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Colonizaciones orientales

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El esplendor tartesio decayó bruscamente en las décadas finales del siglo VI a. C. Fue entonces cuando el foco de atracción de los metales peninsulares, especialmente la plata, se trasladó de Andalucía oriental al mundo ibérico del Sureste y del Levante español. Primero los foceos, que descubrieron junto con Tartessos los tempranos mercados de Iberia, y, ya a partir del siglo V, los ampuritanos, los gaditanos y los púnicos controlarán los principales caminos de ese comercio en el extremo Occidente mediterráneo. De la compleja trama originaria nos quedan hoy, sobre todo, vasos de cerámica y, en menor medida, bronces. Su cronología, distribución e intensidad diversas nos permite, al situarlas con los otros restos de cultura material junto a los que se integra, proponer modelos comerciales, suponer rutas y reconstruir paisajes o espacios económicos. Conjeturamos además cuáles fueron los intermediarios y sus motivaciones. Tratamos de trazar influencias e interacciones recíprocas, apuntar usos e interpretaciones locales y configurar jerarquías y diferencias internas, familiares o sociales. El testimonio más antiguo de arte griego en el área ibérica nos lo brinda el centauro de Royos, en Murcia, que posiblemente formó parte de un recipiente que nuestra figurita adornaba. Esta pieza nos sitúa en la primera mitad del siglo VI a. C. y podríamos aún ponerla en relación con la expansión occidental de los foceos, quienes descubrieron, en el decir de Heródoto (1, 163), Iberia y Tartessos.

Otro ejemplo, como el sátiro del Llano de la Consolación, en Albacete -hoy en el Museo del Louvre- posiblemente se asoció a un ajuar de una necrópolis local. El bronce nos sitúa ya a finales del siglo VI o inicios del V a. C., momento, pues, posterior al impulso foceo. Por estos años se inicia un mercado más occidental, abierto a manufacturas y productos de lujo suritálicos, que se encauzan en el mundo ibérico probablemente con la mediación de Ampurias. Sin embargo, no se ha establecido con seguridad el taller de este sátiro, un personaje itifálico y de larga barba al que vemos correr apresurado con los brazos en aspa, en el habitual gesto de perseguir a una ménade. Reencontramos este popular motivo en cerámica tardoarcaica, por ejemplo, en un lécito o frasco de perfumes ático de la Necrópolis de Pozo Moro, Albacete, en los inicios del siglo V a. C. En uno y otro ejemplo, esta figura mítica griega pudo revestir un significado funerario más específico para el ibero: el sátiro pudo interpretarse como un ser intermediario entre, este mundo y el de allende, compartiendo esta lectura con otras mitologías mediterráneas. El mundo indígena de las islas Baleares, en concreto Mallorca y Menorca, apunta a un horizonte diferente. Son aquí muy escasos los hallazgos griegos estrictamente arcaicos, como el llamado toxótes o arquero procedente de Lluchmajor (Mallorca). Tampoco en Baleares se documenta, prácticamente, ese horizonte de cerámica griega arcaica que sí hallamos en las costas del levante ibérico y, sobre todo, en la andaluza, frecuentadas por los foceos.

Sin embargo, las fuentes literarias griegas nos testimonian para las islas y para el Sur de la Península unos topónimos descriptivos, terminados en oussa, de coloración jonia arcaica. Podrían responder a algún viejo periplo o navegación griega en el Occidente. Pero no parece que se trate de topónimos foceos -aunque éstos fueran jonios del Norte-, pues las terminaciones en -oussa de estos nombres no se documentan en el área de influencia masaliota-ampuritana, que es la propiamente focea. Tal vez -y, todo ello, dentro de la actual oscuridad de la investigación- algunos de estos bronces aislados de Mallorca o Menorca podrían responder a presentes introductorios de mercado de navegantes de origen jonio -pero no necesariamente foceos- en el Occidente.La cerámica es el principal testimonio de la presencia griega que nos queda hoy en el mundo ibérico. En un primer momento -desde las últimas décadas del siglo VI y todo el siglo V a. C.- parece muy probable que los contactos griegos con los iberos de la costa mediterránea se realizan por impulso del puesto comercial de Ampurias, pues la tipología de los vasos y, sobre todo, los talleres y pintores de la cerámica ática proyectan, selectivamente, los rasgos esenciales de ese horizonte ampuritano. Hay, sobre todo, cerámica ática de ese período en determinados yacimientos de Alicante y en Murcia o, ya del interior ibérico, especialmente en la provincia de Albacete. Esta presencia se inicia también, aisladamente, en necrópolis de Andalucía oriental (Granada y Jaén), correspondiendo con el final de la expansión tartesia y los inicios de las culturas ibéricas.

Alcanza también, en el siglo V a. C., el occidente atlántico -costa andaluza, Huelva, Extremadura...- sin que debamos olvidar aquí el fundamental papel mediador y, tal vez, redistribuidor de Cádiz. Pero a medida que avanza el siglo V a. C. hay que contar con una significativa presencia de intereses púnicos en muchas de estas zonas. Ibiza compartirá crecientemente este comercio con Ampurias y, en mi opinión, podrá ser ahora este emporio púnico el principal distribuidor de productos griegos -y, más concretamente, de cerámica ática- a lo largo de todo el Sureste de la Península Ibérica. A finales del siglo V a. C. podríamos establecer, grosso modo, dos áreas de influencia: el Nordeste del mundo ibérico y el Levante, esto es, el Languedoc francés, la zona catalana, la provincia de Castellón y, tal vez, Valencia corresponderían al área propiamente de influencia ampuritana. Hemos hablado ya del poblado ibérico de Ullastret, en la retrotierra ampurdanesa, profundamente helenizado a lo largo, sobre todo, de los siglos V y IV a. C., con abundantes ajuares para el vino y, más selectivamente, de perfumes y del mundo femenino, ámbito que aquí parece también participar de una incipiente helenización en estos usos griegos. Un ejemplo sugestivo de esta comunidad de intereses comerciales con Ampurias lo ofrece el entendimiento de un ibero notable en l'Orleyl (Castellón). Una gran crátera ática decorada con una gripomaquia y tapada con platos y copas de barniz negro constituyó su urna cineraria.

En su interior, junto con las cenizas se depositaron rollos de plomo escritos en lengua y escritura ibéricas. También se acompañó el enterramiento de una balanza doblada -para su inutilización funeraria- y un juego de pesas en plomo. Los estudiosos han buscado en estos pesos concordancias con la metrología de la dracma. Tanto el uso como casa funeraria del gran recipiente ático, como la escritura en plomo y la balanza sugieren que estamos ante el enterramiento de un comerciante helenizado. Decíamos que el Sureste peninsular, especialmente el área de Murcia y Andalucía oriental, fueron foco especial del interés comercial púnico pero no podemos destacar la posibilidad de una compartida presencia ampuritana. La riqueza en metales y en plata fue seguramente uno de los principales estímulos del desarrollo ibérico de esta zona. A partir de las últimas décadas del siglo V y durante gran parte del siglo IV a. C., los ajuares con cerámica griega -cráteras, generalmente de campana y kìlikes o copas de figuras rojas- se extenderán a lo largo de todos los yacimientos ibéricos de la costa y del interior ibéricos. Será también popular la producción semiindustrial de barniz negro, como los grandes cuencos o páteras, decorados a veces con palmetas, y las copas, en especial las llamadas de Cátulo, de estructura resistente, lo que explica su fácil difusión. Basándonos en estos testimonios cabe establecer hoy rutas diversas de penetración fluvial, a partir de los valles del Vinalopó, del Segura o del Almanzora.

En la desembocadura de este último río, hoy un barranco que en la Antigüedad suponemos con agua, se sitúa el yacimiento simultáneamente ibérico y púnico de Villaricos (Almería). Es uno de los caminos hacia los asentamientos ibéricos de Baza o Galera en Granada; o Toya (Tugia) y Castellones de Ceal, en Jaén, cuyas necrópolis han ofrecido decenas de ajuares áticos de este período. Poseer una crátera griega ricamente decorada hubo de ser un símbolo de alto prestigio en la sociedad ibérica. Esta moda se extenderá, ya bien introducidos en el siglo IV a. C., al uso generalizado de unas copas áticas de figuras rojas de pésima calidad, generalmente decoradas con esquemáticos atletas y jóvenes conversando envueltos en mantos. No sabemos en qué medida estos productos incorporan una cierta mentalidad helenizante, una emulación de prestigio que el ibero comparte con otros pueblos mediterráneos. Yo me inclino a pensar también en una reinterpretación simbólica de estos motivos por el ibero. Así, cabe leer algunas escenas de las cráteras con escenas de simposio como heroizaciones del difunto en un teórico banquete funerario. Ante la frecuencia de escenas dionisíacas en muchos de estos vasos podríamos pensar que los iberos aceptaron rasgos de este ritual tan extendido en diferentes pensamientos mediterráneos de ultratumba. Los púnicos han podido ser mediadores de algunas de estas ideas. Es un momento especialmente intenso pero efímero en la entrada de imágenes griegas: la importación masiva de cerámica ática descenderá notablemente a partir de mediados del siglo IV a.

C. para dejar prácticamente de adquirirse en los últimos decenios de esa centuria. Junto con las nuevas vajillas de cerámica de barniz negro que conocemos genéricamente como campaniense, en el helenismo se incorporarán a través de viejos centros como Ampurias o de nuevo auge, como Carthago Nova, cerámicas helenísticas de lujo procedentes del Mediterráneo oriental como los cuencos llamados megáricos, con decoraciones florales en relieves; o los laginos, recipientes de vino en forma de botellas con carena, con motivos aislados -a veces instrumentos musicales o elementos del simposio- que adornan los hombros generalmente blanqueados del vaso. Al contrario que en Ampurias e Ibiza, el uso de terracotas de origen griego o helenizante será un fenómeno aislado entre los iberos. Hay algún ejemplo concreto, por ejemplo en la Necrópolis del Cabecico del Tesoro (Verdolay), en Murcia. Una citarista y una mujer o divinidad kurótrofa, alimentando a un niño, resaltan respectivamente el simbolismo de sus tumbas. Pero, a partir del siglo IV a. C., en numerosos asentamientos ibéricos se extenderá una nueva moda religiosa con el uso de timiaterios o quemaperfumes de arcilla en forma de bustos de divinidades femeninas. Ciñen su frente frutos o espigas de trigo en las que pican aves. Se discute el impulso, griego o púnico, en la difusión de estos quemaperfumes pero es posible que en su uso confluyeran intereses comerciales e ideológicos de unos y otros. Responden de hecho a un movimiento religioso más amplio que introduce, en el primer helenismo, el culto a esta divinidad de la fecundidad de los campos, llámese Tanit, Ceres, o Deméter/Perséfone.

Itálicos, cartagineses, griegos o iberos lo aceptarán por igual, si bien con esa flexibilidad de nombres y de matices diferentes que las divinidades de la fecundidad y de la tierra adquieren en cada rincón del mundo mediterráneo. La orfebrería y argentería ibéricas conocieron, como la púnica o la gaditana, un intenso influjo griego durante el período helenístico. El lenguaje es claramente griego en un pendiente de Alicante, hoy en el Museo Arqueológico Nacional, decorado con la figurita del amor, un Eros adolescente y alado. También con el helenismo se extendió el uso de vajillas locales en plata, con formas y motivos mediterráneos, algunos imitados claramente de repertorios griegos como vemos en algunos de los platos argénteos de Abengibre, decorados con palmetas. Otro objeto de lujo, como las páteras de plata, vinculadas a rituales y posiblemente a aristócratas, muestra en algunos de sus mejores ejemplos un arte local marcadamente helenizante. Una de las páteras de Tivisa (Tarragona) recrea tardíamente viejos modelos grecoitálicos del siglo IV en un friso de cuadrigas al galope. No es sino el característico motivo de la apoteosis reservada al héroe griego por excelencia, Heracles. La procesión de centauros y el friso de erotes que decoran, en repujado y sobredorado, la tardía pátera funeraria de Santisteban del Puerto (Jaén), puede servir como un último ejemplo que nos sitúa de nuevo en las fronteras de la pregunta inicial con que comenzábamos este texto: ¿dónde se establecen los límites -en el espacio y en el tiempo ibéricos; en el estilo y en el lenguaje locales; en el uso propio- de esa abstracción que hoy llamamos, de una manera tan genérica y universal, arte griego? Estoy convencido de que cada aproximación futura podrá ser nueva si aplicamos desde dentro o desde fuera, en cada caso, las siempre fluidas e imprecisas líneas divisorias entre el mundo helénico y el llamado periférico. Pues estos límites podrían no ser hoy sino un modo de lenguaje, es decir, una simple forma más de nuestro pensamiento.

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