Fisiología, Anatomía y Medicina
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Datos principales
Rango
cultura XVIII
Desarrollo
A través de estas tres ciencias los investigadores del período ilustrado trataron de aproximarse a un mejor conocimiento del cuerpo humano que facilitase la comprensión de sus mecanismos tanto como el hallazgo de medios para luchar contra las enfermedades y conservar el buen estado de salud. Dentro del campo de la Fisiología son tres los temas que más atraen la atención: el proceso respiratorio, el digestivo y la circulación y composición de la sangre. Respecto a ésta, se hicieron importantes precisiones sobre la irrigación coronaria y la presión sanguínea, en la que abrió camino Hales (1677-1761), mientras que Hewson (1739-1774), al descubrir la presencia de los linfocitos, aclaró el proceso de coagulación. En cuanto a la digestión, convivían dos opiniones acerca de su naturaleza. Unos la consideraban un fenómeno físico-mecánico del estómago; otros, por el contrario, un hecho químico. Los trabajos de Rèamur vinieron a demostrar científicamente que se trataba de lo segundo. Finalmente, la respiración sería explicada por Lavoisier que entró en ella como consecuencia de sus estudios sobre el oxígeno y la combustión, demostrando que, en última instancia, aquélla no era sino un tipo de ésta. Primeramente, puso de relieve que el oxígeno que tomamos al respirar se convierte en aire fijo (ácido carbónico), función que libera lo que él llama materia de calor con la que se mantiene estable la temperatura del cuerpo en estado de salud. Más tarde, él y Laplace iniciaron una serie de experimentos trascendentales de los que concluyeron que la cantidad de calor desprendida por un conejillo de indias durante diez horas para fundir una determinada cantidad de hielo dentro de su calorímetro era igual a la cantidad de calor producida por su respiración.
Luego, son los procesos vitales los que restablecen el calor perdido y, en concreto, es el calor desprendido en el proceso respiratorio al convertir el oxigeno en aire fijo el que puede considerarse el agente principal de mantener la temperatura del cuerpo estable por encima de la del medioambiente. Lo que Lavoisier y Laplace no encontraron tan fielmente fue el lugar donde se realiza tal cambio. Ellos consideraron que era en los pulmones, mientras que hoy sabemos que es en los músculos. Las investigaciones, sin embargo, sirvieron también para demostrar que el proceso de respiración tenía carácter químico, anulando de este modo las creencias tradicionales que lo suponían efecto de una simple ventilación mecánica o del enfriamiento producido en los pulmones por la inhalación de aire fresco. Siguiendo en esta línea de investigación, sucesivos experimentos permitieron a Lavoisier demostrar que durante la respiración se formaba y que el consumo de oxígeno se ve modificado por una serie de factores. Así, la temperatura exterior hace que, en iguales circunstancias de inactividad, aquél sea mayor si hace frío que si hace calor. Otros factores que actúan en idéntico sentido son: la digestión, durante la cual el incremento se estima en más de la mitad; el ejercicio, el movimiento o el trabajo, que lo elevan al triple, y la proporción aumenta si coinciden la actividad laboral y la digestiva. A su vez, este mayor gasto de oxígeno acelera el pulso del individuo, pero no tiene ningún efecto sobre su temperatura.
En este punto estaban los trabajos del científico francés, cuando la Revolución lo ejecutó. La Anatomía, por su parte, va a avanzar como resultado de una más intensa observación directa y por las mejoras introducidas en las técnicas de laboratorio. Gran atención mereció el cuerpo de la mujer, del que las investigaciones de Haller (1708-1777) dieron a conocer la dilatación de la red venosa mamaria durante el embarazo, y Guillermo Hunter (1718-1783) publicó un minucioso estudio sobre Anatomía del útero grávido. Las preocupaciones demográficas del período pueden apreciarse como telón de fondo de ambos. Otros prefirieron ocuparse de la zona de las ingles. El español Gimbernat y Arbos (1734-1816) profundizó en el conocimiento de la hernia y descubrió el ligamento inguinal que lleva su nombre. Scarpa (1752-1832) extiende sus observaciones al muslo, describiendo el espacio que hoy conocemos como triángulo de Scarpa. Además, le preocupó el estudio de los aneurismas, los pares craneales y las malformaciones producidas en las extremidades. Por último, en este nuestro intento de recoger algunos de los avances anatómicos del período hemos de citar a Bichat (1771-1802), quien investigó la estructura de los órganos y descubrió el tejido, hallazgo éste que dejaba colocadas las bases de toda la anatomía posterior. En el terreno de la Medicina los objetivos, coincidentes con los generales del período, van a dirigirse a prolongar y mejorar la vida de la población.
La lucha contra las causas fundamentales de mortalidad está en su centro y uno de sus aspectos más importantes es la mejora de los medios para curar enfermedades. En este sentido, los trabajos del español Casal (1679-1759) supusieron un importante avance, al introducir los modernos conceptos empíricos y sintomáticos de ellas. Además, se aumentaron los fármacos; se extendió el uso de la quinina para tratar la fiebre, el oxigeno para los asmáticos, el digital para el corazón, etc., y se prestó especial atención a la cirugía. La invención del torniquete consiguió evitar los peligros de las hemorragias; varias intervenciones quirúrgicas se perfeccionaron, como las amputaciones, y otras se vieron impulsadas, las de vías urinarias y las de cataratas cuya curación se hacia extrayendo el cristalino. El oftalmólogo Cheselden (1688-1752), incluso, llegó a devolver la vista a un ciego de nacimiento. El parto adquirió casi una precisión geométrica con las mediciones de la pelvis realizadas por Plenck (1738-1807) y su determinación de las operaciones adecuadas, mientras que en la tarea por facilitarlo, los comadrones de la Delfina, Puzos (1686-1753) y Levret (1703-1780) perfeccionaron los fórceps dándoles la curvatura adecuada. Ahora bien, en el siglo XVIII tanto como la curación de la enfermedad preocupaba su prevención, en la que los medios tradicionales -cordones sanitarios y libros de higiene - sólo se mostraban parcialmente exitosos, sobre todo en el caso de epidemias tan letales como eran las de viruela en esta época.
El gran paso lo va a representar la inoculación. El método se conocía más de forma práctica que científica en China, India, Medio Oriente desde hacia siglos y fue divulgado en Europa por lady Mary Wortley Montagu (1689-1762), esposa del embajador inglés en Turquía. Ella observó cómo las circasianas que se pinchaban con agujas impregnadas en pus de viruela de las vacas no contraían nunca la enfermedad. A su regreso a Inglaterra inoculó a su hija, interesó en el procedimiento a la princesa de Gales, que hizo lo mismo con las dos suyas, y dirigió experimentos con presos y huérfanos. El éxito obtenido en todos los casos no fue suficiente para evitarle la oposición vehemente de la Iglesia y de la clase médica que sigue desconfiando del método. Sin embargo, uno de sus miembros, Jenner (1749-1823), médico rural, le presta atención y comienza a hacer experimentos que durarán veinte años. En 1796 vacuna a un niño con buenos resultados y en 1798 da a conocer los resultados de sus trabajos y su método en Investigaciones acerca de las causas y efectos de las viruelas vacunas.
Luego, son los procesos vitales los que restablecen el calor perdido y, en concreto, es el calor desprendido en el proceso respiratorio al convertir el oxigeno en aire fijo el que puede considerarse el agente principal de mantener la temperatura del cuerpo estable por encima de la del medioambiente. Lo que Lavoisier y Laplace no encontraron tan fielmente fue el lugar donde se realiza tal cambio. Ellos consideraron que era en los pulmones, mientras que hoy sabemos que es en los músculos. Las investigaciones, sin embargo, sirvieron también para demostrar que el proceso de respiración tenía carácter químico, anulando de este modo las creencias tradicionales que lo suponían efecto de una simple ventilación mecánica o del enfriamiento producido en los pulmones por la inhalación de aire fresco. Siguiendo en esta línea de investigación, sucesivos experimentos permitieron a Lavoisier demostrar que durante la respiración se formaba y que el consumo de oxígeno se ve modificado por una serie de factores. Así, la temperatura exterior hace que, en iguales circunstancias de inactividad, aquél sea mayor si hace frío que si hace calor. Otros factores que actúan en idéntico sentido son: la digestión, durante la cual el incremento se estima en más de la mitad; el ejercicio, el movimiento o el trabajo, que lo elevan al triple, y la proporción aumenta si coinciden la actividad laboral y la digestiva. A su vez, este mayor gasto de oxígeno acelera el pulso del individuo, pero no tiene ningún efecto sobre su temperatura.
En este punto estaban los trabajos del científico francés, cuando la Revolución lo ejecutó. La Anatomía, por su parte, va a avanzar como resultado de una más intensa observación directa y por las mejoras introducidas en las técnicas de laboratorio. Gran atención mereció el cuerpo de la mujer, del que las investigaciones de Haller (1708-1777) dieron a conocer la dilatación de la red venosa mamaria durante el embarazo, y Guillermo Hunter (1718-1783) publicó un minucioso estudio sobre Anatomía del útero grávido. Las preocupaciones demográficas del período pueden apreciarse como telón de fondo de ambos. Otros prefirieron ocuparse de la zona de las ingles. El español Gimbernat y Arbos (1734-1816) profundizó en el conocimiento de la hernia y descubrió el ligamento inguinal que lleva su nombre. Scarpa (1752-1832) extiende sus observaciones al muslo, describiendo el espacio que hoy conocemos como triángulo de Scarpa. Además, le preocupó el estudio de los aneurismas, los pares craneales y las malformaciones producidas en las extremidades. Por último, en este nuestro intento de recoger algunos de los avances anatómicos del período hemos de citar a Bichat (1771-1802), quien investigó la estructura de los órganos y descubrió el tejido, hallazgo éste que dejaba colocadas las bases de toda la anatomía posterior. En el terreno de la Medicina los objetivos, coincidentes con los generales del período, van a dirigirse a prolongar y mejorar la vida de la población.
La lucha contra las causas fundamentales de mortalidad está en su centro y uno de sus aspectos más importantes es la mejora de los medios para curar enfermedades. En este sentido, los trabajos del español Casal (1679-1759) supusieron un importante avance, al introducir los modernos conceptos empíricos y sintomáticos de ellas. Además, se aumentaron los fármacos; se extendió el uso de la quinina para tratar la fiebre, el oxigeno para los asmáticos, el digital para el corazón, etc., y se prestó especial atención a la cirugía. La invención del torniquete consiguió evitar los peligros de las hemorragias; varias intervenciones quirúrgicas se perfeccionaron, como las amputaciones, y otras se vieron impulsadas, las de vías urinarias y las de cataratas cuya curación se hacia extrayendo el cristalino. El oftalmólogo Cheselden (1688-1752), incluso, llegó a devolver la vista a un ciego de nacimiento. El parto adquirió casi una precisión geométrica con las mediciones de la pelvis realizadas por Plenck (1738-1807) y su determinación de las operaciones adecuadas, mientras que en la tarea por facilitarlo, los comadrones de la Delfina, Puzos (1686-1753) y Levret (1703-1780) perfeccionaron los fórceps dándoles la curvatura adecuada. Ahora bien, en el siglo XVIII tanto como la curación de la enfermedad preocupaba su prevención, en la que los medios tradicionales -cordones sanitarios y libros de higiene - sólo se mostraban parcialmente exitosos, sobre todo en el caso de epidemias tan letales como eran las de viruela en esta época.
El gran paso lo va a representar la inoculación. El método se conocía más de forma práctica que científica en China, India, Medio Oriente desde hacia siglos y fue divulgado en Europa por lady Mary Wortley Montagu (1689-1762), esposa del embajador inglés en Turquía. Ella observó cómo las circasianas que se pinchaban con agujas impregnadas en pus de viruela de las vacas no contraían nunca la enfermedad. A su regreso a Inglaterra inoculó a su hija, interesó en el procedimiento a la princesa de Gales, que hizo lo mismo con las dos suyas, y dirigió experimentos con presos y huérfanos. El éxito obtenido en todos los casos no fue suficiente para evitarle la oposición vehemente de la Iglesia y de la clase médica que sigue desconfiando del método. Sin embargo, uno de sus miembros, Jenner (1749-1823), médico rural, le presta atención y comienza a hacer experimentos que durarán veinte años. En 1796 vacuna a un niño con buenos resultados y en 1798 da a conocer los resultados de sus trabajos y su método en Investigaciones acerca de las causas y efectos de las viruelas vacunas.