La toreútica, la orfebrería y otras artes suntuarias
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Datos principales
Rango
tartessos
Desarrollo
La elevación del nivel de vida y el sello orientalizante de la segunda etapa de Tartessos , tienen su expresión más brillante en la proliferación de objetos de lujo, entre ellos las vasijas y adornos de bronce, las joyas de metales preciosos, o los productos de marfil, amortizados en su mayoría en los ajuares de sus tumbas, convertidas, por ello, en depósitos de gran valor arqueológico. La afamada riqueza de Tartessos en metales tiene plena confirmación arqueológica, aunque la correspondiente al metal que más beneficios debió reportarle, la plata, haya que buscarla en las ingentes masas de escorias acumuladas en los lugares de extracción y transformación de los minerales -por ejemplo, en Riotinto y demás cuencas mineras de la sierra de Huelva- y en otras fuentes, mejor que en los objetos elaborados mismos. Corroboran éstos, sin embargo, la posesión de bronce de primera calidad, de cuyo prestigio tenemos un expresivo eco tardío en la "Periégesis" de Pausanias (6, 19, 2-4): cuando describe las cámaras de bronce, una dórica y otra jónica, que había en el tesoro ofrecido en el santuario de Olimpia por Mirón, tirano de Sición, comenta que los eleos afirmaban que era de bronce tartesio, de lo que duda el escritor griego, tal vez por parecerle una estimación exagerada. El hecho es que en los yacimientos tartésicos se han recuperado magníficas producciones de bronce. En las necrópolis se repite un característico juego ritual compuesto de un jarro y una amplia pátera con asas -denominada habitual e impropiamente braserillo-, que debía de utilizarse en ceremonias de libación o purificación durante los enterramientos.
Son particularmente notables los jarros, con tamaños que oscilan entre los 20 y los 40 centímetros de altura aproximadamente. Los más sencillos -como los hallados en Alcalá del Río, Carmona, Torres Vedras, en Portugal, y Coca (Segovia)- tienen figura piriforme, con un anillo en relieve en la unión del cuerpo y el cuello, y terminación en una boca trilobulada, con pico para verter; las asas, amplias y voladas, se unen a la panza mediante una placa en forma de palmeta. A partir de este prototipo, los jarros presentan variedades más complejas, por ejemplo en la disposición de una boca abocinada y plana, a la que se adosa el arranque del asa, partida en tres prótomos de serpiente, un animal de claro simbolismo telúrico y funerario (jarros de Niebla, en Huelva, de Siruela, en Badajoz, y otros). O se sustituye la boca al modo normal, por la cabeza de un animal (un felino, en el jarro del Museo Lázaro Galdiano, de Madrid; un ciervo en los de Mérida y Huelva, este último también con una cabeza de caballo en el arranque del asa). Son motivos animalísticos que, junto a los florales y vegetales, deben de hacer alusión a la divinidad de la naturaleza y de la muerte, equiparable a la semita Astarté, cuya presencia se barrunta en tantas manifestaciones relacionadas con ritos funerarios y religiosos en los ambientes tartésicos orientalizantes. La más directa alusión a esta divinidad la ofrece el jarro de Valdegamas (Don Benito, Badajoz), un oinocoe de la familia de los anteriores, aunque de forma algo distinta (cuerpo ovoide y cuello corto, cilíndrico, con boca trilobulada) y hallado entre los restos de un poblado; el asa se apoya en la boca en un arco decorado plásticamente con una cabeza femenina de rasgos orientales entre dos leones tendidos, típica representación de la Potnia Therón o diosa de los animales.
Son estos jarros productos típicos de la koiné orientalizante mediterránea, y aparecen ampliamente repartidos por la zona nuclear de Tartessos, con una profunda penetración por el occidente peninsular, siguiendo una ruta vinculada seguramente a la explotación y la obtención del estaño, consolidada en época romana en la llamada Vía de la Plata; tienen aquéllos paralelos cercanos en Fenicia, Grecia o Etruria, y algunos de sus tipos parecen especialmente deudores de impulsos chipriotas. Deben ser contemplados como productos salidos de talleres fenicios de la costa, probablemente de Gadir, o trasladados a los propios centros tartésicos, y fechables en los siglos VII y VI a. C. A ellos hay que añadir otros recipientes, así como thymiateria o quemaperfumes, adornos de muebles y de carros rituales, y otros productos de la toréutica en un largo elenco que puede cerrarse con la alusión a bronces de gran interés, desde los puntos de vista artístico y religioso: el llamado bronce Carriazo y los del tipo del Berrueco. El bronce Carriazo ofrece una bella composición, en la que una diosa domeña las airosas figuras de dos patos, representados como prótomos que brotan de los flancos de la diosa, y vuelan, desplegadas las alas, simétricamente hacia fuera. Es quizá la pieza exterior de un espléndido bocado de caballo, con un tipo de diseño que vemos repetido en indudables bocados hallados en Cancho Roano, uno de ellos con un Despotes Therón bifronte, sentado sobre el cuerpo curvo que prolonga y enlaza los cuellos de dos prótomos de caballo.
Por su parte, los bronces hallados en el Cerro del Berrueco, en Salamanca, representan muy esquemáticamente a una divinidad de peinado egiptizante, y un cuerpo entero convertido en un disco solar del que parten cuatro alas abiertas en aspa; las flores estilizadas que brotan de la cabeza y el cuerpo subrayan su carácter de diosa de la naturaleza. El hallazgo reciente en Cádiz de la mitad superior de una figura idéntica, corrobora la impresión de ser productos fenicios exportados a lo largo de la citada vía interior del occidente peninsular. Las magníficas joyas de oro halladas en yacimientos tartésicos tienen el múltiple interés de revelar el gusto por los productos refinados en una sociedad desarrollada y jerarquizada, en la que algunos de sus miembros buscaban poseer signos claros de opulencia; de evidenciar la consolidación de la tendencia a la tesaurización brotada en la Edad del Bronce, que tiene en la época orientalizante otras manifestaciones deslumbrantes, con el ejemplo particularmente notable de Etruria; de poner de relieve la altura técnica a la que se llegó entonces en busca de los objetos más preciosos.
Son particularmente notables los jarros, con tamaños que oscilan entre los 20 y los 40 centímetros de altura aproximadamente. Los más sencillos -como los hallados en Alcalá del Río, Carmona, Torres Vedras, en Portugal, y Coca (Segovia)- tienen figura piriforme, con un anillo en relieve en la unión del cuerpo y el cuello, y terminación en una boca trilobulada, con pico para verter; las asas, amplias y voladas, se unen a la panza mediante una placa en forma de palmeta. A partir de este prototipo, los jarros presentan variedades más complejas, por ejemplo en la disposición de una boca abocinada y plana, a la que se adosa el arranque del asa, partida en tres prótomos de serpiente, un animal de claro simbolismo telúrico y funerario (jarros de Niebla, en Huelva, de Siruela, en Badajoz, y otros). O se sustituye la boca al modo normal, por la cabeza de un animal (un felino, en el jarro del Museo Lázaro Galdiano, de Madrid; un ciervo en los de Mérida y Huelva, este último también con una cabeza de caballo en el arranque del asa). Son motivos animalísticos que, junto a los florales y vegetales, deben de hacer alusión a la divinidad de la naturaleza y de la muerte, equiparable a la semita Astarté, cuya presencia se barrunta en tantas manifestaciones relacionadas con ritos funerarios y religiosos en los ambientes tartésicos orientalizantes. La más directa alusión a esta divinidad la ofrece el jarro de Valdegamas (Don Benito, Badajoz), un oinocoe de la familia de los anteriores, aunque de forma algo distinta (cuerpo ovoide y cuello corto, cilíndrico, con boca trilobulada) y hallado entre los restos de un poblado; el asa se apoya en la boca en un arco decorado plásticamente con una cabeza femenina de rasgos orientales entre dos leones tendidos, típica representación de la Potnia Therón o diosa de los animales.
Son estos jarros productos típicos de la koiné orientalizante mediterránea, y aparecen ampliamente repartidos por la zona nuclear de Tartessos, con una profunda penetración por el occidente peninsular, siguiendo una ruta vinculada seguramente a la explotación y la obtención del estaño, consolidada en época romana en la llamada Vía de la Plata; tienen aquéllos paralelos cercanos en Fenicia, Grecia o Etruria, y algunos de sus tipos parecen especialmente deudores de impulsos chipriotas. Deben ser contemplados como productos salidos de talleres fenicios de la costa, probablemente de Gadir, o trasladados a los propios centros tartésicos, y fechables en los siglos VII y VI a. C. A ellos hay que añadir otros recipientes, así como thymiateria o quemaperfumes, adornos de muebles y de carros rituales, y otros productos de la toréutica en un largo elenco que puede cerrarse con la alusión a bronces de gran interés, desde los puntos de vista artístico y religioso: el llamado bronce Carriazo y los del tipo del Berrueco. El bronce Carriazo ofrece una bella composición, en la que una diosa domeña las airosas figuras de dos patos, representados como prótomos que brotan de los flancos de la diosa, y vuelan, desplegadas las alas, simétricamente hacia fuera. Es quizá la pieza exterior de un espléndido bocado de caballo, con un tipo de diseño que vemos repetido en indudables bocados hallados en Cancho Roano, uno de ellos con un Despotes Therón bifronte, sentado sobre el cuerpo curvo que prolonga y enlaza los cuellos de dos prótomos de caballo.
Por su parte, los bronces hallados en el Cerro del Berrueco, en Salamanca, representan muy esquemáticamente a una divinidad de peinado egiptizante, y un cuerpo entero convertido en un disco solar del que parten cuatro alas abiertas en aspa; las flores estilizadas que brotan de la cabeza y el cuerpo subrayan su carácter de diosa de la naturaleza. El hallazgo reciente en Cádiz de la mitad superior de una figura idéntica, corrobora la impresión de ser productos fenicios exportados a lo largo de la citada vía interior del occidente peninsular. Las magníficas joyas de oro halladas en yacimientos tartésicos tienen el múltiple interés de revelar el gusto por los productos refinados en una sociedad desarrollada y jerarquizada, en la que algunos de sus miembros buscaban poseer signos claros de opulencia; de evidenciar la consolidación de la tendencia a la tesaurización brotada en la Edad del Bronce, que tiene en la época orientalizante otras manifestaciones deslumbrantes, con el ejemplo particularmente notable de Etruria; de poner de relieve la altura técnica a la que se llegó entonces en busca de los objetos más preciosos.