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Desarrollo


CAPITULO XIX Que trata de las dos edades del mundo y de los dioses que tenían en tiempo de su infidelidad Había un error muy grande entre estos naturales y muy general en toda esta Nueva España, pues decían que este mundo había tenido dos acabamientos y fines. Y dicen que el uno había sido por diluvios y aguas tempestuosas y que se había vuelto la tierra de abajo a arriba, y que los que en aquellos tiempos vivían habían sido gigantes, cuyos huesos se hallaban por las quebradas. Como atrás dejamos tratado, no tuvieron conocimiento de los cuatro elementos, ni de sus operaciones, más de que era aire, fuego, tierra y agua, confusamente. Ansimismo, por consiguiente, dicen que obo otro fin y acabamiento del mundo por aires y huracanes, que fueron tan grandes que cuanto había en él se asoló, hasta las plantas y árboles de las muy altas montañas, y que arrebató los hombres de aquellos tiempos y que fueron levantados del suelo hasta que se perdieron de vista, y que al caer se hicieron pedazos, y que algunas gentes de estas, que escaparon, quedaron enredadas en algunas montañas y riscos escondidos y se convirtieron en monas y micos y que olvidaron el uso de la razón, perdieron la habla y quedaron de la manera que agora los vemos, que no les falta otra cosa sino la habla, y quedaron mudos para ser hombres perfectos. Esto tenían tan creído como si fuera de fe y dicen que todas las cosas que tratamos y hacemos que las alcanzan y entienden; mas que como pasó el tiempo de su edad, los dioses, movidos de piedad que de ellos tuvieron, aunque los habían privado de razón, les habían hecho merced de las vidas.

Tienen por muy cierto que ha de haber otro fin, que ha de ser por fuego y que la tierra ha de tragarse a los hombres, que todo el universo mundo se ha de abrasar y que han de bajar del cielo los dioses y las estrellas, que, personalmente, han de destruir a los hombres del mundo y acaballos, y que las estrellas han de venir en figuras salvajes. Este es el último fin que ha de haber en el mundo. Cuando los nuestros llegaron a esta provincia, como atrás lo dejaremos tratado, entendieron que era llegado el fin del mundo, según las señales y apariencias tan claras que veían. Tenían estas naciones a una diosa que llamaban la Diosa de los enamorados, como antiguamente tenían los gentiles la diosa Venus. Llamábanla Xochiquetzatl, la cual decían que habitaba sobre todos los aires y sobre los Nueve Cielos y que vivía en lugares muy deleitables y de muchos pasatiempos, acompañada y guardada de muchas gentes, siendo servida de otras mujeres, como diosa, en grandes deleites y regalos de fuentes, ríos, florestas de grandes recreaciones, sin que le faltase cosa alguna. Y decían que, donde ella estaba, era tan guardada y encerrada que los hombres no la podían ver y que en su servicio había un gran número de enanos y corcovados, truhanes y chocarreros, que la daban solaz con grandes músicas y bailes y danzas, y de estas gentes se fiaba y eran sus secretarios para ir con embajadas a los dioses, a quien ella cuidaba. Y decían que su entretenimiento era hilar y tejer cosas primorosas y muy curiosas, y pintábanla tan linda y tan hermosa que en lo humano no se podía más encarecer.

Llamaban al cielo donde esta diosa estaba Tamohuanichan Xochitlihcacan Chitamohuan ("en asiento del árbol florido") y Chicuhnauhuepaniuhcan Itzehecayan, que quiere decir: "El lugar de Tamohuan y en asiento del árbol florido, donde los aires son muy fríos, delicados y helados, sobre los Nueve Cielos". De este árbol Xochitlicacan, dicen que el que alcanzaba desta flor o de ella era tocado que era dichoso y fiel enamorado. A esta diosa Xochiquetzatl celebraban fiesta cada año con mucha solemnidad y a ella concurrían muchas gentes donde tenía su templo dedicado. Dicen que fue mujer del dios Tlaloc, dios de las aguas, y que se la hurtó Tezcatlipuca, que la llevó a los Nueve Cielos y la convirtió en Diosa del bien querer. Había otra diosa que llamaban Matlacueye, atribuida a las hechiceras y adivinas. Con ésta casó Tlaloc después que Tezcatlipuca le hurtó a Xochiquetzatl, su mujer. Obo otra diosa, que se llamó Xochitecacihuatl, diosa de la mezquindad y avaricia, y fue mujer de Quiahuiztecatl. Estas diosas y dioses, para eternizar sus memorias, dejaron puestos sus nombres en sierras muy conocidas, llamándose de sus propios nombres. Ansí, muchos cerros y sierras hoy en día se llaman con estos nombres. Cuando había falta de aguas y hacía grande seca y no llovía, hacían grandes procesiones, ayunos y penitencias y sacaban en procesión gran cantidad de perros pelones, que son de su naturaleza pelados sin ningún género de pelo, de los cuales había antiguamente en su gentilidad muchos, que los tenían para comer, y los comían.

Yo tengo al presente casta de ellos, que son, por cierto, muy extraños y muy de ver. Y de este género de perros, como referido tenemos, sacaban en procesión y andas muy adornadas y los llevaban a sacrificar a un templo que les tenían dedicado, que lo llamaban Xoloteupan. Y llegados allí, los sacrificaban y les sacaban los corazones y los ofrecían al dios de las aguas. Cuando volvían de este sacrificio, antes que llegasen al Templo Mayor, llovía y relampagueaba de tal manera que no podían llegar a sus casas con la mucha agua que llovía. Y después de muertos los perros, se los comían. Yo me acuerdo que ha menos de treinta años había carnicería de perros en gran muchedumbre, sacrificados y sacados los corazones por el lado izquierdo, a manera de sacrificio. Y dimos noticia de ellos y orden para que se quitase, y ansí se desarraigó este error. Ya dejamos referido cómo tenían otras carnes que comer de cazas y monterías y de cómo, antiguamente, había cantidad de ellas. Hacían otra ceremonia y superstición infernal y diabólica. Y era que cuando prendían algún prisionero en la guerra, prometían los que iban a ella que al primer prisionero que cautivaban le habían de desollar el cuero cerrado y meterse en él tantos días en servicio de sus ídolos o del dios de las batallas. El cual rito o ceremonia llamaban exquinan. Y era ansí que desollado, cerrado y entero el miserable cautivo, se metía dentro de él el que lo había prendido y andábase corriendo con aquella piel de templo en templo.

Y a este tiempo los muchachos y hombres andaban tras este exquinan con gran regocijo, a manera de quien corre un toro, hasta que de puro cansado lo dejaban y huían de él, porque no le alcanzase a alguno, porque le aporreaba de tal manera que lo dejaba casi muerto. A veces se juntaban dos o tres de éstos, que regocijaban todo el pueblo. Ansí, llamaban este rito el juego del exquinan. Había otros penitentes que andaban de noche, que los llamaban en su lengua tlamaceuhque, los cuales tomaban un brasero pequeño sobre su cabeza, el cual llevaban encendido desde que anochecía hasta que amanecía. Andaban de noche de templo en templo solos y con mucho silencio, visitando sus dioses en sus templos y ermitas. Duraban en esta penitencia y pobreza un año o dos, dándose a la pobreza y miseria por alcanzar algo, por humildad sirviendo a los dioses. Estos servían de día y de noche en los templos; mas tomaban estas romerías y andar estas estaciones por haber salido y escapado de algún peligro, o porque los dioses se doliesen de él o los encaminasen en algunas pretensiones o fines que deseaban. No comían carne ni legumbres al tiempo en que hacían estas penitencias, sino pan sin levadura ni otra mixtura alguna, que llaman los naturales yoltan... Allí todas estas cosas como al principio prometimos, pasamos sucintamente a causa de que las han escrito los religiosos muy copiosamente por estirpar las idolatrías de esta tierra, especialmente Fray Andrés de Olmos, Fray Bernardino de Sahagún, Fray Toribio de Motolinía, Fray Jerónimo de Mendieta y Fray Alonso de Santiago. Por esta causa, nos vamos acortando lo más que podemos. Los ayunos de estas gentes duraban según se les antojaba y las promesas que hacían. Ansí, por promesas o por armarse caballeros, cuando esto era, ayunaban ochenta días y velaban las armas, como atrás dejamos referido cuando hablamos de las ceremonias de armarse, del vejamen que sufrían, de las propinas que daban, y de cómo les abofeteaban y daban una coz, y cómo todo lo habían de sufrir según su costumbre, y que aquel que más sufría y pasaba, aquel era muy buen caballero.

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