Desarrollo
El concepto de una pieza pequeña que fuera manejable, fácilmente transportable por cualquier vehículo o incluso tracción animal, captó la atención de todos los ejércitos, siendo el calibre de 20 a 40 mm suficiente para poner fuera de combate a cualquier carro de la época, como quedó patente en la Guerra Civil española. Pero en los años cuarenta entraron en acción nuevos tipos de carros con corazas más gruesas, que dejaron anticuados dichos cañones. Una solución provisional para remediarlo consistió en el cambio de munición, con proyectiles de núcleo de tungsteno denominados AP40, que a pesar de todo tenían los días contados. Los estudios emprendidos dieron como fruto varias opciones, y entre las más interesantes estaba la basada en una patente alemana de 1909. El ingeniero alemán Gerluch desarrolló un cañón revolucionario para la época: el concepto de ánima cónica que, de forma muy simplificada, intentaba obtener el efecto de "tapón de cava". Para ello, el proyectil se rodeaba de una camisa de material más blando, que iba comprimiéndose en el interior del tubo, originando una presión de salida que impulsaba el proyectil entre un 30 y un 40 por ciento más rápido que el sistema de rayado tradicional. Aunque Gerluch estuvo en varios países, sólo la tecnología de Krupp puedo realizar un arma de tubo cónico realmente efectiva. Se construyeron dos modelos, uno de 28 milímetros y el denominado Pak 41 de 42 milímetros, que estaban pensados para las fuerzas aerotransportadas y de infantería, aunque por circunstancias de carencia de materiales, al final la mayoría fueron destinadas a los paracaidistas.
Este cañón heredó la cureña del Pak 37 mejorada y con una coraza doble espaciada. El proyectil pasaba de 42 a 30 milímetros a la salida de la boca, pero a una velocidad de 1.220 metros por segundo, lo que unido a su núcleo de tungsteno, lo hacían tan efectivo como los cañones de 75 milímetros, pero con la ligereza de una pieza de 37 milímetros. El futuro de estas armas parecía prometedor, pero la escasez de metal necesario, que Alemania solo podía adquirir en España y en pequeñas cantidades, dio al traste con todos los proyectos, fabricándose proyectiles hasta que las necesidades de la aviación y la artillería antiaérea absorbieron todo lo disponible. El peso de los combates recayó entonces sobre los cañones tradicionales como el Pak 40, lo que restó una importante movilidad a las tropas en su función anticarro.
Este cañón heredó la cureña del Pak 37 mejorada y con una coraza doble espaciada. El proyectil pasaba de 42 a 30 milímetros a la salida de la boca, pero a una velocidad de 1.220 metros por segundo, lo que unido a su núcleo de tungsteno, lo hacían tan efectivo como los cañones de 75 milímetros, pero con la ligereza de una pieza de 37 milímetros. El futuro de estas armas parecía prometedor, pero la escasez de metal necesario, que Alemania solo podía adquirir en España y en pequeñas cantidades, dio al traste con todos los proyectos, fabricándose proyectiles hasta que las necesidades de la aviación y la artillería antiaérea absorbieron todo lo disponible. El peso de los combates recayó entonces sobre los cañones tradicionales como el Pak 40, lo que restó una importante movilidad a las tropas en su función anticarro.