Adoración de los pastores

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Desde que en 1634 Ribera realizara la Inmaculada Concepción para las Agustinas de Salamanca se produce un significativo cambio estilístico en su obra, apreciándose una menor influencia de Caravaggio -especialmente al abandonar el tenebrismo- y una mayor dependencia del clasicismo defendido por Carracci. Esta Adoración de los pastores que guarda el Louvre es un excelente ejemplo de esta etapa de transición, en la que aún abundan elementos naturalistas pero la luz y el color rozan el clasicismo. La escena se presenta al aire libre, sin apenas referencias arquitectónicas, concentrando las figuras en un reducido espacio que se abre al fondo con un paisaje y un amplio cielo, donde podemos observar el ángel que anuncia a los pastores la venida del Mesías. Las figuras se sitúan en primer plano, colocadas en una marcada diagonal típicamente barroca, presentando diferentes actitudes. Un pastor arrodillado ora ante el recién nacido, que se convierte en receptor del potente y claro foco de luz que baña la escena. María está tras el Niño, dirigiendo su mirada al cielo y orando mientras san José se lleva las manos al pecho y mira atentamente a Jesús. Un hombre quitándose el sombrero en la izquierda y una pastora que porta sus presentes y dirige su mirada al espectador completan el episodio. Los detalles captados por el maestro resultan destacables, creando una atmósfera cargada de naturalismo sin abandonar la espiritualidad del momento. El resultado es una obra de gran belleza que tendrá su resonancia en España ya que artistas como Alonso Cano, Murillo o Zurbarán no dejarán de seguir este particular estilo.

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