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Datos principales


Desarrollo


El número de mujeres trabajadoras desde los años de la Transición ha conocido un aumento de envergadura. En 1977 había 3,9 millones de mujeres que trabajaban, en 1982 algo más de 4 millones y en 1999 eran 6,5 millones. La fuerte incorporación al mercado de trabajo ha contribuido decisivamente a transformar la realidad de España, del mismo modo que lo ha hecho en el resto de los países industrializados. Además ha transformado la realidad de las propias mujeres, la de los hombres y la de las familias. En este proceso se han producido luces y sombras, aunque aquellas prevalecen sobre los aspectos negativos que puedan encontrarse. En el momento actual, en el año 2009 y desde hace ya un par de décadas, las mujeres no conciben su realización personal sin incluir su realización profesional. Las pautas de comportamiento también se han modificado: la mujer no abandona su carrera profesional por el hecho de casarse o de tener hijos. Ello conlleva el descenso de la tasa de fecundidad que, en los últimos 20 años, no llega en España a la necesaria para mantener el tamaño de la población, que se sitúa en el 2,1. Los cambios son profundos y evidentes, pero todavía existen y son palpables las desigualdades entre varones y mujeres: la segregación ocupacional ha aumentado, la brecha salarial es elevada, su carrera profesional a veces está limitada por empleos temporales, las tareas domésticas las sigue realizando fundamentalmente las mujeres que llevan una doble jornada de trabajo, etc.

El deseo que la sociedad tenía de cambio hizo que el proceso de incorporación de la mujer a la vida pública, así como todos los que se produjeron a la muerte de Franco, se acelerase y provocara ciertas dificultades de asimilación. Ellas se incorporaron al trabajo remunerado en condiciones más desfavorables que los hombres pues el aumento del paro ha sido una de las características de la vida española desde la democracia. Se ha afirmado que su incorporación masiva tuvo mucho que ver en ello, pues hizo que aumentase el número de la población activa. Se trata, sin embargo, de una afirmación simplista ya que el paro puede crecer bien porque aumenta la población activa más que la demanda de trabajo, bien porque disminuye la demanda de trabajo y la oferta de mano de obra no desciende. La demanda de trabajo depende de las necesidades de mano de obra de la producción, por lo que está ligada a la evolución de la actividad económica. A las fluctuaciones que se producen entre la producción y el empleo se les denomina ciclo económico. En el ciclo económico 1970-1990, en el que entra este estudio, en 1999 había 10 millones de hombre activos, lo que significa un incremento inferior al 10%. El de mujeres era ya casi de 6,5 millones, es decir, que había aumentado en más de un 60%. El paro fue relativo a esas cifras: en términos absolutos fue mayor en la mujer, pero se hace proporcional al aumento rápido de su incorporación como población activa. El problema se encuentra en que su ingreso en el mercado laboral fue más traumático, por encontrarse en un momento de recesión, estando sujeto en muchas ocasiones a contratos laborales parciales.

Si, por otro lado, se considera que la demanda de trabajo se mueve por las necesidades de mano de obra en la producción, la creación de empleo es independiente del aumento de su oferta. Los nuevos empleos que se creen se repartirán indistintamente entre varones y mujeres dependiendo de la capacidad competitiva de cada cual. El incremento de la actividad laboral femenina no ha sido homogéneo. Hay diferencias por edades. Desde mediados de los 80, las mujeres entre 25 a 49 años son las que más se han incorporado y sin embargo las más jóvenes alargan la formación educativa ante la falta de perspectivas laborales. Se da una creciente participación de las mujeres casadas y un aumento de la soltería entre las mujeres jóvenes. Éstas tienen un peso creciente en la sociedad y presentan mayor actividad que las mujeres casadas. Sin embargo, el comportamiento de la mujer en relación con su actividad laboral va cambiando, pues cada vez se cristaliza más que no lo abandone al contraer matrimonio o al tener hijos. Lo que resulta interesante e innegable es que las tasas de actividad van aumentado de una generación a otra y que las pautas de comportamiento de las mujeres con respecto a la actividad en su ciclo vital han variado considerablemente. Gráfico Entre hombres y mujeres existen diferencias en la actividad laboral durante toda la época de la Transición. En relación con la edad, en los años 80 la tasa de hombres activos encontraba su máximo entre los 30-34 años de edad. En las mujeres descendía a 30 años. Ello puede explicarse por el hecho de la maternidad pues, en esa misma fecha y según datos de la EPA, el 49,5% de las mujeres trabajadoras eran solteras. Otra apunta al nivel educativo alcanzado por la mujer. Mientras todavía existía una notable en el número de licenciados superiores - el 3,7% de la población masculina de más de 16 años, frente al 1,6% de la femenina- las condiciones de acceso laboral fueron diferentes. Finalmente podemos señalar que, aunque la integración laboral de la mujer española fue importante, con una tasa de actividad del 33% en 1992, aún le quedaba un camino para llegar al 44% de la media de la UE.

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