Mercurio y Argos

Datos principales


Autor

Diego Rodríguez de Silva Velázquez

Fecha

1659

Material

Oleo sobre lienzo

Dimensiones

127 x 248 cm.

Museo

Museo del Prado

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El lienzo con la historia de Mercurio y Argos fue ejecutado por Velázquez en 1659 para decorar el Salón de los Espejos del Alcázar de Madrid con motivo de la visita del Mariscal de Gramont a Madrid para pedir la mano de la infanta María Teresa para el rey Luis XIV de Francia. De los cuatro cuadros mitológicos que pintó el maestro para la decoración de la sala, el incendio que devastó el palacio en 1734 sólo dejó éste. El formato tan apaisado del lienzo viene motivado por su colocación sobre dos ventanas, por lo que emplea una perspectiva muy baja para mostrarnos la escena. El tema recoge la fábula de Ovidio en la que Júpiter, enamorado de la ninfa Io la envolvió en una espesa neblina para evitar que se escapara. Juno, sorprendida por la repentina oscuridad y sospechando una nueva infidelidad de su marido, acude al lugar y deshace la niebla, aunque Júpiter tuvo el suficiente tiempo para convertir a Io en ternera. Juno se la pide como regalo y la deja al cuidado del pastor Argos, que tenía cien ojos que descansaban a pares por lo que siempre estaba despierto. Júpiter envía a Mercurio para que mate a Argos y así recuperar a la ninfa de sus amores. Un recital de flauta hará dormir profundamente al pastor, momento aprovechado por Mercurio para matarle y recuperar a Io. Cuando Juno fue a ver como iba el asunto, encontró al servicial Argos muerto, recogiendo sus cien ojos y colocándolos en la cola del pavo real, su animal favorito. Velázquez ha elegido el momento en el que Argos está durmiendo y Mercurio se dispone a matarle, aunque más bien parecen dos pastores descansando al no existir ninguna sensación de violencia en la composición. La técnica empleada por el maestro no puede ser más suelta, con largas pinceladas que provocan que cuando el espectador se aleja las formas adquieran por completo su grandeza. Pero al acercarse, los toques de pincel son rapidísimos, contemplándose un amasijo de manchas de luz y de color. Precisamente son estos dos conceptos los que protagonizan el lienzo, dando la impresión de encontrarnos ante una acuarela, anticipándose al Impresionismo.

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