Cómo estos capitanes hallaron al Almirante en Santo Domingo Llegados a Santo Domingo los capitanes y las naves que volvían de Xaraguá, hallaron al Almirante, que había regresado de Tierra Firme. El cual, con plena información del estado de los rebeldes, habiendo visto los procesos que el Adelantado instruyó contra aquéllos, aunque le constaba que era cierto el delito y digno de severo castigo, le pareció conveniente tomar nueva información y formar otro proceso, para avisar a los Reyes Católicos de lo que acontecía. Acordó también usar en aquello la templanza que pudiese, de manera que con habilidad fuesen reducidos a la obediencia. Por lo cual, y para que ni unos ni otros pudieran quejarse de él, ni decir que los tenía allí a la fuerza, mandó, a 22 de Septiembre, que se echase un bando en nombre de los Reyes Católicos, prometiéndoles pasaje y vituallas. Además, noticioso de que Roldán, con parte de su gente, iba a Santo Domingo, mandó a Miguel Ballester, alcaide de la Concepción, que guardase bien aquel pueblo, y la fortaleza; que si iba Roldán por allí, le dijese, en su nombre, que él había recibido gran pena de sus trabajos y de todas las cosas pasadas, y no quería que se hablase más de ello, por lo que daba perdón general, y le rogaba que fuese luego donde estaba el Almirante, sin miedo alguno, para que, con su parecer, se proveyese en lo tocante al servicio de los Reyes Católicos; y si le parecía que necesitaba algún salvoconducto, se lo mandaría como le fuese pedido. A esto respondió Ballester, a 24 de Septiembre, que tenía nuevas ciertas de que el día antes había llegado Riquelme a la villa del Bonao, y que Adrián y Roldán, que eran los principales, se juntarían siete u ocho días después, en cuyo tiempo y lugar los podía apresar, como lo hizo. Porque habiendo hablado con ellos conforme a la comisión que se le dio, los halló muy endurecidos y desvergonzados, diciendo Roldan que no había ido para concertar un acuerdo, porque no querían, ni habían necesidad de paz, pues tenían al Almirante y a su estado en la mano, para sustentarlo o destruirlo, como quisiesen; que no hablase de pactos o de acuerdo hasta tanto que les enviasen todos los indios apresados en el asedio de la Concepción, pues el reunirse había sido por servir al Rey, y favorecerle, estando todos seguros bajo la palabra del Adelantado. Dijo también otras cosas en demostración de no querer concierto alguno si no fuese con gran provecho suyo. Para firmarlo, y para tratar de ello, pedía que el Almirante enviase a Carvajal, pues no quería tratar con los demás, y sí con éste, por ser hombre que se ponía en razón, y muy prudente, como lo había demostrado cuando llegaron a Xaraguá los tres navíos que hemos dicho. Esta respuesta motivó que el Almirante concibiese alguna sospecha de Carvajal, y no sin graves causas. La primera, porque antes que Carvajal llegase a Xaraguá, donde estaban entonces los rebeldes, habían escrito muchas veces y enviado mensajeros a los amigos que estaban con el Adelantado, diciéndoles que llegado el Almirante, irían a ponerse en sus manos, rogándoles que fuesen buenos mediadores para aplacarlo. La segunda razón fue, que si hicieron esto luego que supieron haber llegado dos naves en socorro del Adelantado, con más razón lo habrían hecho cuando supieron la venida del Almirante, si no lo impidiese la mucha conversación que Carvajal había tenido con ellos. La tercera, porque si hubiese hecho lo que debía, pudo detener, en su carabela, presos, a Roldán y a los principales de su compañía, que estuvieron dos días con Carvajal, sin seguro alguno. La cuarta, porque sabiendo, como lo sabían bien, que eran rebeldes, no les debió consentir que comprasen en los navíos cincuenta y cuatro espadas y cuarenta ballestas que habían adquirido. La quinta, porque habiendo indicios de que la gente que con Juan Antonio había salido a tierra para ir a Santo Domingo, tenía propósito de unirse a los rebeldes, no debió dejarles bajar, y cuando ya supo que se habían pasado a ellos, debió estar más solícito en recuperarlos. La sexta, porque iba divulgando que había ido a las Indias como compañero del Almirante, y que sin él no se hiciese cosa alguna, por temor que había en Castilla de que el Almirante cometiese alguna falta. La séptima, porque Roldán había escrito al Almirante por medio de Carvajal, que por consejo de éste había ido con su gente a Santo Domingo, para estar más cerca, al tratar de un acuerdo, cuando el Almirante hubiese llegado a la Española; y no conformándose, luego que se juntaron, los hechos, con su carta, parecía más bien que le había indicado ir allí para que si el Almirante tarde, o no llegara, pudiese, como compañero del Almirante, y Roldán como alcalde, gobernar la isla a despecho del Adelantado. La octava, porque después que los otros dos capitanes fueron por mar con las tres caravelas, y él por tierra a Santo Domingo, los rebeldes mandaron en su guardia y compañía uno de los principales, llamado Gámez, que estuvo dos días y dos noches con él en su navío, y le acompañó hasta seis leguas de Santo Domingo. La nona, porque escribía a los rebeldes cuando fueron al Bonaos. La décima y última, porque a más de que los rebeldes no quisieron tratar un acuerdo con nadie más que con él, todos decían a una voz que si hubiera hecho falta, le habrían elegido por su capitán. Pero considerando el Almirante, de otro lado, que Carvajal era prudente, sabio y noble, y que cada una de las sospechas mencionadas podía tener explicación, y no ser verdadero lo que le habían dicho, reputándolo persona que no haría cosa indebida, deseoso de apagar aquel fuego, resolvió consultar con todos los principales que estaban con él la respuesta que convenía dar a Roldán, para resolver lo que acerca de esto debía hacerse. Estando todos de acuerdo, mandó a Carvajal, junto con el alcaide Ballester, para que negociasen el ajuste. Pero no sacaron más de Roldán sino que, pues no llevaban los indios que él demandó, no hablasen en modo alguno de acuerdos. A cuyas palabras satisfizo con su prudencia Carvajal, e hizo a todos tan buen razonamiento que movió a Roldán y tres o cuatro de los principales, a ir a ver al Almirante y firmar con él un convenio. Pero como esto desagradara mucho a los otros rebeldes, mientras que Roldán y los otros montaban a caballo para ir con Carvajal a estar con el Almirante, los acometieron, diciendo que en modo alguno querían que fuesen donde iban, y que si algún acuerdo se ajustaba, fuese por escrito, para que todos tuviesen parte en lo que se negociase. Así que, después de pasar algunos días, Roldán escribió al Almirante, a 15 de Octubre, de conformidad con todos los suyos, una carta en que achacaba al Adelantado la causa y culpa de la discordia, diciendo al Almirante que, pues no les había dado seguro, por escrito, para ir a darle cuenta de lo sucedido, habían resuelto notificarle por escrito las condiciones del ajuste que pedían, que eran el premio de las obras que llevaban hechas, como se verá más adelante. Pero, aunque lo que pedían era exorbitante y desvergonzado, el día siguiente escribió Ballester al Almirante, alabando mucho la eficacia del razonamiento de Carvajal, y que, pues éste no había podido apartar aquella gente de sus malvados propósitos, nada bastaría que no fuese concederles lo que pedían, porque los veía tan animoso que estaban ciertos de que se pasarían a ellos la mayor parte de los que estaban con Su Señoría ilustrísima; y aunque tuviese confianza en sus criados y la gente de honra que estaba con él, no eran bastante contra tantos, que cada día crecían en número con otros que se les agregaban. Ya el Almirante había conocido esto por experiencia, cuando Roldán estaba cerca de Santo Domingo, pues hizo muestra de la gente que pelearía, si fuese necesario, y notó que, fingiéndose unos cojos y otros enfermos, no se hallaron más de setenta hombres entre los cuales apenas había cuarenta de quienes fiarse. Por esto, al día siguiente, que fue a 18 de Octubre del mismo año de 1498, Roldán y los principales que fueron con él a ver al Almirante, le enviaron una carta firmada de ellos, diciendo que por asegurar la vida se habían separado del Adelantado, que andaba buscando modos y caminos de matarlos; y que siendo servidores de Su Señoría ilustrísima, cuya venida esperaban como de sujeto de que recibirían en servicio lo que habían hecho por su deber, pues impidieron a la gente hacer daño y perjudicar en las cosas de Su Señoría, como pudieran, sin dificultad; pero después que había llegado, lejos de agradecerlo, seguía en procurarse la venganza y causarles daños; así que, por hacer con honra lo que habían determinado, y tener libertad de cumplirlo, se quitaban de su compañía y su servicio. Antes que esta carta se entregase al Almirante, había ya respondido a Roldán por medio de Carvajal, enviado para ello, refiriendo la confianza que siempre puso en aquél, y la buena relación que de su persona hizo a los Reyes Católicos; añadía que el no haberle escrito era por temor de algún inconveniente si viesen su carta los del vulgo, y esto le causase algún daño; por ello, en lugar de firma y escritura, le había enviado aquel sujeto de quien él sabía cuánto se fiaba, a quien podía estimar como si fuera su sello, que era el alcaide Ballester; de modo que viese lo que era más razonable de ejecutar, porque a todo le hallaría muy dispuesto. Luego mandó, a 18 de Octubre, que partiesen a Castilla cinco navios, en los que enviaba decir a los Reyes Católicos, con mucha particularidad, todo lo que pasaba y lo que había detenido aquellos navíos, pues creía que Roldán y los suyos se embarcarían en ellos, como habían publicado antes; y que los otros tres que tenía consigo, era menester arreglarlos para que fuesen con ellos el Adelantado a seguir el descubrimiento de la Tierra Firme de Paria, y ordenar la pesca y el rescate de las perlas, de las que enviaba muestra con Carvajal.
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Lo demás que pasó hasta que surgió la nao en el puerto de la Navidad Túvose vista de tierra y por su costa se iba navegando, haciéndose las breves horas largos días, por ser muchos los deseos que había de ver ya surta la nao en el puerto de Zalagua, en cuya demanda fuimos. Estando casi a su punta nos dio calma. Porfióse contra ella y nunca pudimos entrar. Penoso caso; pues la falta de una hora de buen viento nos robaba tan grande contentamiento, cuanto lo era tomar puerto para en él descansar de los trabajos pasados. Muchos discursos se hicieron medidos a la necesidad en que estábamos, y por que más se hiciesen sobrevino una corriente con tanta furia, que arrebatada la nao en poco espacio la hizo casi perder las cuatro leguas que hay de Zalagua al puerto de la Navidad. Acordóse, aunque era costa brava, enviar dos hombres a tierra a buscar gente y remedio; mas porque unas pipas en que los dos iban las llevaba la corriente, el capitán les dijo volviesen a bordo porque no se ahogasen, y que si pasaba del puerto de la Navidad, para el cual era el viento y la corriente en favor, no había otro puerto conocido a donde poder guarecerse. Viendo, pues, el disgusto e inquietud de la gente por ver que la nao rodaba y que en ella había solas cuarenta botijas de agua, por todo esto y por no ponerse a nuevos riesgos, determinó se tomase el puerto de la Navidad; para lo que dijo al piloto mayor las causas que le movían, y por la más principal los deseos que tenía de enviar aviso a México, para que el visorrey lo diese a Su Majestad, de todo lo sucedido, que era lo que más cuidado le daba viendo tan cerca a la muerte. Mostróse el piloto tibio, por lo que el capitán, en conformidad de lo dicho, le hizo notificar un auto so graves penas tomase luego aquel puerto, porque así convenía. En esto cerró la noche: púsose en el bauprés el más experto marinero para que fuese avisando del gobierno que se había de tener a la entrada. Mucho ayudó el poco viento y mucha más la corriente, con que, aunque despacio, fuimos entrando por junto a un gran peñasco fondo a pique, y a sotavento una baja. Por ser la noche oscura hacía temeroso el paso. Hubo cierta turbación viendo la nao junto a piedras, por lo que algunos se desnudaron y se pusieron a la orden de nadar. Hubo destos y de otros sobresaltos, y a vueltas dellos buena guarda y buen gobierno en la nao, que entró un poco más adentro. Calmó del todo el viento, diose fondo en un lugar mal seguro por no perder lo ganado con la vaciante marea. A poco rato volvió con fuerza el Sueste. Zarpóse a gran priesa el ancla, y se dio vela, con que fuimos a surgir otro poco más adelante: y al fin, habiendo gastado la noche en estos cortos viajes, vino el día y del todo entramos dentro en puerto, y dimos fondo en doce brazas frontero de una playa descubierta a muchos vientos, por lo que fue amarrada la nao con cuatro cables, a veinte y uno de octubre de mil seiscientos y seis.
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De cómo juntaron la gente ante la casa de Domingo de Irala Y luego otro día siguiente por la mañana los oficiales, como atambor, mandaron pregonar por las calles, que todos se juntasen delante las casas del capitán Domingo de Irala, y allí juntos sus amigos y valedores con sus armas, con pregonero, y altas voces leyeron un libelo infamativo entre las otras cosas, dijeron que tenía al gobernador ordenado de tomarles a todos sus prendas y tenerlos por esclavos, y que ellos de la libertad de todos le habían prendido; y acabando de leer el dicho libelo, les dijeron: "Decid, señores: ¡Libertad, libertad; viva el Rey!" Y ansí, dando grandes voces, lo dijeron, y acabado de decir, la gente se indignó con el gobernador, y muchos decían: "¡Pese a tal!, vásmosle a matar a este tirano, que nos quería matar y destruir"; y amansada la ira y furor de la gente, luego los oficiales nombraron por teniente de gobernador y capitán general de la dicha provincia a Domingo de Irala. Este fue otra vez gobernador contra Francisco Ruiz, que había quedado en la tierra por teniente de don Pedro de Mendoza; y en la verdad fue buen teniente y buen gobernador, y por envidia y malicia le desposeyeron contra todo derecho y nombraron por teniente a este Domingo de Irala; y diciendo uno al veedor Alonso Cabrera que lo habían hecho mal, porque habiendo poblado el Francisco Ruiz aquella tierra y sustentándola con tanto trabajo, se lo habían quitado, respondió que porque no quería hacer lo que él quería; y que porque Domingo de Irala era el de menos calidad de todos, y siempre haría lo que él mandase y todos los oficiales, por esto lo habían nombrado; y así pusieron al Domingo de Irala, y nombraron por alcalde mayor a un Pero Díaz del Valle, amigo de Domingo de Irala; dieron las varas de los alguaciles a un Bartolomé de la Marilla, natural de Trujillo, amigo de Nunfro de Chaves, y a un Sancho de Salinas, natural de Cazalla; y luego los oficiales y Domingo de Irala comenzaron a publicar que quería tornar a hacer entrada por la misma tierra que el gobernador había descubierto, con intento de buscar alguna plata y oro en la tierra, porque hallándola la enviasen a Su Majestad para que los perdonase, y con ello creían que les había de perdonar el delito que habían cometido; y que si no lo hallasen, que se quedarían en la tierra adentro poblando, por no volver donde fuesen castigados; y que podría ser que hallasen tanto, que por ello les hiciese merced de la tierra, y con esto andaban granjeando a la gente; y cómo ya hobiesen todos entendido las maldades que habían usado y usaban, no quiso ninguno dar consentimiento a la entrada; y dende allí en adelante toda la mayor parte de la gente comenzó a reclamar y a decir que soltasen al gobernador; y de esta causa los oficiales y las justicias que tenían puestas comenzaron a molestar a los que se mostraban pesantes de la prisión, echándoles prisiones y quitándoles sus haciendas y mantenimientos, y fatigándolos con otros malos tratamientos; y a los que se retraían por las iglesias, por que no les prendiesen, ponían guardas por que no los diesen de comer, y ponían pena sobre ello, y a otros les tiraban las armas y los traían aperreados y corridos, y decían públicamente que a los que mostrase pesalles de la prisión que los habían de destruir.
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Cómo fuimos a la ciudad de Tlascala, y lo que los caciques viejos hicieron, de un presente que nos dieron, y cómo trajeron sus hijas y sobrinas, y lo que más pasó Como los caciques vieron que comenzaba a ir nuestro fardaje camino de su ciudad, luego se fueron adelante para mandar que todo estuviese aparejado para nos recibir y para tener los aposentos muy enramados; e ya que llegábamos a un cuarto de legua de la ciudad, sálennos a recibir los mismos caciques que se habían adelantado, y traen consigo sus hijas y sobrinas y muchos principales, cada parentela y bando y parcialidad por sí; porque en Tlascala había cuatro parcialidades, sin las de Tecapaneca, señor de Topeyanco, que eran cinco; y también vinieron de todos los lugares sus sujetos, y traían sus libreas diferenciadas, que aunque eran de henequén, eran muy primas y de buenas labores y pinturas, porque algodón no lo alcanzaban; y luego vinieron los papas de toda la provincia, que había muchos por los grandes adoratorios que tenían, que ya he dicho que entre ellos se llama cues, que son donde tienen sus ídolos y sacrifican; y traían aquellos papas braseros con brasas, y con sus inciensos zahumando a todos nosotros, y traían vestidos algunos dellos ropas muy largas a manera de sobrepellices, y eran blancas, y traían capillas en ellos, como que querían parecer a las que traen los canónigos, como ya lo tengo dicho, y los cabellos muy largos y enredados, que no se pueden desparcir si no se cortan, y llenos de sangre que les salían de las orejas, que en aquel día se habían sacrificado; y abajaban las cabezas como amanera de humildad cuando nos vieron, y traían las uñas de los dedos de las manos muy largas: e oímos decir que aquellos papas tenían por religiosos y de buena vida; y junto a Cortés se allegaron muchos principales acompañándole; y como entramos en lo poblado no cabían por las calles y azoteas, de tantos indios e indias que nos salían a ver con rostros muy alegres, y trajeron obra de veinte piñas hechas de muchas rosas de la tierra, diferenciadas las colores y de buenos olores, y las dieron a Cortés y a los demás soldados que les parecían capitanes, especial a los de a caballo; y como llegamos a unos buenos patios adonde estaban los aposentos, tomaron luego por la mano a Cortés, Xicotenga "el viejo" y Mase Escaci, y le meten en los aposentos, y allí tenían aparejado para cada uno de nosotros a su usanza unas camillas de esteras y mantas de henequén; y también se aposentaron los amigos que traíamos de Cempoal y de Zocotlan cerca de nosotros; y mandó Cortés que los mensajeros del gran Montezuma se aposentasen junto con su aposento; y puesto que estábamos en tierra que veíamos claramente que estaban de buenas voluntades y muy de paz, no nos descuidamos de estar muy apercibidos, según teníamos de costumbre; y parece ser que nuestro capitán, a quien cabía el cuarto de poner corredores del campo y espías y velas, dijo a Cortés: "Parece, señor, que están muy de paz, y no habemos menester tanta guardia ni estar tan recatados como solemos". "Mirad, señores, bien veo lo que decís; mas por la buena costumbre hemos de estar apercibidos, aunque sean muy buenos, no habemos de creer en su paz, sino como si nos quisiesen dar guerra y los viésemos venir a encontrar con nosotros; que muchos capitanes por se confiar y descuidar fueron desbaratados, especialmente nosotros, como somos tan pocos, y habiéndonos enviado a avisar el gran Montezuma, puesto que sea fingido, y no verdad, hemos de estar muy alerta." Dejemos de hablar de tantos cumplimientos e orden como teníamos en nuestras velas y guardias, y volvamos a decir cómo Xicotenga "el viejo" y Mase-Escaci, que eran grandes caciques, se enojaron mucho con Cortés, y le dijeron con nuestras lenguas: "Malinche, o tú nos tienes por enemigo o no; muestras obras en lo que te vemos hacer, que no tienes confianza de nuestras personas y en las paces que nos has dado y nosotros a ti; y esto te decimos porque vemos que, así os veláis y venís por los caminos apercibidos, como cuando veníais a encontrar con nuestros escuadrones; y esto, Malinche, creemos que lo haces por las traiciones y maldades que los mexicanos te han dicho en secreto para que estés mal con nosotros: mira no los creas; que ya aquí estás y te daremos todo lo que quieres, hasta nuestras personas e hijos, y moriremos por vosotros; por eso demanda en rehenes todo lo que quisieres y fuere tu voluntad." Y Cortés y todos nosotros estábamos espantados de la gracia y amor con que lo decían; y Cortés les respondió con doña Marina que así lo tiene creído, e que no ha menester rehenes, sino ver sus muy buenas voluntades; y que en cuanto a venir apercibidos, que siempre lo teníamos de costumbre y que no lo tuviesen a mal; y por todos los ofrecimientos se lo tenía en merced y se lo pagaría el tiempo andando. Y pasadas estas pláticas, vienen otros principales con gran aparato de gallinas y pan de maíz y tunas, y otras cosas de legumbres que había en la tierra, y abastecen el real muy cumplidamente, que en veinte días que allí estuvimos todo lo hubo sobrado; y entramos en esta ciudad a 23 días del mes de septiembre de 1519 años e quedaráse aquí, y diré lo que más pasó.
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Capítulo LXXV Cómo Almagro supo la prisión de sus corredores, y de cómo fundó una ciudad en Riobamba; y fueron a requerir al adelantado; y de lo más que entre ellos pasó Pues como los corredores de Almagro fueron presos por Diego de Alvarado, como se ha contado, no se tardó mucho cuando lo supo por los indios que habían ido con ellos para los servir; sintiólo mucho, recibiendo gran turbación. Mas pasado aquel movimiento con ánimo grande decía que había de defender la tierra a quien a ella viniese sin provisión ni mandado del emperador. En esto, habiéndose informado bastantemente de los corredores, el adelantado les dio licencia liberalmente para que se volviesen, escribiendo con ellos cartas muy graciosas al mariscal, diciendo que él, teniendo como tenía comisión del emperador para descubrir nuevas tierras no embargante que tenía en su cargo el gobierno de la provincia de Guatimala, había gastado mucha suma de oro en navíos y pertrechos de guerra, para el armada, pertenecientes, con determinación de descubrir en esta mar del Sur, a la parte de levante, lo que pudiese que cayese fuera de los límites de la gobernación que don Francisco Pizarro tenía señalada, sin tener intención de les hacer enojo ni dar lugar a disensiones ni escándalos ningunos; y que él se acercaría a Riobamba donde trataría lo que a todos fuese provechoso y cuanto los había honrado y tratado amigalmente. Pasando estas cosas, después de haber tomado su consejo sobre ello, Almagro determinó de luego fundar una ciudad en Riobamba, que es la propia de Quito, y tomando posesión hizo la fundación en nombre del emperador, y así lo pidió por testimonio; señaló luego alcaldes y regidores, y llamando al capitán Ruy Díaz y a Diego de Agüero y al padre Bartolomé de Segovia, clérigo, les mandó que fuesen por embajadores al adelantado, dándole de su parte la enhorabuena de su venida, certificándole que había sentido mucho los grandes trabajos y peligros que su señoría había pasado por las nieves y desde que salió de Guatimala; y que tenía creído que habiendo servido siempre al emperador que no haría otra cosa de lo que había escrito; pues le constaba don Francisco Pizarro, su compañero, era gobernador de la mayor parte del reino y por días aguardaba que el rey le enviase a él provisión de gobernador de lo de adelante. Habíase alojado el adelantado en el pueblo de Mulahalo, donde mandó que viniese la demás gente que había quedado en Panzaleo, y saliendo de aquel lugar, caminó acercándose al mariscal. Encontró los mensajeros; recibióles muy bien; y ellos, después de le haber hablado cautelosamente por granjear las voluntades de los que venían con él afirmaban haber grandes tesoros en el Cuzco que repartir; y que era poco para lo mucho que había en los templos y guacas de los indios que estaban enteras, sin lo cual tan grandes provincias como había oído haber en aquel reino se habían de repartir entre los que poblasen, negocio grande y que les convenía ponderarlo para, conociendo el tiempo y tal coyuntura, gozar de él sin ir a descubrir nieves y malas venturas. Con estos dichos, turbáronse hartos de los que los oían; ya deseaban verse en el Cuzco. El adelantado, habiendo tomado su consejo, mandando llamar a los mensajeros, los envió diciéndoles que dijesen al mariscal que cuando estuviese cerca de Riobamba le haría mensajeros. Y como salieron de su campo, marchó hasta ponerlo en Mocha, que está cinco leguas de Riobamba poco más o menos, de donde anduvieron algunos tratos enviando Alvarado a Martín de Estete para que hablase a Almagro, que le proveyesen de lenguas y le hiciesen el camino seguro para pasar adelante a descubrir lo que no tenía en gobernación Pizarro. Almagro respondía alargaciones y excusas, que no podía ni se permitía, con tan grueso ejército descubrir pasando por lo que estaba ganado, y que no podría proveer de bastimento a tanta gente. Estas cosas respondía Almagro al adelantado, mas nunca dejaba de dar grandes esperanzas a los que de su parte venían, deseando que se le pasasen, conociendo que la codicia, que es la que sujeta a la nación española a grandes males, los movería a querer seguirlo. Y como todos acá tratan cautelas no faltó de los que vinieron, de parte del adelantado, que se dieron tal maña que Felipillo, la lengua, amaneció un día huido y se pasó a su campo, donde fue bien recibido y dio aviso de cuántos españoles estaban con Almagro, y cómo a la redonda de donde estaban había muchos hoyos hondables que hacían fuerte aquel lugar; mas que si él quería que haría con los indios naturales que apellidándose todos pusieron fuego por todas partes para que, con temor del incendio, saliesen de allí. Venía con el adelantado uno a quien llamaban Antonio, que después, como iremos relatando, fue secretario de Pizarro y tuvo mucha parte con él; y como había oído tantas grandezas del Cuzco confiado de su habilidad, porque luego creyó ser lo que fue; aunque venía en servicio de Alvarado y con nombre de su criado, lo más disimuladamente que pudo se fue a Riobamba, donde se presentó delante de Almagro, ofreciéndose a su servicio. Almagro lo recibió bien; supo de la intención que tenía el adelantado y de lo que le había dicho el traidor de Felipillo. Pues como Picado se echó de menos, supieron que se había oído a Riobamba, donde estuvo Almagro; airóse mucho el adelantado amenazándolo de muerte si lo tomase; mandó que todos los caballos y peones se armasen y saliesen a un campo raso que estaba allí junto. De todos mandó sacar cuatrocientos españoles, y los otros que quedasen para en guarda del real; ordenó que fuesen cuarenta caballos junto al pendón real y que Diego de Alvarado con treinta caballos tomase la vanguardia. Gómez de Alvarado con treinta había de ir junto a su persona. Mateo Lezcano iba por capitán de sesenta arcabuceros y ballesteros, la guardia iba a cargo de Rodrigo de Chaves; Jorge de Benavides fue capitán de la demás gente que había, afirmando el adelantado que si le entregaban a Picado que había de desbaratar al mariscal. Marcharon con grande orden hasta llegar a Riobamba, donde el adelantado envió un escudero para que dijese a Diego de Alvarado que hiciese alto sin trabar escaramuza ni pelear con los contrarios; a todo esto Almagro no dormía ni los que con él estaban, aunque eran tan pocos como se ha contado. Estaban apercibidos para todo lo que sucediese con entera determinación. Envió el adelantado a decir que le entregase a Picado, pues siendo su criado lo había mirado tan mal. Respondió Almagro que Picado era libre y podía ir y estar, sin quél le forzase andar; y dada esta respuesta, mandó a Cristóbal de Ayala, alcalde en la nueva ciudad, y a Domingo de la Presa, escribano, que fuesen a requerir al adelantado de parte de Dios y del emperador que no diese lugar a escándalos ni oprimiese la justicia real, ni entrase en la ciudad que tenían poblada, sino que se volviese a su gobernación de Guatimala, y dejase la que el rey había encomendado a Francisco Pizarro, protestándole los daños y muertes y destrucción de naturales que sobre ello recresciese; y pidiéronlo por testimonio. Respondió el adelantado, y sin consentir en sus protestaciones, que él era gobernador y capitán general de su majestad y que tenía comisión para descubrir por mar, tierra, y que había entrado en el Perú para descubrir lo que no estuviese dado en gobernación y que si habían poblado en Riobamba que no les perjudicaría ni haría daño, si no fuese mercar por sus dineros lo que hubiese menester. Replicó el alcalde y escribano que no embargante la respuesta que había dado le requería se volviese una legua más atrás hacia Mocha a asentar su campo, de donde tratarían entre unos y otros lo que fuese mejor. El adelantado, que no deseaba deservir al rey, mandó al licenciado Caldera, su justicia mayor, que volviese, con aquellos que habían venido, a hablar con el mariscal de su parte lo que a todos convenía; y a Luis de Moscoso mandó lo mismo, que fuesen ambos a dos a lo tratar con toda cordura y discreción. Los españoles que estaban en ambos campos no todos tenían un corazón, ni deseaban que las cosas se guiasen a un fin: porque unos holgaban con guerra y otros con paz, y cada uno deseaba lo que veía que le sería más provechoso. Comían a discreción de los pobres indios sin regla ni razón. Llegados Luis de Moscoso y el licenciado Caldera adonde estaba Almagro, hablaron con él un buen rato sobre aquellas cosas. Siempre respondió que todo aquello era gobernación de Pizarro, su compañero, y que el adelantado debía volverse a su gobernación. Y pasadas estas cosas y otras, Luis de Moscoso y el licenciado Caldera se volvieron adonde habían dejado al adelantado, quedando acordado, por los unos y los otros, que el adelantado se aposentase en unos aposentos antiguos que estaban junto a Riobamba, para desde allí concluir lo que se determinase.
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Capítulo LXXV Que trata en cómo pasó el coronel Valdivia la puente y tomó el alto con doscientos arcabuceros y de cómo pasó todo el campo otro día Estando junto a la puente mirando el presidente con los demás caballeros y capitanes que allí se ayuntaron, dijo el coronel al presidente, pues ya tenían puente para pasar el río y estaba segura, que los adversos no se la quemarían ni desharían, que convenía tomar el alto de la otra banda, y que él quería ir en persona a tomarlo antes que los enemigos lo tomasen, porque si acaso los enemigos viniesen primero y se apoderasen en él, no la podrían tomar sino con gran trabajo. Dijo el presidente, pues que a su cargo estaba la honra de Su Majestad, que hiciese como mejor y más conviniese. Luego el coronel Valdivia lo puso por obra y dejó mandado al mariscal Alonso de Alvarado que se quedase en la puente, y que de ella no se apartase hasta que todo el campo pasase, y que pasase la gente de guerra primero, y que no pasase el bagaje hasta lo último. Y de esta suerte pasó el coronel la puente con el ayuda de nuestro Señor y del bienaventurado Señor Santiago y de la buena ventura de Su Majestad. Subió a lo alto con la gente que llevaba, donde tomó un sitio tal cual convenía para aquel tiempo. Estando en este paso con sus doscientos hombres, vino Joan de Acosta con doscientos arcabuceros y llegó a vista de ellos, y pareciendo que había más gente, hizo vuelta. Aquí se le pasó un soldado, que se dice Joan Núñez de Prado, y fue donde estaba el coronel, el cual dio aviso del real de Gonzalo Pizarro. Y mandóle que fuese al presidente que estaba abajo en la puente. Y en esto allegóse la noche y no habían subido arriba más de doscientos hombres. Mandó tocar arma una hora de la noche porque la gente subiese y estuviese arriba, porque si enemigos viniesen aquella noche, hubiesen quien los resistiese. Y de esta suerte fue de mano en mano el arma por la ladera abajo hasta donde el presidente estaba, porque era largo camino, que aunque arriba se tocaba, no se oía abajo. Y en tres horas había con el coronel más de quinientos hombres, los cuatrocientos y sesenta arcabuceros, y cincuenta de a caballo. Y como allegaban se iban poniendo en orden, donde estuvieron en escuadrón toda la noche, que no hacía poco frío.
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Que trata de la muerte y fin que tuvo el rey Nezahualpiltzintli Sabido por el rey Nezahualpiltzintli, cómo el rey Motecuhzoma le impedía los tributos y reconocimientos que siempre a él y a su padre le habían dado las ciudades y pueblos de la laguna, y otras cosas de menosprecio, envió a sus embajadores sobre el caso a requerirle que guardase la costumbre que siempre sus mayores tuvieron. Motecuhzoma con gran soberbia y presunción les dijo a sus embajadores que dijesen a su señor, que ya no era el tiempo que solía ser, porque si en los tiempos atrás se gobernaba el imperio por tres cabezas, que ya el presente no se había de gobernar más que por una sola, y que él era el supremo señor de las cosas celestes y terrestres, y que nunca más le enviase a requerir y comunicar negocios, porque si así lo hacía, castigaría el atrevimiento. Cuando Nezahualpiltzintli oyó esta respuesta tan insolente y soberbia, fue muy grande la pena que recibió, y más viendo que no tenía fuerzas para poder castigar semejante locura, y vengar las traiciones que contra él Motecuhzoma había hecho; y así se recogió a lo más interior de sus palacios, donde triste, pensativo y con harta pena, acabó la vida, que fue en el año de 1515 que llaman matlactli ácatl, habiendo gobernado cuarenta y cuatro años, y siendo de edad de cincuenta y dos. Sabida su muerte, aunque procuraban ocultarla, se juntaron sus hijos y deudos para hacerle sus honras y exequias (hallándose en ellas todos los señores y grandes del reino, con los embajadores de los reyes Motecuhzoma y Totoquihuatzin, y otros señores mexicanos y tepanecas) de la misma manera que se le hicieron a su padre, que fue quemarse el cuerpo ataviado con muchas joyas de oro, Plata y pedrería, y mucha diversidad de penachos y plumería, sacrificando en sus honras doscientos esclavos y cien esclavas; sus cenizas fueron guardadas en un arca de oro y llevada a su sepulcro, que estaba en el templo mayor que había en la ciudad de Tetzcuco, que era el del ídolo Huitzilopochtli. Tuvo ciento cuarenta y cinco hijos e hijas, y los cuatro de ellos fueron legítimos como queda referido. Este fin tuvo el rey Nezahualpiltzintli, que no tuvo menos valor y virtud que su padre, y si bien se considera le siguió casi los mismos pasos, pues fue muy severo en guardar las leyes y venturoso en las batallas en que se halló personalmente, aunque con su temprana muerte dejo a los suyos en opiniones falsas y fabulosas, y a sus hijos en disensiones por no haber nombrado a ninguno de ellos por su heredero, aunque hay opinión que nombró al menor de sus hijos legítimos que fue el infante Yoyontzin, cosa que no se puede creer, porque siempre heredaba el mayor de los legítimos, sino es que no lo merecía por algunas causas forzosas, como fue el rey Techotlalatzin, que siendo el menor de sus hermanos heredó el imperio, porque siempre fue de la opinión y bando de Quinatzin, su padre, y los demás hermanos de la parte de los rebeldes chichimecas y alzados contra el imperio, como se ha visto en el discurso de esta historia.
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De los más valles que hay hasta llegar a la provincia de Tarapacá De la hermosa provincia de Chincha, caminando por los llanos y arenales, se va al fresco valle de Ica, que no fue menos grande y poblado que los demás. Pasa por él un río, el cual, en algunos meses del año, al tiempo que en la serranía es verano, lleva tan poca agua que sienten falta della los moradores deste valle. En el tiempo que estaban en su prosperidad, antes que fuesen subjetados por los españoles, cuando gozaban del gobierno de los ingas, demás de las acequias con que regaban el valle, tenían una muy mayor que todas, traída con grande orden de lo alto de las sierras, de tal manera que pasaban sin echar menos el río. Agora en este tiempo, cuando tienen falta y el acequia grande está deshecha, por el mismo río hacen grandes pozas a trechos, y el agua queda en ellas, de que beben y llevan acequias pequeñas para riego de sus sementeras. En este valle de Ica hubo antiguamente grandes señores, y fueron muy temidos y obedecidos. Los ingas mandaron hacer en él sus palacios y depósitos, y usaron de las costumbres que he puesto tener los de atrás. Y así, enterraban con sus difuntos mujeres vivas y grandes tesoros. Hay en este valle grandes espesuras de algarrobales y muchas arboledas de frutas de las ya escriptas, y venados, palomas, tórtolas y otras cazas; críanse muchos potros y vacas. Deste valle de Inca se camina hasta verse los lindos valles y ríos de la Nasca. Los cuales fueron asimismo en los tiempos pasados muy poblados, y los ríos regaban los campos de los valles con la orden y manera ya puesta. Las guerras pasadas consumieron con su crueldad (según es público) todos estos pobres indios. Algunos españoles de crédito me dijeron que el mayor daño que a estos indios les vino para su destrucción fue por el debate que tuvieron los dos gobernadores Pizarro y Almagro sobre los límites y términos de sus gobernaciones, que tan caro costó, como verá el lector en su lugar. En el principal valle destos de la Nasca (que por otro nombre se llama Caxamalca) había grandes edificios con muchos depósitos, mandados hacer por los ingas. Y de los naturales no tengo más que tratar de que también cuentan que sus progenitores fueron valientes para entre ellos y estimados por los reyes del Cuzco. En las sepulturas y guacas suyas he oído que sacaron los españoles cantidad de tesoro. Y siendo estos valles tan fértiles como he dicho, se ha plantado en uno dellos gran cantidad de cañaverales dulces, de que hacen mucho azúcar, y otras frutas que llevan a vender a las ciudades deste reino. Por todos estos valles y por los que se han pasado va de luengo el hermoso y gran camino de los ingas, y por algunas partes de los arenales se ven señales para que atinen el camino que han de llevar. Destos valles de la Nasca van hasta llegar al de Hacari, y adelante están Ocoña y Cabaña y Quila, en los cuales hay grandes ríos. Y no embargante que en los tiempos presentes hay poca gente de los naturales, en los pasados hubo la que en todas partes destos llanos, y con las guerras y calamidades pasadas se fueron apocando, hasta quedar en lo que vemos. Cuando a lo demás, son los valles frutíferos y abundantes, aparejados para criar ganados. Adelante deste valle de Quilca, que es el puerto de la ciudad de Arequipa, está el valle de Chuli y Tambopalla y el de Ilo. Más adelante están los ricos valles de Tarapacá. Cerca de la mar, en la comarca destos valles, hay algunas islas bien pobladas de lobos marinos. Los naturales van a ellas en balsas, y de las rocas que están en sus altos traen gran cantidad de estiércol de las aves para sembrar sus maizales y mantenimientos, hallándolo tan provechoso que la tierra se para con ello muy gruesa y frutífera, siendo en la parte que lo siembran estéril; porque si dejan de echar deste estiércol, cogen poco maíz, y no podrían sustentarse si las aves, posándose en aquellas rocas de las islas de suso dichas, no dejasen lo que después de cogido se tiene por estimado, y como tal contratan con ello, como cosa preciada, unos con otros. Decir más particularidades de las dichas en lo tocante a estos valles hasta llegar a Tarapacá paréceme que importa poco, pues lo principal y más substancial se ha puesto de lo que yo vi y pude alcanzar. Por tanto, concluyo en esto con que de los naturales han quedado pocos, y que antiguamente había en todos los valles aposentos y depósitos como en los pasados que hay en los llanos y arenales. Y los tributos que daban a los reyes ingas, unos dellos los llevaban al Cuzco, otros a Hatuncolla, otros a Bilcas y algunos a Caxamalca; porque las grandezas de los ingas y las cabezas de las provincias, lo más substancial era en la sierra. En los valles de Tarapacá es cierto que hay grandes minas y muy ricas, y de plata muy blanca y resplandeciente. Adelante dellos, dicen los que han andado por aquellas tierras que ha algunos desiertos hasta que se llega a los términos de la gobernación de Chile. Por toda esta costa se mata pescado, y alguno bueno, y los indios hacen balsas para sus pesquerías de grandes haces de avena o de cueros de lobos marinos, que hay tantos en algunas partes que es cosa de ver los bufidos que dan cuando están muchos juntos.
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Capítulo LXXV Cómo gobernando Cusi Tito Yupanqui entraron en Vilcabamba dos religiosos del Orden de San Agustín y lo que les sucedió, y de la muerte del Ynga Cusi Tito Yupanqui se introdujo en el señorío de los Yngas en Vilcabamba, no saliendo de allí, y se estaba con los orejones e indios de aquella provincia y así se pasaron algunos años en que gobernaron el conde de Nieva y el presidente Castro, hasta que vino a ser virrey de este Reino el discreto y prudente caballero don Francisco de Toledo. En este tiempo entraron en la provincia de Vilcabamba dos religiosos sacerdotes del Orden del Señor San Agustín, a predicar a los indios e instruirlos en la fe católica, llamados el uno Fr. Marcos, y el otro Fr. Diego Ortiz, natural de Sevilla, los cuales, con el fervoroso deseo de salvar almas y ponerlas en el camino del cielo, enviados por su prelado, se comenzaron a ejercitar en tan santa obra, predicando y doctrinando a Cusi Tito Yupanqui y a los indios que estaban con él, los cuales les oían de buena gana, porque los indios, en general, muchos se holgaron tener consigo sacerdotes y religiosos que los instruyesen en la fe del Redentor, como no estuviesen con ellos españoles. Estos dos religiosos los catequizaban y bautizaban, y muchos dellos recibieron el agua del santo bautismo, aprendiendo las cosas necesarias para él. Y uno dellos, Fr. Marcos, bautizó a Cusi Tito Yupanqui y le puso por nombre don Felipe. Pasado algún tiempo, el Fr. Marcos determinó salir fuera de la provincia, y para ello envió a pedir a la ciudad del Cuzco licencia a su prelado, y en habiéndosela enviado, salió de donde estaba el Ynga sin darle parte de su camino, por temor que tuvo que lo mandaría matar, por haber visto algunas señales de mala voluntad en él. Sabido por Cusi Tito Yupanqui que el Padre Fr. Marcos se iba envió trás él indios que se lo volviesen a donde él estaba, y, llegado, le riñó mucho, con gran soberbia, diciéndole que por qué se iba, sin su licencia, de la tierra. Él, por desvelarle, le respondió que no se iba fuera, sino sólo paseándose, y esto le dijo porque entendió lo mandaría matar luego. Cusi Tito Yupanqui le dijo que no saliese de allí hasta que otro religioso quedase en su lugar. Otro día vino allí su compañero, Fr. Diego Martín, y se estuvieron allí, en Puquiura, obra de un mes con el Ynga, el cual estaba ya mudado de la buena voluntad con que había recibido el santo bautismo. Llevó consigo a los dos religiosos al pueblo de Vilcabamba, y yendo por el camino mandó echar un río por donde habían de pasar, que les daba el agua hasta la cintura, lo cual hizo con dañada y perversa intención, para que el camino les pareciese mal y la tiera áspera y fragosa, y no tuviesen deseo de quedarse allí con él, ni estar en aquella provincia. No contento con esto, mando Cusi Tito Yupanqui que cuando llegasen al pueblo de Vilcabamba, saliesen las indias yungas que en él había, de dos en dos, vestidas como frailes, a hablar a los dos religiosos. Lo cual fue por hacer burla y escarnio dellos, teniéndoles en poco. Llegados al pueblo, no quiso se aposentasen dentro dél, porque no vieran las huacas y mochaderos que allí tenía, y los ritos y ceremonias que hacia, porque no se lo reprendiesen. Habiendo estado ocho días con el Ynga se volvieron los religiosos al pueblo de Puquiura, dejándole en Vilcabamba. Habiendo estado un mes allí, vinieron a los dos religiosos unos indios diciéndoles que junto a Vitcos, en un puesto llamado Chuquipalta, donde había una casa dedicada al Sol, estaba una piedra grande y basta, encima de un manantial de agua, y que della les redundaban muchos males, que los asombraba y ponía espanto y morían muchos indios dello, que decían que el diablo estaba en aquella piedra, y porque cuando pasaban los indios por allí no le adoraban como de antes solían ni le ofrendaban oro y plata, como antiguamente lo hacían. Rogaron muy encarecidamente a los dos religiosos que fuesen allá y conjurasen aquella piedra, para que de allí adelante no les hiciese mal ni los asombrase y que los librase de aquel peligro que allí tenían. Los religiosos, oído esto, fueron allá, llevando consigo muchos indios y muchachos de la doctrina, cargados de cantidad de leña y quemaron la piedra, y desde que esto hicieron nunca más se vio cosa allí que causase temor a los indios, ni jamás ellos sintieron daño alguno, lo cual fue para mayor confirmación de la fe que predicaban entre los que estaban con ella contentos y conocían que el demonio huía, y tenía miedo de los religiosos y de las palabras santas que decían y se apartaba de la cruz, y donde echaban agua bendita no parecía más. Dentro de ocho días que esto, sucedió salió para el Cuzco el Padre Fr. Marcos desde Puquiura, y quedó solo allí el Padre Fr. Diego, administrando los Santos Sacramentos y predicando el Evangelio a aquellos indios, porque sabía muy bien la lengua general de los indios, y así le oían de buena gana. Estando solo entró en la provincia un español llamado Romero, diciendo que era minero y que venía en busca de minas, las cuales hay en aquella provincia muy ricas, como después, gobernando don Francisco de Torres y Portugal, conde del Villar, este Reyno el año de mil y quinientos y ochenta y siete, pareció. Este español pidió licencia a Cusi Tito para buscar minas de oro y plata, y él se la dio luego, y anduvo de unas partes a otras buscando minas, hasta que las halló, y muy contento volvió al Inga y le trajo a mostrar los metales para que vistos fuesen a sacar mucho oro y plata. Como el inga lo vio, pesóle en el alma dello, porque se publicaba que en aquella provincia había minas y se sacaba oro y plata, y llegaba a noticia de los españoles que había en el Cuzco, entrarían muchos allá y enviarían soldados y conquistarían la provincia, y se apoderarían de toda la tierra, y vendría a perder la libertad y señorío en que vivían allí dentro los indios que estaban retirados, y mandó matar luego al español y cortarle la cabeza y que la echasen al río. Entonces estaba el Ynga en Puquiura, y como oyó el Padre Fr. Diego el alboroto que había en casa del Inga cuando mataron al español y llegó a su noticia, fue a gran prisa allá, a ver lo que era, si lo podía remediar, rogando al Inga no lo matase. Como Cusi Tito lo entendió, envió a decir al Padre Fr. Diego que no fuese a su casa ni entrase en ella, que le dejase matar aquel hombre, y si porfiaba, que le mandaría matar a él como al español. Viendo el Padre que ya estaba muerto y que no lo podía remediar, se volvió a su casa muy triste, con lágrimas y pesar notable en que no pudiese haber confesado a aquel hombre. Queriendo cumplir con una de las obras de misericordia, envió un muchacho de la doctrina a decir al Ynga, que ya que era muerto el español, le rogaba mucho le diese el cuerpo para enterrarlo como a cristiano que era, y el Ynga le envió a decir que no se lo quería dar, aunque más le importunase, y mandólo echar en el río que allí había. No contento con esto el Padre, quiso hacer diligencia para si podría hallar el cuerpo en el río, y de noche salía a escondidas con algunos muchachos, y lo buscaba para enterrarlo, pero nunca lo pudo hallar, y llegando esto que hacía el Padre a noticia del Inga envió a decir al Padre que no procurase el cuerpo del español ni saliese de su casa para ese efecto, porque lo haría matar, y con esto, el Padre cesó de la santa obra que proseguía. No quiso Dios dejar sin castigo a Cusi Tito Yupanqui de la muerte deste español y de las amenazas que había hecho al buen religioso, y de los menosprecios y escarnios que había mandado hacer a las indias vestidas en hábito de frailes, porque dentro de cinco días que sucedió esto, el Inga fue a un mochadero que tenía donde mató Diego Méndez, mestizo, a su padre, Manco Inga, y allí, con otros indios, estuvo llorando, y harto de llorar se volvió a su casa, y cansado y sudado aquella noche, comió mucho y bebió grandísima cantidad de vino y chicha, de lo cual aquella misma noche le dio el mal de la muerte, que fue un grandísimo dolor de costado y con él echar abundancia de sangre por la boca y narices; y habiéndose hinchado la boca y la lengua, esta enfermedad se le fue aumentando de tal suerte y arreciándosele el mal, que dentro de veinte y cuatro horas murió, quedando los indios muy tristes y desconsolados.
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Cómo Roldán procuró sublevar la villa de la Concepción y entró a saco en la Isabela Viendo Roldán que la muerte del Adelantado no se realizaba según sus deseos, y que estaba descubierta la conjuración, determinó apoderarse del pueblo y la fortaleza de la Concepción, pareciéndole que desde allí podría fácilmente someter la isla. Para la ejecución de esto le vino a propósito hallarse muy cerca de dicho pueblo, porque mientras estaba fuera el Adelantado, don Diego le había enviado con cuarenta hombres por aquella provincia, para pacificar los indios que estaban alzados, y tenían pensamiento de apoderarse de dicho lugar y matar a los cristianos. De modo que Roldán, so color de remediar esto y de quererlos castigar, reunió a su gente en la estancia de un cacique llamado Marque, para ejecutar su intento cuando hubiera ocasión. Pero como el alcaide Ballester tenía alguna sospecha, puso buena guardia en la fortaleza, e hizo saber al Adelantado el peligro en que se hallaba. Este, con gran presteza y con la gente que pudo reunir, fue pronto a meterse en la Concepción. Roldán, siendo ya descubierta claramente su conjuración, fue allí con salvoconducto, más para observar lo que podía hacer en daño del Adelantado que con deseo de llegar a un acuerdo; y con mayor desacato y desvergüenza de lo que convenía, pidió al Adelantado que hiciese echar la carabela al agua, o que le diese permiso de botarla, para que él y sus amigos la tuviesen. De estas palabras enojósealgo el Adelantado, y le contestó que ni Roldán ni sus amigos eran marineros, ni sabían lo que en tal caso fuese razonable y necesario; y que aunque pudiesen echarla al agua, no podrían navegar con ella, por falta de jarcias y de otros aparejos; y que todo esto sería poner en peligro la gente y la carabela. Pero, aunque el Adelantado sabía esto por ser hombre de mar, ellos no lo entendían, por no ser marineros, y seguían diversos pareceres. Pasadas ésta y otras disputas, Roldán se marchó airado sin dejar la vara ni estar a juicio, como le mandaba el Adelantado, diciendo que ambas cosas las haría cuando el Rey, por quien estaba en la isla, se lo mandase, pues sabía que por medio del Adelantado no se le haría justicia por el odio que le tenía; pero que, a tuerto o a derecho, buscaría ocasión de matarlo o de hacerle algún insulto; y en tanto, por hacer lo que la razón pedía, se iría a establecer donde se le mandara. Pero señalándole el Adelantado, para su residencia, el pueblo del cacique Diego Colón, lo rehusó, diciendo que allí no tendría vituallas para los suyos, y que él buscaría un lugar más acomodado. Luego tomó el camino de la Isabela, y juntándose con sesenta y cinco de los suyos, viendo que no podía echar al agua la carabela, saqueó la alhóndiga, tomando él y sus partidarios las armas, los paños y las vituallas que quisieron, sin que don Diego Colón, que estaba allí, lo pudiese evitar; y aún, si no se hubiese retirado con algunos criados suyos a la fortaleza, habría corrido peligro, no obstante que en el proceso que sobre esto se instruyó luego, hubo quienes dijeron que el alcalde Roldán le prometió obediencia con tal de que se declarase contra su hermano. Pero no aceptando él esto, ni pudiendo Roldán hacerle mayor daño, temeroso del socorro que le llegaba del Adelantado, se marchó de la villa con todos los rebeldes; y dando en los ganados que pacían por el contorno mataron cuantas reses quisieron, para comérselas, y se proveyeron para el camino de animales de carga, con resolución de ir a la provincia de Xaraguá, de donde hacía poco que era llegado el Adelantado, con ánimo de quedarse allí, por ser la región más rica y deliciosa de la isla, sus indios, más discretos y avisados que los de otros pueblos de la Española, y especialmente, por ser las mujeres de allí mucho más hermosas y de agradable trato, que en otra parte; y esto era lo que más les incitaba para irse a Xaraguá. Mas para no ir sin probar sus fuerzas antes que el Adelantado aumentase las suyas y les diese justo castigo, determinaron pasar por la villa de la Concepción, tomarla de improviso y matar al Adelantado, que estaba en ella; y si esto no les salía bien, asediarlo. El Adelantado, avisado de ello, se preparó para la defensa, animando a los suyos con palabras y ofreciéndoles muchas mercedes y dos esclavos a cada uno, para su servicio, porque presentía que la mayor parte de los que tenía consigo juzgaban tan buena la vida que Roldán prometía a los suyos, que muchos de ellos escuchaban a los mensajeros de éste. Por lo cual, habiendo concebido Roldán la esperanza de que muy luego se le pasarían todos a su bando, se atrevió a emprender y continuar aquella empresa, la cual no le salió según su propósito, porque el Adelantado, a más de estar prevenido, según hemos dicho, era hombre de gran valor, tenía la gente más firme a su devoción, y había resuelto hacer con las armas lo que con razones y prudencia no había podido concluir. Por lo que, reunida su gente, salió de aquella tierra, para acometerle en el camino.