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Datos principales


Desarrollo


Concluídas las obsequias, el capitán general Tlacaellel, que todavía era vivo, juntó los del consejo supremo con los dos reyes electores del imperio, que eran el de Tetzcuco y el de Tacuba, los cuales (especialmente el de Tetzcuco), coronaban a los reyes de México. Estos juntos, tornando a llorar de nuevo la pérdida del rey que tanto amaban, trataron de elegir nuevo rey, y todos se encaminaban al valeroso Tlacaellel, el cual, como otras veces, no quiso admitir el reino, dando por razón que más útil era a la república que hubiese rey y coadjutor que le ayudase, como era él, que no sólo el rey. Y no le faltaba razón, porque con su industria, no siendo rey, hacía más que si lo fuera, porque acudía a muchas cosas que no pudiera hacer si reinara. Pero no por esto dejaba de tener tanta y más autoridad que el mismo rey, porque le respetaban y honraban, servían y tributaban como a rey, y con más temor, porque no se hacía en todo el reino más que lo él mandaba. Y así, usaba tiara e insignias de rey, saliendo con ellas todas las veces que el mismo rey las sacaba. Por esta causa le pareció que no tenía necesidad de reinar, y que así representaba más valor y estima. Preguntándole todos en esta elección que pues él no quería, quién le parecía que reinase, dió el voto a un sobrino suyo, que era de muy poca edad, llamado Tizoczic, hijo del rey muerto. Replicáronle que advirtiese era muy mozo, y así tenía muy flacos hombros para una carga tan grande como era el imperio mexicano.

Él respondió que para eso estaba él allí, que le regiría e industriaría como había hecho a los reyes pasados. Satisfizo esta razón y así todos consintieron en la elección del mozo, al cual trajeron con grande aparato y, llevándolo al brasero divino, hizo su sacrificio y se hicieron las pláticas y amonestaciones acostumbradas. Horadándole las narices, le pusieron una esmeralda en ellas y los atavíos reales, poniéndole en su trono al modo que queda dicho. Este, para su coronación, fué a dar guerra a cierta provincia que se había rebelado contra México, donde se mostró algo temeroso y en la refriega perdió más gente que cautivó. Mostrando alguna pusilanimidad, volvióse diciendo que ya tenía los cautivos que bastaban para el sacrificio de la fiesta de su coronación. Recibiéronle a la vuelta con gran solemnidad y coronáronle con la fiesta acostumbrada, aunque los mexicanos estaban descontentos de él, porque no lo veían belicoso. Reinó cuatro años sin hacer cosa memorable ni mostrar afición a la guerra, por cuya causa los mexicanos al cabo de este tiempo le ayudaron a morir con ponzoña, y así feneció este rey, a quien enterraron e hicieron las obsequias acostumbradas. Cuya figura es esta que sigue. Por muerte de este primer rey Motecuczuma se hizo junta del capitán general Tlacaellel, el rey de Tetzcuco y el rey de Tacuba, que estos coronaban los reyes, y eligieron por segundo rey a un sobrino de Tlacaellel, llamado Tizozic, hijo del rey muerto llamado Motecuczuma.

Reinó 4 años; fue ayudado a morir. Juntóse el consejo Y electores del reino a la elección del nuevo rey con Tlacaellel, que hasta entonces vivió, aunque estaba ya muy viejo, y le traían en hombros sobre una silla a los consistorios. En esta elección, después de haber dado y tomado en el negocio, según lo tenían por costumbre, salió electo Axayaca, hijo del rey Motecuczuma. Trajéronlo al consistorio con grandísima honra, y al brasero divino, haciéndole las ceremonias y pláticas acostumbradas. Fué este muy valeroso y aficionado a las guerras, tanto que jamás se hizo guerra ni combate que él no saliese delante haciendo oficio de capitán. Antes que fuese coronado, recién electo, adoleció el famoso y sabio Tlacaellel, de la cual enfermedad murió. En el artículo de su muerte, llamó al rey electo y le encargó mucho a sus hijos, especialmente al mayor, que daba muestras de ser muy valeroso y había hecho grandes hazañas en las guerras. El nuevo rey, por consolarle, después de haberle hablado muy tiernamente con muchas lágrimas, hizo llamar a los de su consejo real y, rodeando todos el lecho de Tlacaellel, mandó llamar el rey al hijo mayor de Tlacaellel, y allí en presencia de su padre y de su consejo, le dió el mismo oficio de su padre, de capitán general y segundo de su corte con todas las preeminencias que su padre tenía. Quedó con esto el viejo muy contento y luego murió. Hiciéronse obsequias solemnísimas y un enterramiento más suntuoso que el de los reyes pasados, porque todos lo tenían por el amparo y muro fuerte del gran imperio mexicano.

Fué muy llorada su muerte, porque puso en gran tristeza a todo el reino. Y así fué necesario que el rey alegrase la tierra con su coronación. Partióse a hacer la ceremonia de traer cautivos para el sacrificio de sus fiestas con grande aparato, a una provincia muy populosa y riquísima llamada Tequantepec, donde habían muerto y tratado muy mal a los mercaderes y mayordomos que por allí recogían el tributo del gran rey de México y, juntamente con esto, se habían rebelado contra la corona real. Fué este rey en persona a restaurar esta provincia saliendo con gran número de soldados de todo su reino, llevando gran cantidad de bastimentos, y bagaje. Al cual hacían grandes fiestas y recibimientos por todos los pueblos y ciudades por donde pasaban, haciéndole grandes banquetes de comidas preciosísimas. Vínose a poner al puesto donde habían de acometer a los enemigos, que ya estaban bien apercibidos, aunque muy admirados de ver que tan presto y a tierra tan remota hubiese ido el mismo rey mexicano con tantos soldados. Y aunque el número de los de aquella provincia era muchísimo sin los comarcanos que les vinieron a ayudar, no por eso el rey desmayó. Armándose a su modo con una espada y rodela en la mano, se puso delante de su ejército y acometió valerosísimamente. En acometiendo, vino sobre él y los suyos innumerable gente con gran grita y vocería, hinchendo el aire de flechas, fisgas, varas arrojadizas, y otros instrumentos de guerra. Él fingió que huía y esta multitud fuéle siguiendo hasta un lugar donde tenía escondidos muchos soldados cubiertos con paja, los cuales, dejando pasar a los de Tequantepec en seguimiento de su rey, salieron de improviso dentro la yerba y, haciendo una media luna, les cogieron de espaldas.

Entonces, el rey revolvió con los suyos por otra parte y, cogiendo en medio a sus enemigos, hicieron allí grandísima matanza. Tomaron bastantes cautivos para el sacrificio de su coronación. Pasó luego con gran furia a la ciudad y al templo; todo lo cual asoló y destruyó. Y no contento con esto, fué a tomar venganza de las provincias vecinas a aquella, que les habían incitado y dado favor. A todos los conquistó haciendo grandes castigos, no parando hasta Guatusco, que es puerto de la Mar del Sur, que hasta allí extendió su reino. Volvió con gran triunfo poniendo en admiración a todo el mundo e hiciéronle grandes fiestas y banquetes por todo el camino. Entró en su corte con grande aplauso de ella: saliéronle a recibir todos los eclesiásticos, mozos del templo, colegios y escuelas de niños, haciéndole las ceremonias acostumbradas, que en el reino de Motecuczoma quedan dichas. En llegando al templo, hizo la adoración y ceremonia delante de su dios Huitzilopochtli, dándole gracias por la victoria, ofreciéndole muchos despojos de gran valor y riqueza que de allí trajo. grandísimos caracoles, veneras, y conchas de la mar, con las que reformó los instrumentos de su templo, porque las bocinas y flautas las hacían de estas cosas. Trataron luego de la celebración de su coronación, la cual fué tan famosa que acudieron de todo este nuevo mundo, hasta los enemigos, a verla. No fué menos de ver la entrada de sus tributos por la plaza real con el orden que queda ya referido, pero mucho más en cantidad que los otros reyes pasados.

Hizo este rey grandes victorias, porque él en persona extendió su reino hasta el Mar del Sur y, después, por esta otra parte hasta Cuetlaxtlan y las demás provincias que confinan con el Mar Océano, triunfando y venciendo siempre, con igual valor y poca pérdida de los suyos. Este fué el que castigó el atrevimiento de los de Tlatelulco, que como queda declarado, eran de los mexicanos y quisieron hacer bando y cabeza por sí, no queriendo reconocer a su propio rey que era el de México. En este tiempo se habían ya multiplicado y extendido mucho los de Tlatelulco (que ahora se llama Santiago) y acertaron a tener un señor y cabeza muy valiente y esforzado, y no menos soberbio. El cual se atrevió a provocar la ira de este rey mexicano, porque enviándole a decir que reconociese a su señor natural y se redujese al imperio de México, respondió descortésmente con palabras de desafío poniéndose luego en armas. El rey, desde que lo supo, armóse y tomó un escuadrón por sí para combatir él en persona al principal de Tlatelulco, y al capitán general, hijo de Tlacaellel, mandó fuese con los demás capitanes con la otra gente. El capitán de los de Tlatelulco quiso usar de un ardid y fué que mucha gente se entrase por la laguna y entre las espadañas se escondiese, los cuales iban vestidos con diversas divisas de pájaros, de cuervos, de ánsares, ranas, etc., para que estuviesen allí en celada, y cogiesen de improviso a los mexicanos, que por los caminos y calzadas pasasen.

Sabiéndolo, el rey Axayaca hurtóles el cuerpo entrando por otra parte y cuando fué sentido, vínole al encuentro el capitán de Tlatelulco. Entonces, el mismo rey lo acometió, mandando a su capitán general que fuera a dar sobre los que estaban en celada. Asiéronse aquí solos el capitán de Tlatelulco y el rey, y mandando cada uno a los suyos estuviesen quedos, combatieron hombre a hombre un gran rato. Llevando la ventaja el esforzado rey, comenzó a volver las espaldas el capitán de Tlatelulco y, viéndolo, los suyos desmayaron e hicieron lo mismo. Comenzó a seguir el rey a su enemigo, el cual se subió en la cumbre del templo, adonde subió el rey, y con gran ánimo despeñó desde allí al capitán de Tlatelulco, haciéndole pedazos con otros que allí halló. Los soldados del rey que siguieron esa otra gente, cautivaron a muchos y mataron muchos más. Y al cabo, pegaron fuego al templo con lo que quedó asolada aquella ciudad. En el interin el capitán general mexicano con no menos valor dió sobre la celada y, haciendo gran destrucción en ellos, tiñeron en sangre la laguna. Los que quedaban determinaron de rendirse y pedir perdón, y el capitán general, por tener un poco de pasatiempo con ellos y afrentarlos más, comenzó a decir: -"no os hemos de perdonar si no graznáis y cantáis al modo de las divisas que habéis tomado, y pues venís vestidos como cuervos, graznad como ellos". Comenzaron luego los otros a hacerlo de puro temor, y en acabando les dijo: -"cantad ahora como ranas".

Y así, les fué haciendo dar diversos graznidos, según estaban vestidos, con que dieron que reir a todo el ejército y ellos quedaron muy afrentados, tanto que hasta ahora les dura. Volviendo el rey de asolar la ciudad de Tlatelulco, halló a su capitán general ocupado en este ejercicio en la laguna donde ayudó a reir la invención. Entró en la ciudad con gran triunfo y recibimiento, como se acostumbraba, yendo al templo a hacer sus ceremonias, etc. Y así quedó allanada la inquietud de Tlatelulco. Ensalzó este rey en gran manera el imperio mexicano y fué muy amado de todos por su nobleza y valentía. Reinó once años, al cabo de los cuales murió, dejando en suma tristeza a toda la tierra. Hiciéronle su enterramiento con mucho sentimiento y su obsequias acostumbradas. Su figura pintan en la forma que se sigue. Rey Axayaca, hijo del rey Motecuczuma. Electo por el general Tlacaellel y consistorio, y en acabando de hacerse ésta murió el gran capitán Tlacaellel. Este rey despeñó al rey de Tlatelulco de un alto edificio; abajo murió. Eligieron luego los electores del imperio a Ahuitzotl, mancebo de grandes prendas y esperanzas, príncipe de los cuatro. Fué su elección muy a gusto de todos, lleváronlo con gran regocijo al brasero divino y a su trono, donde hizo las ceremonias acostumbradas, y los retóricos sus oraciones. Fué éste animoso y muy afable, por cuya causa fué muy amado de todos. Para hacer la fiesta de su coronación hizo un hecho notable y fué que sabiendo que los de Cuetlaxtlan, provincia muy rica y muy remota de México, habían asaltado a los mayordomos que traían el tributo del rey mexicano, y muerto muchos de ellos, fué él en persona a la venganza de esto.

Llegó en tiempo que dividía un gran brazo de mar el paso por donde había de entrar a los enemigos, y él, como sabio y animoso, hizo con sus soldados una gran balsa de fajina y tierra, y poniéndola en la mar a manera de isleta, pasó con muchos soldados a la otra parte, donde con gran valor comenzó a combatir los enemigos, entreteniéndolos mientras pasaban por la isleta todos los suyos. Puesto todo su ejército de la otra parte, comenzó a combatir valerosísimamente aquella tierra con tanto ánimo, que de sólo verle los suyos delante pelear tan valerosamente cobraban ánimos invencibles. Y así, con poca pérdida de los mexicanos, haciendo gran matanza de los contrarios, sujetó toda aquella provincia, y mientras andaba el combate, servía la isleta de acarrear al real de los mexicanos los que cautivaban. Volvió este rey de esta victoria con grandes despojos y aumento de su imperio. Fué recibido por todos los lugares y provincias con gran fiesta y aplauso de todos hasta llegar a la ciudad de México, donde entró con grandísimo triunfo, recibiéndole los seculares y eclesiásticos con las ceremonias acostumbradas. Yendo derecho al templo a dar gracias al ídolo y hacer sus ofertas y ceremonias, como queda dicho en otra parte. Coronóse con gran regocijo de toda la tierra, haciendo en la coronación grandes fiestas, con el orden y concierto que acostumbraban en tales días. Fué este rey tan valeroso que extendió su reino hasta la privincia de Guatimala (que hay de distancia desde esta ciudad trescientas leguas) no contentándose hasta llegar a los últimos términos de la tierra que cae al mar del sur.

Por esto, y por su afabilidad, fué muy querido de todos. Era tan amigo de hacer bien, que hizo muchos caballeros, dándoles grandes dones. Muchas veces, el día que se cumplía el término de sus tributos íbase a holgar a alguna recreación de las que tenía, dejando mandado que en llegando el aparato de su tributo, le saliesen a recibir con él al camino, cuando volviese, y que en aquel lugar y hora estuviesen allí juntos todos los necesitados de su reino y allí distribuía todos sus tributos, que eran en gran número, vistiendo a los pobres con la ropa que traían, y dándoles de comer abundantemente de todas las cosas de comida que le tributaban, y con las joyas y preseas de piedras ricas, perlas, oro, plata, y plumas ricas premiaba a sus capitanes y soldados por las hazañas que hacían en la guerra. Y así, entraba en la ciudad dejando distribuídos por el camino todos sus tributos. Fué, asimismo, muy gran republicano, y así andaba siempre derribando y reedificando los templos y lugares públicos de la ciudad, y viendo que la gran laguna de México, donde estaba asentada su ciudad tenía poca agua, quiso aumentarla y determinó meter en ella un grandísimo manantial, que está una legua de la ciudad en términos de Cuyoacan, al cual los antiguos, con grandísima dificultad e industrias ingenisosas, atajaron, dándole cerco y madre por donde corriese. Para efectuar su intento, este rey mandó llamar al principal de Cuyoacan, el cual era gran brujo y muy familiar del demonio.

Puesto delante del rey, éste le propuso el caso, él le respondió: -"poderosísimo señor, cosa dificultosa es la que emprendes, porque con este manantial, que quieres traer, tuvieron grandísimo trabajo y riesgo de anegarse los antiguos, y si ahora mandas deshacer el cerco y la vía ordinaria que tiene, no dudes que con su abundancia ha de anegar toda tu ciudad". El rey, pensando que éste con la presunción de sus artes mágicas le quería ir a la mano, llevóle mal, y así indignado envió al día siguiente uno de sus alcaldes de corte a prenderle. El cual, llegando al palacio del principal de Coyohuacan, mandó a sus sirvientes le dijesen que estaba allí, que le traía un recado de su señor y rey. El principal de Coyohuacan, barruntando que le iban a prender, dijo que entrase, y entrando el alcalde de corte vídolo convertido en una águila grande muy feroz. Volviéndose, contó el caso al rey, el cual mandó que al día siguiente tornasen a ir por él. Y entrando en su aposento halláronle hecho un tigre ferocísimo. Porfiando a tomarle, tomó una forma de serpiente, con que atemorizó a todos los mensajeros del rey, el cual, sabiendo lo que pasaba, se enojó grandemente y envió a decir a los de Coyohuacan que le trajesen a su principal y si no que destruiría y quemaría toda la ciudad. El encantador, viendo el mal que por su causa, resultaba a su patria, se entregó. Y traído ante el rey, le hizo dar garrote. Mandó luego que deshiciesen el cerco del manantial y encaminasen el agua hacia la ciudad de México, haciéndole un caño por donde fuese, de cal y canto.

Hízose con mucha brevedad y en abriendo, el manantial comenzó a rebosar y a derrumbarse gran cantidad de agua por el caño, la cual recibieron cuando comenzó a entrar por la ciudad con grandes alegrías, ritos y ceremonias, yendo los sacerdotes a la orilla del caño quemando incienso, tañando caracoles y descabezando codornices, echando la sangre por los bordes del caño, y lo demás dentro del agua. El sacerdote que iba delante llevaba la vestidura de la diosa que representaba el agua. Todos estos iban saludando y hablando a la agua con grande alegría, diciéndole que fuese muy bien venida y otras salutaciones, como si fuera cosa que entendía. Hacía esto porque tenían por dioses a los elementos, montes y otras cosas criadas, aunque preguntándoles por qué adoraban a los montes y aguas, etc., respondían que no adoraban aquellas cosas por sí mismas ni las tenían por dioses, sino que entendían que allí existían más en particular sus dioses. Metido este manantial en la ciudad, creció tanto, que aínas la anegara toda, y así anegó la mayor parte de ella, derribando muchas casas que no estaban muy fuertes. Procuró el rey con gran diligencia darle desaguadero con que sosegó. Fué causa esta ruina para reedificar la ciudad más fuerte y curiosamente, y así quedó puesta en el agua, tan hermosa como una Venecia. Habiendo puesto este rey esta ciudad con esta hermosura, y extendidos sus reinos como queda referido, habiendo reinado quince años falleció, dejando en extremo desconsolada toda la tierra por haber perdido un rey tan esforzado y tan benigno, que su nombre en el vulgo era Padre de huérfanos.

Su figura y el modo con que trajeron el agua del manantial referido, son los que siguen. (Rey Ahuitzotl, ganó hasta las provincias de Guatimala. Reinó 15 años, fué valeroso y padre de los huérfanos, trajo el agua a México desde Coyohuacan.] Hechas las obsequias y honras del rey Ahuitzotl, entraron los electores en su consistorio, y, sin mucha dilación, eligieron por rey al gran monarca Motecuczuma, segundo de este nombre, en cuyo tiempo entró la cristiandad en esta tierra, como adelante se dirá. A diferencia de éste, llamaban al otro Motecuczuma, huehue Motecuczuma, que quiere decir Motecuczuma el Viejo. Eligieron a Motecuczuma el segundo con tanta facilidad como queda referido, porque todos le tenían echados los ojos para el efecto, porque demás de ser animosísimo, era tan grave y reportado, que por maravilla le oían hablar palabra, y las veces que hablaba eran en el consejo supremo con tanto acuerdo y aviso, que a todos admiraba; y así antes de ser rey era muy temido y reverenciado. Estaba de ordinario recogido en una pieza que tenía para sí, diputada en el templo de Huitzilopuchtli, donde decían le comunicaba mucho su ídolo hablando con él, y así, presumía de muy devoto y religioso. Después de haberle elegido, fuese a esconder a esta pieza, donde le fueron a buscar los señores de la corte y, acompañándole, le trajeron al consistorio. Venía con tanta gravedad, que todos decían le estaba bien su nombre de Motecuczuma, que quiere decir Señor Sañudo.

Al tiempo que entró donde estaban los electores, hiciéronle gran reverencia y diéronle noticia de su elección. Lleváronle luego con grande majestad al brasero divino, donde se sacrificó al modo acostumbrado y echó incienso a los dioses. Lo cual hecho, le pusieron los atavíos reales y, horadándole las ternillas de las narices, le pusieron en ellas una esmeralda muy rica, y sentándole en su trono, le hicieron los retóricos y ancianos las oraciones acostumbradas. Entre las cuales, fué muy famosa la primera que le hizo el rey de Tetzcuco, dándole la norabuena, diciendo de esta manera: -"la gran ganancia que ha alcanzado todo este reino, oh ilustrísimo mancebo, en haber merecido que tú seas la cabeza de él, bien se deja conocer por haberte escogido tan fácilmente y por la alegría que muestra en tu elección. Y, cierto, con gran razón, porque está ya el imperio mexicano tan grande y tan dilatado, que para regir un mundo como éste, llevar a cuestas una carga tan pesada, no se requería menos consistencia y fortaleza que la de tu firme y animoso corazón, ni menos reposo, saber y prudencia que la tuya. Y así digo que el omnipotente dios ama esta ciudad, pues les ha dado lumbre para escoger aquello que a su reino convenía. Porque, ¿quién duda que un señor y príncipe que antes de reinar sabía investigar las nueve dobleces del cielo, y ahora con la ocasión del reino, tan vivo sentido, no alcanzará las cosas de la tierra para acudir al remedio de su gente? ¿Quién dudará que el gran esfuerzo que siempre has mostrado en casos de gran importancia, antes de tener tanta obligación, te ha de faltar ahora? ¿Quién dudará que en tanto valor ha de faltar remedio al huérfano y a la viuda? ¿Quién no se persuadirá que ha llegado ya este imperio mexicano a la cumbre de la autoridad, pues te comunicó el señor tanta, que en sólo verte la pones a quien te mira? Alégrate, pues, oh tierra dichosa, pues te ha dado el Señor de lo Criado un príncipe que será columna firme en que escribes, padre, amparo, y más que hermano de los tuyos en la piedad y misericordia.

Regocíjate, y con gran razón, que tienes un rey que no tomará ocasión, con el estado, de regalarse y estarse tendido en el lecho, ocupado en vicios y pasatiempos; antes con el mejor sueño se sobresaltará su corazón, quedando desvelado con el cuidado que de tí ha de tener, y el más sabroso bocado de su comida no sentirá, suspenso con el cuidado de tu bien. Mira, pues, si con razón te digo que te alegres y alientes, oh reino dichoso. Y tú generosísimo mancebo, poderoso señor nuestro, pues el Criador de Todos te ha dado este oficio, el que en todo el tiempo pasado ha sido tan liberal contigo, ten confianza, que no te negará sus mayores dones en el estado que te ha dado, el cual sea por muchos años buenos". Estuvo el rey Motecuczuma a esta oración muy atento, la cual acabada se enterneció tanto, que acometiendo a responder por tres veces no pudo. Y así, limpiándose las lágrimas y reportándose lo más que pudo, dijo brevemente: -"harto ciego estuviera yo, oh buen rey, si no viera y entendiera que las cosas que me has dicho ha sido puro favor que me has querido hacer. Pues, habiendo tanto hombres tan nobles y generosos de este reino, echaste mano para él del menos suficiente, que soy yo. Y cierto que siento tan pocas prendas en mí para tan arduo negocio, que no sé qué haga sino es acudir al Señor de lo Criado para que me favorezca, y suplico a todos los presentes me ayuden a pedírselo y suplicárselo". Y diciendo estas palabras tornó a enternecerse y a llorar, Llegaron entonces los demás ancianos retóricos y, consolándole, hicieron las demás oraciones.

Hecho esto le llevaron a su palacio real, donde estuvo recogido sin hablar con nadie algunos días. En el ínterin hicieron las fiestas de la elección con grandes bailes y juegos de día y de noche con grandes luminarias. Habiendo algunos días que este rey era electo, comenzó a descubrir sus soberbios pensamientos. Lo primero que hizo fué poner y asentar su casa real, para lo cual envió a llamar a un anciano que había sido ayo suyo y, descubriéndole sus pensamientos a solas, le dijo: -"sabrás, oh padre mío, que tengo determinado de que todos los que me sirvieren sean caballeros e hijos de príncipes y señores, y no sólo los que han de asistir en mi casa, sino que todos los que tuvieren cargos preferidos en todo mi reino han de ser tales, porque estoy muy ofendido de los reyes pasados que se sirvieron en semejantes cargos de gente baja. Por tanto, yo me determino de privarles a todos de cualquier oficio real que tengan, y dejar mi casa y reino muy ahidalgado sin mezcla de esta gente". El viejo reparó un poco en el caso, y respondióle: -"gran señor, sabio y poderoso eres, y bien podrás hacer seguramente lo que bien te estuviere, más paréceme que no te será bien contado esto, porque juzgarán que quieres aniquilar a los reyes pasados deshaciendo sus cosas. Y así, te extrañará el pobre y humilde macehual, y no osará mirarte ni llegar a ti". Respondió entonces Motecuczuma: -"pues eso es lo que yo pretendo, que el hombre bajo no se iguale con el principal ni ose mirar al rey.

Y quiero decirte mi intento, porque tú y todos los que lo supieren, sé que dirán tengo mucha razón. Ya sabes cuán diferente es el estilo de los nobles y de los bajos, y si los principales se sirven de gente baja, especialmente los reyes, esta gente les echará muchas veces en vergüenza, porque enviándolos con sus embajadas y recaudos el rey, el caballero lo dirá cortesana y discretamente, y ellos con su rudo lenguaje lo confundirán, de suerte que piensen que no sabe más que aquello el que los envía. Al fin, son rústicos, y por muy industriados que estén, han de oler a su barbaridad. Demás de esto, no es justo que las palabras de los reyes y príncipes, que son como joyas y perlas preciosas, se pongan en tan ruin lugar como los hombres bajos, sino en otros tan buenos como los príncipes y señores, porque allí están en su propio lugar, que esa otra gente vulgar no servirá de más que afrentarnos, porque si les mandáredes hacer cosas de noble ánimo y liberal, ellos con su vileza y estrecheza lo aniquilarán y apocarán. Ves aquí de qué sirve servirse de semejante gente. Y así, esto supuesto, pues está en tanta razón, yo te mando que me juntes cuantos hijos de príncipes hay en los recogimientos y fuera de ellos, y escogiendo los más hábiles, los industries para el servicio de mi casa y reino, privando de cualquier oficio real a los que fueren de bajo linaje. Entienda cada cual en lo que le viene de suelo. Y dí a mi consejo que esta es mi voluntad, la cual quiero que se ponga luego en obra, Fué el viejo a poner en ejecución lo que el rey le mandaba con grande admiración del saber y señorío de Motecuczuma.

Sabida por el consejo su voluntad, púsose por obra lo que mandaba. Después que puso en orden su casa y reino, partióse a hacer la guerra para traer cautivos para el sacrificio de su coronación. Fué a una provincia muy remota que se había rebelado contra la corona real. Salió con gran número de soldados y carruaje todos muy lucidos y bien ataviados, siendo muy festejado y bien recibido por todo el camino que llevó. Llegado a la provincia que había de combatir, que era hacia el Mar Océano, dió la guerra tan valerosamente y con tal orden y concierto, que brevemente la rindió. Con esta misma facilidad fueron siempre vencedores los mexicanos, que por maravilla fué desbaratado su ejército solo dos veces: en Tepeaca y Michhuacan, porque eran tan valerosos como ellos, especialmente los de Michhuacan, que, como queda ya advertido, eran descendientes de los mismos mexicanos, los cuales haciéndoles guerra sin ninguna ocasión, parece que permitió dios que prevaleciesen los de Michhuacan contra ellos. Habiendo sujetado la provincia el rey Motecuczuma y tomado muchos cautivos y otros despojos para la fiesta de la coronación, haciendo castigos muy ejemplares, dejó toda aquella tierra muy temerosa, de suerte que ellos ni otros no se atrevieron a rebelarse contra él. Volvió con gran triunfo y, en todo el camino, los señores de las ciudades y pueblos por do pasaba, le daban aguamanos y hacían los demás oficios de pajes, cosa que con ningún otro rey habían usado.

Tanta era la reverencia y temor que le habían cobrado. Entró en la ciudad con todo su aparato de presos y despojos, donde le recibieron con una solemnísima procesión, al modo que ya queda dicho, con gran estruendo de bailes, bocinas, flautas, atabales y otros instrumentos de alegría. Pasando en diversos arcos triunfales, llegó al templo, donde hizo su adoración y ofrendas acostumbradas de todos los despojos que traía. Entróse luego a descansar a su retraimiento. Comenzaron luego a dar orden para las fiestas de su coronación, a la cual concurrió tanto número de gente de diversas partes que vieron entonces en la ciudad de México gentes que nunca habían visto. Hubo grandísimas fiestas, bailes, comedias y entremeses de día y de noche, con tantas lumbreras que parecía mediodía. Fué tanta la cantidad de los tributos que trajeron, y tantos los señores y principales, y tan lucidos, que iban con ellos, que puso a todo este mundo en grande admiración. No menos admiración causó la mucha gente que hubo para sacrificios de toda suerte en aquel día. Vinieron a estas fiestas hasta los propios enemigos de los mexicanos, como eran los de Michhuacan y los de la provincia de Tlaxcala a los cuales hizo aposentar el rey y tratar como a su misma persona y hacerles tan ricos miradores, desde donde viesen las fiestas, como los suyos, aunque encubiertos y disimulados. Salían, en los bailes y fiestas de noche, con el mismo Motecuczuma, el cual los trataba con tanta cortesía y discreción, que los dejó admirados y no menos gratos.

Coronóse este rey con toda esta pompa y solemnidad, poniéndole la tiara el rey de Tetzcuco, cuyo oficio era coronar los reyes de México. Esta coronación pintan en la manera que se sigue. Rey cuarto: gran monarca Motecuczuma, segundo de este nombre, en cuyo tiempo entró la cristiandad. Fué llamado el otro Motecuczuma, huehue Motecuczuma, que quiere decir Motecuczuma el Viejo. Coronóle el rey de Tetzcuco. Reinó 15 años. Todo el tiempo que reinó este rey Motecuczuma, fué más estimado y reverenciado que sus pasados, porque tenía saber e industria y un semblante que le ayudaba no poco. Vino a ganar tanta autoridad que le adoraban casi lo mismo que a dios, y tenía tan en cuenta de ser estimado de la gente común que, cuando salía a vista, si alguno alzaba los ojos a mirarle, no le costaba menos que la vida. De ordinario estaba retirado saliendo muy pocas veces a vista del pueblo, sino era cuando iba a las huertas, y para esto tenía hechas unas calzadas, todas ellas con muros a los lados, para ir él por medio en hombros de señores, y fuera de estos que le llevaban, que eran los más principales, no iban otros con él, yendo toda la demás gente por fuera de los muros. Nunca ponía los pies en la tierra, sino que donde quiera que ponía el pie, o se paseaba, lo ponía sobre alfombras o cortinas de algodón. Jamás se puso un vestido dos veces, y así cada día estrenaba nuevos y diferentes. Todos estos vestidos y vajillas eran gajes y percances de sus criados y así estaban todos muy abundantemente provistos, de que se holgaba y gastaba mucho.

Tenía en su palacio señalados particulares aposentos y salas, donde se recogían sus cortesanos, señalando a cada uno el lugar según su dignidad, y si algún hombre vulgar, o otro de menos dignidad que los caballeros, osaba entrar en los palacios de los ilustres, le castigaban gravísimamente por ello. Este puso en mucho orden las caballerías, haciendo órdenes como de comendadores para los que se señalaban en las guerras. Los más preeminentes de éstos eran los que tenían atada la corona del cabello con una cinta colorada con un plumaje muy rico, del cual colgaban unos ramales de pluma rica hacia las espaldas con unas borlas de lo mismo al cabo; eran tantas en número como cuantas hazañas cada uno había hecho. De esta orden de caballeros era el mismo rey. La figura de ellos es la misma que tiene puesta el rey Motecuczuma cuando lo coronaron. Había otra orden de caballeros que llamaban "los águilas"; otra que llamaban "los leones y tigres". De ordinario, eran éstos los esforzados que se señalaban en las guerras, los cuales salían en ellas siempre con estas insignias, cuyas figuras quedan puestas en las estampas de las guerras. Había otros como "caballeros pardos", que no eran de tanta cuenta como éstos, los cuales tenían unas coletas colgadas por encima de la oreja en redondo. Salían a las guerras con las mismas insignias que estos otros caballeros; pero armados sólo el medio cuerpo de la cinta arriba, que en esto los distinguían de los más ilustres.

Estos caballeros susodichos podían usar vestidos y palios de algodón ricos y labrados, joyas de oro y plata, vasos dorados y pintados, y calzados; la demás gente común no podía vestirse sino de ropas de nequén, que es como cañamazo, ni podían traer zapatos de ninguna manera, ni podían usar otros vasos sino de barro. A todo este género de gentes tenía situados en sus palacios reales, oficios, salas y aposentos con el orden que queda dicho, llamando al primero el aposento o sala de "los príncipes", al segundo el de "los águilas", al tercero de "los tigres y leones", al cuarto de "los caballeros pardos", etc., donde no osaba entrar otro sino los referidos, cada uno a su pertenencia. La demás gente común estaba en lo bajo, en aposentos conforme a los oficios que tenían. Era tan celoso de que cumpliesen y guardasen sus leyes, que muchas veces se disfrazaba y, disimulando, andaba acechando a sus oficiales, y les echaba algunos de industria que les acometiesen con ruegos y cohechos, etc. Todo para ver si se descuidaban o dejaban vencer en algo, y si les cogía en algo de esto, los mandaba matar sin remedio. Era tan nimio en este caso, que, viniendo de las guerras, fingía que iba a. descansar a alguna de sus recreaciones, enviando delante a sus capitanes con los presos y despojos de la guerra para que entrasen en la ciudad, enviando a mandar a la ciudad que hicieran todas las ceremonias y solemnidades que se hacían en tales recibimientos. Y él, por ver si por no ir allí excedían algo de su mandato, se iba disfrazado a verlos entrar y considerar todo lo que pasaba, y si en algo excedían o faltaban los castigaba rigurosísimamente, aunque fuesen sus propios hermanos, porque en esto a nadie perdonó.

Y no sólo fué tan justo en hacer guardar sus leyes, sino que también fué muy valeroso y dichoso, así en victorias grandes que tuvo como en tener todo su reino tan pacífico, que no se osaba hobre no genzar cotra lo que se tra era su voluntad. Estando este gran señor en tan grave trono y pujanza, habiendo extendido sus reinos en todo este nuevo mundo, haciéndose temer, servir y adorar casi como a un dios y habiendo reinado catorce años con prosperidad y pujanza, le vino nueva de cómo habían aparecido en los puertos que tenía navíos con gente extraña. Precediendo antes de esto en algunos años grandes prodigios y señales, cual en esta tierra jamás se vieron. En este tiempo, anunció el ídolo Quetzalcohuatl, dios de los chulultecas, la venida de gente extraña a poseer estos reinos. Asimismo, el rey de Tetzcuco, que tenía pacto con el demonio, le vino a visitar a deshora, y le certificó que le habían dicho los dioses que se aparejaba a él y a todo su reino grandes trabajos y pérdidas. Muchos hechiceros y brujos decían lo mismo y ende delante de él, entre los cuales fué uno que le informó muy en particular de lo que después le sucedió, y, estándole hablando, advirtió que le faltaban los dedos pulgares de pies y manos. Espantado y entristecido de las cosas que le decían, hacía prender a todos estos hechiceros, mas en echándolos presos se desaparecían. Con estas cosas andaba tan melancólico, que no pudiéndose vengar de los hechiceros, hacía matar a sus mujeres y hijos, y destruir sus casas y haciendas.

De las señales y prodigios que entonces hubo, lo que las historias cuentan son los que se siguen. Dicen que viéndose Motecuczuma confuso con tantas señales y amenazas contra él y su reino quiso traer una grandísima piedra para hacer solemnes sacrificios en ella para aplacar a los dioses, yendo para traerla grandísimo número de gente con sus maromas y recaudo. Después de atada, queriéndola mover no había remedio, y porfiando a sacarla, quebrando muchas maromas muy gruesas, oyeron una voz que salía junto a ella, la cual decía "que no trabajasen en vano, porque no podían llevarla, porque ya el Señor de lo Criado no quería que se hiciesen más aquellas cosas". Lo cual, oyendo Motecuczuma, turbóse grandísimamente y mandó se hiciesen delante de la piedra grandes sacrificios. Tornó a sonar la voz, y dijo: -"ya os he dicho que es voluntad del Señor de lo Criado que no me llevéis. Y porque veáis que es así, yo me quiero dejar llevar un rato, y veréis con cuánta facilidad me movéis; pero no queriendo dejarme llevar, no bastará todo el mundo a moverme". En diciendo esto comenzaron a tirar y llevábanla con tanta facilidad como si fuera una cosa muy liviana; mas después se hizo reacia y no hubo fuerza humana que la moviese. Dicen que pasó esto dos o tres veces, y porfiando a traerla con grandes ruegos, se dejó llevar hasta una acequia grande, a la entrada de esta ciudad, donde se cayó y hundió, y entrándola a buscar no hallaron rastro de ella. Fueron otro día al puesto donde la habían sacado, donde la hallaron, de que quedaron muy admirados y tristes.

Asimismo, estando un indio labrador haciendo su sementera, el cual tenía fama de buen hombre, dicen que vino una grandísima águila volando hacia él, lo tomó en peso y llevólo sin lastimarle hacia una cierta cueva donde le metió. En entrando, dijo el águila: -"poderosísimo señor, ya traje a quien demandaste". El indio labrador, mirando a todas partes de la cueva por ver a quien hablaba el águila, no vió a nadie. Estando en esto oyó una voz, que le dijo: -"¿conoces a ese que está ahí delante tendido?" Él, mirando al suelo, vió a un hombre adormeciendo, muy vencido de sueño, con insignias reales, unas flores en la mano y con un pebete de olor ardiendo, según el uso de esta tierra, y, reconociéndole, vió que era el gran rey Motecuczuma. Respondió el labrador después de haberle mirado: -"gran señor, este parece a nuestro rey Motecuczuma". Tornó a sonar la voz, y díjole: -"tienes razón, él es, míralo cual dormido y descuidado está de los grandes males que han de venir sobre él. Ya es tiempo que pague las muchas ofensas que ha hecho a Dios y las tiranías de su gran soberbia. Está tan descuidado y tan ciego en sus miserias que ya no siente. Para experiencia de esto, toma este pebete que tiene en la mano ardiento y pégaselo en el muslo. Verás como no lo siente". El pobre labrador, viendo que le mandaban quemar a un rey tan temido como si fuera dios, no osaba llegar. Tornó a decir la voz: -"no temas, que yo soy sin comparación más que ese rey, que le puedo destruir y defenderte a tí.

Por tanto, haz lo que te mando". Entonces, el labrador, tomando el pebete ardiendo de la mano del rey, lo pegó en el muslo y no se meneó. Hecho esto, le tornó a decir la voz: "que viese cuán dormido estaba aquel rey, que le fuese a despertar y le contase lo que pasaba". Y mandando al águila que le volviese como lo había traído, el águila tomó en peso al labrador y tornóle al lugar de do lo había traído. El día siguiente el labrador fuese al rey Motecuczuma y, contándole el caso, miróse el rey el muslo y vió que lo tenía quemado, que hasta entonces no lo había sentido ni advertido, de que quedó tristísimo y desconsolado. También apareció en el cielo una llama de fuego grandísima y muy resplandeciente de figura piramidal como una grande hoguera, la cual comenzaba aparecer a la media noche, yendo subiendo y al amanecer, al tiempo que el sol salía, llegaba ella al puesto del mediodía donde se desaparecía. Mostróse de esta suerte por espacio de un año y todas las veces que salía la gente daba grandes gritos y alaridos, entendiendo que era pronóstico de algún mal futuro. También una vez súbitamente, sin haber lumbre en el templo ni fuera de él se encendió todo. Cuando comenzó a arder, parecía que las llamas salían de dentro de los mismos maderos, y esto fué sin haber trueno ni relámpago, ni otra cosa que lo pudiese causar. Cuando vieron esto las guardas del templo, comenzaron a dar voces para que viniesen en apagar el fuego y, aunque vino muchísima gente a apagarle con mucha agua, ninguna cosa aprovechó, antes dicen que con el agua ardía más.

Finalmente, sin poderlo remediar ardió el templo hasta que se consumió. Asimismo vieron salir un cometa siendo de día claro, la cual tenía tres cabezas con una cola muy larga. Corrió de poniente a oriente echando grandísimas centellas y causó grandísimo espanto y temor. También la gran laguna que está entre México y Tetzcuco comenzó a hervir sin hacer aire ni temblor de tierra, ni otra ocasión alguna, creciendo a borbollones como un agua muy caliente, y creció tanto que todos los edificios que estaban cerca de ella cayeron por el suelo. En este tiempo se oyeron de noche muchas veces, unas voces como de mujer muy angustiada, que, llorando, decía: -"oh hijos míos, ya ha llegado vuestra destrucción". Otras veces decía: -"oh hijos míos, ¿a dónde os llevaré para que no os acabéis de perder?". Asimismo, los pescadores de este gran lago referido cazaron una ave del tamaño de una grulla, y del mismo color, pero de extraña hechura y nunca vista. Lleváronla a Motecuczuma, el cual estaba en los Palacios del Llanto y Luto, que ellos llamaban "Palacios teñidos de negro", que como tenía palacios alegres y ricamente ataviados para su recreación y pasatiempos, tenía, asimismo, palacios de llanto y penitencia, donde se recogía. Y así, con el espanto de estas novedades, estaba allí recogido, haciendo penitencia. Llegaron los pescadores adonde estaba, a mediodía en punto, y pusiéronle delante aquella ave, la cual tenía en medio de la cabeza una cosa transparente y lucida como un espejo, donde vió que se parecían los cielos y las estrellas, de que quedó muy espantado el rey Motecuczuma, y poniéndose a mirar el cielo vió que no había memoria de estrellas por ser mediodía.

Tornando a mirar a la cabeza de la ave, vió que aparecían en aquel espejo gentes de guerra muy armadas, que venían de oriente a esta tierra, peleando y matando. Mandó llamar luego a los agoreros, que había muchos, para que viesen aquello y le dijesen lo que significaba; pero, venidos, los agoreros quedaron no menos admirados que él. Y así, se rindieron, diciéndole que no entendían aquella gran maravilla. Estando en esta disputa desapareció el ave, con que causó grandísima turbación al rey y a todos los que presentes estaban. También en estos tiempos aparecían muchos monstruos con dos cabezas y otras formas extrañas, que llevándolos delante del rey luego se desaparecían. Estaba con todas estas cosas este gran rey y todo su reino con tanta apretura y presura que parecía que venía el fin del mundo sobre ellos. En esta coyuntura, aparecieron navíos en la costa del Mar Océano, donde desembarcó gente de España. Los mayordomos y capitanes de Motecuczuma que habitaban en aquellas costas que ahora se llaman de la Veracruz, se juntaron y trataron entre sí que sería bien ir a dar esta nueva a su señor Motecuczuma a la gran ciudad de México; mas el principal de ellos dijo: -"para que podamos dar más cierta y entera relación a nuestro rey, paréceme que vayamos hacia ellos y veamos por nuestros ojos todo lo que pasa, con título de venderles algunas cosas de las que ellos han menester". Parecióles a todos buen medio éste, y así, luego, tomaron cosas de comer y vestir y, poniéndolas en unos barquillos que aquí llaman canoas fueron a los navíos enderezando hacia la capitana por el estandarte que en ella vieron.

En llegando a ella hicieron sus señales dándoles a entender que venían de paz a venderles cosas de comer y vestir. Los españoles los subieron al navío, donde les hicieron muchas preguntas diciéndoles de dónde eran y cómo se llamaba su rey. Respondieron ellos que eran mexicanos, y que su rey era el gran Motecuczuma. Desenvolvieron los fardos que llevaban de comidas y ropas, ricamente labradas, las cuales parecían bien a los españoles y así se las compraron, dándoles por ellas sartales de piedras falsas, coloradas, verdes, azules y amarillas, y como a los indios les parecieron piedras preciosas, tomáronlas y diéronles la ropa. Despidiéronles los españoles diciéndoles: -"id con Dios y llevad estas piedras a vuestro señor y decidle que no podemos ahora irle a ver a la ciudad de México, que presto volveremos por acá". Con este recaudo se apartaron los indios de los navíos, y confiriendo entre sí las cosas que habían visto, el talle, manera, y costumbres de los españoles, y navíos, lo pintaron todo y lo trajeron ante su gran señor Motecuczuma. Contándole todo el caso le dieron las piedras que habían rescatado de los españoles. Sobresaltóse grandemente el rey con estas nuevas y mandó a los mensajeros que descansasen y aguardasen la respuesta, no diciendo nada de lo que habían visto y traído. Estuvo aquel día el rey muy pensativo y al día siguiente hizo juntar a toda su corte y, dándoles cuenta del negocio, mostróles las preseas que los capitanes habían traído y pidióles parecer y consejo de lo ,que había de hacer en el caso.

Al fin, determinaron que se diese aviso a las guardas de todas aquellas costas, que velasen con gran diligencia de noche y de día puestos en sus atalayas, para que en viendo algún rastro de navíos, luego trajesen la nueva al gran rey Motecuczuma. Lo cual hicieron con gran diligencia todo un año, al cabo del cual (que fué entrante el año de 1518) vieron avanzar por la mar la flota en que vino el marqués don Hernando Cortés con sus capitanes, que fueron los que ganaron esta tierra. En descubriéndolos, vinieron a gran prisa y con mucha brevedad a dar noticia al gran Motecuczuma de la venida de la flota, dándole cuenta de todas las cosas en particular. Turbóse el rey con esta nueva y, juntando su consejo, propúsoles el negocio y advirtiendo todos en las señas y nuevas que le daban de los españoles dijeron que sin falta era venido su gran emperador Quetzalcohuatl, que había mucho tiempo que era ido por la mar adelante, hacia donde nació el sol, el cual dejó dicho que por tiempos había de volver, que lo fuesen a recibir y llevasen presentes de toda la riqueza de esta tierra, pues era suya y su imperio. Y porque esto mejor se entienda es de advertir que hubo en esta tierra en tiempos pasados, un hombre que, según la relación que hay de él, fué un hombre santísimo, tanto que muchos testifican que fué algún santo que aportó a esta tierra a anunciar el Santo Evangelio, porque sus ayunos, penitencias, vigilias y amonestaciones contra todos los vicios reprendiéndoles gravemente, exhortando a la virtud, no era menos que de hombre evangélico.

Y más, que se asegura que no fué idólatra, antes abominaba y contradecía los ídolos y malos ritos y ceremonias que tenían, por cuya causa dicen que le persiguieron grandemente, hasta que le fué necesario partirse de la tierra por la mar, dejando dicho que volvería él con otros que tomasen venganza de las maldades que contra Dios en esta tierra se hacían. Dicen asimismo, de él que era oficial muy primo de esculpir imágenes, y que dejó en cierto lugar esculpido un crucifijo, el cual afirman los españoles que le han visto, y que dejó en esta tierra un libro a manera de misal, el cual nunca jamás se ha podido descubrir por mucha diligencia que han puesto muchos religiosos en ello. --Entiéndese que era la Biblia-- Tenían a este hombre en grandísima veneración, porque dicen que hizo milagros y su virtud era tanta que le tenían por más que humano. Y así decían que éste era el señor y emperador de toda esta tierra enviado por Dios. De éste dicen que tomaron muchas ceremonias, que conforman con la ley evangélica, que en esta tierra usaban, y los altares en que ponían a los ídolos, que eran como los nuestros. Por esto, entienden muchos que era algún ministro del Santo Evangelio y persuádense más a esto los que encontraron en un pueblo que está junto a la mar en esta tierra, un cuero curtido muy antiguo donde estaban figurados todos los misterios de nuestra fe, sin faltar ninguno en figuras de indios, aunque con muchos yerros. Dicen, asimismo, que tenía éste discípulos que instruía en su mismo modo de proceder, los cuales, asimismo, hacían milagros, ejercitándose en su mismo oficio de escultor, por cuya causa los llamaban tultecas, que quiere decir "gente diestra en alguna arte mecánica".

Llamaban a éste con tres nombres, que eran de dioses y de estima, el primero era Topiltzin, el segundo Quetzalcohuatl (como queda dicho), el tercero era Papa. Entre las pinturas que se hallan de su efigie, le pintan con una tiara de tres coronas, como la de nuestro muy Santo Padre el Sumo Pontífice. Y como tenían noticia de lo que dejó dicho de su vuelta y vieron venir la flota por la parte que él se fué, tuvieron por cierto todos que era el mismo, y que volvía a su reino, y así determinaron de irle a recibir como a su señor, según queda dicho. Eligieron para esto los cinco más hábiles que entre los principales había, los cuales partiéndose de México, fueron con grandes riquezas a este recibimiento, y llegando a la nao capitana, donde estaba el capitán Hernando, los tres dieron su embajada diciendo que iban a buscar a su gran señor Quezalcohuatl, por otro nombre Topiltzin, el cual sabían que era venido. Entendieron en esta embajada los españoles, por medio de una mujer que allí venía, llamada Marina, que entendía la lengua de esta tierra. Se puso el capitán Hernando Cortés con mucha autoridad e hicieron entrar a los mensajeros de Motecuczuma, diciéndoles que allí estaba el que buscaban, y así entrando en su presencia le hicieron su acatamiento diciéndole que su siervo Motecuczuma, teniente de sus reinos, le enviaba a visitar con aquellos dones, y que fuese muy bien venido. Ataviándole con, algunas de aquellas ropas, las más ricas, le dijeron: -"vístete, señor, de las ropas que antiguamente usabas, cuando andabas entre nosotros como dios y rey nuestro".

Recibiólos el capitán Hernando Cortés con mucha benevolencia y mandándolos aposentar y tratar muy bien, dándoles de las comidas de Castilla. Vinieron los españoles de los demás navíos a ver la gente y el presente, y dieron entre sí una traza bien impertinente, que antes dañó que aprovechó, porque determinaron el día siguiente de espantar a los pobres indios disparando la artillería, de que los pobres quedaron muy espantados, como gente que no había visto cosa semejante. Asimismo, les desafiaron uno a uno para que peleasen con ellos, y como lo rehusaban, demostrándoles con palabras afrentosas y, mostrándoles muchas armas que traían y perros ferocísimos de ayuda, dijéronles que habían de ir a México, y con aquellas armas y perros los habían de destruir, matar y robar sus haciendas. Despidieron a los pobres tan escandalizados y temerosos que ya todos se persuadían que no era aquel señor que esperaban, sino algún cruel enemigo suyo, el cual allí venía con aquella gente tan feroz. Vinieron muy desconsolados a dar las nuevas a su rey, al cual hallaron en la casa de la judicatura, que era donde se ponía a oír semejantes recaudos, y antes que los oyese hizo allí degollar y sacrificar esclavos pues, usaban de esta ceremonia cuando alguna embajada de gran importancia venía, y rociando con la sangre de ellos a los embajadores. Dijeron al rey todo lo que les había acontecido, dándole señas de todo, especialmente de los navíos, diciéndole que habían visto unas casas de madera muy grandes y artificiosas, con muchos aposentos por dentro, que andaban por la mar en que venían estos feroces dioses.

Oída la embajada, el rey quedó muy espantado y casi sin aliento. Mandó luego juntar a toda su corte a consejo y, proponiéndoles la triste nueva, pidióles el remedio para que a estos dioses enemigos que les venían a destruir los echasen de su tierra. Confiriendo del negocio prolijamente, como tan grave caso requería, determinóse que mandasen llamar a todos los hechiceros y sabios nigrománticos que tenían pacto con el demonio, y que estos diesen el primer acometimiento, inventando con sus artes cosas muy espantables con que los hiciesen volver a su tierra y retirarse de temor. Este medio les solía ser provechoso en muchos casos y así lo intentaron. Vinieron los encantadores ante el consistorio y proponiéndoles el caso el rey muy vivamente y con muchas veras, ellos admitieron la empresa, yendo a poner en ejecución su intento. Iban muy gozosos teniendo por cierta la victoria, mas de que llegaron adonde habían de hacer su hecho, no pudieron empecerles, por permisión divina con cosa alguna. De lo cual, muy confusos y desconsolados, volvieron con la nueva al rey, diciéndole que aquellos eran dioses muy fuertes, porque no les podía empecer cosa alguna. Lo cual, oído por el rey determinó éste que los recibiesen en paz, dándoles todo lo necesario, etc., y mandando a sus presidentes y gobernadores de república que con mucha diligencia y cuidado proveyesen y sirviesen todo lo que quisiesen a los dioses celestiales que habían llegado. Se hizo con gran diligencia, y en el ínterin el gran rey Motecuczuma con toda su corte estaba muy triste y lloroso.

Por las calles y plazas había muchos corrillos de gentes que trataban del caso. Chicos y grandes andaban llorando, teniendo tragada ya la muerte y esperando otros grandes males. Con esta consideración, los padres y las madres lloraban con sus hijos y hijas diciendo "que qué había de ser de ellos", haciendo lo mismo los vecinos y amigos unos con otros. Finalmente, todos andaban cabizbajos pensativos y muy melancólicos. Iban y venían muchos mensajeros cada día a dar noticia al gran rey Motecuczuma de todo lo que pasaba, diciéndole cómo los españoles preguntaban mucho por él pidiendo señas de su persona, modo de proceder y cara. De esto se angustiaba grandemente, vacilando qué haría de sí, si se huiría o se escondería, o se esperaría, porque esperaba grandísimos males y afrentas sobre sí y todo su reino. Comunicó esto con sus principales, juntamente con los encantadores y nigrománticos, cuyo parecer fué que se escondiese en uno de los lugares que ellos le dijesen, donde estaría bien seguro. Si quería ir a la casa del sol, al Paraíso terrenal, al infierno, o a otro lugar muy secreto no muy lejos de la ciudad ellos le guiarían y meterían en cualquiera de estas partes. Habíase inclinado el rey a esconderse; pero mirando que era flaqueza de corazón y ánimo, determinó antes esperar y morir varonilmente, que no hacer tal poquedad, que ponía mácula de cobardía en su persona real. Y así se estuvo quedo, mudándose de las casas reales a otras suyas propias para aposentar a los dioses (como ellos decían).

Comenzó el marqués a marchar para la ciudad de México, sacando primero todo el bagaje de los navíos a los cuales hizo dar barreno y hundirlos en la mar, para que sus soldados no tuviesen esperanza de volver atrás. Hecho famosísimo y de ánimo invencible que admiró a todos grandemente. Venían todos a punto de guerra y veníalos guiando un mexicano el cual los llevó a términos del Tlaxcalan, donde estaba un gran escuadrón de gente fiera y belicosa, que siempre estaban allí, para guarda del rey de Tlaxcala. Eran estos tan esforzados y tan animosos, que antes se dejaban hacer pedazos que rendirse ni volver atrás. La guía metió por allí a los españoles para que aquellos otomíes los destruyesen y acabasen, y así en viendo a los españoles se pusieron en arma contra ellos y, como ignorantes de la ligereza y velocidad de los caballeros y de la fuerza de la artillería y diversas armas que los españoles traían, metiéndose los pobres con tanto ánimo entre ellos, que los españoles comenzaron a hacer gran matanza en los pobres soldados de Tlaxcala. Como iban desnudos y con arcos y flechas y otras armas, no podían ofender mucho a los españoles armados, y aunque veían el destrozo que en ellos se hacía, presumían de tan animosos que nunca jamás volvieron atrás. Y así, quedaron allí todos muertos. Dentro de dos horas fué la nueva a los de Tlaxcala, los cuales viendo que en quien confiaban y toda la fuerza de su reino había muerto de aquella manera, temieron grandemente y determinaron de hacer amistades con los españoles y recibirlos de paz.

El día siguiente, yendo el capitán Hernando Cortés con todo su ejército hacia la gran ciudad de Tlaxcala, le salieron al encuentro todos los principales muy bien ataviados, de paz, sin ninguna señal de guerra, y recibiéronle con grande fiesta y solemnidad, ofreciéndole grandes dones y presentes, pidiéndole su amistad. El capitán Don Hernando Cortés los recibió muy benignamente, mostrándoseles muy amigo, ofreciéndoles él también la amistad de todo su ejército, y con esta consideración y contento, fuéronse todos juntos a la ciudad de Tlaxcala, donde fueron muy regalados y bien tratados. El día siguiente fueron todos los principales de Tlaxcallan a visitar al Marqués, y pidiéronle que confirmase las amistades que les había prometido. Él las confirmó allí, perpetuando paces los unos con los otros, y ayudándose siempre en todos sus sucesos. Regalólos mucho el Capitán diciéndoles: -"vosotros sois mis hermanos. Los que fuesen vuestros enemigos también lo serán míos, y así yo os vengaré de ellos". Después de lo cual el Capitán comenzó a preguntar a los señores tlaxcaltecas por la ciudad de México y por la distancia que de allí había hasta ella. Respondiéndole que no era muy lejos, que estaría a tres días de camino, que era muy gran ciudad, que los que la habitaban eran muy valientes y belicosos, y que el rey que los regía era muy esforzado, sabio, prudente y avisado; pero que eran muy grandes tiranos. Esto dijeron los de Tlaxcallan porque los mexicanos eran sus enemigos, añadiendo que los de Cholula, que eran sus vecinos, también eran sus adversarios por ser amigos de los mexicanos.

Díjoles entonces el capitán que no tuviesen pena, que él los vengaría de ellos, y porque viesen que aquello era verdad, les dijo que se pusiesen luego a punto de guerra, que iban todos contra los que eran sus enemigos. Dentro de pocos días se pusieron los de Tlaxcallan a punto de guerra, juntándoseles los de Cempohuallan, provincia muy populosa, y comenzaron a marchar hacia Cholula con los españoles. En llegando a la ciudad dieron un pregón de parte del capitán Don Hernando Cortés para que todos los principales de Cholula se juntasen en el patio del templo mayor, que era muy grande, y desde que estuvo lleno de gente, pusiéronse los españoles a las entradas del patio, que comúnmente eran tres, a Occidente, a Mediodía y hacia el Norte. Entraron luego los de a caballo por las tres puertas y comenzaron a alancearlos, haciendo allí gran matanza de aquellos pobres, por cuya causa todo el pueblo dió a huir desamparando la ciudad, y esta nueva fué luego a Motecuczuma. Comenzaron a marchar los españoles hacia México, llevando consigo a los de Tlaxcallan y Cempohuallan, con los cuales iba un ejército espantoso. Sabiendo el rey Motecuczuma cuán mal habían tratado a los suyos, y la gente que iba contra él, comenzó a temer grandemente él y toda su gente, temblando como azogados. Imaginando Motecuczuma que en viéndole a él y a los suyos, le tratarían de aquella suerte, quiso hacer la experiencia y, así, envió un principal suyo que se le parecía un poco, vestido de sus ropas, a recibir a los españoles con mucho aparato de principales, criados y grandes presentes.

Antes que allá llegase entendieron el baxo porque avisaron al capitán. En llegando ante él el fingido rey, recibióle muy benignamente y preguntóle que quién era. Díjole que su siervo el rey de México Motecuczuma. Entonces, sonriéndose, el capitán volvióse a los de Tlaxcala y preguntóles si era aquel el rey de México. Ellos le dijeron que no, porque muy bien le conocían y aun a aquel principal que se fingía ser Motecuczuma, que no se decía sino Tzihuacpopoca. El Capitán le reprendió por sus intérpretes por la ficción que había hecho, y él se volvió avergonzado y confuso a Motecuczuma, a quien contó lo que había pasado, y cómo quedaban indignados los españoles por la burla que les quiso hacer. Quedó con esto más atemorizado Motecuczuma, y así no cesaba de buscar remedios para escapar de las manos de los españoles. Imaginó hacer otra diligencia para que los españoles no llegasen a México, y fué que juntó todos sus principales y más sabios hechiceros, agoreros y nigrománticos para que fuesen a hacer sus encantaciones mejor que los primeros. A los cuales encargó que hiciesen todo su poder, y echasen el resto de su ciencia para espantar a los españoles porque no llegasen a su ciudad. Partieron los hechiceros muy confiados que saldrían con aquella empresa y bien amedrentados con las amenazas que les hizo Motecuczuma si no salían con ello. Fueron hacia la parte de donde venían los españoles y, subiendo por una cuesta arriba, aparecióseles Tezcatlipuca, uno de sus principales dioses, que venía de hacia el real de los españoles en hábito de un hombre de los de aquella provincia de Chalco, donde fué este aparecimiento.

Venía como fuera de sí, y como hombre embriagado, no de vino sino de furor y rabia que consigo traía. Cuando hubo llegado junto al escuadrón de nigrománticos y hechiceros que iban, que traían ceñidos los pechos con ocho vueltas de una soga de esparto, paróse, comenzó a reñirles a grandes voces, díjoles con gran enojo: -"¿para qué volvéis vosotros de nuevo acá? ¿Qué es lo que Motecuczuma pretende hacer contra los españoles por vuestro medio? Tarde ha vuelto sobre sí, que ya está determinado de quitarle su reino, su honra y cuanto tiene, por las grandes tiranías que ha cometido contra sus vasallos. No ha regido como señor, sino como tirano y traidor". Los hechiceros y encantadores en oyendo estas palabras, humildes los unos y los otros comenzaron a hacer un altar de piedras y tierra, cubriéndole con yerbas y flores de las que por allí hallaron; pero él no hizo caso de este regalo, antes comenzó a reñirles con más furia, e injuriarlos con más altas voces diciéndoles: -"¿a qué habéis venido aquí, traidores? No tenéis remedio. Volveos y mirad hacia México. Veréis lo que ha de venir sobre ella antes de muchos días". Los nigrománticos volvieron a mirar hacia la ciudad de México y viéronla arder toda en vivas llamas. Con aquella visión les representó este ídolo la guerra y destrucción de este reino. En mostrándoles esto el ídolo desapareció luego, quedando los hechiceros con tanto desconsuelo que de pena no podían hablar. Habiendo pasado algún espacio el principal de ellos comenzó a hablar, diciendo: -"No somos nosotros dignos de ver este prodigio; más convenía que le viera Motecuczuma, pues éste que nos ha aparecido es el dios Tezcatlipuca".

No osando pasar los nigrománticos adelante con su intento, volviéronse a dar la nueva al rey Motecuczuma, el cual oyéndola quedó tan triste que por un buen rato quedó enmudecido y pensativo mirando al suelo. Pasado aquel accidente dijo: -"¿pues qué hemos de hacer, si los dioses y sus amigos nos desfavorecen y prosperan a nuestros enemigos? Ya yo estoy conforme. Determinémonos todos de poner el pecho a cuanto se ofreciere. No nos habremos de esconder, ni huir, ni mostrar cobardía. No pensemos que la gloria mexicana ha de faltar aquí. Compadézcome de los viejos y viejas, de los niños y niñas, que no tienen pies ni manos para defenderse". Y diciendo esto, calló, porque se comenzaba a enternecer. Veníase ya acercando el capitán Don Hernando Cortés con toda su gente y en el camino los de Tlaxcala iban persuadiendo a todos para que se confederasen con los españoles y negasen a Motecuczuma y a los mexicanos, acordándose de los agravios y servidumbres en que los había puesto, y que ahora sería castigado Motecuczuma y los suyos por el capitán Don Hernando Cortés. Con estas y otras razones persuadieron a toda la tierra de tal manera, que se hicieron al bando de los españoles. Y, así venían el capitán Don Hernando Cortés cercado de toda la tierra. En llegando a la primera entrada de la gran ciudad de México, como un cuarto de legua de las casas reales, salió a recibirle el gran señor Motecuczuma en hombros de cuatro señores, que en sus cabezas iba armado un palio riquísimo de pluma y oro, debajo del cual iba sentado este gran rey.

Bajóse cuando encontró con el capitán Don Hernando Cortés, a quien hizo una plática dándole la bienvenida, muy elegante y cortesanamente, ofreciéndole muchas preseas ricas de oro y piedras preciosas, y plumajería de diversos colores, con muchas rosas y flores que hizo dar a los que venían con el capitán. El cual recibió al gran señor Motecuczuma con mucha reverencia y benevolencia, respondiéndole a su plática con muy admirables palabras, quitándole el temor y asegurándole que ningún daño recibiría en su persona ni en su reino, y que él le informaría de la causa dé su venida más despacio. Con esto, el gran Motecuczuma, por el mismo orden que vino, se volvió con el capitán Don Hernando Cortés, al cual y a los suyos mandó que aposentasen en las casas reales, donde se les dió muy buen recaudo a cada uno, según las calidades de las diversas gentes que iban con el capitán. Este día y la noche siguiente jugaron el artillería por la alegría de haber llegado a la gran ciudad de México. Como los indios no estaban acostumbrados a oír artillería, recibieron gran temor y alteración toda la noche. El día siguiente, el capitán Don Hernando Cortés hizo juntar a Motecuczuma, a sus principales y a la gente de Tlaxcala, Cempohualan, etc., en una pieza que en la casa había muy a propósito para esto, y allí, con mucha autoridad, sentado en una silla, les habló a todos, diciéndoles de esta manera: -"señores, hermanos y amigos míos: sabed que yo y mis hermanos, los españoles que aquí estamos, hemos venido de hacia el Oriente, de do somos naturales.

Nuestra tierra se llama España y es un reino muy grande y de gente valeroso y fuerte. Tenemos un gran señor, que es nuestro rey y emperador, el cual se llama Carlos, quinto de este nombre. Con su licencia andamos discurriendo por todas estas tierras occidentales y, entrados en esta nueva tierra, venimos a ver al rey de nuestros hermanos y amigos los de Tlaxcala, los cuales nos recibieron con mucha humanidad, haciendo con nosotros amistad y hermandad, y después de otras cosas y buenos tratamientos, se nos quejaron de que vosotros, los mexicanos, les hacéis grandes agravios y daños, y les dais guerras muy continuas, de manera que nunca gozan de paz ni de la seguridad de sus personas, tierras y haciendas, sino que siempre los ponéis en grandes trabajos. Habiendo oído esto, yo y mis hermanos, los españoles, juntamente con ellos hemos venido a vuestra ciudad para saber de ambas partes quién tiene la culpa de estos daños y desasosiegos, pues queremos poner remedio en ello, y que viváis en paz y que os tratéis como hermanos y prójimos. Hasta saber esto y hacer esta consideración, estaremos aquí con vosotros como con señores y amigos, lo cual se irá haciendo poco a poco, sin ningún alboroto ni maltratamiento de los unos ni de los otros". Hizo el ilustre capitán por sus intérpretes que todos entendiesen muy bien esta plática tan católica. Habiéndole entendido todos dieron gracias a Dios, viendo que venía con tan buenos propósitos y sana intención, y consolándose todos, se holgaron muchos de su venida.

Habría quedado el negocio de los españoles muy bien puesto este día, si los soldados españoles refrenaran un poco la mucha codicia que traían de riquezas, la cual les impedía tanto que no les dejaba sosegar para tener una poca de paciencia en aguardar las felicísimas coyunturas que se ofrecieron para entregarse de paz toda esta tierra. Porque acabada de hacer esta plática el buen capitán don Hernando Cortés, los soldados saquearon las casas reales, y las demás principales donde sentían que había riquezas, por cuya causa tomaron vehemente sospecha de que el trato de los españoles era doble. Y así, los indios de temor, comenzaron a ausentarse, y a faltar en acudir a lo necesario para los españoles, quienes comenzaban a padecer hambre, especialmente los caballos y perros de ayuda qué traían consigo, que eran muchos, muy feroces y diestros en la guerra. Llegó a tanto que fué necesario fuesen los indios amigos a buscar con algunos mexicanos bastimentos. En este tiempo, recelándose el marqués no resultase de esto algún incoveniente prendió al gran rey Motecuczuma, poniéndole con grillos y a buen recaudo en las casas reales junto a su mismo aposento, y a otros grandes y principales con él. En esta coyuntura tuvo por nueva el capitán don Hernando Cortés que habían llegado navíos al puerto de la Veracruz, donde venía gran copia de soldados españoles, cuyo capitán era Pánfilo de Narváez, el cual venía contra el valeroso don Hernando Cortés con intención de prenderle, y hacer él la conquista en nombre del gobernador de la isla Española.

Y así, le fué forzoso dividir su gente. Dejando parte de ella en la gran ciudad de México encomendada al gran capitán Alvarado, él se partió con la demás a la Veracruz, y dióse tan buena maña que en desembarcando el capitán Narváez, le prendió y envió preso a Santo Domingo, y toda la gente que venía con él se hizo al bando de don Hernando Cortés. Mientras él acudía de esto, pidió el capitán Alvarado a los principales de la ciudad de México que hiciesen un muy solemne baile a su modo, porque deseaban verlos, diciendo al gran Motecuczuma que se lo mandase. Lo cual hizo el rey por deseo de dar contento a los españoles y ellos por obedecer a su señor. Salió toda la flor de la caballería a este baile, todos ricamente ataviados y tan lucidos que era contento verlos. Estando los pobres muy descuidados, desarmados y sin recelo de guerra, movidos los españoles de no sé qué antojo (o como algunos dicen) por codicia de las riquezas de los atavíos, tomaron los soldados las puertas del patio donde bailaban los desdichados mexicanos y, entrando otros al mismo patio, comenzaron a alancear y herir cruelmente aquella pobre gente. Lo primero que hicieron fué cortar las manos y las cabezas de los tañedores y, luego, comenzaron a cortar en aquella pobre gente sin ninguna piedad cabezas, piernas y brazos, y a desbarrigar sin temor de Dios. Murieron casi todos, unos hendidas las cabezas, otros cortados por medio, otros atravesados y barrenados por los costados.

Unos caían luego muertos, otros llevaban las tripas arrastrando huyendo hasta caer. A los que acudían a las puertas para salir de allí los mataban los que guardaban las puertas. Algunos saltaron las paredes del patio, otros se subieron al templo y otros no hallando otro remedio, echábanse entre los cuerpos muertos y se fingían ya difuntos, y de esta manera escaparon algunos. Fué tan grande el derramamiento de sangre que corrían arroyos por el patio. No contentos con esto, los españoles andaban a buscar los que se subieron al templo y los que se habían escondido entre los muertos, matando a cuantos podían haber a las manos. Estaba el patio con tan gran lodo de intestinos y sangre que era cosa espantosa y de gran lástima ver tratar así la flor de la nobleza mexicana, que allí falleció casi toda. Viendo tan gran crueldad, la gente popular comenzó a dar voces y gritos, diciendo "¡arma, arma!". Acudió a la demanda muchísima gente, que no quedó persona que estuviese con ellos, unos con arcos y saetas, otros con dardos y fisgas de muchas maneras, otros con rodelas y espadas al modo que ellos las usaban, que eran unos garrotes de hechura de espada con los filos de navaja de cuatro dedos de ancho, tan cortadoras que afirman todas las historias que hubo hombre que con una de estas cercenó el cuello a un caballo. Con este gran recaudo de armas, y mayor coraje y rabia, comenzaron a pelear con los españoles con tal furia que los hicieron retraer a las casas reales, donde estaban aposentados.

Tuviéronlos allí arrinconados de tal suerte que fué menester todo su poder e industria para defender la fuerza y el muro que tenían. Algunos dijeron que entonces echaron los grillos a Motecuczuma, pero lo más cierto es lo que queda referido. Después que tuvieron arrinconados a los españoles se ocuparon en hacer las obsequias a los difuntos con grandísima solemnidad, haciendo gran llanto con voces y alaridos, porque, como queda ya dicho, murió allí la mejor gente de la tierra. Hechas las obsequias, tornaron a dar sobre los españoles cercados tan furiosamente, que de temor hicieron que subiese el rey Motecuczuma a una azotea de las casas reales con un principal de los presos a decirles que se sosegasen, porque no podrían prevalecer contra los españoles, pues veían a su señor preso con grillos, y subido arriba. Iban con ellos dos soldados españoles con unas rodelas, amparándolos con ellas de las piedras y flechas que eran infinitas. En viendo los mexicanos al rey Motecuczuma en la azotea haciendo cierta señal, cesó el alarido de la gente poniendo todos gran silencio para escuchar lo que quería decir. Entonces, el principal que llevaba consigo alzó la voz y dijo las palabras que quedan ya dichas. Apenas había acabado, cuando un animoso capitán llamado Quauhtemoc de edad de diez y ocho años, que ya le querían elegir por rey, dijo en alta voz: -"¿qué es lo que dice ese bellaco de Motecuczuma, mujer de los españoles, que tal se puede llamar, pues con ánimo mujeril se entregó a ellos de puro miedo y asegurándose nos ha puesto todos en este trabajo? No le queremos obedecer, porque ya no es nuestro rey, y como a vil hombre le hemos de dar el castigo y pago".

En diciendo esto, alzó el brazo y marcando hacia él disparóle muchas flechas; lo mismo hizo todo el ejército. Dicen algunos que entonces dieron una pedrada a Motecuczuma en la frente, de que murió; pero no es cierto, según lo afirman todos los indios. Su fin fué como adelante se dirá. Bajóse entonces el rey Motecuczuma muy triste y desconsolado. Prosiguieron los mexicanos con su guerra porfiadamente, y tuvieron cercados ocho días a los españoles. En este tiempo hubo tanta vigilancia y guarda que no les pudo menos que entrar sed de agua y de bastimentos. Si alguno, por mandado de Motecuczuma, se atrevía a querer llevarle alguna cosa a escondidas, luego le mataban. Estaban ya los españoles a punto de perecer, y aunque ellos desde dentro disparaban la artillería, ballestas, etc., con que hacían mucho daño en los indios, no por eso desmayaban, ni se espantaban. En este tiempo intentaron los españoles enviar mensajeros al gran capitán Don Hernando Cortés para que los viniese a socorrer; pero todos caían en manos de los mexicanos y los mataban. Al fin quiso Dios que uno escapase y llegó a dar la nueva al valeroso don Hernando Cortés, el cual venía ya cerca. Llegó a una coyuntura que los indios estaban descansando de la refriega pasada, que acostumbraban en las guerras descansar de cuatro en cuatro días. Entró el esforzado capitán por la ciudad de México con la gente que traía, alegrándose en gran manera los compañeros que estaban opresos jugando la artillería de contento.

Llegados que fueron a aquella pujanza, no por eso desmayaron los indios y así porfiaron con su intento, que pusieron en riesgo a los españoles, de tal manera que determinó el valeroso don Hernando Cortés salirse a media noche con toda su gente, estando más descuidada la ciudad. Llegando la hora para efectuar su intento, comenzaron a salir todos con gran secreto, llevando puentes levadizos de madera que habían hecho para pasar las acequias y fosos que les habían puesto. Los más codiciosos del ejército no queriendo dejar el oro y plata que habían robado, se ocuparon en hacer baúles para llevarlo consigo, y al tiempo que comenzó a caminar don Hernando Cortés unos se quedaron algo atrás para llevar su oro y plata, y otros en palacio real aliñándolo. En este tiempo, había ya pasado el gran capitán con los que iban más aliviados de carga una acequia de las que más temían y, yendo a emparejar con la segunda que había de pasar, fueron sentidos de una india que iba allí por agua y de un indio que, acaso, a aquella hora subió a la azotea de su casa. Estos comenzaron a dar voces y apellidar que se huían sus enemigos mortales. Entonces, cobrando nuevo ánimo el ejército mexicano salió en seguimiento de ellos con tanta furia y coraje que comenzaron a hacer gran daño por todas partes a los españoles, y matanza en los pobres tlaxcaltecas y los demás amigos de los españoles. Con turbación y temor, los que habían ya pasado de aquel paso con el capitán don Hernando Cortés comenzaron a huir, y los miserables que quedaban cargados de oro y riquezas cayeron en aquel hoyo, tantos cayeron que le hincheron, sirviendo de puente para que otros pasasen.

A los miserables que se habían detenido en las casas reales por codicia de no dejar los despojos, los cogieron a unos en la plaza, y a otros dentro. Dicen que murieron en la hoya trescientos hombres españoles sin los que cogieron en la ciudad y casas reales, los cuales fueron cerca de cuarenta, que los sacrificaron delante de su ídolo, sacándoles el corazón. Yendo a buscar al gran rey Motecuczuma dicen que le hallaron muerto a puñaladas, que le mataron los españoles a él y a los demás principales que tenían consigo la noche que se huyeron. Este fué el desastrado y afrentoso fin de aquel desdichado rey, tan temido y adorado como si fuera dios. Dicen que pidió el bautismo y se convirtió a la verdad del Santo Evangelio y que aunque venía allí un clérigo sacerdote, entienden que se ocupó más en buscar riquezas con los soldados, que en catequizar al pobre rey, que tuvo tan desventurado fin a cabo de haber reinado quince años, donde feneció el gran imperio y señorío de los famosos mexicanos. No quisieron hacer obsequias ni ninguna honra a este miserable rey, antes al que trataba de ello, le denostaban y afrentaban. De lástima, un mayordomo suyo, él solo, sin más aparato, le quemó y tomando sus cenizas en una olluela la enterró en un lugar harto desechado. En esto vino a parar aquel de quien temblaba todo este mundo. Y los españoles pagaron sus crueldades y desafueros como queda dicho, que certifican que por permisión divina y justo juicio suyo murieron los más malos, y los demás que quedaron eran los mejores y más piadosos, los cuales escaparon con grandísimo peligro hasta llegar a Tlaxcala, donde fueron amparados.

Desde allí, favoreciéndolos Dios nuestro señor con manifiestos milagros, vinieron a término de que se hizo toda la tierra de su bando contra los mexicanos, permitiéndolo así la Divina Providencia para que entrase en esta tierra por este medio la luz de su santo Evangelio. Porque como todo lo pasado se ha hecho larga mención de los bailes con que celebraban los reyes sus fiestas, donde ellos muchas veces salían en persona, será bien decir algo de ellos para que mejor se entienda. Hacían el baile de ordinario en los patios de los templos y casas reales, que eran las más espaciosas. Ponían en medio del patio dos instrumentos, uno de hechura de atambor y otro de forma de barril, hecho de una pieza y hueco por de dentro, puesto sobre una figura de hombre o de otro animal que le tenía a cuestas, y otras veces sobre una columna. Estaban ambos de tal modo templados que hacían muy buena consonancia. Hacían con ellos diversos sones para los cuales había muchos cantares, que todos a una iban cantando y bailando con tanto concierto que no discrepaba uno de otro, yendo todos a una así en voces como en el mover de los pies, con tanta destreza que ponía admiración al que los veía. El modo y orden que tenían en hacer su baile, era ponerse en medio, donde estaban los instrumentos, un montón de gente que de ordinario eran los señores ancianos, donde con mucha autoridad y casi a pie quedo bailaban y cantaban. Después salían de dos en dos los caballeros mancebos bailando más ligeramente, haciendo mudanzas con más saltos que los ancianos, y haciendo una rueda ancha y espaciosa cogían en medio a los ancianos con los instrumentos. Sacaban en estos bailes las ropas más preciosas que tenían, joyas y preseas de plumas ricas según el estado de cada uno. Ponían tanto cuidado en hacer bien estos bailes que desde niños los imponían en ellos, teniendo lugar y tiempo señalado para enseñarlos, dándoles ayos que los recogiesen por toda la ciudad, y maestros que los enseñasen. La pintura de este baile es la que sigue. Mitote, que quiere decir "baile o danza".

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