Capítulo LXXXV Que trata de lo que el gobernador don Pedro de Valdivia hizo en el puerto de Valparaíso y de cómo llegó la galera Llegados los mensajeros que Francisco de Villagran enviaba, y visto por el gobernador, le escribió a Francisco de Villagran se viniese a ver con él al puerto de Valparaíso y que él le aguardaría en aquel puerto. Estuvo en el puerto don Pedro de Valdivia tres meses, proveyendo lo necesario a todas partes. En este tiempo llegó la galera que había dejado en la ciudad de los Reyes y en ella el capitán Francisco de Villagran desde Coquimbo. Y allegado fue muy bien recebido. Dio cuenta al gobernador de lo que en la tierra había sucedido y de lo que él había hecho en su ausencia. Descargada la galera, la mandó despachar y que fuese cargada de bastimento al valle del Guasco. Y fue esta galera al valle del Guasco, e tuvo noticia cómo había pasado el despoblado y que estaba el capitán Joan Jufré en el valle de Copiapó, esperando al maestre de campo que venía caminando por el despoblado, porque los indios no hiciesen algún daño en la gente, a causa de venir descuidada y traer los caballos fatigados e cansados del camino y los soldados hambrientos de la poca comida e agua que por el camino hay. E que viniendo de esta manera, los indios no los aguardasen a la entrada del valle, como a él le habían aguardado. Mas no les aprovechó nada, porque como eran los delanteros no traían los caballos tan fatigados que no dieron en los indios, e los desbarató. E llegado el maestre de campo e toda la demás gente al valle de Copiapó, se partieron para el valle del Guasco, donde hallaron la galera, que no fue poco refresco lo que hallaron. E repartida la comida a la gente, se volvió la galera y ellos caminaron para el valle de Coquimbo. E vuelta la galera, dio nueva al gobernador que toda la gente que por tierra venía eran llegados, e que estarían en el valle de Coquimbo, que serían cien hombres con cien caballos e yeguas, y que se habían muerto en el despoblado, del gobernador e de particulares, cien caballos y yeguas de hambre y de sed.
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Que trata de la ida que hizo Cortés a la ciudad de México y lo que en ella le sucedió hasta prender a Motecuhzoma Luego que salió Cortés de la ciudad de Chololan, fue a hacer noche en la parte que llaman Quauhtéchcatl, que es en la obra que está entre el volcán y la sierra nevada y a otro día por la mañana desde allí r conoció la laguna, en donde estaba fundada la ciudad de México y otros muchos y hermosos pueblos y caminando con su ejército fue a hacer noche en el pueblo de Amecamecam, en las casas del señor de allí llamado Cacamatzin, en donde fue muy bien recibido y regalado de él y le dio muchas quejas de las demasías de Motecuhzoma. De allí salió y fue a hacer noche a Iztapalapan en casa de Cuitlahuatzin hermano de Motecuhzoma, señor de aquella ciudad, donde le salió a recibir Cacama rey de Tetzcuco, sobrino de Motecuhzoma, con toda su corte (que lo llevaban en unas andas de oro) y habiéndolo saludado y dado la bienvenida y muchos dones de oro y pedrería, le trató que se quedase en Iztapalapan y que desde allí le daría orden de cómo verse con su tío y dar su embajada; pero Cortés no quiso dilatar más su viaje y así el otro día siguiente caminó por la ciudad, con grande acompañamiento de señores y caballeros de las cortes de México, Tetzcuco y Tlacopan y llegando a un fuerte que estaba en la entrada de la ciudad, en donde se juntaba la albarrada con la calzada, salieron a recibirle más de cuatro mil hombres principales, todos ricamente aderezados y conforme iban pasando se humillaban a Cortés, poniendo la mano en el suelo y besándola, que es el modo de saludar a los grandes señores y andando más adelante junto a una puente encontró a Motecuhzoma que venia a recibirle a pie y le traían de brazo su sobrino el rey Cacama y su hermano Cuitlahuatzin y traían los tres encima a manera de lío de pluma verde y de riquísimo oro y pedrería, que usaban los señores que eran los capitanes generales de los ejércitos de México y Tetzcuco; Motecuhzoma, Cacama y Cuitlahuatzin venían vestidos de una misma librea, salvo que los reyes traían sobre sus cabezas sus tiaras de oro y pedrería con sus borlas que pendían de la cinta con que se ataban el cabello y sus zapatos de oro con muchas piedras y ricas perlas y por donde iban les echaban mantas para que pisasen y tras de ellos tres mil caballeros, todos muy ricamente vestidos que eran todos de los de su guardia y criados. Cuando Cortés llegó, se apeó del caballo y habiendo hecho una muy gran reverencia y humillación a los reyes, quiso abrazar a Motecuhzoma, aunque no le dejaron llegar y habiéndose hecho el uno al otro muy grandes mesuras y reverencias, echó Cortés a Motecuhzoma un collar de cuentas de vidrio que parecían margaritas y diamantes y en recompensa el rey Motecuhzoma le echó al cuello dos cadenas o collares de oro riquísimo y en él engastados unos camarones colorados de conchas, que eran de mucha estima; y con esto se volvieron hacia la ciudad y Motecuhzoma dejó a su sobrino Cacama con Cortés y con su hermano Cuitlahuatzin y tomó el camino para su casa; él iba delante y luego Cortés tras él, trabado con Cacama por la mano y con esta pompa y majestad llegaron al riquísimo palacio de Motecuhzoma, que eran casas de su padre Axayacatzin; a la puerta de él tomó Motecuhzoma de la mano a Cortés, metióle dentro de una muy gran sala, púsole en rico estrado y le dijo: "holgad y comed que en vuestra casa estáis, que luego vuelvo". (Entró Cortés en México a ocho días del mes de noviembre del mismo año de mil quinientos diecinueve). Pusiéronse luego las mesas y comió con los suyos Cortés y Motecuhzoma en su aposento; y cuando hubo comido vino a visitarle con grande majestad, sentóse junto a él en un estrado riquísimo y díjole con palabras graves, que se holgaba mucho de ver en su casa y corte una gente tan principal y honrada y tenía pena que se presumiese que jamás los había de maltratar; dio muchas disculpas de lo que había porfiado por estorbar la entrada en México y a cabo le vino a decir cómo sus pasados tenían pronosticado, que un gran señor que en tiempos antiguos había estado en esta tierra, había de volver a ella con los suyos a dar leyes con nueva doctrina y que la poseerían y serían señores de ella y que así creía que el rey de España había de ser aquel señor que esperaban: tras de lo cual dio a Cortés muy larga relación de su riquezas, se le ofreció mucho e hizo traer allí muchas joyas de pedrería, mantas y otras cosas ricas y las repartió entre los españoles, dando a cada uno lo que le merecía y con esto se despidió. Los primeros seis días los gastó en ver y considerar el sitio y calidades de la ciudad y fue muy servido y visitado de todos los grandes señores del imperio y muy abastecidamente provisto él, sus compañeros y seis mil tlaxcaltecas que consigo tenía; al cabo de los cuales, después de haber considerado muy bien en el estado y trance en que se veían, determinó prender a Motecuhzoma (caso atrevido y muy peligroso contra un tan grande y poderosísimo rey dentro de su casa y corte, en medio de más de quinientos mil vasallos y con tan pocos compañeros, cosa que atemoriza tan solamente pensarla, cuanto más hacerla y salir con ella), para lo cual tomó por achaque lo de Chololan y otras partes que decía había movido Motecuhzoma para matar a él y a sus compañeros y que Quauhpopocatzin señor de Coyoacan uno de los grandes del imperio que asistía en Nauhtlan y estaba a su cargo el gobierno de las costas del Mar del Norte, había mandado matar a cuatro españoles que iban en compañía del capitán Pedro Dirsio, camino de Veracruz, según sus cartas que Cortés tenía consigo para mostrarlas a Motecuhzoma cuando fuese necesario; y andando con estos pensamientos, paseándose por una sala, echó de ver que estaba recién tapado y encalado un postigo y recelándose de él, una noche lo hizo abrir y entrando dentro halló otras dos salas y recámaras llenas de mucho oro, plumería, mantas y otras cosas de mucho precio y estima y en tanta cantidad que quedó espantado de ver aquella riqueza, tornando a tapar lo mejor que pudo, porque no fuese sentido. Otro día vinieron a él ciertos tlaxcaltecas y algunos españoles a avisarle que habían alcanzado que Motecuhzoma trataba de matarlos y que para esto quería quebrar las puentes. Y hablando según una carta original que tengo en mi poder, firmada de las tres cabezas de la Nueva España, en donde escriben a la majestad del emperador nuestro señor (que Dios tenga en su santo reino), disculpan en ella a Motecuhzoma y a los mexicanos de esto y de lo demás que se les arguyó, que lo cierto era que fue invención de los tlaxcaltecas y de algunos de los españoles, que no veían la hora de salirse de miedo de la ciudad y poner en cobro innumerables riquezas que habían venido a sus manos. Sea como se fuere, con el dicho de éstos y con lo que tenía pensado hacer, no quiso dilatar más la prisión de Motecuhzoma y por hacerla, puso secretamente a algunos españoles de guardia en algunas encrucijadas y cantones que había desde su posada hasta palacio, dejando la mitad en ella y mandó a ciertos amigos suyos que se fuesen de dos en dos, tres en tres con sus armas secretas como él las llevaba y envió delante a avisar a Motecuhzoma cómo lo iba a visitar; el cual le salió a recibir con alegre rostro a la escalera y habiéndose entrado en la sala y con él hasta treinta españoles, estuvieron un rato en buena conversación como lo solían hacer. Motecuhzoma le dio a Cortés unas medallas de oro muy ricas, todo a fin de mostrar lo mucho que le quería y estimaba, como lo mostró en esta conversación, pues le persuadió que se casase con una hija suya. A esto respondió Cortés que era casado y que conforme a la ley evangélica, no podía tener más de una mujer y luego echó mano a las faltriqueras y saco de ellas las cartas del capitán Pedro Dirsio y comenzó a quejarse de Motecuhzoma, que por su mandado Quauhpopocatzin había matado los cuatro españoles y que le tenía armada traición y mandado a los suyos quebrar las puentes. Motecuhzoma, viendo una maldad tan grande tan fuera de sus pensamientos y calidad de su persona, se enojó terriblemente y dijo con ira y grande alteración, que lo uno y o otro era falsedad y mentira; y para averiguar la verdad llamó luego a un criado suyo y se quitó del brazo una rica piedra donde estaba esculpido su rostro (que era lo mismo que un sello real) y se la dio y mandó que fuese por la posta y llamase luego a Quauhpopocatzin y despachado que fue el criado, Cortés tornó a decir al rey: "señor, conviene que vuestra alteza sea preso y vaya conmigo a mi posada, que allí será bien tratado y servido y yo miraré por vuestra honra hasta en tanto que venga Quauhpopocatzin y perdonadme que no puedo hacer otra cosa, porque los míos me matarían si disimulase con estas cosas y mandad a los vuestros que no se alteren, porque cualquier mal y daño que a nosotros nos venga vuestra alteza lo ha de pagar con la vida y vaya callando y será en vuestra mano escapar". Quedó Motecuhzoma en oyendo estas razones sin sentido y después de haber estado callado un rato, dijo con mucha gravedad: "no es persona la mía para ir presa y cuando yo lo consintiese los míos no pasaran por ello". Cortés le replicó que no se podía excusar su prisión y estuvieron más de cuatro horas en demandas y respuestas, hasta que Motecuhzoma vino a decir, que le placía ir con él, pues le decía que allá mandaría y gobernaría como en su casa y llamando a sus criados les mandó que fuesen a los cuartos de Cortés y le aderezasen uno para su posada. Acudieron luego a palacio todos los españoles y muchos de los caballeros y señores de la ciudad, parientes y amigos del rey, todos tristes y llorosos, mirándole a la cara si les daba licencia para librarle y como les mandó que se quitasen, tomaron a Motecuhzoma en unas andas muy ricas de oro y pedrería y le llevaron por medio de la ciudad con grandísimo alboroto de los suyos que se quisieron poner en soltarle; pero él les mandó que se estuviesen quedos, diciendo que no iba preso sino a estarse en compañía de Cortés y de los suyos y creyéronle como le vieron salir de casa y despachar negocios como antes y aun salir fuera de la ciudad una y dos le guas a montear y cazar; solamente notaban en que andaban siempre españoles en su guarda y que a la noche venía a dormir en los cuartos de Cortés; burlábase y entreteníase con los españoles; servíanle los suyos mismos; dejábanle hablar en público y en secreto con los que quería y salir ordinariamente a orar y ofrecer sacrificio a sus falsos dioses. Las guardas que tenía eran ocho españoles y tres mil tlaxcaltecas. Por tentarle Cortés, díjole un día que los suyos habían tomado cierta cantidad de joyas de oro que habían hallado en su casa; respondióle que tomasen en buena hora y que no tocasen a la pluma, porque aquel era el tesoro de los dioses y que si más oro quisiesen que más les daría.
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En que se declara el camino que hay de Jauja hasta llegar a la ciudad de Guamanga, y lo que en este camino hay que anotar Hallo yo que hay en este valle de Jauja a la ciudad de la Vitoria de Guamanga treinta leguas. Y caminando por el real camino se va, hasta que en unos altos que están por encima del valle se ven ciertos edificios muy antiguos, todos deshechos y gastados. Prosiguiendo el camino, se llega al pueblo de Acos, que está junto a un tremedal lleno de grandes juncales, donde había aposentos y depósitos de los ingas, como en los demás pueblos de sus reinos. Los naturales de Acos están desviados del camino real, poblados entre unas sierras que están al oriente, muy ásperas. No tengo que decir dellos más de que todos andan vestidos con ropas de lana, y sus casas y pueblos son de piedra, cubiertas con paja, como todas las demás. De Acos sale el camino para ir al aposento de Pico, y por una loma, hasta que, abajando por unas laderas, que, puesto que por ser ásperas hace que parezca el camino dificultoso, va tan bien desechado y tan ancho, que casi parecerá ir hecho por tierra llana; y así abaja al río que pasa por Jauja, el cual tiene su puente, y el paso se llama Angoyaco; y junto a este puente se ven unas barrancas blancas, de donde sale un manantial de agua salobre. En este paso de Angoyaco estaban edificios de los ingas, y un cercado de piedra, adonde había un baño del agua que salía por aquella parte, que de suyo por naturaleza manaba cálida y conveniente para el baño; de lo cual se preciaron todos los señores ingas, y aun los más indios de estas partes usaron y usan lavarse y bañarse cada día, ellos y sus mujeres. Por la parte que corre el río va este lugar a manera de valle pequeño, en donde hay muchos árboles de molles y otros frutales y florestas. Caminando más adelante se llega al pueblo de Picoy, pasando primero otro río pequeño, adonde también hay puente, porque en tiempo de invierno corre con mucha furia. Saliendo de Picoy, se va a los aposentos de Parcos, que estaban hechos en la cumbre de una sierra. Los indios están poblados en grandes sierras ásperas y muy altas, que están a una parte y a otra destos aposentos, y todavía hay algunos donde los españoles que van y vienen por aquellos caminos se albergan. Antes de llegar a este pueblo de Parcos, en un despoblado pequeño está un sitio que tiene por nombre Pucara (que en nuestra lengua quiere decir cosa fuerte), adonde antiguamente (a lo que los indios dicen) hubo palacios de los ingas y templo del sol; y muchas provincias acudían con los tributos ordinarios a este Pucara, para entregarlos al mayordomo mayor, que tenía cargo de los depósitos y de coger estos tributos. En este lugar hay tanta cantidad de piedras, hechas y nacidas de tal manera, que desde lejos parece verdaderamente ser alguna ciudad o castillo muy torreado, por donde se juzga que los indios le pusieron buen nombre. Entre estos riscos o peñas está una peña junto a un pequeño río, tan grande cuanto admirable de ver, contemplando su grosor y grandor, la más fuerte que se puede pensar. Yo la vi, y dormí una noche en ella, y me parece que terná de altura más de docientos codos y en contorno más de docientos pasos, en lo más alto della. Si estuviera en alguna frontera pelígrosa, fácilmente se pudiera hacer tal fortaleza que fuera tenida por inexpugnable. Y tiene otra cosa que notar esta gran peña: que por su contorno hay tantas concavidades, que pueden estar debajo della más de cien hombres y algunos caballos. Y en esto, como en las demás cosas, muestra Dios su gran poder y proveimiento; porque todos estos caminos están llenos de cuevas, donde los hombres y animales se pueden guarecer del agua y nieve. Los naturales desta comarca que se ha pasado tienen sus pueblos en grandes sierras, como tengo dicho. Lo alto de las más dellas, en todo lo más del tiempo está lleno de copos de nieve. Y siembran sus comidas en lugares abrigados, a manera de valles, que se hacen entre las mismas sierras. Y en muchas dellas hay grandes vetas deste metal de plata. De Parcos abaja el camino real por unas sierras, hasta llegar a un río que tiene el mismo nombre que los aposentos, en donde está una puente armada sobre grandes padrones de piedra. En esta sierra de Parco fue donde se dio batalla entre los indios y el capitán Morgovejo de Quiñones, y adonde Gonzalo Pizarro mandó matar al capitán Gaspar Rodríguez de Camporedondo, como se dirá en los libros de adelante. Pasado este río de Parco está el aposento de Asangaro, repartimiento que es de Diego Gavilán, de donde se va por el real camino hasta llegar a la ciudad de San Juan de la Vitoria de Guamanga.
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Capítulo LXXXV Cómo el gobernador Arbieto envió a Topa Amaro y a los demás presos al Cuzco y el Virrey mandó justicia a Topa Amaro El gobernador Martín Hurtado de Arbieto, después de haber pasado un mes que tenía consigo a los indios Tupa Amaro, Gualpa Yupanqui y Quispi Tito, llegó orden del Virrey don Francisco de Toledo para que la gente que quisiese salir saliese al Cuzco, visto que ya la tierra estaba pacífica y no había que temer, pues los Yngas que la podían desasosegar ya no podían. Así los envió presos a la ciudad del Cuzco, y con ellos vinieron también Curi Paucar Unia y Colla Topa, sus capitanes y otros prisioneros de los más principales, que mandó el virrey le llevasen adonde él estaba, para verlos y ejecutar lo que tenía en su pensamiento hacer, porque había sentido mucho la muerte de Atilano de Anaya, su embajador. Viniendo así al Cuzco cayó malo Huallpa Yupanqui, tío de los yngas, de flujo de vientre y sangre, y apretándole la enfermedad vino a morir de ella sin llegar al Cuzco, una legua dél, porque no viese el dolor y tristeza que en él se aparejaba a su sobrino Tupa Amaro dentro de pocos días. Entró toda la gente en la ciudad del Cuzco en orden con los prisioneros. El capitán Martín García de Loyola, que era el que había preso a Tupa Amaro, lo llevaba con una cadena de oro echada al cuello, y Quispitito su sobrino iba con otra de plata. Junto dél fueron pasando todos los capitanes y soldados, por su orden como el Virrey lo había mandado, y con ellos los prisioneros de más y menos calidad, y los capitanes y principales orejones. El virrey don Francisco de Toledo estaba en las casas de su morada, que eran las de Diego de Silva, vecino del Cuzco, natural de Ciudad Rodrigo, caballero de mucha calidad, y de una ventana vio toda la gente como entraba. Junto a él estaba Fray García de Toledo, su tío, religioso del orden de Santo Domingo, y detrás Fray Pedro Gutiérrez, su capellán, que ya dijimos fue después del Real Consejo de Indias. Como al tiempo que llegaban a emparejar con la ventana donde estaba el Virrey, y el capitán Loyola mandase a los indios que se quitasen los llautos, y Topa Amaro la borla que llevaba puesta por insignia real, ellos no quisieron, sino solamente tocaron los llautos con las manos, haciendo inclinación con la cabeza hacia donde estaba el Virrey. Algunas personas dicen que diciéndole el capitán Loyola que se quitase la borla que allí estaba el Virrey, Tupa Amaro respondió que no quería, porque quién era el virrey sino un yanacona del Rey, que quiere decir criado del Rey, y que indignado de esto el capitán Loyola, dejó la cadena de oro que llevaba en la mano con que Topa Amaro iba preso, y le dio dos pescozones, pareciéndole que en ello hacía sevicio a Su Majestad y daba gusto al Virrey, cosa que por todos los que se hallaron presentes fue juzgada por indigna de caballero noble, sea lo que fuere. Topa Amaro y su sobrino Quispitito Yupanqui fueron puestos en prisión en casa de don Carlos Ynga, hijo de Paulo Topa, que el Virrey había hecho fortaleza. Mucho se trató y confirió la causa de estos Yngas, sobre hacer justicia de ellos, y muchas personas hablaron y rogaron con mucho afecto al Virrey sobre que templase su indignación contra ellos, y no fueron de provecho. Muchos teólogos hubo que atentos a no ser bautizados los Yngas, ni sometídose al gremio de la Santa Madre Iglesia Romana, dijeron no ser merecedores de la muerte, pues siempre habían ellos pretendido la paz y reconocer y dar la obediencia a la majestad de nuestro Rey don Felipe, pero que les dejasen estar en sus tierras y vivir en paz en ella, y que ellos recibirían la fe y el santo Bautismo. Así los defendían con muchas razones, a las cuales el Virrey cerró los oídos y se determinó de hacer justicia de Topa Amaro públicamente, cortarle la cabeza para de una vez quitar recelos delante de los ojos, y a los indios yngas y demás provincias darles a entender que el Rey don Felipe, nuestro señor, era su único rey, y a él habían de obedecer, sin poner la mira en otro ninguno en el Reino. Así mandó hacer justicia de los capitanes Yngas Collatopa y Paucar Unia, a los cuales cortaron las manos, y a Teripaucar Yauyo, que más en todas las ocasiones se había señalado contra los españoles, y en la muerte de Atilano de Anaya era el más principal, lo ahorcaron en la plaza y rollo de la ciudad del Cuzco, con que acabó y fenecieron sus maldades. Hicieron, para cortar la cabeza a Tupa Amaro, en medio de la plaza pública del Cuzco un tablado cubierto de negro, el cual cuando supo lo que había de ser dél, rogó muy afectuosamente que no le matase el virrey pues él no le había ofendido ni le era su muerte de ningún provecho, y que lo enviasen a Su Majestad para que allí fuese su yanacona, que quiere decir criado, pero poco aprovechó este ruego, ni movió el corazón duro y obstinado del virrey a lástima ni compasión. Ni menos cuando don Fr. Augustín de la Coruña, religioso de vida santa ejemplar, como es público en todo este Reino, y obispo de Popayán, habiendo el desdichado Tupa Amaro el mismo en las casas dichas de don Carlos Ynga, que son la fortaleza, pedido el santo bautismo y el obispo muy Señor dádosele, y echado a los pies del Virrey, con lágrimas le suplicó le otorgase la vida, porque era inocente y no debía morir aquella muerte que se le trataba de dar, y lo enviase a España a Su Majestad, el Virrey resolutamente se lo negó, y cerró la puerta a ruegos y suplicaciones en este caso. Así el día señalado para la ejecución de la justicia, nunca se vio la ciudad del Cuzco en sus trabajos y cerco tan a canto y a pique de perderse, como fue cuando una infinidad de indios que en ella había, ingas, orejones y de otras provincias vieron sacar al desdichado Topa Amaro a degollarlo, rodeado de la guardia y alabarderos del Virrey don Francisco de Toledo, vestido de luto, y llorando. Así por las calles no se podía pasar, los balcones estaban llenos de gente, damas y señoras principales que movidas a lástima le ayudaban a llorar, viendo un mozo malogrado llevar a quitar la vida. Así con verdad se puede decir que ninguna persona de calidad, y sin ella, dejó de pesarle su muerte. Aún el Virrey llevó infinitas maldiciones en general y particular, y todos los que en ello le dieron consejo contra el triste Amaro, el cual subió al tablado, donde el obispo don Fray Agustín de la Coruña, que el día antes le había lavado con el agua del santo bautismo, le confirmó públicamente, en presencia de todos, fortaleciéndole con la gracia de aquel Santo Sacramento, instituido por Cristo en la fe católica, que había recibido. Fue cosa notable, y de admiración, lo que refieren: que como la multitud de indios que en la plaza estaban, y toda la henchían, viendo aquel espectáculo triste y lamentable, que había de morir allí su Ynga y Señor, atronasen los cielos y los hiciesen retumbar con gritos y vocería, y los parientes suyos, que cerca estaban, con lágrimas y sollozos celebrasen aquella triste tragedia, los que en el tablado estaban a la ejecución mandase callar a aquella gente, a la cual el pobre Tupa Amaro alzando la mano dio una palmada con la cual toda la gente calló y se sosegó, que parecía que no había en la plaza alma viviente, y no se oyó más llanto ni voz ninguna, que fue indicio y señal manifiesta de la obediencia, temor y respeto que los indios tenían a sus Yngas y Señores. Pues aquel que jamás los más habían visto, pues siempre se estuviere en Vilcabamba, retirado desde niño, a una palmada reprimieron los llantos y lágrimas salidas del corazón, que tan dificultosas son de ocultar y esconder. Así el verdugo, atándole los ojos y tendiéndole en un estrado, con un alfanje le cortó la cabeza y acabaron sus días del triste y malogrado mozo, y cesó por la vía de Manco Ynga la generación y descendencia masculina. A Quespitito, su sobrino, desterró el virrey don Francisco de Toledo a la Ciudad de los Reyes, donde, como el temple sea tan cálido y contrario al de la sierra, donde el mozo se había criado, en breve feneció sus días. Algunas hermanas y tías las repartió en las casas de los vecinos de aquella ciudad, las cuales con trabajos y desventuras, y faltas de abrigo, han andado y andan con harta compasión y lástima. Trajeron el cuerpo de Manco Ynga de Vilcabamba, donde le mató Diego Méndez, mestizo, con Escalante y Brizeño y otros que huyeron de la batalla de Chupas junto a Guacamanga, como tengo ya referido, y habiéndole traído, mandó el virrey don Francisco de Toledo que le quemasen en lo alto de la fortaleza antigua, llamada Quíspiguaman, lo cual mandó se hiciese, porque los indios, sabiendo donde estaba enterrado, no le sacasen ocultamente y lo adorasen. Quedó, como tengo dicho, una hija legítima de Saire Topa y nieta de Manco Ynga, y bisnieta de Huaina Capac, señor universal de estos reinos, llamada doña Beatriz Clara Coya de Mendoza, la cual el virrey casó con el capitán Martín García de Loyola. Su capitán de la guardia. Y sobre el casamiento, porque pretendía haberse primero desposado con ella Cristóbal Maldonado, natural de Salamanca, hubo grandes diferencias y pleitos, que duraron muchos años entre los dos. Y en ellos hubo sentencias del obispo del Cuzco y Arzobispo de Lima, lo cual todo se concluyó con la sentencia que dio el maestro Fray Juan de Almares, religioso del orden de San Agustín, persona de muchas letras y catedrático de escritura en la Universidad Real de la Ciudad de los Reyes, juez apostólico, y quedó con ella el capitán Martín García de Loyola, el cual, siendo proveído por Gobernador del reino de Chile, y habiendo ido allá con su mujer, fue muerto por los indios al fin del año de 1598, por un desgraciado suceso, con otros setenta hombres. Y así su mujer se vino a Lima, donde dentro de un año de la muerte de su marido murió, y quedó de ella una hija legítima, la cual fue llevada a España, habiendo heredado la encomienda de indios que fue de su madre, que serán diez mil pesos ensayados de renta, y así, por esta parte, se acabó y feneció esta generación de Yngas. Otros muchos descendientes de Huaina Capac hay en la ciudad de el Cuzco, especial, como tenemos dicho, Paulo Topa, que tanto sirvió a su majestad, el cual bautizado, se llamó don Cristóbal Paulo Topa, que tuvo en diferentes mujeres muchos hijos e hijas, pero el principal fue don Carlos Ynga, legítimo, el cual casó con una señora española, hijadalgo, llamada doña María de Escobar. A éste, por ciertas presunciones que hubo contra él, el virrey don Francisco de Toledo tuvo mucho tiempo en prisión, y cierta renta que tenía se la quitó, de lo cual vino a gran necesidad. Dicen algunos que naciéndole un hijo, a quien llamó don Melchor Inquill Topa y por otro nombre don Melchor Carlos Inga, le coronó con muchos Yngas y curacas que a la sazón estaban en el Cuzco. Cuando esto hubiera sido así, mas fue de liviandad e ignorancia que con ánimo de levantarse contra Su Majestad. Muerto el don Carlos, y siendo ya de edad para casarse, contrajo matrimonio con doña Leonor Carrasco, hija legítima de Pedro Alonso Carrasco, caballero del hábito de Santiago, que por ser hombre de brío y valor, el año de 1601, por el mes de mayo, estuvo preso en la ciudad del Cuzco por el doctor Juan Fernández de Recalde, oidor de la Real Audiencia de los Reyes, a causa que en aquel tiempo fue en la ciudad de Guacamanga también preso don García de Solís Portocarrero, caballero del hábito de Cristo, corregidor de ella, por haber, según se dijo, tratado de rebelarse conta el Real servicio, y decían se entendía con él don Melchor Carlos Ynga. Pero al fin el don García fue cortada la cabeza por el licenciado Francisco Coello, alcalde de corte de la Ciudad de los Reyes, juez de comisión, que al negocio vino embiado por el virrey don Luis de Velasco, caballero del hábito de Sanctiago, que a la sazón gobernaua este Reyno. Por la Real Audiencia, y en las averiguaciones que en el caso con mucho cuidado y diligencia se hicieron, no se halló haber el don Melchor Carlos Ynga entendido en él, ni sido sabedor de lo que trataba, ni habérsele dado parte de ello, y así fue dado por libre, y con mucha honra declarado por tal y publicado y sabido en todo este Reino. El mesmo año, por orden de Su majestad, pasó a los reinos de España, habiéndosele dado para este efecto muy buena ayuda de costa. Y llegado a la Corte, donde su majestad residía, después de pasados algunos días, se le hizo merced de siete mil ducados de renta, dejando la que en el Perú tenía, y se le mandó que siempre viviese en España, donde al presente está, y que llevase allá a su mujer. Otro hijo de Gainacapac, llamado Illescas, también refieren los indios que Ruminaui, capitán de Ata Hualpa, de los que vinieron en compañía de Quisques y Chalco Chima, los hubo a las manos, y cuando se retiró Quisques del Cuzco hacia Quito lo llevó consigo, donde cruel, e inhumanamente, lo mató con ánimo de alzarse y que no hubiese quien, andando el tiempo, se le pudiese oponer por ser entonces niño. Del pellejo, para mayor ostentación de su animo inicuo y perverso, hizo un cuero de atambor, pero no gozó muchos días el contento, que los españoles, entrando en la provincia de Quito le vencieron y mataron, conquistándola. A Quesques dicen le mataron sus indios, porque no quiso hacer paces con los christianos, pidiéndoselo ellos, por ver la pujanza suya y cómo destruían toda la tierra. Así fue feneciendo toda esta generación, y se acabaron los capitanes quel famoso Huaina Capac llevó consigo a la guerra, y conquista de Tomabamba.
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Cómo el Almirante fue preso y enviado a Castilla con grillos, juntamente con sus hermanos Luego que vio el Almirante la carta de los Reyes, fue prontamente a Santo Domingo, donde ya estaba dicho juez. Y éste, deseoso de mantenerse en el gobierno, sin tardanza alguna, ni información jurídica, al comienzo de Octubre del año de 1500, lo envió prisionero a un navío, con su hermano D. Diego, poniéndole grillos y buena guardia, mandando, bajo gravísimas penas, que ninguno hablase nada de lo que a éstos atañía. Después, como se dice de la justicia de Perogrullo, empezó a formar proceso contra ellos, recibiendo por testigos a los enemigos rebeldes, favoreciendo e incitando públicamente a cuantos iban a decir mal de los presos; y deponían tantas maldades y delitos, que sería más que ciego quien no conociese que esto lo dictaba la pasión, sin alguna verdad; por lo que, los Reyes Católicos no los quisieron recibir, y lo absolvieron, arrepintiéndose mucho de haber enviado aquel hombre con semejante cargo y no sin justa razón, porque Bobadilla destruyó la isla, y gastó las rentas y tributos Reales, para que todos le ayudasen, publicando que los Reyes Católicos no querían otra cosa que el nombre del dominio, y que el provecho fuese para sus vasallos. Pero no por eso perdía Bobadilla nada de su parte; antes bien, asociándose con los más ricos y poderosos, les daba indios para su servicio, con pacto de partir con él cuanto ganasen con dichos indios, y vendía en pública almoneda las posesiones y heredades que el Almirante había ganado para los Reyes Católicos, diciendo que los Reyes no eran labradores, ni mercaderes, ni querían aquellas tierras para su utilidad, sino para socorro y alivio de sus vasallos. Con este pretexto vendía todo, procurando también que lo comprasen algunos de sus compañeros, por dos tercios menos de lo que valían. Y haciendo estas cosas, no enderezaba a otro fin las de justicia, ni a otra mira que a hacerse rico y ganar el afecto del pueblo, porque aún tenía miedo de que el Adelantado, que todavía no había vuelto de Xaraguá, se le opusiera, y procurase con armas librar al Almirante, como si en esto, sus hermanos, no hubiesen tenido harta prudencia; por lo cual, el Almirante envió luego a decir, que por el servicio de los Reyes Católicos, y para no alborotar la tierra, fuesen a él pacíficamente; pues idos a Castilla, alcanzarían más fácilmente el castigo de dicha persona, y el remedio de los agravios que se les hacían. No por esto dejó Bobadilla de prenderle con sus hermanos, consintiendo que los malvados y populares dijesen mil injurias contra él por las plazas, y que tocasen cuernos junto al puerto donde estaban embarcados, además de muchos libelos infamatorios que estaban puestos en las esquinas; de modo que, aunque supo que Diego Ortiz, gobernador del hospital, había leído un libelo en la plaza, no sólo no le castigó, sino que mostró grande alegría de ello, por lo que cada uno se ingeniaba en darse a conocer por atrevido en tales cosas. Al tiempo de la partida del Almirante, temiendo que se volviese a tierra nadando, no dejó de decir al piloto llamado Andrés Martín, que entregase el preso al Obispo D. Juan de Fonseca, para dar a entender que con favor y consejo de éste, hacía todo aquello; bien que después, estando en el mar, conocida por el patrón la perversidad de Bobadilla, quiso quitar los grillos al Almirante; pero éste jamás lo consintió, diciendo que, pues los Reyes Católicos mandábanle por su carta que ejecutase lo que en su nombre mandase Bobadilla, y éste, por su autoridad y comisión, le había puesto los grillos, no quería que otras personas, que las de Sus Altezas, hicieran sobre ello lo que les pareciese; pues tenía determinado guardar los grillos para reliquia y memoria del premio de sus muchos servicios. Y así lo hizo, porque yo los vi siempre en su cámara, y quiso que fuesen enterrados con sus huesos. El día 20 de Noviembre del año de 1500 escribió a los Reyes que había llegado a Cádiz; sabido por éstos cómo venía, luego dieron orden para que se le pusiese en libertad, y le escribieron cartas llenas de benignidad, manifestando mucho desagrado en sus trabajos y en la descortesía que había usado con él Bobadilla; diciéndoles que fuese a la Corte, donde serían atendidos sus negocios y se daría orden para que fuese despachado con mucha brevedad y honra. En todas estas cosas no debo culpar a los Reyes Católicos más que de haber elegido para aquel cargo a un hombre malo y de tan poco saber; porque si fuese hombre que supiera usar bien de su oficio, el Almirante se hubiese alegrado de su ida; pues había suplicado en sus cartas, que enviasen a alguno para que tuviese verdadera información de la maldad de aquella gente, y de los desmanes que cometía, y fuesen castigados por otra mano; no queriendo él, pues habían comenzado los alborotos contra su hermano, proceder con el rigor, que hubiera usado en un caso sin sospecha; y aunque pueda decirse, que sin embargo de estar mal informados los Reyes Católicos contra el Almirante, no debían enviar a Bobadilla con cartas y favor, sin limitarle la comisión que le daban, puede responderse que no fue maravilla que lo hiciesen así, porque eran muchas las quejas dadas contra el Almirante, según antes hemos referido.
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Cómo comenzamos a caminar para la ciudad de México, y de lo que en el camino nos avino, y lo que Montezuma envió a decir Así como salimos de Cholula con gran concierto, como lo teníamos de costumbre, los corredores del campo a caballo descubriendo la tierra, y peones muy sueltos juntamente con ellos, para si algún paso malo o embarazo hubiese se ayudasen los unos a los otros, e nuestros tiros muy a punto, e escopetas e ballesteros, e los de a caballo de tres en tres para que se ayudasen, e todos los demás soldados en gran concierto. No sé yo para que lo traigo a la memoria, sino que en las cosas de la guerra por fuerza hemos de hacer relación dello, para que se vea cual andábamos la barba sobre el hombro. E así caminando, llegamos aquel día a unos ranchos que están en una como sierrezuela, que es población de Guaxocingo, que me parece que se dicen los ranchos de Iscalpan, cuatro leguas de Cholula; y allí vinieron luego los caciques y papas de los pueblos de Guaxocingo, que estaban cerca, e eran amigos e confederados de los de Tlascala, y también vinieron otros pueblezuelos que están poblados a las faldas del volcán, que confinan con ellos, y trajeron todos mucho bastimento y un presente de joyas de oro de poca valía, y dijeron a Cortés que recibiese aquello, y no mirase a lo poco que era, sino a la voluntad con que se lo daban; y le aconsejaron que no fuese a México, que era una ciudad muy fuerte y de muchos guerreros, y que corríamos mucho peligro; e que ya que íbamos, que subido aquel puerto, que había dos caminos muy anchos, y que uno iba a un pueblo que se dice Chalco, y el otro Tamanalco, que era otro pueblo, y entrambos sujetos a México, y que un camino estaba muy barrido y limpio para que vayamos por él, y que el otro camino lo tienen ciego, y cortados muchos árboles muy gruesos y grandes pinos porque no puedan ir caballos ni pudiésemos pasar adelante; y que abajado un poco de la sierra, por el camino que tenían limpio, creyendo que habíamos de ir por él, que tenían cortado un pedazo de la sierra, y había allí mamparos e albarradas, e que han estado en el paso ciertos escuadrones de mexicanos para nos matar, e que nos aconsejaban que no fuésemos por el que estaba limpio, sino por donde estaban los árboles atravesados, e que ellos nos darán mucha gente que lo desembaracen. E pues que iban con nosotros los tlascaltecas, que todos quitarían los árboles, e que aquel camino salía a Tamanalco; e Cortés recibió el presente con mucho amor, y les dijo que les agradecía el aviso que le daban, y con el ayuda de Dios que no dejará de seguir su camino, e que irá por donde le aconsejaban. E luego otro día bien de mañana comenzamos a caminar; e ya era cerca de mediodía cuando llegamos en lo alto de la sierra, donde hallamos los caminos ni más ni menos que los de Guaxocingo dijeron; y allí reparamos un poco y aun nos dio que pensar en lo de los escuadrones mexicanos y en la sierra cortada donde estaban las albarradas de que nos avisaron. Y Cortés mandó llamar a los embajadores del gran Montezuma, que iban en nuestra compañía, y les preguntó que cómo estaban aquellos dos caminos de aquella manera, el uno muy limpio y muy barrido, y el otro lleno de árboles cortados nuevamente. Y respondieron que porque vayamos por el limpio, que sale a una ciudad que se dice Chalco, donde nos harán buen recibimiento, que es de su señor Montezuma; y que el otro camino, que le pusieron aquellos árboles Y le cegaron porque no fuésemos por él, que hay malos pasos o se rodea algo para ir a México, que sale a otro pueblo que no es tan grande como Chalco; entonces dijo Cortés que quería ir por el que estaba embarazado, e comenzamos a subir la sierra puestos en gran concierto, y nuestros amigos apartando los árboles muy grandes a gruesos, por donde pasamos con gran trabajo, y hasta hoy están algunos dellos fuera del camino; y subiendo a lo más alto, comenzó a nevar y se cuajó de nieve la tierra, e caminamos la sierra abajo, y fuimos a dormir a unas caserías que eran como a manera de aposentos o mesones, donde posaban indios mercaderes, e tuvimos bien de cenar, e con gran frío pusimos nuestras velas y rondas e escuchas y aun corredores del campo; e otro día comenzámos a caminar, e a hora de misas mayores llegamos a un pueblo que ya he dicho que se dice Tamanalco, y nos recibieron bien, e de comer no faltó; e como supieron de otros pueblos de nuestra llegada, luego vinieron los de Chalco, e se juntaron con los de Tamanalco, e Mecameca e Acacingo, donde están las canoas, que es puerto dellos, e otros pueblezuelos que ya no se me acuerda el nombre dellos; y todos juntos trajeron un presente de oro y dos cargas de mantas e ocho indias, que valdría el oro sobre ciento cincuenta pesos, e dijeron: "Malinche, recibe estos presentes que te damos, y tennos de aquí adelante por tus amigos"; y Cortés los recibió con grande amor, y se les ofreció que en todo lo que hubiesen menester los ayudaría; y cuando los vio juntos, dijo al padre de la Merced que les amonestase las cosas tocantes a nuestra santa fe e dejasen sus ídolos; y se les dijo todo lo que solíamos decir en los demás pueblos por donde habíamos venido; e a todo respondieron que bien dicho estaba e que lo verían adelante. También se les dio a entender el gran poder del emperador nuestro señor, y que veníamos a deshacer agravios y robos, e que para ello nos envió a estas partes; e como aquello oyeron todos aquellos pueblos que dicho tengo, secretamente, que no lo sintieron los embajadores mexicanos, dieron tantas quejas de Montezuma y de sus recaudadores, que les robaban cuanto tenían, e las mujeres e hijas si eran hermosas las forzaban delante dellos y de sus maridos, y se las tomaban, e que les hacían trabajar como si fueran esclavos, que les hacían llevar en canoas e por tierra madera de pinos, e piedra e leña e maíz, e otros muchos servicios de sembrar maizales; e les tomaban sus tierras para servicio de ídolos, e otras muchas quejas, que como ha ya muchos años que pasó, no me acuerdo. E Cortés les consoló con palabras amorosas, que se las sabía muy bien decir con doña Marina, e que ahora al presente no puede entender en hacerles justicia, e que se sufriesen, que él les quitaría aquel dominio; e secretamente les mandó que fuesen dos principales con otros cuatro amigos de Tlascala a ver el camino barrido que nos hubieron dicho los de Guaxocingo que no fuésemos por él, para que viesen qué albarradas e mamparos tenían, y si estaban allí algunos escuadrones de guerra; y los caciques respondieron: "Malinche, no hay necesidad de irlo a ver, porque todo está ahora muy llano e aderezado. E has de saber que habrá seis días que estaban a un mal paso, que tenían cortada la sierra porque no pudiésedes pasar, con mucha gente de guerra del gran Montezuma. Y hemos sabido que su Huichilobos, que es el dios que tienen de la guerra, les aconsejó que os dejen pasar, e cuando hayáis entrado en México, que allí os matarán; por tanto, lo que nos parece es, que os estéis aquí con nosotros, y os daremos de lo que tuviéremos; e no vais a México, que sabemos cierto que, según es fuerte y de muchos guerreros, no os dejarán con las vidas"; y Cortés les dijo con buen semblante que no tenían los mexicanos ni otras ningunas naciones poder para nos matar, salvo nuestro señor Dios, en quien creemos. E que porque vean que al mismo Montezuma y a todos los caciques y papas les vamos a dar entender lo que nuestro Dios manda, que luego nos queríamos partir, e que le diesen veinte hombres principales que vayan en nuestra compañía, e que haría mucho por ellos, e les haría justicia cuando haya entrado en México, para que Montezuma ni sus recaudadores no les hagan las demasías y fuerzas que han dicho que les hacen; y con alegre rostro todos los de aquellos pueblos por mí ya nombrados dieron buenas respuestas y nos trajeron los veinte indios; e ya que estábamos para partir, vinieron mensajeros del gran Montezuma, y lo que dijeron diré adelante.
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Capítulo LXXXVI De cómo don Francisco salió del Cuzco para se volver a la ciudad de los Reyes Habiéndose partido el adelantado, para la jornada de Chirihuana, el gobernador determinó de se volver a la ciudad de los Reyes para estar en comedio del reino y procurar lo que más conviniese al servicio de Dios y del emperador y a la conversión y buen tratamiento de los naturales: repartió algunas provincias entre personas que le pareció, dando de ello cédulas de depósito o encomienda; quedó a lo que creo, por teniente Juan Pizarro, su hermano; encomendóle mucho el buen tratamiento de los indios, despidióse de todos, y lo mismo de Mango Inga con los más señores principales que estaban en el Cuzco. De donde, como salió anduvo hasta que llegando cerca de la ciudad de los Reyes, salieron los regidores y vecinos a le recibir con mucha alegría, y entre ellos los dos hermanos don Alonso Enríquez y don Luis, bien doblados y mañosos. Halló en la ciudad al obispo de Tierra Firme, don fray Tomás de Berlanga, que venia por comisión del rey a les partir los límites de las gobernaciones a él y a Almagro. Hizo algunas mercedes particulares, secretas y públicas, Pizarro, en este tiempo: a don Luis mandó dar dos mil pesos de plata: valuada en tan poco precio que en España valían más de cinco; a su hermano don Alonso dio otros diez mil, consintiendo que echase en suertes ciertas preseas, que traían, a precios muy excesivos. Conociéronlo mal y tan mal que dieron que decir a todos, y Pizarro los tuvo por inconstantes y de poca verdad. Y a un fraile de la Trinidad pidiéndole limosna para casar unas hermanas, mandó a su camarero Pedro de Villareal que le diese mil pesos; al licenciado Caldera y al doctor Loaisa y a Tello de Guzmán, cuentan que dio muchos dineros. Los indios de todas las provincias, así de los llanos como de la sierra, servían bien; había pocos religiosos y no ningún obispo, que era causa que no se aprovechase mucho en lo más principal, que era en la conversión de estas gentes; y si había algunos religiosos también tenían codicia como los seglares, procurando de callada de henchir las bolsas. Los españoles que andaban en aquellos tiempos por la tierra eran muy servidos, traíanlos en andas o hamacas. Mandó Pizarro que no se pudiera contratar con oro ni plata que no tuviese marcado porque el rey no perdiese sus quintos. Vino de Trujillo a los Reyes, Alonso de Alvarado: fue bien recibido de Pizarro; y por tenerse gran noticia de los Chachapoyas, y de las otras tierras que están más orientales, le dio comisión para hacer aquella conquista, nombrándole por su capitán. Con que dio la vuelta a la nueva ciudad de Trujillo.
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Capítulo LXXXVI Que trata de cómo se partió el gobernador del puerto de Valparaíso a la ciudad de Santiago Vuelta la galera e dada la nueva que la gente de por tierra estaba en el valle de Coquimbo, se partió el gobernador para la ciudad de Santiago, y allegó día de Corpus Christi, año de mil y quinientos y cuarenta y nueve, que se cumplieron diez y siete meses que había salido del puerto de Valparaíso en servicio de Su Majestad al Pirú, contra la rebelión de Gonzalo Pizarro. En este tiempo que he dicho, había gastado en servicio de Su Majestad en oro y plata ciento y ochenta y siete mil y quinientos pesos, y todo le pareció poco, según la fidelidad y ánimo y gran celo que tenía de servir a su príncipe. Llegado el gobernador a la ciudad de Santiago a diez días de junio, jueves, día de Corpus Christi, como tengo dicho, salió el cabildo con un palio vestidos de grana fuera de la ciudad con todo el pueblo. E llegado junto a la iglesia, presentó las provisiones reales, por las cuales le hacía Su Majestad merced de le criar por su gobernador y capitán general en todas estas provincias de la Nueva Extremadura, las cuales vieron y obedecieron. Y por virtud de ellas le recibió el cabildo en su ayuntamiento por tal, y las mandaron publicar con toda la solemnidad que pudieron y cerimonias acostumbradas. Hecho esto, despachó para los reinos del Pirú a su teniente Francisco de Villagran, y diole para sus gastos treinta mil pesos, y diole sus despachos y cartas de creencia para el presidente Pedro de la Gasca. Y mandóle que trujese gente y caballos y armas, que bien sabía que los hallaría y vendrían de buena voluntad las personas en quien no hubiese cabido suerte en Pirú de indios. Y junto con esto diese cuenta al presidente de cómo quedaba recebido con gran alegría en esta tierra, y cómo lo había hallado muy pacífica en servicio de Su Majestad, aunque con pérdida de aquellos cristianos y destrucción de la Serena, que serían los españoles que murieron en el valle de Copiapó y en la ciudad de la Serena sesenta hombres, que en este tiempo eran muchos. Mandóle que diese cuenta de todo al presidente y que con la gente que trujese viniese por detrás de la cordillera y sierras nevadas, y si trajese tanta que hubiese para ello, poblase una ciudad en el paraje del valle de Coquimbo o de Santiago, y dejando la gente que fuese menester para la sustentación de ella y de los pobladores, que con la demás atravesase la cordillera y viniese a le buscar adonde estuviese, porque cuando él viniese, tendría pobladas con ayuda de nuestro Señor una o dos ciudades hacia el estrecho de Magallanes, e que diese de sus negocios cuenta al presidente e de las cabezas que había cortado, estando él ausente de la tierra. E luego mandó llamar a Francisco de Aguirre e le mandó que se fuese a reedificar a la ciudad de la Serena.
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Que trata de lo más que le sucedió a Cortés en la ciudad de México hasta poner prisiones al rey Motecuhzoma, de que Cacama rey de Tetzcuco se alteró y quiso libertar a su tío y echar de México a los españoles y de cómo su hermano Ixtlilxóchitl lo prendió cautelosamente y lo entregó a Cortés Así como Cortés tuvo preso a Motecuhzoma, procuró estorbarle que no sacrificase hombres a sus falsos dioses y comenzó a derribar ídolos, de que Motecuhzoma se alteró, porque los suyos estuvieron en términos de matarle porque lo consentía y con él a Cortés porque lo mandaba; por lo cual de consejo del mismo Motecuhzoma, por entonces Cortés dejó de quebrar los ídolos y contentóse con decirles en la ceguedad en que vivían y desengañarlos y meterlos en el camino verdadero de la virtud y ley evangélica, que había sido la causa principal de su venida; que no había sido tanto por sus riquezas, pues de ellas no habían tomado más de tan solamente lo que ellos les habían dado, ni habían llegado a sus mujeres e hijas ni hecho otros agravios, porque su principal intento no era más de salvar sus almas; que no había otro Dios, más de tan solamente el que los cristianos adoraban, trino y uno, eterno, sin fin, creador y conservador de todas las cosas, que rige y gobierna los cielos y la tierra y otras muchas razones, persuadiéndoles a nuestra santa fe católica y abominando su idolatría y errores; con que se aseguraron un poco y por buenas razones Motecuhzoma vino a dar su palabra, que no se sacrificarían hombres mientras Cortés estuviese en su ciudad y dio permiso que en la capilla del templo mayor que tenía de subida ciento catorce gradas, se pusiesen entre los ídolos de Huitzilopochtli un crucifijo, una imagen de nuestra Señora y una cruz. Veinte días habían pasado que Motecuhzoma estaba preso, cuando llegó Quauhpopocatzin a México con un hijo suyo y quince caballeros, que culpaban en la muerte de los cuatro españoles y habiéndose visto con Motecuhzoma, lo entregó a Cortés. Según la carta referida y las relaciones mexicanas, no tuvo culpa, sino que por ciertos agravios y demasías que los cuatro españoles hicieron, fueron muertos por los naturales de aquellas partes y que Cortés con los suyos fue a la casa de armas de Motecuhzoma y sacó de ellas todas las que halló y de los templos hizo lo mismo y con ellas en la plaza principal hizo quemar a Quauhpopocatzin públicamente con su hijo y a los quince caballeros que vinieron con él (que fue otro atrevimiento no menor que los pasados); y antes que esto hiciese puso unos grillos a Motecuhzoma, haciéndole grandes fieros, todo a fin de espantarle más y aunque se los quitó y prometió que le quería soltar, estaba ya tan medroso que no quiso irse a su casa. Entre tanto Cortés andaba inquiriendo las particularidades necesarias para saber ¿qué tan grande, qué tan rico era el estado y. reino de Motecuhzoma, el de su sobrino Cacama y de Totoquihuatzin de Tlacopan? con todo lo que contenía el imperio de estas tres cabezas ¿qué minas había de oro y plata?, qué tan lejos estaba el otro Mar del Sur ¿y si en el Norte había algún puerto para los navíos de España, mejor y más acomodado que el de la Veracruz? Todo esto preguntaba a Motecuhzoma y de todo le daba él cumplida relación, porque nada jamás le escondió. Envió a diversas partes a reconocer y calar los secretos de la tierra, la grandeza y fortaleza de las ciudades en donde trajeron muestras de oro y de amigos que hallaban en ellas; entre los que así despachó según las relaciones de la ciudad de Tetzcuco, fueron algunos a ella con dos hermanos del rey Cacama llamados el uno Nezahualquentzin y el otro Tetlahuehuetzquititzin, que estaban con mucha gente en servicio de Cortés y de los suyos (todos naturales de la ciudad de Tetzcuco), para que la viesen y considerasen la potencia, fuerzas y grandeza de ella y asimismo se cogiesen el oro que se guardaba en los tesoros del rey de Tetzcuco; y llegando estos dos infantes a las casas de Nezahualcoyotzin, su abuelo, que estaban en la Ciudad de México, para desde allí embarcarse con los españoles en unas canoas grandes, llegó un mensajero de Motecuhzoma y apartando a Nezahualquentzin, le dijo: que el rey su tío le rogaba mucho, que los españoles que iban en su compañía a Tetzcuco, fuesen bien tratados y con brevedad despachados y que procurasen darles todo el más oro que pudiesen, pues veían en la aflicción en que quedaba: y entendiendo los españoles que lo que el mensajero de Motecuhzoma le había dicho a Nezahualquentzin, era algún trato doble, llegó uno de ellos a él dándole de palos y lo llevó preso ante el capitán Cortés, el cual lo hizo ahorcar luego; de que se sintió muy agraviado el rey Cacama y en su lugar despachó a otro de sus hermanos llamado Tepaxochitzin para que fuese juntamente con Tetlahuehuetzquititzin con los españoles; los cuales después de haber tanteado la ciudad y comunicado con Itxtlilxóchitl, recogieron todo el oro del tesoro de Nezahualcoyotzin y un arca muy grande de dos brazas en largo, una en ancho y un estado en alto, la hincheron hasta arriba de oro; y no contentos los españoles (que por todos eran veinte), mandaron a Tetlahuehuetzquititzin y a los demás señores de la ciudad, que juntasen más oro, porque el que habían sacado del tesoro del rey era poco; y así cada uno de aquellos señores sacó de sus tesoros cierta cantidad de oro, con que tornaron a henchir otra tanta cantidad como la primera y lo llevaron a Cortés, el que se admiró de ver la gran suma de riquezas y mucho más cuando le contaron la grandeza y fortaleza de la ciudad de Tetzcuco y el mucho poder que tenía, aunque por otra parte se holgaba mucho tener en ella por amigo a Ixtlilxóchitl, que era la persona más temida y respetada en todo aquel reino y dio traza de prender y haber a las manos al rey Cacama y aunque estaba dentro de la ciudad de México no se atrevió, lo uno, porque era belicosísimo, hombre animoso y sin temor y que le parecía desdeñar y tener por afrenta la prisión de su tío Motecuhzoma: y conociendo Cacama que las demasías y atrevimientos de Cortés y de los suyos cada día iban en aumento, reprendió ásperamente a la nobleza mexicana, porque consentía hacer semejantes desacatos a cuatro extranjeros y que no los mataban; se excusaban con decirle les iban a la mano y no les consentían tomar las armas para libertarle y tomar sobre sí una tan gran deshonra, como era la que los extranjeros les habían hecho en prender a su señor y quemar a Quauhpopocatzin, los demás sus hijos y deudos sin culpa, con las armas y munición que tenían para la defensa y guarda de la ciudad; y de su autoridad tomar para sí los tesoros del rey y de los dioses y otras libertades y desvergüenzas que cada día pasaban y aunque todo esto veían lo disimulaban por no enojar a Motecuhzoma, que tan amigo y casado estaba con ellos. Visto por el rey Cacama el poco animo y la determinación de los mexicanos, se salió de la ciudad y se fue a la de Tetzcuco para juntar sus gentes y con ellas libertar a su tío y nobleza mexicana de la servidumbre y afrenta en que vivían y vengar la muerte injusta de su hermano Nezahualquentzin y la de Quauhpopocatzin y de los otros caballeros sus amigos y deudos. Llegado que fue a la ciudad de Tetzcuco, Cohuanacochtzin e Ixtlilxóchitl, que tenía el gobierno de ella y de todo el reino, recibieron a su hermano y habiendo tratado de lo que se debía hacer en razón del ejército que quería juntar para ir con él a la ciudad de México, Ixtlilxóchitl le dijo que convenía tratarlo y hacer consejo de guerra en los palacios del bosque de Tepetzinco, que está metido en la laguna, porque desde allí podían bloquear la ciudad de México y considerar por dónde podían entrar los del ejército con más comodidad, sin ser sentidos de los españoles y que así toda la gente que había juntado para este consejo y determinación, que estaban en el cercado y palacios de Oztotícpac, que se fuesen por tierra a Tepetzinco (que eran más de cien mil personas), que el rey con él y con Coanacochtzin su hermano se fuesen en una canoa grande. Cacama (que estaba muy seguro de lo que después le sucedió), se puso en manos de Ixtlilxóchitl y Cohuanacochtzin sus hermanos; y habiéndose embarcado en la canoa fue preso llevado a México y entregado a Cortés, con cuya hazaña se atajaron muy grandes inconvenientes y estorbos a los designios de Cortés y prosecución de la entrada de nuestra santa fe católica; porque el rey Cacama era esforzado, atrevido y de muy gran valor y Cortés y su tío Motecuhzoma no fueran bastantes para atajarle sus pasos y designios, si no fuera por la amistad que Ixtlilxóchitl siempre tuvo a Cortés y a los españoles.
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Que trata la razón por que se fundó la ciudad de Guamanga, siendo primero sus provincias términos del Cuzco y de la ciudad de los Reyes Después de pasada la porfiada guerra que hubo en. el Cuzco entre los indios naturales y los españoles, viéndose desbaratado el rey Mango inga Yupangue y que no podía tornar a cobrar la ciudad del Cuzco, determinó de retirarse a las provincias de Viticos, que están en lo más adentro de las regiones, pasada la cordillera de la gran montaña de los Andes, habiéndole primero dado el capitán Rodrigo Orgóñez un gran alcance, en el cual libertó al capitán Ruy Díaz, que había algunos días que el inga tenía en su poder. Y como tuviese este pensamiento Mango inga, muchos de los orejones del Cuzco, que era la nobleza de aquella ciudad, quisieron seguirle. Allegado, pues, a Viticos el rey Mango inga con suma muy grande de tesoros, que tomó de muchas partes donde él lo tenía, y sus mujeres y aparato, hicieron su asiento en el lugar que les pareció más fuerte, de donde salieron muchas veces y por muchas partes a inquietar lo que estaba pacífico, procurando de hacer el daño que pudiesen a los españoles, a los cuales tenían por crueles enemigos, pues por haberles ocupado su señorío les había sido forzado dejar su natural tierra y vivir en destierro. Estas cosas y otras publicaba Mango inga y los suyos por las partes que salían a robar y a hacer daño que digo. Y como en estas provincias no se hubiere edificado ninguna ciudad de españoles, antes los naturales della unos estaban encomendados a los vecinos de la ciudad del Cuzco y otros a los de la ciudad de los Reyes, era causa que los indios de Mango inga pudiesen fácilmente hacer grandes daños a los españoles y a los indios sus confederados, y así mataron y robaron a muchos. Y llegó a tanto este negocio, que el marqués don Francisco Pizarro envió capitanes contra él. Y saliendo del Cuzco por su mandado el fator Illán Suárez de Carvajal, envió al capitán Villadiego con alguna copia de españoles a correr la tierra, porque tuvieron nueva que estaba Mango inga no muy lejos de donde ellos estaban. Y no embargante que se vieron sin caballos (que es la fuerza principal de la guerra para estos indios), confiados de sus fuerzas, y con la codicia que tuvieron de gozar del Inga, porque creyeron que con él vendrían sus mujeres con parte de su tesoro y aparato, subiendo por una alta sierra llegaron a la cumbre della tan cansados y fatigados, que Mango inga, con pocos más de ochenta indios, dio, por aviso que tuvo, en los cristianos, que eran veinte y ocho o treinta, y mató al capitán Villadiego y a todos los más, que no escaparon sino dos o tres, con ayuda de indios amigos, que los pusieron delante la presencia del fator, que mucho sintió la desgracia sucedida. Lo cual entendido por el marqués don Francisco Pizarro, con gran priesa salió de la ciudad del Cuzco con gente, mandando salir luego tras Mango inga; aunque no aprovechó, porque con las cabezas de los cristianos se retiró a su asiento de Viticos, hasta que después el capitán Gonzalo Pizarro le dió grandes alcances y le deshizo muchas albarradas, ganándole algunas puentes. Y como los males y daños que los indios que andaban alzados hicieron hubiesen sido muchos, el gobernador don Francisco Pizarro, con acuerdo de algunos varones y de los oficiales reales que con él estaban, determinó de poblar en el comedio del Cuzco y de Lima (que es la ciudad de los Reyes) una ciudad de cristianos, para que hiciesen el paso seguro a los caminantes y contratantes, la cual se llamó San Juan de la Frontera, hasta que después el licenciado Cristóbal Vaca de Castro, su predecesor en el gobierno del reino, por la victoria que hubo de los de Chile en las lomas o llanadas de Chupas, la llamó de la Victoria, Todos los pueblos y provincias que había en la comarca desde los Andes hasta la mar del Sur eran términos de la ciudad del Cuzco y de la de los Reyes, y los indios estaban encomendados a los vecinos destas dos ciudades. Mas como el gobernador don Francisco Pizarro determinase de hacer esta fundación, requirió a los unos y a los otros que viniesen a ser vecinos en la nueva ciudad; donde no, que perdiesen el aución que tenían a la encomienda de los indios de aquella parte, quedando con solamente los que poseían desde la provincia de Jauja, que se dio por términos a Lima, y desde la de Andabailas, que se dio al Cuzco. Esta ciudad está trazada y fundada de la manera siguiente.