Desarrollo
Tras quince meses de intentos audaces e ingeniosos, pero a la postre infructuosos, Demetrio de Macedonia, en adelante apodado Poliorcetes (el asediador), desiste de su ataque a la rica ciudad insular de Rodas . Lo ha probado todo sin éxito por lo que, frustrado, embarca su ejército y abandona el sitio en el año 304 a.C. En sus alrededores, abandonadas, quedan las terribles máquinas que sus ingenieros han diseñado para socavar, demoler o superar las murallas de la ciudad. Los rodios, felices, saquean los despojos, reaprovechan lo que pueden, venden lo restante... y con el producto deciden construir un monumento que conmemore su victoria: de aquí surge una de las maravillas del mundo antiguo, el fabuloso coloso de Rodas, una estatua del dios Helios de más de 30 metros de altura, con un esqueleto de hierro forrado en bronce, que se ubicó junto al puerto (aunque no, como la leyenda ha querido, cubriendo la bocana con sus piernas abiertas). Llevó doce años construir la estatua, que cayó derribada por un terremoto hacia el año 225 a.C. El coloso caído permaneció en el lugar hasta que en 653 d.C. los árabes atacaron Rodas, lo despiezaron y vendieron como chatarra: se dice que el metal recuperado necesitó más de 900 cargas de camello para su transporte. Demetrio I Poliorcetes era hijo de Antígono , uno de los generales de Alejandro que trató sin éxito de recomponer los fragmentos de su Imperio. Antes de acceder al trono de Macedonia en 294 a.
C., realizó numerosas campañas por orden de su padre, con éxito diverso; el sitio de Rodas fue una de ellas. Este episodio está bien documentado por las fuentes literarias, en especial el largo relato de Diodoro Sículo (20, 81-100), basado en un testigo presencial, Jerónimo de Cardia. La narración contiene todos los elementos para hacer una buena película de género, con exhibición alternativa de ingenio y determinación por parte de atacantes y defensores: se nos narran ataques primero por el puerto y luego por la parte de tierra, asaltos anfibios a malecones, salidas desesperadas de los rodios, construcción de minas o galerías subterráneas para demoler los lienzos de muralla, levantamiento de nuevos muros interiores por parte de los rodios, asalto por un contingente escogido de 1.500 hombres, que llegó a penetrar en la ciudad, pero que fue rechazado tras un salvaje combate casa por casa... Los ingenieros de Demetrio prepararon diversos artefactos para el asedio, como torres y "tortugas" (casamatas cubiertas) para proteger balistas y catapultas emplazadas sobre barcos de carga encadenados entre sí, para proporcionar una plataforma estable, artefactos que fueron finalmente destruidos por barcos rodios en una desesperada salida. Demetrio no cejó y construyó otras baterías flotantes aún mayores... que fueron destruidas por una tormenta, con lo que el macedonio trasladó su atención al flanco terrestre de la ciudad. De entre las máquinas de asedio que allí levantó, la que sin duda, más llamó la atención de lo contemporáneos fue una colosal torre de asedio, apodada Helepolis o conquistadora de ciudades.
Tanto es así que no uno, sino diversos autores clásicos nos han dejado descripciones, que no siempre coinciden en los detalles: además de Diodoro, la describen Vitrubio , Plutarco y Ateneo el Mecánico. En un rasgo de personalsimo también característico de la época, Vitrubio nos dice que la torre fue construida por el ateniense Epimaco. La Helepolis era una torre de asedio móvil de planta cuadrada. Medía 50 codos (unos 23 m) de lado en la base y 9 metros de lado en lo alto, adoptando una forma troncopiramidal que aseguraba la estabilidad. Medía nada menos que 45 metros de altura (el equivalente de un edificio de 15 pisos), con lo que sobrepasaba la altura de las torres de la muralla de Rodas. Descansaba sobre ocho enormes ruedas macizas de madera forrada de hierro, con un ancho de llanta de casi un metro para disminuir la presión sobre el suelo, y colocadas sobre pivotes de forma que la máquina podía moverse en cualquier dirección. En el piso bajo había unas trabajaderas, vigas de madera colocadas paralelas y separadas un codo (46 cm) entre sí, donde se colocaban (siendo generosos) quizá hasta 1.000 hombres que empujaban la torre desde dentro, mientras otros muchos debían empujar desde atrás: las fuentes nos dicen que eran necesarios en total 3.400 hombres para mover la Helepolis. El armazón o esqueleto de madera estaba forrado de planchas de hierro en el frente y los lados, para impedir que los ingenios incendiarios de los rodios pudieran prender fuego a la torre.
El interior estaba dividido en nueve pisos, conectados por una doble escalera: una para los que ascendían con municiones y otra para los que descendían, de modo que no se estorbaran mutuamente. En la parte frontal y en los nueve pisos, se abrían troneras para las armas, cubiertas mediante portillos que se accionaban mecánicamente. Estos portillos iban cubiertos al exterior, según las fuentes, por cueros cosidos y rellenos de lana, para amortiguar los impactos de los proyectiles de piedra de los defensores. La torre era básicamente una plataforma móvil para piezas de artillería: no tenía puente levadizo para depositar tropas sobre las murallas enemigas, y no parece que tuviera los balcones en torno que algunas fuentes citan para arqueros, y que aparecen en alguna reconstrucción. En los pisos inferiores se colocaron piezas de artillería que arrojaban grandes proyectiles de piedra de hasta 85 kg, cuyo calibre (y por tanto peso) disminuía en los pisos intermedios; en los superiores se colocaron balistas lanzadoras de grandes dardos, mucho más livianas que las catapultas. Presumiblemente, todas estas armas eran potentes modelos de torsión. La artillería de Helepolis estaba pensada para dañar los lienzos y despejar de defensores el camino de ronda y las plataformas de las torres, facilitando el trabajo de los colosales arietes que, flanqueando la torre, también había mandado construir Demetrio. Para permitir el movimiento de estos monstruos, hubo primero que limpiar y terraplenar una franja de acceso a la muralla de casi 600 metros de ancho.
Aunque torre y arietes demolieron parte de la muralla, los defensores consiguieron dañar parte del recubrimiento de la Helepolis, y trataron de incendiarla en una salida una noche de luna nueva. Demetrio hubo de retirarla para reparaciones, pero luego volvió a llevarla a primera línea. Sin embargo, y aunque la torre casi consiguió desbordar las defensas rodias, la determinación de los defensores, el agotamiento tras más de un año de asedio, la llegada de refuerzos a la ciudad desde el exterior, y la presión política de otros Estados griegos forzaron finalmente a Demetrio a llegar a un acuerdo con los rodios y a retirarse, abandonando buena parte de su tren de sitio. El mundo helenístico desarrolló un gusto por la mecánica y la ingeniería, y al tiempo por la construcción de artefactos colosales (barcos, arietes, torres de asedio) que fascinaban a los autócratas de la época, aunque cabe discutir si su enorme coste compensaba su utilidad. Mutatis mutandis, esta fascinación nos trae a la mente la que sentía Adolf Hitler por los carros de combate colosales e impracticables, como el Elephant del ingeniero Porsche, o el aún más delirante y nunca puesto en servicio Mauss. Aunque colosal por su tamaño y acabado, la Helepolis no es un caso único: el propio Demetrio había construido una torre similar aunque más pequeña durante su asedio a Salamina. La primera descripción del empleo de torres de asedio por los griegos se remonta al 397 a.C. en Sicilia, cuando Hieron de Siracusa (otro autócrata fascinado por los ingenios mecánicos) empleó diversos artefactos del género para tomar la ciudad cartaginesa de Motya (Diodoro, 14,47 ss.). Mucho tiempo después, el romano Vitrubio, citando a Diades, ingeniero que había acompañado a Alejandro, proporcionaba unas recetas sobre la forma y dimensiones ideales de las torres de asedio. En todo caso, el sitio de Rodas marcó el fin de una época: máquinas de estas proporciones monstruosas no volvieron a ser utilizadas, aunque sí otras menores, transportables. Se emplearon preferiblemente otros métodos, como el bloqueo por hambre ola rampa de asalto de tierra y piedras.
C., realizó numerosas campañas por orden de su padre, con éxito diverso; el sitio de Rodas fue una de ellas. Este episodio está bien documentado por las fuentes literarias, en especial el largo relato de Diodoro Sículo (20, 81-100), basado en un testigo presencial, Jerónimo de Cardia. La narración contiene todos los elementos para hacer una buena película de género, con exhibición alternativa de ingenio y determinación por parte de atacantes y defensores: se nos narran ataques primero por el puerto y luego por la parte de tierra, asaltos anfibios a malecones, salidas desesperadas de los rodios, construcción de minas o galerías subterráneas para demoler los lienzos de muralla, levantamiento de nuevos muros interiores por parte de los rodios, asalto por un contingente escogido de 1.500 hombres, que llegó a penetrar en la ciudad, pero que fue rechazado tras un salvaje combate casa por casa... Los ingenieros de Demetrio prepararon diversos artefactos para el asedio, como torres y "tortugas" (casamatas cubiertas) para proteger balistas y catapultas emplazadas sobre barcos de carga encadenados entre sí, para proporcionar una plataforma estable, artefactos que fueron finalmente destruidos por barcos rodios en una desesperada salida. Demetrio no cejó y construyó otras baterías flotantes aún mayores... que fueron destruidas por una tormenta, con lo que el macedonio trasladó su atención al flanco terrestre de la ciudad. De entre las máquinas de asedio que allí levantó, la que sin duda, más llamó la atención de lo contemporáneos fue una colosal torre de asedio, apodada Helepolis o conquistadora de ciudades.
Tanto es así que no uno, sino diversos autores clásicos nos han dejado descripciones, que no siempre coinciden en los detalles: además de Diodoro, la describen Vitrubio , Plutarco y Ateneo el Mecánico. En un rasgo de personalsimo también característico de la época, Vitrubio nos dice que la torre fue construida por el ateniense Epimaco. La Helepolis era una torre de asedio móvil de planta cuadrada. Medía 50 codos (unos 23 m) de lado en la base y 9 metros de lado en lo alto, adoptando una forma troncopiramidal que aseguraba la estabilidad. Medía nada menos que 45 metros de altura (el equivalente de un edificio de 15 pisos), con lo que sobrepasaba la altura de las torres de la muralla de Rodas. Descansaba sobre ocho enormes ruedas macizas de madera forrada de hierro, con un ancho de llanta de casi un metro para disminuir la presión sobre el suelo, y colocadas sobre pivotes de forma que la máquina podía moverse en cualquier dirección. En el piso bajo había unas trabajaderas, vigas de madera colocadas paralelas y separadas un codo (46 cm) entre sí, donde se colocaban (siendo generosos) quizá hasta 1.000 hombres que empujaban la torre desde dentro, mientras otros muchos debían empujar desde atrás: las fuentes nos dicen que eran necesarios en total 3.400 hombres para mover la Helepolis. El armazón o esqueleto de madera estaba forrado de planchas de hierro en el frente y los lados, para impedir que los ingenios incendiarios de los rodios pudieran prender fuego a la torre.
El interior estaba dividido en nueve pisos, conectados por una doble escalera: una para los que ascendían con municiones y otra para los que descendían, de modo que no se estorbaran mutuamente. En la parte frontal y en los nueve pisos, se abrían troneras para las armas, cubiertas mediante portillos que se accionaban mecánicamente. Estos portillos iban cubiertos al exterior, según las fuentes, por cueros cosidos y rellenos de lana, para amortiguar los impactos de los proyectiles de piedra de los defensores. La torre era básicamente una plataforma móvil para piezas de artillería: no tenía puente levadizo para depositar tropas sobre las murallas enemigas, y no parece que tuviera los balcones en torno que algunas fuentes citan para arqueros, y que aparecen en alguna reconstrucción. En los pisos inferiores se colocaron piezas de artillería que arrojaban grandes proyectiles de piedra de hasta 85 kg, cuyo calibre (y por tanto peso) disminuía en los pisos intermedios; en los superiores se colocaron balistas lanzadoras de grandes dardos, mucho más livianas que las catapultas. Presumiblemente, todas estas armas eran potentes modelos de torsión. La artillería de Helepolis estaba pensada para dañar los lienzos y despejar de defensores el camino de ronda y las plataformas de las torres, facilitando el trabajo de los colosales arietes que, flanqueando la torre, también había mandado construir Demetrio. Para permitir el movimiento de estos monstruos, hubo primero que limpiar y terraplenar una franja de acceso a la muralla de casi 600 metros de ancho.
Aunque torre y arietes demolieron parte de la muralla, los defensores consiguieron dañar parte del recubrimiento de la Helepolis, y trataron de incendiarla en una salida una noche de luna nueva. Demetrio hubo de retirarla para reparaciones, pero luego volvió a llevarla a primera línea. Sin embargo, y aunque la torre casi consiguió desbordar las defensas rodias, la determinación de los defensores, el agotamiento tras más de un año de asedio, la llegada de refuerzos a la ciudad desde el exterior, y la presión política de otros Estados griegos forzaron finalmente a Demetrio a llegar a un acuerdo con los rodios y a retirarse, abandonando buena parte de su tren de sitio. El mundo helenístico desarrolló un gusto por la mecánica y la ingeniería, y al tiempo por la construcción de artefactos colosales (barcos, arietes, torres de asedio) que fascinaban a los autócratas de la época, aunque cabe discutir si su enorme coste compensaba su utilidad. Mutatis mutandis, esta fascinación nos trae a la mente la que sentía Adolf Hitler por los carros de combate colosales e impracticables, como el Elephant del ingeniero Porsche, o el aún más delirante y nunca puesto en servicio Mauss. Aunque colosal por su tamaño y acabado, la Helepolis no es un caso único: el propio Demetrio había construido una torre similar aunque más pequeña durante su asedio a Salamina. La primera descripción del empleo de torres de asedio por los griegos se remonta al 397 a.C. en Sicilia, cuando Hieron de Siracusa (otro autócrata fascinado por los ingenios mecánicos) empleó diversos artefactos del género para tomar la ciudad cartaginesa de Motya (Diodoro, 14,47 ss.). Mucho tiempo después, el romano Vitrubio, citando a Diades, ingeniero que había acompañado a Alejandro, proporcionaba unas recetas sobre la forma y dimensiones ideales de las torres de asedio. En todo caso, el sitio de Rodas marcó el fin de una época: máquinas de estas proporciones monstruosas no volvieron a ser utilizadas, aunque sí otras menores, transportables. Se emplearon preferiblemente otros métodos, como el bloqueo por hambre ola rampa de asalto de tierra y piedras.