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Desarrollo


Cuando se afronta el tema de la mujer y el trabajo desde la mentalidad contemporánea, es decir de principios del siglo XXI, la primera afirmación que suele realizarse es la discriminación que ésta ha sufrido. Se señala su ausencia en el mundo laboral hasta bien entrado el siglo XX y las diferentes trabas con las que se encontró una vez que se fue incorporando a él. Sería sin embargo un error hablar de discriminación sin tener en cuenta que, secularmente y de manera universal, en la sucesión de civilizaciones que ha conocido la humanidad, hombres y mujeres han ocupando ámbitos distintos y se han dedicado a actividades claramente diferenciadas. Contemplado desde una perspectiva biológica y antropológica, resulta coherente la manera con la que las sociedades han ido constituyéndose a través de los siglos: el varón saldría del hogar en busca de los medios de subsistencia, mientras la mujer se encargaba de administrar esos medios, hacerlos rendir y distribuirlos según las necesidades de los miembros de la familia. Esta organización vendría marcada por la diferente posición que, según su condición sexuada, ocupan la mujer y el hombre. La biología femenina al ser portadora de las nuevas vidas, como prolongación natural lo es también de su primer mantenimiento y cuidado. La masculina, al encontrarse ligada al proceso de la procreación de manera externa y esporádica, frente a la íntima y estable de la mujer, se relaciona con la prole de manera diferente. El vínculo sexual entre mujer y varón, en el que se generan los hijos, se constituye precisamente como el forjador de la comunidad más primaria y natural: la familia.

Pronto los hombres descubrieron que uniendo fuerzas con otras personas y otras comunidades familiares, podían afrontar con más facilidad los retos de la supervivencia. Nacen las sociedades, que repiten el modelo de trabajo de las comunidades familiares: el de la mujer se dedicaba a lo que sería la prolongación de su condición biológica, es decir el ámbito de la familia y de lo doméstico, y el varón al que desbordase ese ámbito. A lo largo de los siglos este modelo será perpetuado y, de este modo, por las razones señaladas y por otras que puedan considerarse, no haya estado presente en el mundo laboral que quedó acaparado por los hombres. Esta primera apreciación se hace necesaria cuando se quiere abordar el estudio de la historia del trabajo de la mujer en la España durante la Transición y primeros años de la democracia ya que no puede tratarse como un fenómeno ajeno a la herencia recibida de las épocas anteriores. Por otro lado queremos señalar que el hecho de que las sociedades hayan comenzado a organizarse de la manera señalada, no significa que este modelo de sociedad sea el único válido, pues sería defender una idea de la persona humana como simple biología, dejarse guiar por una mirada determinista. Ciertamente ésta no puede obviarse pero tampoco se puede reducir a ella. Sin la base de la biología se puede llegar a cosificar a la persona, algo que también ocurriría en el caso de despreciarla. El hombre, mujer y varón, se encuentran dotados de unas capacidades intelectuales con las que gobierna su persona, libre de la determinación biológica.

A través de la inteligencia conoce el mundo y las cosas, las procesa, elabora, jerarquiza y elige en función del bien que descubre en ellas. Ese bien es captado por las personas y las sociedades desde ópticas variadas según las mentalidades de los momentos de la historia, de los condicionamientos de los espacios geográficos concretos o de los diferentes criterios con los que se ha cohesionado un grupo social. Así, estructurarán de manera variada las sinergias que constituyen la vida en sociedad. El papel de la mujer o del varón en ella, variarán a lo largo de la historia, de la geografía y de las mentalidades. Todas las posibilidades pueden ser legítimas, al tiempo que todas son parciales y contingentes, pues la importancia del asunto radica en que el aspecto de la organización laboral no abarca a la totalidad del modo de ser varón o de ser mujer, de desarrollar su propia existencia. Lo trascendental es la consideración de la condición de igualdad y libertad tanto de la mujer como del varón. En este marco de tipo antropológico, se puede hablar de la existencia de una discriminación legal de la mujer en los albores de la democracia española, pero no sería correcto pretender explicarla por la existencia de una voluntad política o de dominación expresa de los varones, olvidando otros factores. La sociedad española de 1975 no era la misma que la de 1936, como tampoco lo es la del 2009, cuando se escriben estas líneas. Si se contemplasen los años de la Transición desde los presupuestos mentales de principios del siglo XXI, el conocimiento que tendríamos de ellos se encontraría teñido de anacronismos.

Baste un sólo dato para corroborarlo. Las relaciones personales y sociales no pueden entenderse actualmente sin la presencia de dos elementos de comunicación: la red de internet y la telefonía móvil. Ambos contribuyen hoy a configurar el espacio social tanto a escala mundial como individual. Las personas no sólo pueden comunicarse y se comunican independientemente de la distancia espacial que les separe, sino que el hecho mismo de disponer de esa facilidad forja sus mentalidades y consecuentemente estructura la sociedad. Los ciudadanos se encuentran cada vez en mejores condiciones de acceder al conocimiento y disponen de un marco de relaciones independientemente del lugar físico en el que se hallen. Unas condiciones de vida impensables tan sólo treinta años antes, en el periodo de la Transición que estamos tratando. Con ello queremos decir que, al tratar de la situación laboral de la mujer en los albores de la democracia, hay que tener en cuenta no solamente las condiciones políticas, legales y económicas existentes, sino también otras intangibles que se corresponden con la evolución de las mentalidades. Gráfico La denominada discriminación de la mujer en la época contemporánea tampoco puede ser explicada solamente por la persistencia de un régimen político, el franquismo, que entendía como principal rol de la mujer, el de esposa, madre y educadora. Una visión que ciertamente favorecía en sus políticas, pero que no fue la única, como se explica en el capítulo dedicado a los derechos de la mujer, en el que se percibe cómo la legislación franquista paulatinamente reflejaba los cambios que se iban produciendo en la sociedad.

A la altura de 1975 la situación de la mujer variaba mucho de un lado a otro del planeta. Mientras en los países del ámbito occidental ya se había incorporado de manera masiva al mundo laboral, en otros no sólo no lo había iniciado, sino que se encontraba lejos de equipararse en igualdad de derechos con el hombre. Incluso algunas sociedades, aquellas de influencia islámica, conocerán un fuerte retroceso en relación con la dignidad de la mujer. En definitiva, lo que se ha pretendido señalar que la exclusión de la mujer del mundo laboral que estaba ocupado por los varones, se encuentra en relación con su discriminación legal y ambas están unidas a una mentalidad que fue cambiando a lo largo de finales del siglo XX.

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