Fundación de la Orden de los Trinitarios

Datos principales


Autor

Juan Carreño de Miranda y Luis Gordillo

Fecha

1666

Estilo

Barroco Español

Material

Oleo sobre lienzo

Dimensiones

500 x 327 cm.

Museo

Museo Nacional del Louvre

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Posiblemente nos encontremos con una de las obras más impactantes de Carreño de Miranda, más conocido por su faceta como retratista. Fue realizada en el año 1666 para la iglesia del convento de los Trinitarios de Pamplona y cuando fue entregada nos cuenta Palomino que al ver el cuadro los religiosos de cerca "lo abominaron de suerte que no lo quisieron recibir; y si no hubiera sido por la aprobación de Vicente Berdusán no lo hubieran admitido". De esta manera se ponen de manifiesto las dificultades de los artistas en el siglo XVII cuando incorporaban alguna innovación en su estilo. Y es que gracias a su contacto con Rizi, Carreño maneja el pincel con mayor soltura, utilizando pequeños toques con los que produce efectos lumínicos sensacionales como se aprecia en este lienzo, en el que aun se muestra como un profundo admirador de Rubens. El francés Juan de Matha fundó la Orden de los Trinitarios a finales del siglo XII motivado por la visión que nos presenta el artista: en el momento de alzar la Sagrada Forma durante su primera misa, se le apareció un ángel cuyas cruzadas manos se apoyaban en las cabezas de dos prisioneros, uno musulmán y otro cristiano. San Juan comprendió que tenía que fundar una orden dedicada a la redención de los prisioneros cristianos. El diseño de la composición es de Rizi mientras que la ejecución es de Carreño. San Juan eleva la Hostia, centro de todas las miradas, acompañado de varios sacerdotes vestidos con casullas bordadas de oro y plata.

La poderosa arquitectura del fondo nos permite ver un paisaje y una escena difícilmente identificable, mostrando un sensacional efecto de perspectiva. Sin embargo, la zona superior es la de mayor calidad; presidida por la Trinidad, un coro de ángeles músicos otorga un profundo dinamismo al situarse en marcados escorzos típicamente barrocos. El escenario se llena de colorido, resaltado por el empleo de una luz intensa que sitúa la zona de la izquierda en penumbra. Los rostros de los personajes están repletos de expresividad, mostrando su alta calidad como retratista. Con este tipo de composiciones podemos dar por cerrada la etapa naturalista del barroco, entrando de pleno en el barroco efectista que tanta fuerza tiene en la escuela madrileña.

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