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Pontificado y cultur

Desarrollo


El tenso clima político que hiciera a Gregorio XI adoptar medidas excepcionales para la elección de su sucesor, se convirtió en anarquía cuando se conoció su fallecimiento. Por parte francesa se realizaron presiones muy importantes para lograr que el nuevo electo regresase a Aviñón, cuyo abandono había sido considerado como transitorio por la Monarquía francesa; no obstante, fue el ambiente romano el que realmente pesó en los graves acontecimientos sucedidos entre el 27 de marzo y el 8 de abril de 1378. Como forma de impedir el abandono de Roma por el Papado, se extendió el convencimiento de que era preciso lograr la elección de un Papa romano, o al menos italiano, estribillo violentamente coreado por la plebe romana en los desórdenes que se avecinaban. Hubo violencias contra algunos cardenales, presiones por parte de las autoridades municipales y veladas amenazas. Recordando estos acontecimientos los cardenales negarán la validez de una elección realizada bajo "impressio". No podemos valorar las razones por las que los cardenales no quisieron, o no pudieron, adoptar mayores medidas de seguridad, que estaban a su alcance, para realizar la elección. El cónclave se inicia el 7 de abril de 1378; los cardenales hacen su entrada en el palacio vaticano en medio de un tumulto que varía en función de la personalidad que llega, según se le considere partidario o no de la permanencia en Roma. El cónclave esta internamente dividido en tres facciones, lemosinos, franceses e italianos, cada una con su candidato.

Ante la dificultad de lograr un acuerdo, se había pensado en la elección de alguien ajeno al Colegio cardenalicio, sonando, en ese caso, el nombre de Bartolomé Prignano, luego elegido. Fue una noche de tumulto, que se incrementó a primeras horas del día siguiente, urgiendo a los cardenales a una elección inmediata. Se produjo la elección, no sin temor y alguna protesta de falta de libertad en la actuación, a primeras horas de la mañana; no se anunció y fue reconsiderada a mediodía. A primeras horas de la tarde comienza el asalto a las dependencias del cónclave, se producen varios anuncios simultáneos y contradictorios sobre la personalidad del elegido y los cardenales abandonan desordenadamente el palacio apostólico: unos, sin ser molestados, se retiran a sus casas; otros, contusionados, se refugian en Sant'Angelo, en sus casas o, incluso, abandonan Roma. La elección de Urbano VI es un acto meditado; no sólo porque su nombre ha sido manejado antes del cónclave, sino porque la decisión se pensó durante toda la mañana, aunque sin las necesarias condiciones de sosiego . Ahora bien, si la elección no se hace por miedo, como consecuencia de la presión, no cabe duda que se realice con miedo. El 9 de abril se reintegraron a San Pedro algunos cardenales, los que habían dormido en sus casas; ni ellos ni los que estaban en Sant'Angelo pusieron en duda la elección realizada. Al final del día se reúnen 12 de los 16 cardenales que había formado el cónclave, y se anuncia normalmente la elección realizada.

En los días siguientes se suceden los trámites y peticiones de gracias habituales, y se comunica la novedad al mundo, sin ninguna clase de reserva. El elegido es un napolitano, que ha realizado una larga carrera administrativa en la Curia de Aviñón; no es romano, pero si italiano y bien visto por los Anjou. Regresó con Gregorio XI, siendo nombrado entonces arzobispo de Bari. Virtuoso, buen administrador y, hasta ese momento, bien relacionado con los cardenales. Inmediatamente después de su elección se mostró violento con los cardenales a quienes reprochó indiscriminadamente el lujo de su vida. Hacia finales de abril, algunos cardenales, descontentos con el trato que reciben, comienzan a pensar que se ha producido un error. Durante mayo los cardenales van abandonando Roma, con normalidad, y, a finales de junio, reunidos todos en Anagni, menos los cuatro italianos, que permanecen con el Papa, hacen publicas sus dudas sobre la legitimidad de Urbano VI. Un mes después, esas dudas eran despejadas y se comunicaba al Papa la invalidez de su elección. En las siguientes semanas se fueron endureciendo las relaciones entre cardenales y Papa, mientras aquellos buscaban apoyos internacionales para dar el grave paso. En septiembre todos los cardenales, a excepción del anciano Tebaldeschi, que fallece esos días, han abandonado a Urbano VI; este, por su parte, realiza, el 18 de septiembre, una promoción de 29 cardenales, de los cuales 20 son italianos. El día 20 de septiembre, todos los cardenales que en su día habían elegido a Urbano VI, con la mencionada excepción de Tebaldeschi, reunidos en Fondi, procedían a realizar una nueva elección, a renglón seguido de recibir incondicional apoyo de Carlos V de Francia. El elegido era el cardenal Roberto de Ginebra, jefe de los Estados de la Iglesia y de un pequeño ejército, quizá útil. Adoptó el nombre de Clemente VII. Aparentemente se había producido la ruptura entre un Papa y sus cardenales a consecuencia de los malos modos de aquél. Sobre aquel hecho inciden importantes intereses políticos y las doctrinas que, desde la doctrina y desde la practica institucional, atacan la autoridad del pontificado. El problema es tan intrincado que no parece posible hallarle una solución.

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