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Desarrollo


Capítulo XXX De cómo el gobernador don Francisco Pizarro salió de Panamá y quedó en ella el capitán Diego de Almagro y cómo entró Mediante la nueva capitulación y compañía hecha entre Pizarro y Almagro, hubo mejor despacho para la jornada que se pensó; porque Almagro entendía en proveer lo necesario, procurando vitualla y lo demás para ella perteneciente. Determinóse por ellos que el gobernador se partiese luego, y que tomado tierra de la parte que del Perú le pareciese, aguardase al socorro que le fuese, para lo cual Almagro había de quedar en Panamá. De Nicaragua, había de ir gente y caballos, lo mismo creían que harían de otras partes, que bastarían juntos todos a señorear la tierra, aunque más grande fuese. Y como Pizarro y Almagro hubiesen platicado sobre estas cosas, y otras, lo que más te convenía, salió Pizarro de Panamá con tres navíos, que aderezados estaban, en los cuales iban ciento y ochenta y tantos españoles, embarcándose con él sus hermanos, Cristóbal de Mena, Diego Maldonado, Juan Alonso de Badajoz, Juan Descobar, Diego Palomino, Francisco de Lucena, Pedro de los Ríos, Melchor Palomino, Juan Gutiérrez de Valladolid, Blas de Atienza, Francisco Martín Albarrán, Francisco Cobo, Juan de Trujillo, Hernando Carrasco, Diego de Agüero, García Martínez de Arbaz (Narváez), Juan de Padilla y otros muchos, hasta la cantidad dicha. Iban treinta y seis caballos, fuerza grande para la guerra de acá, porque sin ellos no se podrían sojuzgar tantas naciones.

Llevaban muchas rodelas para cuando entrasen en pelea, hechas al modo morisco (que no es malo sino provechoso) de duelas de pipas, que de España vienen con vino, son fuertes y la flecha que la pasa, o el dardo, será tirado con buen brazo; pocas veces acaece. El gobernador se adelantó hasta llegar a las islas de las Perlas, donde aguardó que todos viniesen, y estando juntos, salió de allí con determinación de no hacer lo que primero hizo (que fue andarse por aquellos manglares que había a ojo), sino ir a tomar puerto, fuera del monte, a la tierra que descubrió. Todos iban muy lozanos porque creían que volverían en breve tiempo con gran riqueza a España; vieron este deseo algunos cumplido y otros murieron en su pobreza. Navegando por el mar anduvieron el camino de su derrota, y el tiempo les ayudó de tal manera que en cinco días a la cuenta de algunos que allí venían, vieron tierra donde luego tomaron puerto, y conocieron que era la bahía que llaman de San Mateo. Platicaron Pizarro y los suyos qué harían para acertar en el comienzo de la empresa tan grande que llevaban: después de bien altercado, se determinó en su consulta que los españoles caminasen con los caballos, por tierra la costa adelante, y que los navíos fuesen por la mar. Púsose por obra y la gente salió de allí y anduvo con trabajos, porque en aquella tierra hay ríos y esteros que pasar. Al fin llegaron una mañana a un pueblo principal a que llaman Cuaque, donde hallaron gran despojo porque los indios, aunque supiesen de los españoles no alzaron la hacienda ni se fueron al monte; fue la causa su descuido y no su voluntad, porque creyeron que los españoles no venían a robar ni saltear a los pacíficos y que no les debían nada, ni en tiempo ninguno habían injuriado, sino que pensaron que habían de holgarse unos con otros y tener banquetes, como se hizo al principio, cuando Pizarro anduvo en el descubrimiento.

Como vieron la burla, muchos huyeron; dícese que se tomaron más de veinte mil castellanos y esmeraldas muchas y finas; que en aquel tiempo en dondequiera valieran un gran tesoro; mas como los que iban allí habían visto pocas, no las conocieron, y así se perdieron las más. Por dicho de un fraile llamado fray Reginaldo que allí iba, que decía que la esmeralda era más dura que el acero y que no se podía quebrar; y así con martillos, creyendo que daban en dinero, quebraban las más de las piedras que tomaron. Como los indios vieron estas cosas, espantábanse de tal gente y miraban mucho los caballos, a los cuales creyeron que eran inmortales, si no burlan los que lo dicen. El señor natural de este pueblo, con gran miedo y espanto se escondió en su misma casa maldiciendo tan malos huéspedes como le habían venido. Pizarro y los suyos se aposentaron en el pueblo; y como se hubiesen tomado algunos indios, preguntóles el gobernador por el cacique. Supo de ellos donde estaba escondido de que recibió gran contento por asegurarles; mandó que lo buscasen y trajesen a su presencia, y así se hizo: y con gran temblor pareció ante él, excusándose con las lenguas de que no estaba escondido sino en su propia casa y no ajena, y como viese que sin su voluntad habían entrado en el pueblo y tomado lo que él y sus indios tenían, temiendo de que no le matasen no había venido a verlos. A lo cual, le respondió Pizarro que se asegurase y mandase volver los indios a sus casas, porque no querían cautivarlos ni tomarles su tierra y que lo habían errado en no salir al camino a le ofrecer la paz, porque procurara que los españoles no le hubieran tomado el oro y otras cosas que habían habido de ellos, mas que tuviese por cierto que él mandaría que no le fuese hecho más daño y por que no les cobrasen desamor ni odio trató bien su persona; y así vuelto a su casa, el señor del pueblo mandó que viniesen los indios con sus mujeres, e proveían de bastimentos con lo que más tenían a los cristianos, los cuales fueron tan molestos y enojosos a estos naturales, que como viesen en cuán poco los tenían y cómo los disipaban y robaban, tomaron el monte y los dejaron sus casas y tan de propósito lo hicieron que, aunque salió a buscarlos, topó con pocos.

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