Santa Lutgarda

Datos principales


Autor

Francisco José de Goya y Lucientes

Fecha

1787

Material

Oleo sobre lienzo

Dimensiones

220 x 154 cm.

Museo

Monasterio S. Joaquín y Sta. Ana

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Desde junio de 1786 Goya era pintor a sueldo del rey, empezando a obtener mayores éxitos, especialmente después de la presentación de su San Bernardino de Siena predicando en la madrileña basílica de San Francisco el Grande. Los trabajos para el Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana le brindaron la oportunidad de consolidar su triunfo. Las monjas cistercienses recoletas habían recibido la protección de Carlos III para llevar a cabo la renovación de su iglesia y la decoración. Sabatini proyectó un templo neoclásico que construiría Francisco Balzanía entre 1781 y 1787. Fue el propio Sabatini quien sugirió los nombres de los dos pintores que realizarían la decoración pictórica: Ramón Bayeu y Francisco de Goya. Era la oportunidad tanto tiempo deseada por el de Fuendetodos para demostrar su superioridad ante su cuñado, defendido a ultranza por su hermano Francisco. El encargo total consistirá en seis grandes lienzos - cada uno de los artistas pintaría tres - repartiéndose de siguiente manera: San Benito, Santa Escolástica y San Antonio de Padua para Ramón y Santa Lutgarda, San Bernardo de Claraval y el Tránsito de San José para Goya. Como se puede observar, el programa iconográfico estaba impuesto por la comunidad religiosa, refiriéndose a santos relacionados con la orden benedictino-cisterciense. Santa Lutgarda fue llevada con doce años a un monasterio cisterciense sin dar muestras de excesiva vocación religiosa.

Cuando un día hablaba con un caballero pretendiente se le apareció Cristo mostrándola su llaga sangrante en el costado. Desde ese momento se dedicó en cuerpo y alma a la oración y la meditación. Las monjas de su monasterio la vieron un día levitar y una noche tenía alrededor de su cabeza un halo de luminosidad como el sol. Goya, siguiendo las indicaciones de las monjas, ha situado a la santa vestida con un resplandeciente hábito blanco que recuerda a Zurbarán, con los brazos abiertos en actitud de agradecimiento, elevando su mirada extasiada hacia la figura de Cristo. Varias varas de azucenas - símbolo de pureza - se sitúan junto a ella. La relación de esta imagen con las escenas místicas del Barroco Español es sorprendente, interesándose por las calidades lumínicas y textiles, resultando una obra digna de cualquier maestro barroco.

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