las tierras del interior fueron menos revolucionarios. Barcelona, por ejemplo, que fue la rival más poderosa de las ciudades italianas, se vio frenada por el peso de una monarquía exigente y de una aristocracia refractaria a la seducción del comercio. Hija primogénita de la revolución comercial, Italia conservaría e incrementaría su primacía económica durante toda la Edad Media". En cambio, la gestación del área comercial normanda y ruso-oriental fue menos precipitada y más premiosa en su consolidación; a pesar del impulso inicial dado por los escandinavos y eslavos, éstos conectando por el este con el comercio bizantino e islámico (a través del Mar Negro y por medio de las rutas fluviales en las que nacieron los principados rusos de soporte mercantil) y aquellos colonizando por el oeste parte de las Islas Británicas, Islandia y Groenlandia. Ahora bien, si todavía en estos siglos de la plenitud medieval (XI-XIII) la gran dificultad fue sobre todo la desigual difusión del comercio por la extendida escasez de demanda de productos de consumo diario, al prevalecer el autoabastecimiento propio de una sociedad autosuficiente y encorsetada en el marco de producción feudal, el surgimiento y proliferación de centros administrativos y urbanos, así como también la permeabilidad de las regiones fronterizas hispano-musulmanas, ítalo-bizantinas, báltico-eslavas y anglo-germánicas, promovió asimismo una actividad intercambiadora, manejada, según los casos, por los judíos, los primeros burgueses con franquicias y libertad comercial, los negociadores por cuenta propia o por delegación de señores laicos o eclesiásticos, los concesionarios de cecas y fabricantes de monedas, e incluso los dedicados a la piratería y el corso. Todo ello conviviendo con las grandes rutas que conectaban el Oriente más lejano con el Occidente más fragmentado en el transporte de la seda, las especias o las ricas telas, joyas y maderas preciosas procedentes de la China, la India o el Medio Oriente. Este comercio internacional de productos de lujo, demandados por las cortes europeas y los dignatarios de la Iglesia, afectaba también a los objetos procedentes del Imperio bizantino y de los países musulmanes del Asia occidental y mediterránea o del norte de África, especialmente en las áreas de frontera entre la Cristiandad romana, ahora en expansión, y el Islam de al-Andalus, ahora en retroceso a partir del siglo XI. Pero dicho intercambio era en principio descompensado, pues Occidente apenas podía ofrecer de interés para musulmanes y bizantinos armas, paños de uso común y objetos ordinarios de demanda continuada y de uso cotidiano entre los productos elaborados, y materias primas como los minerales, alimentos, pesca o caza; mientras que Bizancio o el Islam proporcionaban, además de los objetos de lujo ya aludidos, medicinas, plantas aromáticas, perfumes, colorantes tintóreos o especias; en unos casos de extracción o producción propia y en otros traídos de Oriente y por su mediación introducidos en Occidente. Poco a poco la tendencia favorable al comercio islamo-bizantino fue invirtiéndose en favor del Cristianismo europeo occidental, y si bien todavía en esta época (siglos XI-XII) no se puede hablar de una organización profesionalizada y regularizada por ley del comercio internacional y nacional, incluyendo medidas protectoras y de franquicias según los casos y los momentos económicos, las crisis bizantinas y de los países musulmanes provocaron la caída de la producción y del control comercial en ambas economías orientales, que necesitaron importar de Occidente productos a mejor precio y con mayor calidad que los propios. Además de este planteamiento general, hay que tener en cuenta la provocación que pudieron suponer, en esta inversión de las corrientes comerciales, fenómenos político-sociales tales como las Cruzadas, las rutas de peregrinación -especialmente el camino de Santiago-, la colonización alemana del este, la dominación de la costa meridional del Báltico por las ciudades alemanas, la colonización norteafricana de los italianos y castellano-aragoneses o, como comercio especializado pero muy lucrativo, el trasiego y tráfico de esclavos. Todo ello en una implicación política que relacionó el comercio europeo, estrechamente, con los cambios políticos producidos en el Continente a lo largo de la plena Edad Media. El largo tránsito de una economía cerrada a otra abierta en la que el número de mercancías, su valor y variedad fue aumentando progresivamente, iba a tener su cenit en el siglo XIII, en el cual la actividad mercantil se consolidó, aumentando sus áreas de influencia, mejorando su infraestructura y prodigando la moneda, los depósitos bancarios y los valores financieros y de crédito. El desarrollo de cultivos y productos artesanos, destinados en buena parte a la exportación fuera de los lugares de origen, aumentó aún más el desarrollo del comercio, que se convirtió en el resultado más espectacular de la prosperidad económica del siglo XIII -como señala Le Goff-. La mayor seguridad en los caminos permitió la apertura de nuevas rutas que, como las de los Alpes, conectaron directamente los dos centros de desarrollo más importantes del continente: el norte y centro de Italia con Flandes, norte de Francia y el oeste de Alemania. El esplendor de una ciudad como Milán, descrito en 1288 por un cronista (Bonsevil de la Ripa, en su "De magnalibus urbis Mediolani"), justifica el asombro por contarse en ella: 200.000 habitantes, 12.500 hogares abiertos a la calle, 60 galerías o logias, 200 iglesias, 10 hospitales, 300 panaderías, un millar de tabernas o 40 copistas de manuscritos; así como el poder adquirir en dicha capital de Lombardía todo tipo de frutas, aves, pescados, carnes, vinos y especias. Pero también la protección de los comerciantes y sus mercancías fue objeto de atención en el siglo XIII por parte de las autoridades publicas, al considerar su actividad como beneficiosa y necesaria para el progreso y el bienestar, a pesar de la siempre combativa doctrina de la Iglesia al respecto. Protección que se extendió igualmente al comercio fluvial y marítimo, en el que los avances técnicos en los navíos e instrumentos de navegación favorecieron de la misma forma el transporte de mercancías a larga distancia; siendo una novedad importante al respecto la constitución de los consulados del mar que las grandes potencias comerciales del Mediterráneo prodigaron por los puertos orientales y norteafricanos del "mare nostrum", así como la legislación marítimo-comercial, los mapas de navegación (portulanos incluidos) y las asociaciones mercantiles en comanda. La construcción de grandes naves de transporte en el área de dominio de la Hansa, denominadas "kogges" (cocas en el Mediterráneo) de hasta 200 toneladas, permitió el traslado de mercancías pesadas (trigo, mineral, madera, carbón) a grandes distancias y en cantidades estimables. Y la aparición de los primeros códigos marítimos en Venecia (el de Jacobo Tiepolo en 1235 y el de Raniero Zeno en 1255), dieron paso a obras legislaciones mercantiles como la del "Llibre del Consolat de mar" que aparece en Barcelona al final de la centuria. Legislaciones controladas y reguladas por tribunales especiales, como el de la "Mercancía" de Florencia o el llamado "Parloir aux bourgeois" de París. A lo largo de la segunda mitad del siglo XIII, a la vez que las relaciones entre las diversas partes de Occidente y del área oriental eslavo-bizantina aumentaron considerablemente, construyendo un sistema único europeo para el comercio, con prolongaciones en África, Asia y Extremo Oriente, el avance en las medidas protectoras y correctoras de la actividad mercantil permitieron desarrollar dicha actividad con garantías legales, materiales y personales, que evitaran los excesivos riesgos y animaran a la creación de grandes empresas comerciales o asociaciones de ciudades y centros económicos europeos. De la excepcionalidad e irregularidad del incipiente comercio del siglo XI se había pasado por varias etapas que habían recorrido todo un camino de progreso y apertura en el que primero fue la conexión del Mediterráneo con Centroeuropa, después el contacto italiano con el Mediterráneo occidental, en colisión con las potencias castellana y aragonesa, luego la relación con las rutas norteafricanas del oro y las flamencas de los ricos textiles, y finalmente la instalación en el Mar Negro de los venecianos y genoveses camino de la India o de China. Es decir, toda una estrategia premiosamente ensamblada y debidamente protegida que haría de Italia y del norte de Europa dos focos económicos de arrastre y control del resto de las economías de los Estados occidentales, en los que a partir del siglo XIII, ya en la Baja Edad Media, las dificultades derivadas de las crisis obligarían a proteger los mercados nacionales pare evitar el hundimiento de la producción propia y aprovechar, en cambio, los beneficios que las economías de escala iban a procurar a partir del XIV en los países más desarrollados. El alza del sector considerado como testigo espectacular del progreso de los siglos XI al XIII, el de los textiles, es el mejor ejemplo de conjunción de factores que en torno al desarrollo, mejora y protección del comercio fueron posibles gracias a la creación de un área única supracomercial que superó fronteras naturales, nacionales o productivas.
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La investigación ha dividido el continente americano en diferentes áreas culturales, a veces de límites difusos. La mejor definida de todas es Mesoamérica, cuya frontera norte es una línea que comienza en Sonora y Sinaloa y termina en el Golfo de México, mientras que en el sur incluye la parte occidental de Honduras y El Salvador, alcanzando por la costa del Pacífico hasta la península de Nicoya. Dentro de ella, es preciso distinguir entre las regiones culturales del Norte de México, Occidente, el Altiplano central, el Golfo, Oaxaca y el Area Maya. La misma importancia cultural que Mesoamérica alcanzan los pueblos del área andina. Ésta se divide a su vez en las áreas septentrional, central, centro-sur, meridional y extremo sur. Entre Mesoamérica y el área andina queda el área intermedia, el tercer gran centro de civilización de la América precolombina. Las Antillas y el norte de Venezuela forman el área Caribe. Sudamérica se completa con las áreas amazónica, Brasileña oriental, Chaco, Pampeana y Fueguina. En Norteamérica, se ha propuesto la existencia de diez áreas culturales. Éstas son el Artico, el Subártico, el Noreste, el Sureste, las Llanuras, el Suroeste, California, la Cuenca, la Meseta y, finalmente, el Noroeste. Los pueblos de la América del Norte no alcanzarán el desarrollo cultural logrado por los de Mesoamérica o el área andina.
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En el año 218 a.C. en el transcurso de la Segunda Guerra Púnica desembarcaron por primera vez en la Península Ibérica al mando de Cneo Cornelio Escipión, utilizando como cabeza de playa a Ampurias, y durante prácticamente dos siglos de conquista (las Guerras Cántabras, realizadas contra los últimos pueblos sin conquistar de la Península Ibérica, cántabros y astures, terminaron oficialmente en el año 19 a.C.), los romanos en sus continuos avances y retrocesos en Hispania encontraron una gran variedad de pueblos con distintos orígenes y estructuras (sociales, económicas, políticas, religiosas, etc.), así como en distintos estadios de evolución, desde los más cercanos a sus propias formas organizativas desde el punto de vista político, como se ha visto reiteradamente con los habitantes de, a grandes rasgos, la actual Andalucía y el Levante hasta Cataluña y el valle medio del Ebro, hasta aquellos otros cuyas formas organizativas eran más cercanas a realidades preciudadanas, es decir, no políticas, como eran, en general, los pueblos que tradicionalmente se han incluido dentro de la denominada área céltica (o no ibera, por oposición a las poblaciones iberas, que indistintamente se denomina ibera o ibérica y así lo haremos nosotros también), llamada en la actualidad indoeuropea con una base esencialmente lingüística. A esto hay que añadir que la conquista, que, como hemos dicho, duró dos siglos con avances y retrocesos incluidos, influyó decisivamente en el grado de evolución de las comunidades indígenas, ya sea por la propia relación pacífica entre estas comunidades y los romanos, ya sea por la posible conjunción de intereses de estas comunidades para oponerse a los romanos. Estas estructuras organizativas distintas y la misma época distinta de contacto con los romanos, junto con el desarrollo histórico anterior de estas comunidades, dieron como resultado el que, en el momento de la conquista, que es el momento a que se refiere la mayoría de las fuentes greco-latinas de época clásica, las formas organizativas de los pueblos que vivían en las distintas áreas que podemos denominar histórico-culturales de Hispania no sean iguales. Durante lo que se ha dado en llamar época protohistórica peninsular, y más concretamente desde el siglo XI hasta incluso el III a.C., en la Península Ibérica se está realizando un proceso de desarrollo histórico en el que intervienen distintos factores, unos de carácter externo, como son las influencias transpirenaicas, las denominadas invasiones indoeuropeas, aunque, como se verá más adelante, este término esté últimamente bastante en discusión, las influencias mediterráneas, más concretamente el proceso colonizador, fenicio y griego, que tiene sobre todo influencia en el Sur y el Levante peninsular, donde luego se desarrollará el llamado mundo ibérico, que no es uniforme, pues en él se pueden diferenciar claramente una zona ibérica septentrional y otra meridional, así como influencias atlánticas, sobre todo en la zona occidental de la Península. Todos estos movimientos e influencias sitúan a la Península Ibérica en los procesos históricos que se están realizando en estos momentos en el mundo mediterráneo y en el continente europeo en general. Pero, junto a ellos y sin una menor importancia, hay que tener en cuenta dentro del proceso de formación histórica del mundo que encuentran los romanos cuando conquistan la Península Ibérica la propia evolución interna de las poblaciones indígenas, en la que tienen especial importancia la influencia de la cultura tartésica, sobre todo en la zona suroccidental de la Península, y el propio desarrollo interno de las comunidades establecidas. Lo veremos más concretamente en capítulos posteriores, cuando analicemos el proceso de formación histórica de cada una de las áreas histórico-culturales.