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Primer bombardero a reacción alemán, del que sólo se llegaron a usar algunas unidades, fue también el único en llegar a ser operativo durante la II Guerra Mundial. Este avión de reconocimiento responde a un requerimiento de 1940 de la Luftwaffe alemana. Las avanzadas características técnicas requeridas hicieron que se realizasen multitud de proyectos y pruebas, en una carrea frenética por conseguir un avión a reacción. En total llegaron a diseñarse 18 prototipos, equipados bien con dos turborreactores Junkers 004, bien con cuatro BMW 003. Se diseñó también para poder despegar impulsado por cohetes, con carlinga presurizada, asiento eyectable y carretón lanzable tras el despegue y patines extensibles para el aaterrizaje, caracetrística esta última que se reveló ineficaz. Muy pocos de estos aparatos llegaron a estar en servicio, realizando misiones de reconocimiento sobre Francia, Bélgica y el Reino Unido, aunque, sin duda, constituyen un hito en la historia de la aviación militar.
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Este prototipo pasó a la historia como el último caza biplano de nacionalidad alemana. Se da a conocer durante el verano de 1936 como el modelo más avanzado del Heinkel He 51. Su diseño respondía a los caza más modernos, aunque sólo fue utilizado como avión de primera línea durante dos años. Hacia 1938 surgió, en sustitución de éste, un modelo bautizado como Messerschmitt Bf 109 cuyas dotaciones eran mucho más avanzadas. De este diseño derivan dos tipos: el Ar 68 y el Ar 68E-1 con un motor más potente que el anterior. En los primeros días de la Segunda Guerra Mundial ejerció las funciones de caza nocturno. Pero en 1940 dejó de servir en el frente para emplearse en los entrenamientos previos y vuelos de introducción a los caza.
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Personaje Político
De nombre Mohammed Abed Ar' ouf Arafat, su educación discurre en El Cairo. En la Universidad preside la Asociación de Estudiantes Palestinos. Una vez que concluye sus estudios se traslada a Kuwait para trabajar como ingeniero. A finales de la década de los años cincuenta su trayectoria política va cobrando fuerza y crea "Al-Fatah", un movimiento que reclama el territorio palestino ocupado por Israel. Tras la derrota de los árabes en la Guerra de los Siete Días, renace con fuerza la Organización para la Liberación de Palestina, convirtiéndose Arafat en su líder. En 1982 se produce la invasión del Líbano por parte de Israel y Arafat tiene que salir del país y se marcha a Túnez. Poco tiempo después estalla la "Intifada", que es el nombre que recibe la revuelta surgida en los territorios de Gaza y Cisjordania. En 1988 aprueba la Constitución del Estado Palestino y se presenta en la ONU como presidente de Palestina con una rama de olivo y una piedra. Durante la Guerra del Golfo mostró su apoyo a Saddam Hussein. Esta situación provocó duras críticas al líder palestino. Sin embargo, volvió a recuperar su posición cuando se celebró la Conferencia de Paz de Oriente Medio, que tuvo lugar en Madrid y luego en Washington en 1991. En estos años los sectores más exaltados de la población palestina le han criticado por emplear la vía negociadora para lograr el reconocimiento del Estado palestino. Finalmente este objetivo se ha logrado en 1993, el 13 de diciembre, con la firma de la paz en Washington entre Yasser Arafat, Rabin y Bill Clinton, que reconocía la autonomía de Palestina y exigía a Israel y la OLP el reconocimiento mutuo y la retirada de las fuerzas israelíes en las franjas de Gaza y Cisjordania. En 1994 recibió el Premio Nobel de la Paz y el Príncipe de Asturias. En 1996 fue elegido presidente de la Autoridad Nacional Palestina, cargo que desempeñó hasta su fallecimiento en 2004.
contexto
Aragón ha descubierto en fechas relativamente recientes su patrimonio mural de la Edad Media, sea el románico, sea el gótico. Más sistematizado el primero, el segundo sin embargo muestra conjuntos de notable interés, encabezados seguramente por las pinturas de la diócesis de Huesca. Las más antiguas de las conservadas son las de San Fructuoso de Bierge que, al igual que otras muchas del último tercio del siglo XIII, se disponían originariamente a manera de retablo. Desperdigado hoy en día este conjunto en diversos museos y colecciones, quedan aún in situ interesantes ejemplos de arte mural. Entre ellos, los más significativos son los de la iglesia de San Miguel de Foces, datables en los primeros años del siglo XIV, ya que la decoración se centra en los sarcófagos de Ximeno de Foces, el fundador de la iglesia, y de su hijo Atón de Foces, muerto en 1302, y de otros dos personajes de su familia. Junto a los murales de San Miguel de Foces hay que destacar los de la iglesia de San Miguel de Barluenga, con episodios dedicados al santo titular y especialmente los de la ermita de la Virgen del Monte de Liesa, ciclo de regular conservación pero en el que aún el colorido está muy presente y que muestra, distribuidos también a modo de los de un retablo, episodios de la vida de San Vicente y Santa Catalina. La catedral de Huesca en origen debía de poseer ricas decoraciones murales; en la actualidad se hallan extremadamente fragmentarias, si bien se han conservado algunos fragmentos tanto de la iglesia como del claustro. En cualquier caso, la riqueza del protogótico mural aragonés se pone en evidencia en los museos diocesanos de Huesca y especialmente en el de Jaca. En el de Huesca, aparte de los ya citados de Bierge, sobresalen las pinturas de San Miguel de Yaso, en tanto que en Jaca se puede seguir con pinturas cercanas a lo popular la evolución de un arte que, a partir de muy importantes conjuntos tardorrománicos como los de la ermita de Santa Lucía de Osia y las de la iglesia de Concilio, se adentran en el mundo de lo popular (Serrasola, Sorripas, Orús). En relación con los murales oscenses hay que situar a los zaragozanos, que sin duda tienen su máxima expresión en las decoraciones in situ de Sos del Rey Católico (cripta de la iglesia de San Esteban) y especialmente en las de las iglesias de Daroca (San Miguel, San Juan), las cuales demuestran cómo en la segunda mitad del siglo XIV la manera protogótica pervive y lo hace con total plenitud. Con todo, en tierras zaragozanas quizá la fase más notable de este período fue el primer tercio del siglo XIV. A este período hay que atribuir las pinturas de la capilla de Nuestra Señora de las Cabañas, en la Almunia de Doña Godina. Relativamente bien conservadas, las pinturas con representaciones caballerescas que corren por debajo del coro mudéjar y que decoran las tumbas de Doña Horia Pérez y de Doña Gilelma Pérez continúan, mostrando aún el repicado del setecientos, las del resto de la ermita, que de restaurarse aparecerían sin duda como uno de los conjuntos más interesantes del momento. La imaginación figurativa es la nota dominante en los murales procedentes de la parroquial de Urriés, en la actualidad conservados en el Museo Diocesano de Jaca. Los episodios del génesis son un verdadero ejercicio de imaginación pictórica con gran dominio del dibujo que alejan a su autor de lo conocido. Las pinturas murales zaragozanas no se agotan en esta sumaria relación; las pinturas de Pompién, Arbaniés, forman parte también de este rico conjunto que aún no está cerrado. Las campañas de restauración de ermitas, iglesias, catedrales, aportan nuevos indicios de la expansión protogótica, cuando no notables conjuntos que aún hay que valorar en su justa medida. Tal es el caso, por ejemplo, de los frescos de la iglesia de San Blas en Anento, el Juicio Final de la iglesia de Magdalena de Zaragoza, los de la iglesia de San Pedro de Tobed, los de la iglesia de San Antón de Tauste y los de la torre del homenaje del monasterio de Santa María de Veruela. Casi todos ellos pueden considerarse, en un primer análisis, de cronología tardía (siglo XV), lo cual nos indica que en centros rurales, alejados de la corte y del poder gremial, el protogótico sobrevivió ante el empuje de lo italianizante. De la zona turolense se han conservado sobre todo ricos artesonados en los que la iconografía profana y en particular la caballeresca está muy presente, como se advierte en el conjunto seguramente más importante de la Península: el artesonado de la catedral de Teruel. Esta iconografía se extendió también a la pintura mural, siendo de gran interés la decoración de la torre del homenaje del castillo de Alcañiz, con curiosas representaciones como la rueda de la fortuna (hoy en el Ayuntamiento) y cuyas escenas de conquista militar guardan clara relación con las catalanas de parecida iconografía. Aparte de los mencionados artesonados turolenses, se han conservado algunos ejemplos de la pintura sobre tabla aragonesa que a pesar de ser pocos no dejan de ser representativos de lo que pudo ser en origen. Partiendo de la estructura del frontal románico, con cuerpo central dedicado a un santo y zonas laterales compartimentadas según las exigencias narrativas de la vida del mismo, los retablos protogóticos aragoneses corren formalmente paralelos a las pinturas murales, sean aragonesas o catalanas, lo cual nos indica que, incluso de una manera más estrecha que en la etapa románica, los talleres de pintura realizaban ambos menesteres. Las mejores piezas se hallan en el Museo Nacional de Arte de Cataluña: son el retablo de Casbas, el de San Miguel de Tamarite de Litera y el procedente del monasterio de Sigena, dedicado a la exaltación de San Pedro de Verona. Este es el más singular, puesto que con su estructura verticalizante se acerca más a la tipología característica del retablo gótico que a la propia del frontal románico.
contexto
El periodo de plenitud vivido por la Corona de Aragón desde finales del siglo XIII se quebró a mediados del siglo XIV para dar paso a una profunda y larga decadencia que se prolongó durante el siglo XV. Consecuencia decisiva de este proceso fue la ruptura entre las directrices políticas de la monarquía y la voluntad de su base social. El reinado bifronte de Pedro IV el Ceremonioso (1336-1387) representa a un tiempo el último esplendor de la Corona de Aragón y las primeras manifestaciones de su declive (Peste Negra, crisis demográfica, socio-económica y política). Prosiguiendo la labor de sus antecesores, Pedro IV realizó una laboriosa política de reintegración de territorios mediterráneos que fructificó en las anexiones de Mallorca-Rosellón-Cerdaña (1349), Sicilia (1377) y los ducados almogávares de Atenas y Neopatria (1379-1388). Estos éxitos acrecentaron la Corona de Aragón, pero a costa de su agotamiento militar en la guerra naval contra Génova y en la pacificación de Cerdeña frente a los jueces de Arborea y la familia de los Doria (1353-1420). En la Península Pedro IV colaboró con Alfonso XI en la Batalla del Estrecho, pero el expansionismo de su hijo Pedro I provocó el enfrentamiento con Castilla -Guerra de los Dos Pedros (1356-1365)-y el reconocimiento de la hegemonía castellana. Consecuencia de esta guerra fue la entronización de los Trastámara, en la que Pedro IV jugó un papel decisivo. En el interior, su política autoritaria le permitió derrotar a las "Uniones" de las noblezas aragonesa -batalla de Épila(1348)- y valenciana, y abolir el "Privilegio de la Unión" de 1283. Parte de este reforzamiento regio fue la reforma de la Corte -Ordenamientos de Corte (1344)-, origen de su apelativo de Ceremonioso. Sin embargo, Pedro IV no pudo evitar que las Cortes catalanas aprovecharan sus guerras exteriores para limitar aún más el poder real creando la "Diputación del General de Cataluña" (Generalitat), comisión permanente de las Cortes cuya función económica-control de los subsidios adquirió pronto carácter político. El breve reinado de Juan I el Cazador (1387-1395) se define por un proceso de aristocratización consecuencia del cambio de mentalidad que experimenta Cataluña a finales del siglo XIV. Ello supuso la renuncia a la tradicional política mediterránea, la amistad con Francia y Castilla, el apoyo al Papado de Aviñón y la dejación de los problemas de Cerdeña y Sicilia. Muerto Juan I sin heredero, subió al trono su hermano Martín I el Humano (1395-1410), que retomó la política mediterránea tras el paréntesis abandonista de su antecesor. El dominio sobre Sicilia y la ardua pacificación de Cerdeña frente al vizconde de Narbona y los Doria en la batalla de San Luri (1409), vencida por su hijo Martín el Joven, no ocultaron que la Corona de Aragón había perdido el dominio del Mediterráneo occidental a manos de potencias atlánticas como Castilla y Portugal. Martín I participó en el problema del Cisma apoyando al aragonés Benedicto XIII, lo que más tarde tendría importantes repercusiones. En el interior reforzó la autoridad real recuperando bienes enajenados a la Corona, pero no solucionó otros problemas latentes (remensas, conflictos políticos en Barcelona, presión del pactismo). Su muerte en 1410 sin heredero varón supuso el definitivo agotamiento del "Casal de Barcelona". Al no elegir un sucesor, Martín I abrió una crisis de amplísimas consecuencias. Varios candidatos reclamaron el trono en 1410: Jaime, conde de Urgel; Alfonso, duque de Gandía; Luis de Anjou o Calabria; Fernando de Antequera; Federico, conde de Lunar; y Juan II de Castilla. Jaime de Urgel, natural y "llochtinent" (lugarteniente) de Martín I, parecía el candidato más claro, pero tenía enemigos en todos los reinos. Luis de Anjou y, más tarde, Fernando de Antequera fueron sus verdaderos rivales. Cataluña propuso la reunión de unas cortes generales, pero las luchas de bandos en Aragón y Valencia -Urrea (Anjou) contra Luna (Urgel) y Centelles (Anjou) contra Vilaragut (Urgel)-lo impidieron. A mediados de 1411 el bando proangevino Urrea-Centelles fue abandonado por Luis de Anjou, hasta ese momento principal rival de Jaime de Urgel, y se vinculó entonces a Fernando de Antequera. Este contaba con el poder de Castilla, un gran prestigio, enormes recursos personales, un ejército preparado y el apoyo del papa aviñonés Benedicto XIII -el papa Luna- y de parte del clero catalano-aragonés (como el popular Vicente Ferrer). Fernando dominó militarmente Aragón -luego Valencia- y reunió un parlamento favorable en Alcañiz. Benedicto XIII propuso designar nueve compromisarios- tres por reino, excepto Mallorca- para resolver la sucesión. Las Cortes catalanas aceptaron la oferta, pero, muy divididas, no eligieron a sus representantes y aceptaron los propuestos por Aragón, cediendo al reino aragonés todo el protagonismo. Reunidos los compromisarios en Caspe, Fernando de Antequera fue elegido rey de Aragón en 1412 por los tres representantes aragoneses, dos valencianos (los aviñoneses Vicente Ferrer y su hermano Bonifacio) y uno catalán. Al margen de polémicas, la entronización de los Trastámara en Aragón debe ser explicada en el seno de una contexto histórico especifico. Sólo así se comprende un acontecimiento en el que fueron decisivos la gran división interna de la Corona catalano-aragonesa, el poder y prestigio de Fernando de Antequera y el problema latente del Cisma, que en Aragón había alcanzado especial relevancia al ser un natural (Benedicto XIII) la cabeza del Pontificado de Aviñón. El respaldo de Castilla, las ventajas comerciales de la unión dinástica y el peligro de una guerra civil o de la desmembración de la Corona también favorecieron al castellano. El papel de Cataluña en Caspe vino definido por su propia debilidad interna, consecuencia de la crisis sufrida por el Principado durante el siglo XIV. Sin cohesión interna ni su proverbial peso político en el conjunto de la Corona, Cataluña no pudo tomar una decisión concreta ni imponerla, como otras veces, a Aragón y Valencia, interesados en la vinculación mercantil con Castilla. El Compromiso de Caspe simboliza la decadencia de una Cataluña incapaz de mantener su tradicional papel de motor de los destinos históricos de la Corona de Aragón. La llegada de los Trastámara en la persona de Fernando I (1412-1416) envalentonó al pactismo catalán, crecido ante el carácter electivo del nuevo monarca y la debilidad del rey cuando estalló la rebelión de Jaime de Urgel. En las Cortes de Barcelona (1413) la Diputación del General de Cataluña logró un primer triunfo al convertirse en un organismo político paralelo a la Corona con intervención en el gobierno. Esta reacción feudalizante dio nuevos pasos con las constituciones señoriales "Com a Molts" (1413) y en las Cortes de Tortosa-Montblanch (1413-14), en las que Fernando I, sometida la revuelta urgelista, pudo sacudirse la presión de la oligarquía catalana y demostrar que los Trastámara seguirían la política de fortalecimiento regio iniciada por Pedro IV y Martín I. Fernando I mantuvo la vocación mediterránea de sus predecesores en Sicilia y Cerdeña y sentó las bases de la futura política italiana de Alfonso V gracias a su alianza con Benedicto XIII, al que retiró su apoyo en la cuestión del Cisma en 1416.
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El desarrollo del Surrealismo en Zaragoza, al igual que acontece en el resto de los núcleos reseñados, se halla estrechamente ligado a las publicaciones de vanguardia, en este caso concreto a "Noreste" (1932-1935) y a la actuación de un personaje, el escritor Tomás Seral y Casas (1909-1975), incansable promotor de empresas culturales Seral, autor de libros de poemas, crítico de "La Voz de Aragón", desde cuyas páginas defendió los postulados surrealistas fundador de la librería Libros y de un cineclub en Zaragoza fue también el impulsor, junto con Antonio Cano e Ildefondo-Manuel Gil, de la revista "Noreste", que aglutinó en torno a su redacción a poetas y pintores. "Noreste", de cariz eminentemente literario, estaba abundantemente ilustrada con reproducciones de obras de Maruja Mallo, José Caballero, Lekuona, Climent y Angeles Santos, entre otros, habiéndose dado a conocer en sus páginas artistas locales identificados con el surrealismo, como Alfonso Buñuel, González Bernal, Comps y Ciria. La marcha de J. J. L. González Bernal (1908-1939) a París en 1932, tras el rechazo suscitado por sus dos exposiciones celebradas en 1930 y 1931, privó al surrealismo aragonés de una figura de extraordinario interés. La guerra civil con posterioridad cercenaría el afianzamiento del movimiento que contaba en la ciudad del Ebro, si no con muchos, sí con cualificados representantes. En efecto, González Bernal, pese a su prematura muerte ocurrida en Francia, dejó una producción de una intensidad y originalidad pocas veces igualadas. De ella cabe destacar una serie de dibujos con figuras y, sobre todo, sus espléndidos óleos pintados en torno a 1935, caracterizados por sus dilatados espacios y enigmáticos personajes. Por su parte, Alfonso Buñuel (1915-1961), hermano del cineasta, con el que compartió el interés por el espiritismo y las prácticas hipnóticas, es quien mejor asimiló en España el fundamento del collage surrealista. En la línea iniciada por Max Ernst, la manipulación de la imagen mediante la aplicación de fragmentos pegados provoca en las obras de Buñuel efectos distorsionadores de la realidad verdaderamente deslumbrantes. Con respecto a los otros dos personajes citados el Surrealismo tuvo un desarrollo más limitado. En el caso de Javier Ciria (1904-1990) sólo repercutió tangencialmente en su producción de los años treinta, y en el de Federico Comps (1915-1936), su muerte, a comienzos de la guerra civil, truncó una trayectoria apenas iniciada.