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Datos principales


Desarrollo


Cuéntase cómo se tuvo vista de la tercera isla poblada, y lo que en ella pasó Navegando se iba al Poniente con mucha pena, nacida de la confusión que había en determinar la distancia de nuestras naos al puerto de Lima, y más por ser la ración tan corta que ni mataba la sed ni dejaba comer guisado, en tiempo que Dios nos dio un grande aguacero de que se cogió suma de agua. La gente con esta provisión del cielo se consoló grandemente, y por ver presto mucha cantidad de culebras, peces de poco fondo y tortugas, frutas silvestres, cocos, troncos, pájaros de tierra, grandes corrientes, y otras señales de cercanas tierras; a cuya causa se navegaba de noche con poca vela y mucha guarda, los faroles encendidos, la zabra delante con orden de los avisos que había de dar con fuego si huebiese bajos, o tierra. Así fuimos navegando hasta siete de abril. Este día, como a las tres de la tarde, del tope de la capitana dijo un hombre: --Tierra veo al Noroeste; parece alta, y es negra. Sonó la voz bien a todos, y mareadas las velas se puso en ella las proas. Pairamos aquella noche, y venida la mañana nos hallamos sobre un banco, su menos fondo doce brazas: hubo por esto bullicio que duró las dos horas que gastamos en pasarle, siempre con las áncoras listas y sondando, y gente a los topes mirando para decir lo que viesen. Llegamos cerca de la isla, y por la parte del Norte vimos en ella levantarse algunos humos, que dobló alergría y dio esperanza del agua, que era el tema.

En esto cerró la noche: el otro día ordenó el capitán que el almirante con zabra y barca fuese a reconocer la isla: y las naos, de aquella vuelta en que iban, hallaron puerto, a donde con gozo increíble dieron fondo. El almirante vino a la tarde muy contento de la disposición de la tierra, y quedaron de acuerdo que el otro día se fuese a buscar mejor puerto, agua y leña. No era bien amanecido, cuando con la zabra y barcas y gente armada salió de las naos el almirante, y a distancia de dos leguas halló un pueblo en un pequeño arrecife. Los indios a grande priesa llevaron luego tierra a dentro las mujeres, niños y todo cuanto tenían, y ciento y cincuenta dellos tomaron presto las armas: el uno se adelantó dando voces, no entendidas a qué fin; más por algo inquietos se disparó un mosquete para sólo espantarlos, y así como fue oído se zambulleron en el agua, salvo el indio primero. Este tal se llegó cerca y por señas dijo a los nuestros no tirasen, que él haría que los suyos dejasen arcos y flechas, y así se hizo de ambas partes. Llegóse del todo a las barcas y en muestras de amistad dio la mano al almirante, y a entender señalando su cabeza que era el señor de la tierra y que se llamaba Tumai; y por otro nombre Falique. Llegóse luego allí otro indio a mirar con grande espanto a los nuestros, que no con menos cuidado lo estaban mirando a él por ser de color tan blanco y tan bermejo de barbas y de cabellos, que por esto le llamaban el flamenco y su nombre era Olan.

Dijo el almirante a Tumai, avisase a los indios que no tirasen sus flechas y se desviasen de allí para se desembarcar; y a una palabra suya se fueron todos a la isla, y él solo se quedó. Con esto salieron en paz los nuestros, formando ante todas cosas en una de aquellas casas cuerpo de guardia, y puestos en las partes que convino: centinelas se alojaron en el pueblo. Mostró por señas Tumai al almirante sus casas, y Por señas le rogó no pegasen fuego a ellas ni a las otras; y dijo más, que él asistiría allí y daría de cuanto en su isla tenía. El almirante se le mostró grande amigo, y para que mejor lo viese, le vistió de tafetán tornasol, que mostró estimar mucho: luego al punto fue despachada una barca y avisado el capitán de todo cuanto pasó, y de una muy buena aguada que estaba cerca del pueblo, y que viniese, como vino, por estar más a la mano a surgir con las dos naos en otro puerto más cerca; y la zabra surgió más junto del pueblo entre la tierra y una baja. Surtas las naos, se desembarcaron luego y fueron al pueblo todos seis religiosos, y a instancia del capitán se dijo y ofreció la primera misa a Nuestra Señora de Loreto, con conmemoración a San Pedro. Los indios, en cuanto se dijo la misa, estuvieron presentes, muy atentos, de rodillas, dando golpes en los pechos y haciendo cuanto vieron que los cristianos hicieron; que cierto es muy gran dolor, cuando bien se considera, lo fácil con que todas las gentes de aquellas partes recibirían la fe si hubiese quien las enseñase, y doblado por tan grande perdición de tanta suma de almas cuantas allí se condenan.

Mas será servido Dios que muy presto se ha de llegar el tiempo de todo el bien de los bienes, tan ignorado de estas gentes, y de otras tan deseado. El otro día, a petición de Tumai lo envió el almirante con un soldado a la nao, que dijese al capitán como iba a verlo, y la persona que era: recibiólo el capitán con rostro alegre y abrazos, y Tumai le dio la paz en el carrillo, y sentados en el corredor, fue luego puesta la mesa para que con él comiese; mas nunca quiso comer nada, aunque más se lo rogó. Estaba el comisario presente, y porque Tumai supiese que era persona de estima, la mano le besó el capitán, y dijo a Tumai que hiciese, como hizo, otro tanto. Preguntó el capitán a Tumai si había visto navíos o gente como la nuestra: dio a entender que no; mas que tenía noticia. Preguntóle Por el volcán que la otra vez había visto, y dijo por señas de fuego, que a cinco días de viaje estaba más al Poniente, y que en su lengua se llamaba el volcán Mamí, y que allí a vista y cerca está la isla de Santa Cruz, cuyo nombre natural es Indeni. También dio a entender la muerte que el otro viaje se había dado al cacique Malope, y la cabeza que en pago de esta muerte el adelantado Mendaña envió, como se lee en aquella relación. Esta, pues, se entendió ser la causa porque él y todos sus indios se mostraron tan temerosos cuando vieron arcabuces, y la noticia que dijo de gente y naos como las nuestras. Pregúntole más el capitán; si sabía de otras tierra lejas o cerca, pobladas o despobladas; y para esto le mostró su isla y luego a la mar, y apuntó a través del horizonte: y habiendo por estas señas entendido, fue por los dedos contando y dando nombre a más de setenta islas, y a una muy grande tierra que se llama Manicolo.

El capitán fue escribiendo los nombres, teniendo presente la guja de navegar para saber hacia el rumbo que cada una demoraba, que viene a ser de aquella isla de Taumaco a la parte del Sueste Sursudueste-Oeste hasta el Noroeste. Para dar a entender cuáles eran mayores, hacía mayores círculos; por aquella grande tierra abrió ambos los brazos y manos, sin los volver a juntar. Para dar a entender cuáles eran las lejanas o estaban de allí más cerca, mostraba el sol, recostaba la cabeza sobre una mano, cerraba los ojos, y contaba por los dedos las noches que en el camino se dormía, y decía por semejanzas cuáles gentes eran blancas, negras, mulatas; cuáles estaban mezclados, cuáles sus amigos, o enemigos. Dio a entender que en una isla se comía carne humana, y para esto hizo como que mordía su brazo, y mostró querer mal a esta gente. De este modo, y de otros, al parecer se entendió cuanto dijo: y repitiósele tantas veces, que mostró cansarse dello; y dando con la mano hacia el Sudueste y Poniente y otras partes, dio bien a entender cuántas más tierras había. Mostró deseo de volverse a su casa, el capitán, por más gustarlo, le dio cosas de rescate, y se fue despidiéndose con abrazos y otras muestras de amor. El día siguiente el capitán fue al pueblo a donde nuestra gente estaba, y para más bien enterarse de lo que Tumai declaró, llevó los indios a la playa. Teniendo en la mano el papel, presente la aguja de navegar, a todos fue preguntando una vez y muchas veces por las tierras a que Tumai puso nombre, y en todo conformaron todos, y dieron noticia de otras pobladas de gentes de los referidos colores, y juntamente de aquella grande tierra.

Todas estas preguntas y diligencias hicieron otras personas este día y otras veces, a estos y otros indios, y siempre dijeron lo mismo; por manera, que pareció gente que trata verdad. Mucho se espantaron los indios de ver leer el papel, y tomándolo en las manos, lo miraban al derecho y al revés. Un día vieron los indios estar comiendo a los nuestros ciertos tasajos de carne, y con cuidado preguntaron aquella carne de qué era; y para lo entendiesen le mostraron un peto de cuero crudo y con pelo, y así como lo vieron, puso el uno las manos en la cabeza, dando en esto a entender, y en otras señas bien claras, que en aquellas grandes tierras hay vacas o búfalos; y porque les mostraron perlas en el botón de un rosario, dieron a entender las había. Holgaban mucho de ver meter nuestra guarda; mostrábanse muy contentos del buen trato que siempre allí se les hizo: cuanto les daban lo comían sin escrúpulo, y cuanto les dieron tomaron de buena gana. Trabaron grande amistad con quien bien les parecía de los nuestros: trocaban los nombres, llamándose camaradas, y tratábanse con todos de tal manera como si fuera muy antigua la conocencia. Llegó a tanto, que algunos de los nuestros fueron solos y vinieron de sus pueblos, sin jamás hacer ofensa, ni falta de cosas nuestras, con quedar en su arroyo, cuando se lavó, la ropa una y dos noches, las ollas y las calderas de cobre. Tratósele a Tumai de aguada y leña para las naos, a las cuales envió con gran demostración toda cuanta se quiso con sus indios en sus canoas: algunos se recataban en llegando, otros entraban y pedían cascabeles, que estimaban mucho, y otras cosas que les dieron, con que volvían contentos. Era Tumai señor de ésta y otras islas; su edad cincuenta años, hombre de buen cuerpo y rostro, y de hermosos ojos y buena forma de nariz, su color algo moreno, barbas y cabellos entre cano, era grave y de gran reposo, mostró ser prudente y sagaz en cuanto hizo; y en cuanto prometió trató de verdad. Una vez quiso salir del pueblo para ir a ver a dos mujeres que tenía, pidió licencia y dejó un su hijo en prendas.

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