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Capítulo XXIX De cómo el gobernador, don Francisco Pizarro, llegó al Nombre de Dios, y lo que pasaron entre él y Diego de Almagro; y de cómo en Panamá se tornó a confirmar la amistad e hicieron nueva compañía Conté en lo de atrás cómo el gobernador don Francisco Pizarro se embarcó en el puerto de San Lúcar de Barrameda, donde después de haber tomado tierra en algunos puertos llegó a la ciudad de Nombre de Dios, que en aquel tiempo estaban las casas hechas de madera y paja; ahora es otra cosa, porque como salga de aquel puerto más oro y plata que de ninguno de todos cuantos a mi ver hay en el mundo, y cien flotas cargadas de mercaduría de todo género, háse ennoblecido el pueblo y las casas son de teja y el ornamento de ellas en vigas y tablazón. Trajo el gobernador tres navíos en donde venían ciento y veinte y cinco españoles. Supo luego Diego de Almagro, cómo estaba allí en Panamá. Partióse luego al Nombre de Dios, donde se vieron él y el gobernador. Se hablaron bien en lo público y ansímismo sus hermanos con él. Entendí por muy cierto, que después se supo, que a solas Diego de Almagro se quejó de su compañero diciéndole que cómo la había mirado tan mal con él, pues él con él siempre lo hizo tan bien, que le procuró el cargo del descubrimiento, sustentándolo con enviarle y llevarle gente con los más que él pudo, donde si él pasó trabajos, no se diría que su persona había estado en regalos, pues estaba sin un ojo y quedó tullido hasta el tiempo presente, y que por sus cartas se quedó en la Gorgona, adonde le envió el navío con que descubrió la tierra rica; en todo lo cual había trabajado y solicitado lo que él sabía, pues hasta la ida de España le insistió que fuese y le buscó dineros que gastase, creyendo que había de negociar lo que con él y el electo puso y juró y promedió, lo cual todo había salido al contrario, pues venía gobernador y adelantado, y a él traíale alcaide de Túmbez con ciento mil maravedís de acostamiento, cosa para reír más que para otra cosa; mas que le consolaba que había servido bien y a príncipe cristianísimo, de que no dudaba, mas antes confiaba, que le haría mercedes conformes a su clemencia y benignidad.

A lo cual oí también que el gobernador le respondió con algún enojo, diciéndole que no había necesidad que le trajese a la memoria cosas pasadas, pues él las sabía y entendía, y que en España informó de su persona y procuró que le diesen el adelantamiento, lo cual no quisieron, porque no sabían quien fuese, cuanto más que gobernación para que gobernasen dos no se dio jamás, ni se sufre, porque no sería bien gobernada; y que la tierra del Perú era tan grande, que había gobernación para ellos y para todos; cuanto más que lo que él traía también era suyo, pues tenía en todo parte, y que su voluntad era que lo mandase y gobernase como él quisiese. Almagro respondió sentido de lo que le dijo que le mostrase la petición para ver la respuesta que dieron si era como él contaba, mas ni él mostró ni Almagro quedó sin su queja, puesto que se hablaban y trataban como de antes. Y volvió a Panamá a adobar los navíos. Pizarro hizo lo mismo. Fue recibido con mucha honra de todos los vecinos, porque le amaban y querían mucho. Algunos quieren decir, y así es público entre todos los de aquel tiempo, muchos de los cuales hay vivos; que Almagro, como vio a Hernando Pizarro y su estimación le temió y estuvo mal con él, y que Hernando Pizarro, por el consiguiente, le tuvo desde luego en poco, sin le parecer bien sus cosas. De esto unos culpan a Hernando Pizarro y otros a Diego de Almagro, de quien dicen que como estuviese desabrido, y comiesen todos por su mano, diz que no les hartaba de tortillas y que les trataba como a negros; lo cual otros niegan y dicen que él fue principio, medio y fin, para que se hiciere lo que se hizo en el Perú.

Los que quisiéredes entender este negocio, preguntad a los amigos de Pizarro lo que es, y juraros han cien veces que es verdad lo que se dice de Almagro, y que en todo es cierto; y haced lo mismo de los que lo fueron de Almagro, y no solamente dirá que los Pizarros le fueron ingratos, y que es verdad lo que de él se decía, pero también lo jurarán. Trabajo grande para quien desea escribir la verdad y contaros lo cierto: que es, a mi entender, que todos erraron y tuvieron dobleces y negociaban con cautelas; así Pizarro como Almagro, como todos ellos. Pues como Almagro se le diese tan poco por dar calor a su compañero para que con brevedad entendiese en partir de Panamá, quiso tratar de hacer cierta compañía con unos vecinos de la ciudad que habían por nombre, Álvaro de Guijo y el contador Alonso de Cáceres. Mas el licenciado Espinosa, que en aquel tiempo estaba en Tierra Firme, y el "electo" y otros hombres honrados, entrevinieron entre ellos y los tornaron a concertar, y hicieron compañía nueva con otra capitulación de que fue la sustancia: que el gobernador dejase a Diego de Almagro la parte que tenía en Taboga, y que no pudiese pedir merced ninguna para sí ni para ninguno de sus hermanos, hasta que él pidiese al emperador una gobernación desde donde se acababa la de Pizarro; y que todo el oro y plata, piedras, repartimientos, naborías, esclavos, con otros cualesquier bienes o haciendas fuesen de ellos dos y del electo don Hernando de Luque. Hecha esta capitulación y nuevo concierto, Diego de Almagro buscó dinero y se pagaron los fletes y gastos que el gobernador había hecho. En este tiempo estaba en Panamá, Hernán Ponce de León, llegado de Nicaragua, con dos navíos, cargados de esclavos suyos, y de su compañero Hernando de Soto, con el cual concertó también don Francisco Pizarro, que le diesen los navíos para la jornada, pagando los fletes; con que a Hernando de Soto hiciese capitán y teniente de gobernador en el pueblo más principal; y a Hernando Ponce, uno de los mayores repartimientos.

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